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sábado, 1 de agosto de 2020

La felicidad interior bruta

He visto un programa de TV2, que un blog amigo ha enlazado, sobre Bhutan, el país que mide su grado de desarrollo por su Felicidad interior bruta en lugar del Producto interior bruto. Me ha parecido un prodigio la realidad interna de este pequeño país aislado en el Himalaya, aunque no deja de estar expuesto a graves peligros por la política de modernización de sus dos últimos reyes que abrieron el país a la televisión y a internet, y actualmente se está redactando una constitución a la medida del país inspirándose en cincuenta constituciones del mundo, para crear un sistema democrático con partidos. La modernización está suponiendo la entrada de imágenes e ideas a través de los cuarenta y cinco canales de televisión que tiene este país de setecientos cincuenta mil habitantes. Y con la televisión e internet penetran ideas, pulsiones e imágenes como el consumismo y un determinado tipo de erotismo y de perfil de lo que es una mujer deseable que no es la tradicional madre fuerte del mundo rural. Bhutan está apostando por el camino de en medio entrando en la globalización y pretendiendo conservar su filosofía de vida enraizada en la naturaleza y en la esencia del budismo mahayana en que es esencial dominar el deseo como fuente de insatisfacción y dolor.

El deseo y las emociones negativas son la causa de la infelicidad humana y no tanto las relativas carencias materiales. El mayor bienestar económico no se traduce en un crecimiento de la felicidad. Lo vemos en los países más desarrollados y ricos. Cuando hay suficiente y exceso entonces se tiene miedo a perder. Ciertamente, la pobreza tampoco engendra felicidad, pero la filosofía de vida de occidente gravita sobre la insatisfacción, en estimular el deseo de lo que no tenemos –recibo continuamente llamadas y mensajes insistentes para concederme créditos para mis proyectos personales-. Vivimos programados para la insatisfacción con la propia vida, con el propio cuerpo, con nuestra realidad. Todo nos estimula a querer ir más allá, el deseo no cesa, es inherente a nuestro modo de vida ambicioso e insatisfecho.

Sin embargo, nos dicen, sin deseo no hay progreso económico, disminuye el consumo, las empresas cierran, millones y millones de puestos de trabajo peligran. No se fabrican coches,  no hay turismo, cierran hoteles y restaurantes y tiendas de moda.

Nuestro mundo está montado a partir del deseo que es incentivado para que no nos quedemos con lo que tenemos. No hay nada que me produzca más tristeza que el comercio de la carne en Instagram donde centenares de miles de jovencitas imitan poses sexys para ser deseables y recibir miles y miles de likes y piropos, en una sociedad donde se han condenado los piropos por parte de los albañiles en las calles. El deseo de agradar es el más humillante de los pecados modernos. Deseo de poseer y de agradar son nuestros males contemporáneos. Nuestro mundo funciona así y cuando hablamos de decrecimiento, nadie sabe exactamente en qué consiste, pues si no hay crecimiento, aumenta el paro y se paraliza la economía como hemos podido ver durante el confinamiento del Covid 19.

Siento una profunda simpatía por Bhutan y espero que logre transitar ese camino de en medio tan difícil. Espero que no caigan en nuestros modelos y logren seguir siendo una sociedad rural que, una vez resueltas sus necesidades materiales en un grado sencillo, no anhelen otros modelos de vida no basados en la felicidad interior bruta. Para ello, deberían controlar totalmente el turismo: el turismo masivo a un país que puede ponerse de moda por el mito que supone llegaría a destruir la esencia de ese equilibrio tan precario entre la felicidad interior y la globalización.

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