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martes, 25 de agosto de 2020

El descubrimiento de José Ángel Barrueco

 

Esta mañana al despertarme, entre brumas espesas como las telarañas de mi cuarto, he cobrado conciencia del día. Eran las nueve de la mañana. Tendido, he pensado en los sueños de la noche que se me han escapado como briznas de hierba en el viento de la llanura. Mi iPad, mi mágico amigo cargándose, es el primer contacto que tengo con la realidad virtual. He revisado blogs amigos y sus publicaciones. Sin embargo, he pasado por un blog titulado Escrito en el viento y algo me ha retenido en él: la imagen del autor, José Ángel Barrueco (1972), escritor zamorano afincado en Madrid. El post no daba demasiadas pistas pero me he ido a su perfil y he descubierto otro blog de José Ángel, un blog algo desatendido pero que me ha abierto todo un mundo en el que he tenido que reprimir el ataque de llanto que me ha acongojado. José Ángel ha publicado unos doce libros. Uno de ellos era sobre su madre muerta en 2010 a los 56 años de un maligno cáncer de mamá. El libro sobre su proceso y muerte se llama Angustia y comienza en un cementerio, probablemente de Vienna en la tumba de Thomas Bernhard, autor al que los dos apreciamos apasionadamente. Esto me ha conmovido, igual que sus referencias a otros autores como Beckett y Coetzee, ambos autores tristes. Me ha cautivado la tristeza de José Ángel que recuerda cada día a su madre, bella, amorosa, artista, viajera, mujer esencialmente libre que lo tuvo a los dieciocho años. El amor por su madre es tan hermoso, triste y revelador que no he podido sino emocionarme leyéndole en su estilo fresco, directo, sugestivo y sin florituras, como me gusta el lenguaje. He ido retrocediendo en el tiempo y el tema era siempre su madre de la que publica fotos que confirman que era bellísima y transmite impresiones que enamoran al lector y espectador como si estuviera asistiendo a un diálogo íntimo y secreto. Me he ido enterando de circunstancias de  su muerte temprana y terrible como un punzón que se hunde en el corazón; del dolor de José Ángel que, a pesar de haber pasado diez años, es indeleble como una profunda cicatriz. Mi madre también murió en aquel tiempo (2011), pero era tan diferente y me dejó un recuerdo tan oscuro, como de jungla devastada, que el contraste me estremece y pienso en las vidas tan diferentes a que dan lugar las madres. Sin embargo, José Ángel y yo, con madres tan antagónicas, compartimos la plenitud de la tristeza en nuestras vidas, como garfios ahincados en la carne. Tristeza y esperanza. Para ambos nuestras  madres han sido como el alfa y el omega. Quiero leer algo suyo, pero no el libro sobre su madre porque me hundiría en la congoja. Tal vez Vivir y morir en Lavapiés, el barrio que más estimo de Madrid.

sábado, 1 de agosto de 2020

La felicidad interior bruta

He visto un programa de TV2, que un blog amigo ha enlazado, sobre Bhutan, el país que mide su grado de desarrollo por su Felicidad interior bruta en lugar del Producto interior bruto. Me ha parecido un prodigio la realidad interna de este pequeño país aislado en el Himalaya, aunque no deja de estar expuesto a graves peligros por la política de modernización de sus dos últimos reyes que abrieron el país a la televisión y a internet, y actualmente se está redactando una constitución a la medida del país inspirándose en cincuenta constituciones del mundo, para crear un sistema democrático con partidos. La modernización está suponiendo la entrada de imágenes e ideas a través de los cuarenta y cinco canales de televisión que tiene este país de setecientos cincuenta mil habitantes. Y con la televisión e internet penetran ideas, pulsiones e imágenes como el consumismo y un determinado tipo de erotismo y de perfil de lo que es una mujer deseable que no es la tradicional madre fuerte del mundo rural. Bhutan está apostando por el camino de en medio entrando en la globalización y pretendiendo conservar su filosofía de vida enraizada en la naturaleza y en la esencia del budismo mahayana en que es esencial dominar el deseo como fuente de insatisfacción y dolor.

El deseo y las emociones negativas son la causa de la infelicidad humana y no tanto las relativas carencias materiales. El mayor bienestar económico no se traduce en un crecimiento de la felicidad. Lo vemos en los países más desarrollados y ricos. Cuando hay suficiente y exceso entonces se tiene miedo a perder. Ciertamente, la pobreza tampoco engendra felicidad, pero la filosofía de vida de occidente gravita sobre la insatisfacción, en estimular el deseo de lo que no tenemos –recibo continuamente llamadas y mensajes insistentes para concederme créditos para mis proyectos personales-. Vivimos programados para la insatisfacción con la propia vida, con el propio cuerpo, con nuestra realidad. Todo nos estimula a querer ir más allá, el deseo no cesa, es inherente a nuestro modo de vida ambicioso e insatisfecho.

Sin embargo, nos dicen, sin deseo no hay progreso económico, disminuye el consumo, las empresas cierran, millones y millones de puestos de trabajo peligran. No se fabrican coches,  no hay turismo, cierran hoteles y restaurantes y tiendas de moda.

Nuestro mundo está montado a partir del deseo que es incentivado para que no nos quedemos con lo que tenemos. No hay nada que me produzca más tristeza que el comercio de la carne en Instagram donde centenares de miles de jovencitas imitan poses sexys para ser deseables y recibir miles y miles de likes y piropos, en una sociedad donde se han condenado los piropos por parte de los albañiles en las calles. El deseo de agradar es el más humillante de los pecados modernos. Deseo de poseer y de agradar son nuestros males contemporáneos. Nuestro mundo funciona así y cuando hablamos de decrecimiento, nadie sabe exactamente en qué consiste, pues si no hay crecimiento, aumenta el paro y se paraliza la economía como hemos podido ver durante el confinamiento del Covid 19.

Siento una profunda simpatía por Bhutan y espero que logre transitar ese camino de en medio tan difícil. Espero que no caigan en nuestros modelos y logren seguir siendo una sociedad rural que, una vez resueltas sus necesidades materiales en un grado sencillo, no anhelen otros modelos de vida no basados en la felicidad interior bruta. Para ello, deberían controlar totalmente el turismo: el turismo masivo a un país que puede ponerse de moda por el mito que supone llegaría a destruir la esencia de ese equilibrio tan precario entre la felicidad interior y la globalización.

miércoles, 1 de abril de 2020

Víctor Nubla (in memoriam)



Con motivo del fallecimiento del músico experimental Víctor Nubla a los 63 años en Barcelona, quiero traer de nuevo un post que escribí en 2010 con motivo de una actuación del músico en mi instituto en abril de 1998. 
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Hubo un tiempo en que tuve un cargo en mi instituto. Era Coordinador de Actividades. Un verdadero lujo aquello de organizar jornadas, semanas culturales, festivales, fiestas… Recuerdo que radiografiaba Barcelona rastreando su vida intelectual y cultural e intentaba hacer llegar a un modesto instituto del cinturón industrial lo más vivo, lo más comprometido, lo más revolucionario y actual que se estuviera cociendo en los antros vanguardistas de mi amada Barcelona. Disponía de presupuesto y libertad para proponer apuestas arriesgadas. El espíritu pedagógico todavía no se había adueñado de nuestras instituciones de enseñanza media y podíamos idear y llevar a cabo experimentos que tuvieran relación con el conocimiento, la filosofía, el arte y la cultura en general.

En aquel abril de 1998 decidimos dedicar unas jornadas a la Poesía Visual de origen conceptual. A través del mundo de la magia, entré en contacto con el mejor representante de dicha poesía, el gran poeta catalán Joan Brossa, que nos hizo el honor de visitarnos y recorrer nuestro taller polipoético de poesía Visual organizado por COU y el recién inaugurado Bachillerato Artístico. Supe que el MACBA había organizado unas experiencias sobre poesía visual y conceptual. Propuse que varios participantes –estudiantes de escuelas artísticas- vinieran al instituto para coordinar la producción y creación de poemas visuales. Por otro lado organizamos unos encuentros con artistas visuales que enseñaron a los alumnos las técnicas de la antipoesía, el OULIPO y la Patafísica.

Resumo rápidamente aquella semana que fue un éxito de participación, de imaginación, de creatividad, de espíritu vanguardista… Pero hubo una anécdota que no quiero dejar de contar. Fue lo más cómico de la semana aunque en aquel entonces yo lo viví de modo distinto.

El uno de abril de dicho año, yo había asistido en el Harlem Jazz Club de Barcelona a un recital de uno de los artistas más célebres y difíciles de clasificar en el panorama de la Música abstracta o conceptual. No sé muy bien si estos adjetivos pueden definir la personalidad controvertida, vanguardista, rompedora, de Víctor Nubla. Tomando unos gin tonic a las doce de la noche pude escuchar su concierto de sonidos de saxo y órgano sin melodía y distorsionados por ordenador. No sabría cómo definir aquella música o antimúsica, pero en aquel contexto me pareció una idea genial para llevar a mi instituto. Dicho y hecho, teníamos amigos comunes y no costó demasiado convencerlo para que viniera a actuar el 23 de abril (Sant Jordi), en aquella semana dedicada a la poesía y en especial a la de Joan Brossa y el mundo de la magia. Víctor Nubla me sugirió que en el gimnasio en que tendría lugar la actuación, colgáramos mantas para evitar la reverberación de los sonidos. Allí estarían en la fecha indicada, él y su compañero.

He dicho que aquella semana fue un éxito pero no he dicho toda la verdad. El concierto de Víctor Nubla era esperado con expectación. Había transmitido que su música era revolucionaria y que era lo más avanzado en cuanto a experimentación.

Ocasión de gala a las doce de la mañana en un soleado día de Sant Jordi, tras toda la mañana llena de actividades polipoéticas, improvisaciones teatrales, creación de poemas visuales… El gimnasio estaba lleno con más de cuatrocientos alumnos esperando los primeros acordes. En el escenario había dos músicos con órgano y saxo y un sofisticado distorsionador que conectaba el sonido amplificado a varios miles de vatios por los altavoces del polideportivo convenientemente manteado según su indicación.

Pues bien. Empezó Víctor Nubla a tocar. El sonido era brutal. En mi vida he oído unos sonidos más monstruosos en cuanto a dimensión. El gimnasio parecía estallar y estar a punto de reventar. Tuvimos que casi taparnos los oídos, y desde luego a las doce de la mañana aquel recital de sonidos desestructurados y antimelódicos estuvieron a punto de romper los tímpanos de los asistentes –alumnos y profesores- que salieron en estampida del gimnasio hacia el patio. He dicho que había dentro unos cuatrocientos en total. A los dos minutos, el gimnasio se había quedado vacío salvo media docena entre los que me encontraba yo que miraba desesperado la situación. Para mi sorpresa, los músicos estaban encantados y no parecieron sorprenderse para nada y continuaron con entusiasmo renovado su antirrecital por medio de juegos tonales, contrapuntos de sonidos industriales salidos de alguna producción hipnótica, delirante y esquizofrénica. Era música industrial, desafinada, conceptual y no sabría más que decir porque en medio de mi desesperación me encontré con esa media docena de alumnos –ningún profe- que se sentaron en medio de la amplitud del gimnasio a escuchar aquello que estaba sonando. Fuimos pocos pero los que se quedaron estaban cautivados por la desestructuración de aquellos sonidos.

Al terminar el concierto una hora después, fui a hablar con los músicos que habían continuado impertérritos durante toda la sesión. Víctor Nubla me vio decaído y me dijo con una gran sonrisa: ¿Bien? ¿No? Yo miré la desolación del gimnasio e hice un gesto expresivo pero me dijo Víctor: ¿No te habrá preocupado lo del público? De las audiencias sólo se preocupan las televisiones.

No entendí muy bien la situación, pero yo estaba al borde del llanto o de la carcajada. Afortunadamente, mi amigo Alberto, que había llevado varias mantas, me invitó en su casa a una exquisita tortilla de patata.

Dejo el vídeo para que os hagáis una ligera idea de lo que fue aquello. No es de la ocasión pero sirve como orientación. No deja de tener gracia, pero quizás mejor oírlo por la noche y convenientemente motivado en otro lugar.

(Macromassa es el grupo de Nubla. Él es el que toca el saxo en el centro de la imagen)

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