He
visto un programa de TV2, que un blog amigo ha enlazado, sobre Bhutan, el país
que mide su grado de desarrollo por su Felicidad interior bruta en lugar del
Producto interior bruto. Me ha parecido un prodigio la realidad interna de este
pequeño país aislado en el Himalaya, aunque no deja de estar expuesto a graves
peligros por la política de modernización de sus dos últimos reyes que abrieron
el país a la televisión y a internet, y actualmente se está redactando una
constitución a la medida del país inspirándose en cincuenta constituciones del
mundo, para crear un sistema democrático con partidos. La modernización está
suponiendo la entrada de imágenes e ideas a través de los cuarenta y cinco
canales de televisión que tiene este país de setecientos cincuenta mil
habitantes. Y con la televisión e internet penetran ideas, pulsiones e imágenes
como el consumismo y un determinado tipo de erotismo y de perfil de lo que es
una mujer deseable que no es la tradicional madre fuerte del mundo rural. Bhutan
está apostando por el camino de en medio
entrando en la globalización y pretendiendo conservar su filosofía de vida
enraizada en la naturaleza y en la esencia del budismo mahayana en que es
esencial dominar el deseo como fuente de insatisfacción y dolor.
El
deseo y las emociones negativas son la causa de la infelicidad humana y no
tanto las relativas carencias materiales. El mayor bienestar económico no se
traduce en un crecimiento de la felicidad. Lo vemos en los países más
desarrollados y ricos. Cuando hay suficiente y exceso entonces se tiene miedo a perder. Ciertamente, la pobreza tampoco engendra felicidad, pero
la filosofía de vida de occidente gravita sobre la insatisfacción, en estimular
el deseo de lo que no tenemos –recibo continuamente llamadas y mensajes
insistentes para concederme créditos para mis proyectos personales-. Vivimos
programados para la insatisfacción con la propia vida, con el propio cuerpo,
con nuestra realidad. Todo nos estimula a querer ir más allá, el deseo no cesa,
es inherente a nuestro modo de vida ambicioso e insatisfecho.
Sin
embargo, nos dicen, sin deseo no hay progreso económico, disminuye el consumo,
las empresas cierran, millones y millones de puestos de trabajo peligran. No se
fabrican coches, no hay turismo, cierran
hoteles y restaurantes y tiendas de moda.
Nuestro
mundo está montado a partir del deseo que es incentivado para que no nos
quedemos con lo que tenemos. No hay nada que me produzca más tristeza que el
comercio de la carne en Instagram donde centenares de miles de jovencitas
imitan poses sexys para ser deseables y recibir miles y miles de likes y
piropos, en una sociedad donde se han condenado los piropos por parte de los
albañiles en las calles. El deseo de agradar es el más humillante de los
pecados modernos. Deseo de poseer y de agradar son nuestros males
contemporáneos. Nuestro mundo funciona así y cuando hablamos de decrecimiento, nadie sabe exactamente en
qué consiste, pues si no hay crecimiento, aumenta el paro y se paraliza la
economía como hemos podido ver durante el confinamiento del Covid 19.
Siento una profunda simpatía por Bhutan y espero que logre transitar ese camino de en medio tan difícil. Espero que no caigan en nuestros modelos y logren seguir siendo una sociedad rural que, una vez resueltas sus necesidades materiales en un grado sencillo, no anhelen otros modelos de vida no basados en la felicidad interior bruta. Para ello, deberían controlar totalmente el turismo: el turismo masivo a un país que puede ponerse de moda por el mito que supone llegaría a destruir la esencia de ese equilibrio tan precario entre la felicidad interior y la globalización.