Mi hija pequeña ha trabajado algo más de año y unos meses en dos tiendas de Inditex lo que ha sido su entrada en el mundo del trabajo mientras estudia como una leona en las aulas sanitarias. Su contrato ha terminado hace unos diez o doce días y tiene dos semanas para gestionar su prestación por desempleo, para lo que nada más tiene que comunicar al SEPE que ha acabado, el tiempo que ha cotizado, y la finalización de su contrato. Algo sencillo en estos tiempos tecnológicos, parece. Sin embargo, tras varios días luchando con el sistema se ha dado por vencida y resignada a no cobrar el desempleo a la vez que manifiesta síntomas de agotamiento físico y psíquico tal como si fuera una cobra a la que se hubiera dado una ración de anfetaminas caducada. No es para menos. Los trámites para firmar con clave firma el documento son increíblemente complejos y solo llevan a callejones sin salida. Son diabólicos y sin sentido. No tiene privilegios para firmar el documento o da mensaje de error al final del proceso que parece estar diseñado para alienígenas a los que se quisiera llevar a la desesperación. Hay teléfonos para llamar a la tesorería de la Seguridad Social o al mismo SEPE. Hay hasta siete, todos 901, y ninguno, absolutamente ninguno, responde tras horas y horas de intentarlo y pasar por todas las máquinas en la imposibilidad de hablar con un ser humano. Al final el mensaje es que vaya a la misma página web cuya resolución es imposible a pesar de que mi hija es una millenial y está muy puesta en tecnología. Intenta pedir cita en la Tesorería de la Seguridad Social pero es imposible pedirla, no hay fechas disponibles, totalmente bloqueado. Va en persona a la sede de la misma a intentar suplicar que le ayuden, pero en la tesorería le dicen que tiene que pedir cita previa por el Covid. Pero es imposible, no se puede, no hay fechas. Da igual, esas son las normas, inexorables como si fuera una tragedia griega. Desesperada y con una sensación de impotencia y absurdo sin límites como la de las langostas en las vasijas en que las disponen para ser escaldadas, va a la comisaría de policía para obtener el DNI Electrónico. Pero allí no funcionan las máquinas para gestionarlo. Ha de esperar dos horas para que la atiendan por no tener cita previa. Entre tanto, un policía rijoso a punto de jubilarse, la llama insinuantemente modelo y supone que gana como modelo más que ellos, los policías. Se siente humillada pero no puede hacer nada. Ni replica, a punto de que se le haga un nudo la garganta. Llega su turno, y le dicen que su DNI forma parte de una partida de documentos defectuosos que salieron. Ello supone más problemas. Abreviando, al final logra la clave para el DNI electrónico y respira con profundidad como una ballena que saliera del fondo del mar. Vuelve a casa y piensa que todo será ya fácil. Hace falta un lector para leer o interpretar el DNI electrónico pero consigue una aplicación para el móvil y el PC para que lo lea. A partir de ahora cuenta con un arma más porque una de las vías es a través del DNI electrónico. Se siente como Hércules tras vencer en los doce trabajos que le impusieron. Logra avanzar un poco más en el proceso tras ser identificado con contraseña su DNI, pero al final del proceso le vuelve a dar error porque hace falta la clave firma y le vuelve a reiterar que no tiene privilegios para firmar el documento. La deriva nuevamente a teléfonos de pago que no responden salvo robots tan pacientes como implacables, incapaces de compasión. No puede firmar el documento para comunicar el cese de actividad. He hecho con ella todo el proceso porque no me lo creía, pero tras una hora y media de haber probado todos los navegadores –safari, chrome, mozilla microsoft edge-, habiendo actualizado el java, nos damos por vencidos. Es imposible firmar el documento, tan imposible como rescatar de los mares al Titanic y reintegrarlo a la navegación.
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jueves, 27 de agosto de 2020
martes, 25 de agosto de 2020
El descubrimiento de José Ángel Barrueco
Esta mañana al
despertarme, entre brumas espesas como las telarañas de mi cuarto, he cobrado
conciencia del día. Eran las nueve de la mañana. Tendido, he pensado en los
sueños de la noche que se me han escapado como briznas de hierba en el viento
de la llanura. Mi iPad, mi mágico amigo cargándose, es el primer contacto que tengo
con la realidad virtual. He revisado blogs amigos y sus publicaciones. Sin
embargo, he pasado por un blog titulado Escrito
en el viento y algo me ha retenido en él: la imagen del autor, José Ángel
Barrueco (1972), escritor zamorano afincado en Madrid. El post no daba
demasiadas pistas pero me he ido a su perfil y he descubierto otro blog de José Ángel, un blog algo desatendido pero que me ha abierto todo un mundo en
el que he tenido que reprimir el ataque de llanto que me ha acongojado. José Ángel ha
publicado unos doce libros. Uno de ellos era sobre su madre muerta en 2010 a
los 56 años de un maligno cáncer de mamá. El libro sobre su proceso y muerte se
llama Angustia y comienza en un
cementerio, probablemente de Vienna en la tumba de Thomas Bernhard, autor al
que los dos apreciamos apasionadamente. Esto me ha conmovido, igual que sus
referencias a otros autores como Beckett y Coetzee, ambos autores tristes. Me
ha cautivado la tristeza de José Ángel que recuerda cada día a su madre, bella,
amorosa, artista, viajera, mujer esencialmente libre que lo tuvo a los
dieciocho años. El amor por su madre es tan hermoso, triste y revelador que no
he podido sino emocionarme leyéndole en su estilo fresco, directo, sugestivo y
sin florituras, como me gusta el lenguaje. He ido retrocediendo en el tiempo y
el tema era siempre su madre de la que publica fotos que confirman que era
bellísima y transmite impresiones que enamoran al lector y espectador como si
estuviera asistiendo a un diálogo íntimo y secreto. Me he ido enterando de
circunstancias de su muerte temprana y
terrible como un punzón que se hunde en el corazón; del dolor de José Ángel
que, a pesar de haber pasado diez años, es indeleble como una profunda cicatriz.
Mi madre también murió en aquel tiempo (2011), pero era tan diferente y me dejó
un recuerdo tan oscuro, como de jungla devastada, que el contraste me estremece
y pienso en las vidas tan diferentes a que dan lugar las madres. Sin embargo, José Ángel y yo, con madres tan antagónicas, compartimos la plenitud de la
tristeza en nuestras vidas, como garfios ahincados en la carne. Tristeza y
esperanza. Para ambos nuestras madres
han sido como el alfa y el omega. Quiero leer algo suyo, pero no el libro sobre
su madre porque me hundiría en la congoja. Tal vez Vivir y morir en Lavapiés, el barrio que más estimo de Madrid.
viernes, 21 de agosto de 2020
Siempre los mismos pasos pero cada día un camino distinto
Salgo todos los días a las
seis de la tarde a hacer una especie de paseo-caminata de unos seis kilómetros
de ida y vuelta en mi retiro en Calafell. He hecho el trayecto docenas y
docenas de veces. A mitad del mismo cuando he llegado al destino, me meto en un
bar de chinos y saco el libro que esté leyendo y leo durante tres cuartos de
hora con un café. Nada especial. Lo especial es la ceremonia de la repetición
de un trayecto que podría hacer por el paseo marítimo junto a la playa viendo
esta y el mar azul de verano. Sin embargo, voy por el otro lado del paseo
viendo pasar las calles con sus rótulos dedicados primero a escritores con
clara intención nacionalista, salvo Carles Barral, que fue un eje importante de la
vida cultural de Calafell al que puso en el mapa literario universal. Los
munícipes le han cambiado el nombre porque él siempre firmó Carlos, Carlos
Barral. Otro que merecería una calle en Calafell es el recientemente muerto
Juan Marsé porque tuvo casa aquí durante bastantes años e incluso ambientó La muchacha de las bragas de oro en esta
villa marinera. Pienso mientras atravieso calles y calles dedicadas a la flor y
nata de la literatura catalana en catalán, salvo Barral, que falta una historia
de la literatura catalana en las dos lenguas de Cataluña, en que se alternen
escritores en catalán y en castellano. Pero eso para el nacionalismo sería una
herejía y nadie está dispuesto en esta tierra a ser tildado de hereje.
Sigo atravesando calles y llego a las dedicadas a ríos como el Támesis, el Vístula, el Ródano, el Rin, el Guadalquivir, el Loira, el Manzanares; es la zona más popular de Calafell que es Segur de Calafell. Sigo el trayecto día tras día, me fijo en los bares por que paso, en los bazares chinos, en las heladerías, en el Condis, en el estanco, en la papelería… Cada día lo mismo. Es una suerte de meditación en movimiento en que tengo cartografiado el trayecto y me lo sé de memoria, pero cada día es distinto. Me agrada repetir itinerarios, incluso en la montaña. No busco novedades sino que hago una y otra vez las mismas rutas que se acompasan con mi latir sentimental. Y mientras camino, me vienen pensamientos que se entrelazan con el paisaje, con las calles, con la orografía del camino.
Pienso
que una de mis principales vocaciones es la de caminante. Un caminante
cualquiera. Lo más hermoso de caminar es asistir al espectáculo cambiante
dentro y fuera de uno mismo al ritmo de los pasos, uno detrás de otro. Cuando
pienso que vivimos en una sociedad
líquida que nos exige frívolos, flexibles, sin demasiada alma para podernos
adaptar a los cambios de la moda que implica el desarrollo del capitalismo
liberal, siento que caminando me aferro a la tierra y hundo un poco mis raíces,
más allá de lo que quieren de mí como ente consumista. Caminar es gratis y
permite ahondar en la conciencia aunque el camino sea siempre el mismo, precisamente
por ser siempre el mismo. Uno se ata a sus pasos y paradójicamente es libre
filosóficamente y va más allá de las apariencias y la superficie de las cosas.
O tal vez, se puede pensar también que todo lo importante sucede en la
superficie. Esta es una idea interesante que coincide con el último
Wittgenstein que terminó negando que hubiera dimensiones ocultas en los seres
humanos. Caminar da para todo, solo un paso tras otro, y uno llega a calles de
escritores pulcramente catalanes o a ríos de Europa, es como un juego en que el
caminante apuesta por la visión de un mundo en perpetua transformación, y a la
vez siempre igual. No sé si me explico. Entrar en contradicción no es un
problema en este blog.
miércoles, 19 de agosto de 2020
José María Hinojosa, el poeta olvidado
sábado, 15 de agosto de 2020
El amor cortés explicado a los jóvenes
jueves, 13 de agosto de 2020
El imperio de lo efímero y el superhombre
Estoy leyendo El imperio de lo efímero de Gilles
Lipovetsky y me encuentro en el prólogo una defensa argumentada de lo que
significa, en las sociedades occidentales, la moda cuya frivolidad y
superficialidad nos llevan al escepticismo y la tolerancia, a la defensa de los
valores humanos y a vacunarnos contra el fanatismo y los proyectos
antidemocráticos. Sin embargo, la moda ha recibido el desdén absoluto desde
puntos de vista intelectuales que la ven como ese mundo frívolo e insustancial
que nos hace insoportablemente superficiales. Es curioso este desdén
intelectual respecto a algo que impone su imperio sobre todas las sociedades
salvo las tradicionales y las primitivas donde no existe la moda. Y es que la
moda es el signo más palpable de la modernidad frente a la tradición y el
conservadurismo. La moda nos hace cambiar y transformarnos, alejados de valores
densos y profundos que tan caros han resultado históricamente.
La lectura de este libro
viene después de otro titulado La fractura (1918-1938) sobre la posguerra tras
la Gran guerra del 1914 a la espera de una nueva conflagración bélica en 1939.
Retengo un capítulo entre muchos interesantísimos. Me refiero el que aborda la
idea de superhombre que triunfó a partir de la filosofía nietzscheana, y que
fue tan mal entendido cuando en su origen tenía más que ver con una idea
budista y no un ser superior que se erigiría sobre el resto de hombres.
Curiosamente, la idea de superhombre gravitó sobre la primera parte del siglo
XX y la asumieron diversas corrientes de pensamiento y políticas. Comunismo y
fascismo y en especial el nazismo quisieron construir socialmente un hombre nuevo, que representaría el
futuro de la humanidad depurada mediante la eugenesia de elementos débiles o
deficientes, y que llevó en el nazismo –y no solo el nazismo- a la
esterilización de seres considerados inferiores por su raza o sus condiciones humanas.
También los nazis eliminaron físicamente a hombres y mujeres considerados
indignos de vivir. Pero esta idea de la eugenesia era defendida por numerosos
líderes políticos y científicos democráticos, estuvo muy en boga en los
comienzos de siglo para perfeccionar la raza. Famosos pensadores la defendieron
algo que hoy nos parece increíble.
Así que no es extraño que
los totalitarismos quisieran construir socialmente a un hombre nuevo. De ahí la
búsqueda de la pureza frente a la depravación de la república de Weimar, la
defensa de la vuelta a la naturaleza frente al consumo de drogas, sexo o alcohol, el
nudismo tan extendido entre comunidades que defendían la armonía del hombre con
la naturaleza frente a la artificialidad de la sociedad. Este nuevo hombre,
criado en el nazismo, como prototipo social y genético era el ideal colectivo
de la sociedad. Debía tener unas características raciales inequívocas en cuanto
a color de los ojos, del cabello, su musculatura, su armonía física. Recordemos
la película El triunfo de la voluntad de Lenni Riefensthal. Pero el comunismo
también quería construir un nuevo hombre soviético que encarnara física e
mentalmente la nueva era; hay numerosas estatuas que representan al homo
sovieticus, epítome de fuerza, coraje, sentido colectivo, sacrificio, valentía que son un
modelo social y simbólico de lo que pretendían. Ambas son profecías llenas de
densidad y profundidad que hacen referencia a la pureza frente a la decadencia
occidental tan desdeñada por nazis y soviéticos. Así su desprecio por el arte degenerado
fruto de la modernidad. El ser humano debía ser un homo social en función de un
proyecto total y debía abandonar su individualidad para estar al servicio del
Volk en el caso del nazismo o del pueblo en el caso del imperio soviético y el comunismo.
Estos ideales hoy nos
resultan lejanos y peligrosos. Hemos abrazado el relativismo, la tolerancia, la
democracia, la aceptación de diferentes tipos humanos sin que haya superiores o
inferiores, no creemos en una superraza ni esperamos ya al superhombre
nietzscheano.
Ahí tenemos la frivolidad
de la moda, tan alejada de modelos profundos y totalitarios, absolutamente
individualista, especializada en la seducción y en la superficialidad. Todo es
seducción para la moda, sus modelos son asimismo dictados por mentes creadoras
para realizar un tipo de mujer y de hombre adaptados a estéticas cambiantes en
que no hay nada inquebrantable, todo es esencialmente efímero e impermanente,
como nuestra vida. Sin embargo, la moda es despreciada por los que ansían
valores fuertes, modelos humanos más consistentes, compromisos más sólidos, que
buscan hombres y mujeres menos frívolos, mas solidarios...
lunes, 10 de agosto de 2020
Reflexiones sobre Podemos y su praxis política
El 21 de diciembre de
2014, hace seis años, estuve en un mitin de Podemos en el Valle Hebrón en
Barcelona. Quería ver el ambiente y hacer un reportaje fotográfico de un
partido político que estaba en alza y que parecía ofrecer esperanzas para la
renovación del panorama político. No me identificaba con dicha propuesta pero
quería evaluarla en directo.
Si ven el vídeo, tendrán
constancia de lo que aquello fue. Son destacables los primeros planos de
asistentes a los que se ve pensando o seducidos por la plana intervención de
Pablo Iglesias que no se mojó para nada en una ciudad que poco después sería
escenario de hechos gravísimos que ponían de relieve la tensión política previa
en torno a las exigencias independentistas.
Pablo Iglesias llegó
veinte minutos tarde y no dijo nada, solo habló quince minutos y mi impresión
fue de inanidad sin proponer nada que fuera en dirección alguna para resolver
el problema nacionalista. Y así ha sido la política del bloque de En Comú-Podem
en Cataluña. Ni esto, ni lo otro, sino todo lo contrario.
Podemos llegó en medio de
una alta expectación y sus palabras se dirigían a un sector desencantado de la
política que necesitaba ardorosamente una verdad a la que asirse, una fe
religiosa en un líder. Vean los rostros de los participantes en el mitin. Absolutamente
necesitados de una revelación que los salvara de su decepción y de su vacío
político en una España que no ofrecía ninguna esperanza salvo la de Pablo
Iglesias.
No sé si Podemos fue el regalo envenenado de Chávez contra Juan Carlos por aquel “¿Por qué no te callas?, pero podría serlo perfectamente. La formación morada empezó siendo un partido asambleísta que ponía en cuestión a la casta y quería ser diferente, pero ahora ya no lo es. Es un partido con una cabeza visible y tres o cuatro que descuellan por ahí. El ímpetu social del mismo se vino abajo con la nueva casa de los Iglesias. Los dirigentes izquierdistas en buena tradición también requerían tener una dacha a su altura. No sé que hubiera dicho Julio Anguita del chalé de Galapagar. Pronto se perdían las esencias. Y el partido asambleísta se ha convertido ya en parte de la casta cuya única voz visible es la de dos o tres dirigentes y el líder máximo, el oráculo. Pero eso no quiere decir que Podemos no sea una iglesia con sus fieles que soporten las críticas. Cualquiera que critique a Iglesias o a Podemos se enfrenta a la marea de fervorosos seguidores que se escandalizan de que alguien cuestione, critique o ponga en valor lo que representan. A veces son verdaderos linchamientos públicos. No se puede criticar a Podemos. No lo soportan y culpan a la malvada derecha que está detrás, esa derecha rastrera y traidora… Esta es la parte que menos me gusta de Podemos, el fanatismo visionario de sus fieles que se lanzan a degüello sobre cualquiera que les diga que el rey va desnudo. Y concuerda con las imágenes que vi en el Valle Hebrón. Un líder insolvente y una muchedumbre necesitada de un mesías al que poder adorar y al que no se puede poner en cuestión. José Sacristán ha deslizado unas declaraciones en que se comenta la figura de Iglesias críticamente y rápidamente ha recibido cientos y cientos de réplicas calificándole de fachorra para arriba. Para Podemos el mundo se divide entre fachorras y ellos. Los socialistas son un compañero de viaje imprescindible pero al que asesinarían si pudieran. Son criptofachorras. Ellos son la verdad, el camino y la vida de la verdadera izquierda, ellos poseen la línea política correcta. Uno que militó en un grupo marxista-leninista recuerda bien esto de tener el partido la línea política correcta. Y me da escalofríos volverlo a sentir.
viernes, 7 de agosto de 2020
La marcha obligada o huida del rey Juan Carlos como clave de un engaño colosal
En un interesante blog
amigo aparece la sutil diferencia entre mentir y engañar. El engaño es el arte
de convencer a otro de algo que es mentira y exige intencionalidad y disimulo,
tergiversación, una sutil maniobra para llevar a otro a un lado al que se
quiere llevar sin que se entere.
Pienso que la salida de
España del rey Juan Carlos encubre una oscura maniobra detrás que puede alentar
un engaño colosal a los españoles. Supone la desacreditación total de su
reinado relegándolo a un oscuro desván de sinvergüenzas y corruptos sin
posibilidad de defensa. Y, por ende, supone una desacreditación total de la
monarquía que sin su figura se queda con los pies en el aire. ¿Cómo puede
defender su reinado Felipe VI si su padre es un prófugo o se comporta como tal
o se le ha llevado para que adopte tal decisión que lo condena? El reinado de
Felipe VI, rey constitucional, queda totalmente con pies de barro y solo harán
falta otras maniobras arteras para desmontarlo y aniquilarlo, hurtando
totalmente siquiera la posibilidad de un referéndum sobre la forma de estado
que, en estos momentos, ganaría de calle la monarquía. Enfrentar la situación por
parte del gobierno directamente y proponer un referéndum legal llevaría a algo
que todavía no está maduro. Los españoles tienen todavía en el inconsciente
colectivo el recuerdo de las dos repúblicas españolas. Es curioso que no haya
ninguna avenida española que se llame Manuel Azaña o Largo Caballero o Niceto
Alcalá Zamora. Sus hechos fueron desastrosos y la historia no los ha redimido. Lo
hicieron demoledoramente mal.
Reconozco que Juan Carlos
ha hecho muchas cosas bien, la democracia española es en gran parte obra suya,
los mejores años de nuestra historia en que todo ha estado abierto han sido
excepcionales teniendo en cuenta nuestro pasado. El problema es que el sistema
español, diseñado con buena voluntad, alienta la corrupción, es un mal endémico
o, al menos de las clases que tienen el poder político y económico. No me gusta esto. Fue
corrupta la mayor parte del sistema político mientras los españoles de a pie
nos deslomábamos y pagábamos nuestros impuestos. Fueron corruptos el creador de la
nueva Cataluña, Jordi Pujol y todo el entramado de su partido, y mucho más. Fue
corrupta buena parte de la clase política española, ahí tenemos los ERES de
Andalucía con responsabilidad del PSOE que no ha pagado por ello. Fue corrupto
el yerno del rey. Muchos robaban y Juan Carlos que vería que el sistema era
como era, se preguntaría que por qué no él que se había sacrificado tanto desde
su infancia por España. No me gusta, juro que no me gusta. Me hubiera gustado
tener en el rey un referente ético aunque todo el sistema no lo fuera. Me
hubiera gustado que no hubiera sido un donjuán de pacotilla cautivado por el
sexo y las damas de papel couché. Me ha dolido profundamente conocer el fondo
de su carácter que se lanzó a lo fácil cuando se podía aprovechar de ello.
Dicho esto, es difícil buscar argumentos para defenderlo y no lo voy a defender, pero sí señalar que en su huida, en realidad una marcha impuesta por el gobierno, hay una intencionalidad oculta para hundir la monarquía sin hacernos pasar por las urnas. Todo al tiempo. Conozco bien la república del 31 para darme cuenta de cuáles son nuestros males endémicos que nos llevan a enfrentarnos absurdamente unos contra otros, y vaticino que España no duraría ni un telediario en la perspectiva de una república bolivariana que sería incapaz, dado el clima político, de consensuar una constitución que nos uniera. La del 78 fue admirable porque tenían miedo. Ahora todos lanzarían sus órdagos y sería imposible una visión de conjunto que nos uniera. Temo esa perspectiva porque no soy monárquico, pero sí sé que no soy republicano en este país. Es una contradicción, pero sí sé que están muchos misiles dirigidos contra Felipe VI y ahora se ha quedado soberanamente solo. Sin poderes reales y sin poderse defender. Y con una harpía que resulta antipática y distante. Sus hijas tendrían que haber sido educadas en un colegio público. No niego, no obstante, que la monarquía tiene en ella misma su peor enemigo. Yo si fuera Felipe VI pediría ahora un referéndum sobre la forma de estado, instaría al gobierno para que lo convocara. Y lo ganaría. El engaño para hundirlo sibilinamente está en marcha. Pero ¿cómo pedir un referéndum con la que está cayendo, en plena crisis económica y sanitaria? Está indefenso y lo van a ir machacando poco a poco. La maniobra está en marcha hace tiempo.
miércoles, 5 de agosto de 2020
El vacío moral de la posguerra (1914-1918)
Suelo leer bastante sobre
la crisis de fin de siglo en la transición del XIX al XX y el impacto de la
Gran Guerra del 1914-1918 sobre las conciencias occidentales, pero hasta ahora
no había sido consciente del estremecedor vacío moral que se abrió tras la contienda
especialmente terrible en que millones de hombres murieron absurdamente hundidos
en trincheras pudriéndose e infectándoseles los pies, en medio de hedor, cadáveres
descuartizados y excrementos. Nada de lo que había tenido
sentido antes de la guerra, lo tuvo después. Todas las certezas sociales,
espirituales, científicas, filosóficas y morales se hundieron. Los llamados felices años veinte fueron una etapa de
transición llena de angustia y a la vez de euforia, tras la guerra y una
terrorífica gripe en la que murieron de cincuenta a cien millones de personas. Europa estaba llena de tullidos e inválidos que, tras la guerra, se vieron sumidos en la mendicidad y nadie estaba dispuesto a escuchar sus historias. Molestaban recordando lo que nadie quería recordar.
En el mundo anterior a la
guerra había un orden social y moral, cuestionado por la modernidad, pero
parecía ser un mundo estable y seguro, próspero. Tras la guerra, se disolvió
esa estabilidad y se cuestionó la racionalidad que había hecho que millones y
millones de hombres murieran sin sentido alguno. Nietzsche, el filósofo
antirracional, iluminaba ese mundo desolado, y el historiador Oswald Spengler
con su archifamosa La decadencia de
occidente interpretaba que occidente estaba en una fase de agonía como
civilización, y que era necesario un cesarismo que insuflara algo de sentido a
los hombres infectados por la democracia americana y británica. Pugnaban un
ansia de orden y moralidad con la sensación embriagadora de libertad racial,
sexual, moral y humana. El fascismo y el comunismo eran ideas de orden que
rechazaban la degeneración en que estaba sumida la civilización. Pronto
chocarían dramáticamente.
Y la música de esa debacle
moral fue el jazz, un ritmo negro que se adueñó del mundo expandiéndose desde
los Estados Unidos y las comunidades negras. Se bailaban bailes sensuales en
los antros donde se bebía alcohol, en plena Ley seca de los años veinte. Ese
impulso de moralidad que supuso la prohibición del alcohol consiguió totalmente
lo contrario. La sociedad americana bailaba y bebía contraviniendo la ley,
nunca el orden había sido tan cuestionado.
El arte de este tiempo es
el DADÁ que es el antiarte como grito absurdo contra la civilización racional y
el arte tradicional. Surgió en Zurich en Suiza, en plena conflagración bélica.
Y se extendió tras la guerra a otros países como Francia y Estados Unidos. Por
todo occidente.
Cuatro imperios habían
caído: la Rusia zarista, el imperio Austrohúngaro, el Otomano y Alemania. Surgieron
nuevas nacionalidades y nuevos países que crearon un nuevo equilibrio sumamente
inestable en Europa. Hay historiadores que piensan que la primera y la segunda guerra
mundial es la misma guerra en dos fases con un espacio de tiempo entre ellas.
Las ondas de la guerra y sus
consecuencias derribaron cualquier tipo de certeza, los hombres de este tiempo
perdieron sus coordenadas. Incluso a nivel científico, surgió la física cuántica
con Heisenberg y su principio de indeterminación en el mundo subatómico que
contraviene totalmente la física newtoniana. Y claro, Einstein y su teoría de la relatividad. Hubble, el astrónomo, descubre que
la Vía Láctea no es la única galaxia en el universo, y confirma que es una más
entre millones de otras galaxias. El ser humano se queda sin asideros científicos
para considerarse una especie singular en el universo.
Kafka, que muere en 1924,
dio vida a universos inquietantes y absurdos en que el hombre es víctima de
una atroz falta de sentido. Las máquinas parecen dominar el mundo y el ser
humano es un simple pelele frente a ellas.
Pienso que nosotros, hijos de la Segunda Guerra mundial y sus consecuencias, hemos vivido un mundo bastante estable en Europa durante setenta años. Para entender lo que significó a nivel humano, político y social la Gran Guerra, habría que imaginarse que viviéramos ahora un conflicto bélico terrorífico en Europa en que murieran decenas de millones de personas, que nos golpearan pandemias devastadoras, que la Unión Europea saltara por los aires y desapareciera, que los nuevos nacionalismos estallasen violentamente, y que el dinero y los ahorros dejaran de tener valor, devorados por la inflación y una crisis económica brutal en una Europa en ruinas. Algo así vivieron pero peor nuestros ancestros tras una guerra que empezó festivamente en un agosto de 1914 de euforia en que se pensaba que la guerra sería una fiesta para resaltar la dimensión masculina y heroica de los combatientes frente a una civilización débil y acomodada.
sábado, 1 de agosto de 2020
La felicidad interior bruta
He
visto un programa de TV2, que un blog amigo ha enlazado, sobre Bhutan, el país
que mide su grado de desarrollo por su Felicidad interior bruta en lugar del
Producto interior bruto. Me ha parecido un prodigio la realidad interna de este
pequeño país aislado en el Himalaya, aunque no deja de estar expuesto a graves
peligros por la política de modernización de sus dos últimos reyes que abrieron
el país a la televisión y a internet, y actualmente se está redactando una
constitución a la medida del país inspirándose en cincuenta constituciones del
mundo, para crear un sistema democrático con partidos. La modernización está
suponiendo la entrada de imágenes e ideas a través de los cuarenta y cinco
canales de televisión que tiene este país de setecientos cincuenta mil
habitantes. Y con la televisión e internet penetran ideas, pulsiones e imágenes
como el consumismo y un determinado tipo de erotismo y de perfil de lo que es
una mujer deseable que no es la tradicional madre fuerte del mundo rural. Bhutan
está apostando por el camino de en medio
entrando en la globalización y pretendiendo conservar su filosofía de vida
enraizada en la naturaleza y en la esencia del budismo mahayana en que es
esencial dominar el deseo como fuente de insatisfacción y dolor.
El
deseo y las emociones negativas son la causa de la infelicidad humana y no
tanto las relativas carencias materiales. El mayor bienestar económico no se
traduce en un crecimiento de la felicidad. Lo vemos en los países más
desarrollados y ricos. Cuando hay suficiente y exceso entonces se tiene miedo a perder. Ciertamente, la pobreza tampoco engendra felicidad, pero
la filosofía de vida de occidente gravita sobre la insatisfacción, en estimular
el deseo de lo que no tenemos –recibo continuamente llamadas y mensajes
insistentes para concederme créditos para mis proyectos personales-. Vivimos
programados para la insatisfacción con la propia vida, con el propio cuerpo,
con nuestra realidad. Todo nos estimula a querer ir más allá, el deseo no cesa,
es inherente a nuestro modo de vida ambicioso e insatisfecho.
Sin
embargo, nos dicen, sin deseo no hay progreso económico, disminuye el consumo,
las empresas cierran, millones y millones de puestos de trabajo peligran. No se
fabrican coches, no hay turismo, cierran
hoteles y restaurantes y tiendas de moda.
Nuestro
mundo está montado a partir del deseo que es incentivado para que no nos
quedemos con lo que tenemos. No hay nada que me produzca más tristeza que el
comercio de la carne en Instagram donde centenares de miles de jovencitas
imitan poses sexys para ser deseables y recibir miles y miles de likes y
piropos, en una sociedad donde se han condenado los piropos por parte de los
albañiles en las calles. El deseo de agradar es el más humillante de los
pecados modernos. Deseo de poseer y de agradar son nuestros males
contemporáneos. Nuestro mundo funciona así y cuando hablamos de decrecimiento, nadie sabe exactamente en
qué consiste, pues si no hay crecimiento, aumenta el paro y se paraliza la
economía como hemos podido ver durante el confinamiento del Covid 19.
Siento una profunda simpatía por Bhutan y espero que logre transitar ese camino de en medio tan difícil. Espero que no caigan en nuestros modelos y logren seguir siendo una sociedad rural que, una vez resueltas sus necesidades materiales en un grado sencillo, no anhelen otros modelos de vida no basados en la felicidad interior bruta. Para ello, deberían controlar totalmente el turismo: el turismo masivo a un país que puede ponerse de moda por el mito que supone llegaría a destruir la esencia de ese equilibrio tan precario entre la felicidad interior y la globalización.










