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sábado, 22 de febrero de 2020

Curiosidad, mucha curiosidad



Desde que yo recuerdo me veo en perspectiva pesimista, es lo que me sale de dentro, es como una forma de estar en el mundo alejada de la insensatez del optimismo que tanto se ha impuesto en nuestra cultura contemporánea, especialmente en el terreno de las ideas y del marketing. Hay, sin ir más lejos, una colección de agendas, en colores vistosos y tipografía llamativa, con frases positivas sobre que este es el viaje más maravilloso, de que cada día es un gran día, de que el camino es luminoso. Cuando veo a alguna de mis hijas con una agenda de estas, regalada por sus padrinos, me digo que no hay muchas ideas interesantes que provengan de mentes optimistas, que vean la vida como un sendero de luz que solo tenemos que encender para iluminar nuestro camino. El pesimismo reclama sus derechos y también habrían de comercializarse agendas menos reconfortantes. 

Pero la gracia no está en ser un personaje amargado y negativista que lo ve todo negro, eso tampoco me atrae. Cualquier sistema de pensamiento organizado lleno de dogmas y conceptos me repele. No soporto a los ideólogos negativistas que crean un corpus horrísono sobre la vida, como tampoco a los bobos positivistas que se encandilan con lo bonita que es. Miro mejor las cosas desde el escepticismo, partiendo de una conciencia oscura de nuestra propia vida. La vida es nefasta, de eso no me cabe duda. Hay muchos más momentos de displacer que de placer. Prácticamente nadie repetiría su vida de nuevo. Los momentos malos se nos quedan grabados especialmente, son la mayoría. Claro que hay personas que genéticamente están orientadas a la alegría. No tienen ningún mérito, es algo que no han elegido, pero tampoco volverían a repetir su vida del mismo modo que la han vivido.

Hay un pensamiento que siempre me ha intrigado: que a cada momento de placer le corresponde uno de dolor, que la vida es un equilibro de momentos buenos y momentos amargos. Y había una antigua superstición de evitar la felicidad para no atraer la infelicidad.

La lucidez es, además,  dolorosa, como cualquier avance en el propio pensamiento. las personas más lúcidas son más conscientes de los abismos en que nos encontramos. Las simas de la existencia. Lo mejor es no ser demasiado consciente, a los simples le son dados momentos de dicha que los más profundos no tienen. El conocimiento aporta dolor. Un buen libro al respecto es El árbol de la ciencia de Pío Baroja. 

Pero queda otra postura que me atrae: considerar filosóficamente el desastre que es la vida mediante el escepticismo que conduce a la serenidad. Mirar conscientes la realidad profunda de las cosas y ser capaces de hacerlo irónicamente, distanciados, hasta divertidos, viéndonos tan perdidos en una vida abocada al fracaso, que presentándosenos abiertamente, nos produce un ataque de risa que no podemos contener.  

Deploro el progreso y a los progresistas, la historia no avanza necesariamente hacia una mayor felicidad y consciencia. En el tiempo de mi niñez yo sentía que la gente era mucho más solidaria, los vecinos se apoyaban entre sí con una naturalidad que hoy desconocemos sino en los pueblos más pequeños –aun llenos de odios ancestrales-. Hay muchos valores del pasado que se han perdido. Hay quien piensa que cada vez somos más zafios y estúpidos, menos inteligentes por más tecnológicos que seamos.  La cultura contemporánea, difundida  por redes sociales, es una caricatura de lo que fue, por ejemplo,  el conocimiento en la Grecia clásica o el pensamiento latino. Marco Aurelio, el emperador menos emperador de todos, nos sigue iluminando. Han pasado muchos siglos desde él pero sus pensamientos son mucho más profundos que todo lo que vemos hoy día en un tiempo de superficialidad demente. Nuestro tiempo es pródigo en posibilidades pero esencialmente banal. Descreo en el mito del progreso, la humanidad es una estirpe proscrita que avanza hacia su disolución y tal vez su autodestrucción. Me gustaría tener la ironía necesaria para escribir esto con una divertida sonrisa. El ser humano produce risa además de compasión. Sin embargo, este pesimista que soy no deja de considerar la belleza de los amaneceres… y la buena literatura y el arte en general, así que cada día puede ser abordado con curiosidad, mucha curiosidad por ver cómo sigue la historia. 

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