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domingo, 5 de julio de 2020
viernes, 3 de julio de 2020
jueves, 21 de mayo de 2020
jueves, 14 de mayo de 2020
viernes, 13 de marzo de 2020
Cambio climático y COVID-19
La crisis del COVID-19 está transformando nuestro modo de vida a medida de que empezamos a tomar conciencia de la seriedad de lo que está pasando. Llevamos un par de semanas o tres de retraso sobre la concienciación que tuvo lugar en el norte de Italia donde la orden de confinamiento en los domicilios es taxativa. Por aquí empieza a notarse que la gente camina de modo diferente, mantenemos distancia de seguridad cuando hablamos, suspendemos encuentros sociales… esto unido al cierre de centros educativos e instituciones culturales. Empieza a tomarse en serio la amenaza pero falta mucho para que lleguemos a la situación de Italia o, ya no digamos, de China.
Es una crisis que advertimos que nos afecta y sentimos el miedo de modo incipiente. Sin embargo, he pensado que la sociedad mundial no toma conciencia de las amenazas sin algo que se cierna peligrosamente sobre nuestras vidas. Pienso en el cambio climático, una amenaza mucho más seria que el Coronavirus, por la trascendencia que tiene para la Tierra. Pero en este caso, permanecemos indiferentes, sin hacer caso a los que nos dicen que la situación es de alerta máxima ante cambios radicalmente irreversibles. El Ártico tiene temperaturas en estos momentos de veinte grados y los polos se están derritiendo de un modo imparable, las transformaciones climáticas con fenómenos imprevistos como lluvias torrenciales, gotas frías, sequías devastadoras, incendios pavorosos, son constantes; migraciones que tememos por razón de este cambio climático que empezaron a llegar a Europa… Devastación de los mares, destrucción de los bosques, contaminación del medio ambiente… Todo es producto de nuestro estilo de vida sin ningún control derrochando energía y agotando los recursos del planeta. Muchos de vosotros lo sabéis. Sin embargo, vemos la amenaza lejana, como si no fuera con nosotros, como si fuera una cantinela de unos histéricos ecologistas que quisieran aguar la fiesta.
Este miedo, esta concienciación ante el Coronavirus que empezamos a tomarnos en serio, sería la misma que deberíamos tener ante el cambio climático, solo que la lucha no es de dos o tres semanas de confinamiento en casa, no, sería una actitud de cambio de nuestro modo de vida en todos los sentidos, lo que podría afectar a la economía mundial por la deceleración que supondría en cuanto al crecimiento económico. No es un problema fácil y está claro que no nos gustaría nada limitar nuestro consumo energético incluso de uso de internet. Cada vídeo que reproducimos es un gasto considerable de energía, cada vuelo low cost que tomamos devasta la atmósfera, cada acto común de nuestra vida supone un derroche de energía que afecta directamente al planeta.
Pero este estado de amenaza y de conciencia nos puede orientar sobre lo que sería necesario para transformar las bases de la conducta social. No me creo que sea posible. No lo soportaríamos y no nos dejarían los poderes económicos. Todos llevamos dentro un consumidor compulsivo e insaciable. El planeta está jodido.
jueves, 27 de febrero de 2020
sábado, 22 de febrero de 2020
Curiosidad, mucha curiosidad
Desde que yo recuerdo me
veo en perspectiva pesimista, es lo que me sale de dentro, es como una forma de
estar en el mundo alejada de la insensatez del optimismo que tanto se ha
impuesto en nuestra cultura contemporánea, especialmente en el terreno de las
ideas y del marketing. Hay, sin ir más lejos, una colección de agendas, en colores vistosos y tipografía llamativa, con
frases positivas sobre que este es el viaje más maravilloso, de que cada día es
un gran día, de que el camino es luminoso. Cuando veo a alguna de mis hijas con
una agenda de estas, regalada por sus padrinos, me digo que no hay muchas ideas interesantes que provengan de mentes optimistas, que vean la vida como un
sendero de luz que solo tenemos que encender para iluminar nuestro camino. El pesimismo reclama sus derechos y también habrían de comercializarse agendas menos reconfortantes.
Pero la gracia no está en
ser un personaje amargado y negativista que lo ve todo negro, eso tampoco me
atrae. Cualquier sistema de pensamiento organizado lleno de dogmas y conceptos
me repele. No soporto a los ideólogos negativistas que crean un corpus
horrísono sobre la vida, como tampoco a los bobos positivistas que se encandilan con lo bonita que es. Miro mejor las cosas desde el escepticismo, partiendo de
una conciencia oscura de nuestra propia vida. La vida es nefasta, de eso no me
cabe duda. Hay muchos más momentos de displacer que de placer. Prácticamente
nadie repetiría su vida de nuevo. Los momentos malos se nos quedan grabados
especialmente, son la mayoría. Claro que hay personas que genéticamente están orientadas
a la alegría. No tienen ningún mérito, es algo que no han elegido, pero tampoco
volverían a repetir su vida del mismo modo que la han vivido.
Hay un pensamiento que
siempre me ha intrigado: que a cada momento de placer le corresponde uno de
dolor, que la vida es un equilibro de momentos buenos y momentos amargos. Y
había una antigua superstición de evitar la felicidad para no atraer la
infelicidad.
La lucidez es, además, dolorosa,
como cualquier avance en el propio pensamiento. las personas más lúcidas son
más conscientes de los abismos en que nos encontramos. Las simas de la
existencia. Lo mejor es no ser demasiado consciente, a los simples le son dados momentos
de dicha que los más profundos no tienen. El conocimiento aporta dolor. Un buen libro al respecto es El árbol de la ciencia de Pío Baroja.
Pero queda otra postura
que me atrae: considerar filosóficamente el desastre que es la vida mediante el
escepticismo que conduce a la serenidad. Mirar conscientes la realidad profunda de las cosas y ser
capaces de hacerlo irónicamente, distanciados, hasta divertidos, viéndonos tan
perdidos en una vida abocada al fracaso, que presentándosenos abiertamente, nos
produce un ataque de risa que no podemos contener.
Deploro el progreso y a
los progresistas, la historia no avanza necesariamente hacia una mayor
felicidad y consciencia. En el tiempo de mi niñez yo sentía que la gente era
mucho más solidaria, los vecinos se apoyaban entre sí con una naturalidad que hoy
desconocemos sino en los pueblos más pequeños –aun llenos de odios
ancestrales-. Hay muchos valores del pasado que se han perdido. Hay quien
piensa que cada vez somos más zafios y estúpidos, menos inteligentes por más tecnológicos que seamos. La cultura contemporánea, difundida por
redes sociales, es una caricatura de lo que fue, por ejemplo, el conocimiento en la Grecia clásica o el
pensamiento latino. Marco Aurelio, el emperador menos emperador de todos, nos
sigue iluminando. Han pasado muchos siglos desde él pero sus pensamientos son
mucho más profundos que todo lo que vemos hoy día en un tiempo de
superficialidad demente. Nuestro tiempo es pródigo en posibilidades pero
esencialmente banal. Descreo en el mito del progreso, la humanidad es una
estirpe proscrita que avanza hacia su disolución y tal vez su autodestrucción. Me
gustaría tener la ironía necesaria para escribir esto con una divertida sonrisa. El
ser humano produce risa además de compasión. Sin embargo, este pesimista que soy no deja de considerar la belleza de los amaneceres… y la buena literatura y el arte en general, así que cada día puede ser abordado con curiosidad, mucha curiosidad por ver cómo sigue la historia.
jueves, 20 de febrero de 2020
Experimentar la conciencia
Toda mi vida de bloguero he tenido un blog abierto a los comentarios, ya desde aquel octubre de 2005 en que comencé a publicar. He dado siempre a los comentarios una importancia capital y dedicaba mucho tiempo a contestarlos lo más cuidadosamente que sabía o que podía. Sin embargo, el sistema de comentarios tiene también condicionamientos que uno no puede obviar al estar esperándolos y ansiándolos. Uno escribe muchas veces para que le comenten y mide la recepción del blog por el número y la calidad de los comentarios. Ello es un error, pienso ahora, porque uno comenta en otros blogs por interés pero también para que le comenten. Y se establece una relación de quid pro quo que no es sana. Ciertamente es sugestivo recibir comentarios interesantes, pero uno piensa en cierta manera que son obligados o en cierta manera no responden a una lógica natural. He observado, además, que numerosos blogs interesantísimos en la blogosfera no reciben ni un mísero comentario. Esto me hizo pensar. ¿Hay una forma de comunicarse espiritualmente sin necesidad del intercambio de favores? Eso estoy ensayando. Ahora nadie que acuda a mi blog lo hará porque necesite mi comentario. Solo vendrán los que realmente estén interesados en lo que yo escribo, aproximadamente cuarenta personas por lo que he podido colegir por la información que me da el blog. De esas cuarenta personas, probablemente la mitad estén relativamente interesadas en lo que yo escribo, pero me sirve como referencia. Esta es mi área de alcance y no hay más para un blog que se pretende experimentador de la propia conciencia.
El eje del blog es la conciencia de sí. No hago otra cosa, creedme, que ser consciente de mi mismidad. Hago la comida a mi familia, hago las compras, tiro la basura, leo muchísimo y hago caminatas pero todo tiene como centro mi conciencia y cómo vivo todo lo que hago, todo lo que soy. Pienso que no soy una persona interesante. No soy como Neorrabioso que escribe versos cuestionables pero sinceros en los tachos de basura y se traviste con grandes tacones y minifalda en las calles de Madrid. Soy mucho menos exótico. Soy un hombre común que se levanta cada día a las seis y media para ir a leer y escribir a un centro tecnológico para dejar constancia de que estoy en el mundo. A esto se le podría considerar que mi ejercicio esencial es el ombliguismo, mirarme solo a mí mismo, pero ¿qué experiencia más apasionante la de observar detenidamente, sistemáticamente, el propio devenir de mi ser? No soy un hombre excepcional, soy una persona del montón que tiene como eje fundamental observarse y escribir sobre ello de modo apasionado. Observarme y leer buena literatura que me sirve de referencia para considerar a otros que se han observado a sí mismos. ¿Hay algo más hermoso que hacer eso?
Me he pasado mi vida de profesor observando otros seres distintos a mí y me ha enriquecido, pero mi mayor aportación a mis clases era mi experiencia de la vida, mi experiencia de mi conciencia porque no es otra cosa la literatura, y yo he sido profesor de literatura durante muchos años. Ahora no tengo alumnos, pero es igual. Sigo leyendo como un adicto a la palabra escrita. No hay nada que me motive más que las historias que ciertos escritores –escogidos- me han hecho llegar. Mi vida es observarme y leer. Una vida tremendamente aburrida, pero cada uno tiene en su interior el universo todo. En mi conciencia está la totalidad. Cada uno es un extremo de un sistema en que recibe luz y sombra de lo que es la vida. Dentro de mí está todo igual que dentro de cada uno de los que tienen la suerte de leerme. No soy vanidoso, no lo crean, solo soy consciente de que dentro de nosotros está todo.
Mi vida vale bien poco, es tremendamente opaca y gris. Nada hay en ella que merezca la pena, pero observo y soy. Comentar esto sería algo proceloso, así que dejo cerrados los comentarios para que si alguno necesita pensar, lo haga sin la necesidad de expresarlo por escrito. Solo vendrán a este blog los que piensen que mis palabras llenas de extrañeza merecen la pena. Yo todavía estoy conmocionado por el pensamiento de otro solipsista como era Cioran. Leerle me ha alentado a escribir y mostrar lo que cualquier ser humano, pleno de errores y defectos, a veces puede mostrar. No estamos solos, quiero pensar. Ser es nuestro principal motivo de estar aquí. Y morir está en nuestro calendario. No somos el cruel dios cristiano. Pero el ansia de llegar más allá está presente en cada uno de nosotros. Cada instante absurdo de nuestra vida cuenta. ¿Para qué? No lo sé, pero siento que en mi soledad vislumbro partículas que escapan a la transitoriedad.
miércoles, 19 de febrero de 2020
Cioran, el humorista intrascendente.
Los que habéis seguido la publicación de algunos pensamientos de Cioran, habréis podido observar, aunque muy parcialmente, la ruptura de la lógica común y un sistema contracorriente que al lector le ha dejado totalmente conmocionado. Del inconveniente de haber nacido es un libro que se expresa a base de aforismos o reflexiones complejas acerca del sentimiento de la vida absolutamente pesimista del autor. La mayor catástrofe es haber nacido, de ahí viene nuestra caída en un mundo en que el dolor no cesa de afligirnos, y cuando intentamos comprender el sentido que tiene esto, limitado absolutamente por la muerte, advertimos que no lo tiene. Es inútil buscar un sentido a la vida, este es el descubrimiento cenital que el ser humano adquiere para su desesperación si ansiaba encontrar alguno. El dios cristiano vino a sustituir trágicamente a los antiguos dioses paganos capaces aún de la ironía. El dios cristiano no tiene sentido del humor y su religión se tiñó de sangre y venganza hecha a medida de hombres que se creían poseídos por la voz de Dios. No hay esperanza en ese Dios, pero en noches de insomnio, Cioran habla con un dios hecho a la medida de su sufrimiento. Se acerca a la visión budista sin identificarse con ella. Tampoco va a seguir a Buda, el Iluminado, pero le atrae la idea del Nirvana y la intuición esencial de que es el deseo la causa de todos nuestros males, incluido el deseo de hallar un sentido a la vida. Solo extinguiendo el deseo puede aparecer una cierta serenidad, pero ¿acaso un ser humano sin deseo puede existir? El yo debe ser trascendido, es absolutamente irreal, y la vida es también ilusoria, pero ¿acaso no es lo único que tenemos, nuestro pobre yo? La extinción del yo, el desvanecimiento del yo, es capital en las religiones orientales pero para Cioran, ese pobre yo, es nuestra única posesión, ese yo que sufre, que padece insomnio –como él sufrió toda su vida-, que envejece, le afligen las enfermedades y le llega la muerte, ese momento esencial en la vida porque volvemos gozosamente a la nada que era antes de nuestro nacimiento. La muerte no es una tragedia, no, es la vuelta al Nirvana en que estábamos antes de la catástrofe de nacer.
El lector ha vivido unos días absolutamente fascinado por el pensamiento coherente y sistemático de Cioran que posee una claridad meridiana. Incluso ha incorporado muchas de sus reflexiones que las entiende próximas. Cuando lo leía, sentía que Cioran hablaba para mí, la sensación era poderosísima. Y entendiéndolo me invadían unas enormes ganas de reírme. Cioran es divertido, es un humorista siniestro, de una inteligencia prodigiosa. Llegó incluso a convencerme de que los cuentistas, los farsantes que son conscientes de su doble juego, están más cerca del conocimiento que los seres humanos hechos de una sola pieza, de que no creer en uno mismo es una suerte porque nos acerca al conocimiento, que una infancia desdichada es un prodigio, frente al aburrimiento de una infancia feliz. Cioran es cálido y cercano. Sus contradicciones, sus dilemas, sus tormentos, los sentimos próximos porque también son los nuestros. Claro que hay mucha gente, la mayoría, que no se preocupa por el sentido de la vida, ignora la muerte, y vive relativamente feliz, si eso es posible porque pocos, muy pocos, estarían dispuestos a repetir su vida con todo lo que ha conllevado. Cuando se llega a la vejez, se ve todo como una construcción irreal que solo se mantiene por la pasión y por el engaño en que vivimos. El engaño es preciso para vivir. La conciencia es dolorosa. La mayoría de seres humanos se mienten a sí mismos y tienen una idea totalmente falsa de lo que son en realidad. Pero hay que vivir. No hay verdad ni con mayúscula ni con minúscula, nuestra actividad pretende llenar de sentido lo que no tiene porque no merece la pena hacer nada, ni levantarse de la cama muchos días, pero nos engañamos y seguimos engañándonos. Este es el juego. Ser un hombre que ha descubierto el juego es terrible y abominable, no descansaremos jamás, porque nos hemos despojado de todas las ilusiones, no queda ni una: ni la vida tiene sentido, ni nosotros lo tenemos, y el propio dios tampoco lo tiene. Vivir con esta lucidez la carencia de significado, si uno es un hombre sensible, lo lleva a sufrir, aunque el pensamiento oriental y los antiguos filósofos anteriores al declive del cristianismo poseen algo de lenitivo y consuelo. No hay salvación. Esta es la salvación, ser consciente de que no la hay. No merecen la pena los gritos porque no hay un Creador que los escuche, pero la oración en momentos de abatimiento nos tienta y nos reclama.
Divertidísimo, créanme, me he reído en estos días más con Cioran que con los más famosos libros humorísticos que vienen recomendados como tales.
martes, 18 de febrero de 2020
lunes, 17 de febrero de 2020
Un cambio gramatical
El otro día escribí en un título de mi post y en el posterior desarrollo del mismo:
La vida es ilusoria pero me gusta. No tengo otra.
He pensado que este pensamiento no es exacto y cabe corregirlo. Yo diría que:
La vida es ilusoria, no sé si me gusta pero no tengo otra.
domingo, 16 de febrero de 2020
El nacimiento como accidente risible
Sé que mi nacimiento es una casualidad, un accidente risible, y, no obstante, apenas me descuido me comporto como si se tratara de un acontecimiento capital, indispensable para la marcha y el equilibrio del mundo.
Leí este pensamiento de Emile Cioran en Del inconveniente de haber nacido, mientras me tomaba una cerveza con unas aceitunas en la terraza de un bar de Calafell. No pude sustraerme a un ataque de risa en que me estuve carcajeando durante un buen rato. No había nadie más en la terraza. Enseguida recogí esta reflexión y se la envié a tres contactos de mi gmail. No sé por qué pero los buenos pensadores pesimistas logran hacerme reír, mientras que los optimistas me deprimen.
domingo, 17 de noviembre de 2019
Mi primera patria fueron los libros
Empecé
a devorar tebeos a los cuatro años y así
seguí hasta que a los diez descubrí los libros y ya no me pude alejar jamás de
ellos hasta ahora. Nunca sentí la ligazón con una tierra física, con sus
tradiciones, con su equipo de fútbol, con sus vírgenes, con su folklore, con
sus montañas… Apenas salía de la ciudad –Zaragoza- y no me sentí demasiado
identificado con ella, aunque nací cerca del río Ebro y El Pilar con sus
palomas revoloteantes. Nunca sentí adscripción por una patria corpórea pero sí
que me sentí profundamente ligado a los libros, ellos fueron mi hábitat
natural. Sus personajes me fueron esenciales; sus historias elementos que
elevaban mi gris vida a los más altos horizontes. Leí de todo: los clásicos
juveniles, Enid Blyton, novelas del oeste de Marcial Lafuente Estefanía, de
ciencia ficción barata algo que podríamos llamar de serie B, de espías...
Llegué a los cómics de superhéroes, tras haber pasado por el Capitan Trueno y
El Jabato. Todo lo incorporaba a mi cosmovisión. Y así hasta que llegué a la
literatura con mayúsculas y descubrí a Stevenson, a Eça de Queiroz, a Chejov, a
Wilde, a Wodehouse… Cada etapa de mi vida ha sido jalonada por los libros. Esos
fueron, esos son mi verdadera patria. Si alguna vez en mi tierra, me
convirtieran en extranjero, sabría que tendría a los libros como bendición y
estímulo.
Los
libros han marcado mi devenir ideológico íntimo.
El
otro día escribí que en el acto de leer nos buscábamos a nosotros mismos, y
creo que es cierto. Algún comentarista escribió que los libros eran su zona de
confort y buscaba en ellos algo próximo ideológicamente y se intuía el miedo a
salir de ella, de esa adscripción política que también supone la lectura. Uno
se siente toda su vida de izquierdas y la realidad, unida a la lectura de
libros históricos, de pensamiento o políticos lo van aproximando a una visión
más conservadora, el polo opuesto al llanto que me surgió cuando vi un
documental sobre la caída de Allende que hablaba de las amplias alamedas que se
abrirían un día para el pueblo. Uno cambia, uno percibe la vida y el devenir de
la historia de modos diferentes. Los héroes de antaño ya no son los de hogaño.
Todo muda de color. La necesidad de transformación brechtiana se trasmuta en
una visión más serena. Uno se aleja de escenarios dramáticos y revolucionarios
descubriendo en las personas normales esa capacidad de mantenimiento de las
cosas y halla en la historia del comunismo una impostura trágica. Esto es
demoledor porque yo fui comunista revolucionario que se emocionaba oyendo la
Internacional o todavía el himno soviético –el mismo que el de la actual Rusia
cambiada la letra-.
Nada
hay mas revelador que encontrar a alguien que a sus cuarenta años sostiene
que es exactamente idéntico a cuando tenía 16. Esto es lo que me dijo un exalumno
y que posteriormente sería diputado por la CUP en el Parlament de Cataluña. Esa
permanencia en las esencias significa algo admirable y patético. Respetable
pero absurdo. Si uno lee con curiosidad libros de historia –yo soy un apasionado
de ellos-, de pensamiento, de literatura, biografías, se va transformando porque percibe los
delirios de la historia que nos han traído a una horizontalidad absoluta cuando
percibimos también la necesidad de la verticalidad. Nos gusta que Pessoa esté a
nuestro mismo nivel en el Chiado en Lisboa, podernos hacer fotos con él, pero
eso no nos libera de ver que hay una distancia enorme entre él y nosotros, una
distancia vertical. Está bien que lo veamos al mismo nivel pero no lo está. Él
fue un ser humano como nosotros, pero algo lo hizo esencialmente diferente. No
era un revolucionario y él detestaba los movimientos de masas además de las
ideologías. Creo que participo de su escepticismo absoluto. Ya no quiero romper
los jarrones chinos ni incendiar las calles, no me emocionan las hogueras
destructoras ni las revoluciones, pero sigo, igual que a mis once años, estando con mis libros. En
eso no he cambiado. Todo ha mutado menos mi patria verdadera.
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miércoles, 13 de noviembre de 2019
El acto de leer
El acto de leer es una experiencia fascinante. Supone el encuentro de dos universos: el del que lee (o intenta leer) y el del escritor. Cada uno está condicionado por sus circunstancias. El lector tiene un estado de ánimo y una edad. Lee desde su presente, que es ahora. El escritor escribió en otro tiempo que fue presente pero ahora es pasado, y de alguna manera se proyectaba en el futuro cuando sería leído tiempo después. El texto escrito funciona como una especie de espejo en que el lector proyecta su mundo interior buscando alguna seña de identidad, alguna conexión. Necesitamos sentirnos reconocidos en ese mundo escrito y que nos diga algo sobre nosotros mismos. Cuando leemos nos buscamos a nosotros mismos. El diálogo principal no es sólo entre el lector y el escritor sino que plantea un diálogo en que el lector se desdobla y se observa a sí mismo. El lector quiere encontrarse. Para ello es necesaria cierta predisposición, unida a la experiencia de la soledad y al silencio interior, digo interior porque a veces no es imprescindible el silencio físico (yo suelo concentrarme profundamente en los bares, en los autobuses llenos de pasajeros que charlan). El mundo de lector se abre a otro mundo y lo encuentra en el subtexto que le reclama y le comunica deseos, fantasías, sueños, fracasos, angustias, sufrimiento, impotencia, miedo, tal vez felicidad…
El lector ha de estar en una actitud de escucha activa, de apertura al otro, para poderse sumir en el éxtasis que nos sustrae de la realidad donde estamos inmersos. Nos abrimos a lo extraño y en ello tenemos la posibilidad de formarnos y de transformarnos. La lectura nos cambia, es una suerte de iluminación de nuestro mundo interior. Dos extraños se encuentran y siguen siendo extraños pero no del todo. El otro viene a habitarme y yo lo recibo como un invitado que llega a mi casa. Abro mi mundo para que él lo habite, y me reencuentro paradójicamente conmigo mismo.
Para disfrutar de la experiencia-espejo de la lectura es necesaria la atención de modo prioritario. Pero la atención es una capacidad que se desarrolla. El ruido la perturba. Y el ruido son los pensamientos que nos asaltan vertiginosamente impidiendo sumirnos en ese universo mágico que es el texto. Éste debe atraernos poderosamente para que nos sintamos ligados magnéticamente a él. Debe decirnos algo que ya sabemos o intuimos, debemos sentirnos reconocidos. Por eso tantos lectores aman libros que les recuerdan la vida misma. Son tan reales que parecen verdad. O atraen historias que se convierten en símbolos inconscientes de nuestra psike. Así atraen de igual modo narraciones fantásticas de vampiros. El vampiro forma parte de nuestro inconsciente. Los adolescentes se sienten reflejados en esos seres ambiguos, que forman parte de un conjunto de personajes en transición, entre la sombra y la luz.
La literatura con mayúscula –y no meros artefactos de entretenimiento que fomentan la autosatisfacción- requiere de mundos lectores complejos, abiertos a la extrañeza… No quiero decir que sean mejores o peores. No se trata de eso, sino de capacidad de apertura ante el misterio. Como el texto es un espejo, sólo podrán penetrar en él aquellos que hayan participado de paisajes semejantes. Algunos escritores, no obstante, tienen un mundo tan abierto que permite ser habitado por muchos. Pienso en la poesía de Mario Benedetti, en la de Bécquer que proponen mis alumnos, en la de Pablo Neruda. Es un hito alcanzar la transparencia y ser capaz de comunicar poderosamente. Es una labor de genio y de síntesis literaria y existencial. La alcanzan pocos.
Los bestsellers, los libros juveniles que venden las editoriales a los adolescentes, no proponen experiencias complejas. Saben que el mundo imaginativo del lector de la sociedad de masas busca lo fácil, lo conocido, lo tópico… No plantean aventuras que lleven a la extrañeza. Se alimentan de lugares comunes, de fórmulas que aparentemente funcionan o se supone que lo hacen. Pero dicha fórmula es un misterio. Se publican centenares de títulos al año que se sumen en el olvido. Pocos libros superan la prueba de sobrevivir unos años en la lista de lecturas necesarias.
Cada uno buscamos algo diferente en lo que leemos. Depende de nuestro universo íntimo que es el que está buscando algo en que reconocerse y verse reflejado. Cuando esto se consigue, por azar, la luz que entra por la ventana nos ilumina el libro, pero también nuestro rostro resplandece por el encuentro que se ha producido. El libro nos está iluminando y nosotros ensimismados nos sumergimos en la lectura viéndonos allí presentes, dentro y fuera.
sábado, 9 de noviembre de 2019
Charly en las duchas de Auschwitz-Birkenau
Charly,
se llamaba así, ¿por qué esforzarnos en buscar un nombre más original para un
hombre tan del montón? Charly, digo, era un hombre común, un hombre vulgar,
sin atributos aunque no había leído a Robert Musil. Charly era un ser al que
una antigua novia había enjuiciado como un hombre-veleta, que giraba y daba
vueltas según le diera el viento. Un día, Charly leyó que los hombres que se
hacían preguntas eran más fuertes que los que no se las hacían, y esto le hizo
pensar porque él se hacía preguntas constantemente, pero no concordaba con la
imagen de supuesta fortaleza que se atribuía a los hombres dubitativos. Ya le
hubiera gustado a él tener algo de consistencia para resistir la vida. Era un
milagro que Charly sobreviviera y la explicación plausible es que se vive a
pesar de todo, no en función de los valores o aciertos del sujeto. La vida para
Charly era confusa y oscura, turbia y dolorosa, pero ni siquiera en esto era
original. Ya Pío Baroja había retratado a un antihéroe existencial en su novela
El árbol de la ciencia. Andrés
Hurtado era un antecedente suyo, mucho más sofisticado e inteligente, pero
también él consideraba la vida como esencialmente dolorosa.
Charly se levantaba cada mañana con el temor de iniciar un nuevo día. Hasta que no
hacía la cama parecía no quedarse tranquilo. Luego escribía en el ordenador sus
preguntas e incertezas en forma de diario, aunque no sabía para qué. Su vida
era afortunada en el aspecto económico pero en el lado vivencial era un fantasma,
un ser insano y maligno. Así se veía él. No solo era frágil y evanescente sino
que se veía como un personaje dañino para la vida y tantas veces había anhelado
la muerte… Y no era un problema de ir a un psiquiatra para que lo medicara, Ya
había ido y no había obtenido ningún resultado. Él era oscuro y siniestro de
raíz, en su propia conformación original. Estaba mal hecho.
Alguna
vez se soñó en un campo de exterminio nazi en un barracón de Auschwitz-Birkenau,
durmiendo sobre el suelo, devorado por las ratas. Y llegaba el día en que se
hacía una selección y él era
destinado a las duchas. Como esto lo imaginaba, no le sorprendía e incluso lo
veía como algo producto de la justicia poética. No lo lamentaba y además sería algo
breve. Solo tendría que quitarse sus harapos a rayas, quedarse desnudo, y pasar
a una sala con supuestas duchas. Él sabía que no eran duchas, pero sus
compañeros no. Creían que era una medida de higiene. Pero él no, sabía. Dejó su
último libro en las perchas en una bolsa de papel y entró en la sala. Sabía que luego lo incinerarían
en un horno crematorio. No lo consideraba impropio sino muy adecuado. Era una
forma rápida de morir. Charly entraba hasta con un gesto de orgullo y de
altivez, esa que no se permitía en su vida cotidiana. Asumía su destino
libremente, eso era algo mucho más de lo que podían hacer los pobres desdichados que habían
sido conducidos a Auschwitz sin saber adónde iban… Así que entraba desnudo y
contento. Solo serían unos minutos hasta que el Ziklon B hiciera efecto. Sufriría
ahogándose pero ¿acaso no era su sino de cada uno de los días? Entró y se
cerraron las puertas, todos estaban desnudos. Charlie pensó que había llegado
al final de su recorrido absurdo como langosta humana… Entonces sintió por
primera vez la idea de aquí y ahora. Este era el momento presente, no tenía ya
ninguna pregunta, solo aceptación de su destino, un amor fati, pese a todo.
Pero
Charly despertó un nuevo día, se vio en su cama, miró la hora y se dio cuenta
de que era un día más… Se levantó a escribir este sueño… No recordaba el libro
que había dejado antes de entrar en las duchas…
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martes, 1 de octubre de 2019
Los buenos y los malos tiempos
"Los malos
tiempos crean hombres fuertes. Los hombres fuertes crean buenos tiempos. Los
buenos tiempos crean hombres débiles. Y los hombres débiles crean malos
tiempos"
He encontrado esta
cita de Ibn Jaldún, filósofo musulmán del s.XIV y me ha parecido meridianamente
cierta, viendo en retrospectiva la historia de la democracia española en los
últimos cuarenta años. La reflexión me
vino durante la excelente película de Amenábar, Mientras dure la guerra,
centrada en la figura del pensador y escritor Miguel de Unamuno y su posición
ante el alzamiento nacional por parte de un sector del ejército contra la
república en la que vemos la profunda división de la sociedad española, que se
enfrentó a sangre y fuego en una cruenta guerra civil.
Pensé que el
resultado de la guerra fue una dictadura personal de 39 años de un militar
sinuoso y hábil que se impuso con astucia al resto de generales y demás
opciones políticas. Una terrible guerra y una dictadura fueron el resultado de
nuestras discordias republicanas.
Sin embargo, esa
oscura y cruel dictadura, los malos tiempos, creó hombres fuertes como
resistencia ante ella. Los movimientos políticos de lucha se extendieron por
todo el país, la solidaridad obrera se impuso en las diferentes regiones, los
intelectuales lideraron un fuerte movimiento de insurrección de ideas e
intuiciones artísticas, la poesía brilló y la dictadura no pudo impedir que fuera
creciendo la oposición a la misma en consonancia con las ideas democráticas que
dominaban en el resto de Europa occidental. Algunos sufrieron represión y pagaron con la
cárcel o con detenciones su implicación política. Nunca la prensa y los
semanarios de información han sido más populares y han servido como vehículo de
referencia a tantos lectores. Los grupos teatrales concienciados crearon
compañías independientes sin subvenciones y llevaron el teatro por todas partes
de España. Los años sesenta y setenta fueron años de florecimiento de
iniciativas, además de un despertar cultural y político. Se forjó una
generación de líderes políticos posibilistas que alcanzaron un alto nivel de inteligencia y sensatez
frente a la dictadura. Recuerdo aquellos nombres que me evocaban solidez y era claro el grado de unidad de las
distintas regiones de España frente al enemigo común. Cataluña y el País Vasco
lideraban esta resistencia activa y de ideas. Cataluña era profundamente
admirada por las conciencias más activas y por los jóvenes de los distintos
sitios de España. Nuestro país nunca ha brillado tanto como en estos años
anteriores a la muerte de Franco en cuanto a determinación y sensatez, además
de posibilismo para salir de la dictadura. Hasta el Partido Comunista apostó
por un pacto nacional entre los supervivientes del Régimen y la izquierda. Fue
una generación de hombres fuertes.
Se puede decir que
vinieron los buenos tiempos tras la fenomenal transformación que experimentó
España tras la Transición. España fue admirada en todo el mundo y sirvió de
referente a Nelson Mandela en su transición en Sudáfrica.
Los hombres
fuertes crearon buenos tiempos, pero los buenos tiempos crean hombres débiles,
como escribió Ibn Jaldún. Y hoy vemos una sociedad puerilizada y débil, una
clase política patética y minúscula a la hora de enfrentarse a grandes desafíos
políticos que tendrían solución con la presencia de estadistas fuertes y con
ideas. El Congreso parece la extensión de una guardería en que líderes adulescentes
juegan a la política de un modo suicida, sin cultura personal ni histórica, sin
experiencia política, expertos en demagogia y de una pobreza intelectual que
abruma. Por otra parte, estamos todos enfrentados unos con otros. Los líderes
catalanes juegan a aprendices de brujo ante una parte de su sociedad que más parece un parvulario
narcisista. Y el conjunto de la sociedad española adolece de una pobreza y una
debilidad que estremece. No somos capaces de encontrar soluciones políticas
porque no hay hombres (ni mujeres) fuertes, todos nos hemos hecho débiles y
lábiles. Además de tener pulsiones puramente caprichosas en que queremos todo
aquí y ahora. Nunca una sociedad ha estado tan inerme ante tan difíciles
desafíos ni tan falta de liderazgo. Solo han faltado las redes sociales para
terminar de enfrentarnos y dividirnos, además de puerilizarnos.
La dictadura fue
una experiencia terrible pero tuvo consecuencias positivas a la hora de crear
una sociedad civil fuerte y a unos líderes con carisma. La democracia,
paradójicamente, ha sacado lo peor de nosotros y ha forjado nuestra debilidad,
nuestras dudas, nuestros peores instintos y estamos todos enfrentados, sin
reconocer lo bueno de lo que tenemos porque nos parece miserable. Y así jugamos
a romper el invento, a nuevamente odiarnos y combatirnos unos a otros.
Auguro que estos
malos tiempos en manos de hombres débiles terminarán estallando. Y,
probablemente, nos vayamos al garete. Pero luego ¿qué pasará? No lo sé. No sé
si el ciclo vuelve a repetirse.
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