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viernes, 21 de febrero de 2020

Cansancio y reflexiones


He decidido dedicar un día a la semana a las caminatas –los otros cuatro de la semana laboral- voy al Citilab de Cornellà a leer y escribir cinco horas cada día. Me fuerzo a madrugar y creo que es sano y conveniente. Los viernes es el día de las excursiones en solitario por los alrededores de Cornellà. Camino de veinte a treinta kilómetros, aunque a veces llego a cuarenta cuando me voy por la metafísica y telúrica sierra del Garraf a Sitges en jornadas de doce horas durante las que no encuentro a nadie en largos periodos. A veces pienso que si me torciera un tobillo lo pasaría francamente mal pues son caminos desusados por los que no pasa ni un alma.

Hoy la caminata ha sido gozosa por el día abierto, tibio y soleado que ha hecho. Iba sin gorra para recibir la vitamina D del sol. He disfrutado caminando por entre los campos de alcachofas del Prat de Llobregat. La mente me iba por libre dejando de lado los libros leídos estos días y concentrándome en la mañana, en mí mismo y en las anécdotas del trayecto como esos gatos que se me han cruzado y que me han mirado antes de salir corriendo. También los trinos de los gorriones. Caminaba a buen paso, era todo llano, luego llegarían los repechos en que uno ha de respirar por la boca para tomar abundante aire. En dos horas y media he llegado a lo alto de la ermita de Sant Ramon desde la que se divisa todo el Llobregat. Allí he comido un bocata de tortilla con unas olivas y una cocacola. Este bar, junto a la ermita, es un referente en lo alto del monte. He subido a él incluso en días de intensa lluvia protegido por una capelina gruesa. Me sentía radiante, alejado del pensamiento de Cioran que me ha impregnado estos días. Hoy todo era luz y sentimiento de las limitaciones del propio cuerpo que poco a poco va siendo poseído por el cansancio a medida que van subiendo los kilómetros. Hoy han sido veinticuatro en total. Los suficientes para terminar en un estado receptivo y lleno de posibilidades. El cansancio es sano. Peter Handke escribió un libro titulado Ensayo sobre el cansancio, que he leído un par de ocasiones y he dedicado posts a ello, en que resaltaba las cualidades creativas del cansancio. Cuando te cansas físicamente tu cuerpo genera hormonas de la felicidad, estás más predispuesto a la observación y levitas a pesar del dolor de las extremidades. En días como hoy no puedo leer los libros que tengo en la mesilla –leo generalmente con el iPad-, me invade, tras la comida, un sopor dulcísimo en el que me dejo llevar y me hundo en la inconsciencia relativa, respirando profundamente.

Durante la excursión he recibido un mensaje de correo de un bloguero amigo en que se hacía eco de mi posición sobre los comentarios en los blogs. Desde que no comento ni permito comentarios tengo más tiempo para leer blogs interesantes, prensa extranjera –que el iPad me traduce prodigiosamente con bastante exactitud-, literatura en general; sobre todo no pierdo el tiempo pensando en si llegan comentarios o no como si ello diera medida del valor de un blog. Y además se tiene mucha mayor libertad para plantear los posts como te dé la gana.

Hoy estoy solo en casa, toda la familia se ha ido a un sitio o a otro. Me gusta la soledad: viajo solo, hago caminatas solo, tengo pocos amigos… Cioran dice: Toda amistad es un drama oculto, una serie de heridas sutiles. Y estoy bastante de acuerdo. Pocas cosas son tan frágiles como la amistad. Hay gente que tiene cientos de amigos, pero yo no soy de estos. Me he ido acostumbrando a una soledad espiritual en que crezco hacia dentro en lugar de hacia fuera. Tengo en general pocas cosas que decir, hablo conmigo mismo, me amo o me detesto alternativamente. Me acompaña la literatura. Leer es hablar privilegiadamente con alguien, generalmente muy inteligente. Estos días de lectura intensa de Cioran he sentido que este libro, Del inconveniente de haber nacido, estaba escrito expresamente para mí. El grado de cercanía a lo que siento es increíble. Cioran detestaba a los hombres pero le interesaban los seres humanos. Me doy cuenta de que me pasa lo mismo.


lunes, 16 de septiembre de 2019

Vivir en el presente


La transformación es el estado continuo de la vida. Nada permanece, todo está en continuo estado de cambio y fluencia. Nada está fijo, y cuando algo parece que lo está, es que algo falla. Hay personas que se enorgullecen de ser idénticas a los cuarenta y tantos años a cómo eran a los dieciséis. Probablemente lo serán en su perspectiva cuando tengan sesenta, lo que es una evidencia de un enorme fracaso o una ridícula confusión. No se puede vivir sin transformarnos, cada instante, cada día, cada año, cada época. Sin embargo, hay a veces adolescentes o adulescentes que escriben en sus dedicatorias “no cambies nunca” como anhelo de búsqueda de la permanencia en la personalidad de un amigo. Querríamos que las cosas siguieran siendo iguales a una cierta etapa dorada de nuestra vida, y nos duele que no sea así. La vida y sus etapas son palmarias en este sentido. De niño a hombre, de hombre a anciano, de anciano a la nada… Pero este cambio trágico que se da en nuestras vidas es invisible a nuestra mirada, no lo percibimos de lo acostumbrado que estamos a vernos cada día en el espejo en el que van apareciendo pequeños cambios que se hacen evidentes al cabo de un tiempo en que no habíamos reparado en ellos. La transformación produce dolor, no es fácil asistir a esta deriva sin sentirnos acongojados, inquietos, angustiados… No hay nada fijo. Cambia nuestro físico pero también cambian nuestras ideas, nuestro modo de ver el mundo, de estar en él, de sentirnos, de contemplarnos, de contemplar a los demás, sean nuestros hijos o nuestra pareja o nuestros amigos… Todos estamos en cambio incesante. Es difícil asirse a algo que nos dé estabilidad. El gran problema de la vida es asumir los cambios propios y el de las personas que tenemos cerca… pero también asumir los cambios sociales, políticos, tecnológicos, filosóficos, ideológicos… Uno envejece cuando ya no es capaz de adaptarse a esta transformación existencial, histórica y social del universo, que late, se expande y se transforma segundo a segundo.

De ahí la extensión de los pensamientos que intentan vivir el presente en su íntimo latir en cada instante, como único y esencial, una especie de “metafísica del presente” para evitar la angustia del pasado o del futuro.  Ya que no podemos aferrarnos a nada firme, se plantea fluir con la vida, vivir el aquí y el ahora como fundamento existencial. Es el tema del budismo y ciertas religiones, además de la degradada autoayuda. Como si eso fuera posible solo con desearlo, como si pudiéramos aferrarnos decididamente a ese instante preciso y precioso del presente en su proceso de transformación. Pienso que nuestro modo de vida de hombres en la historia no está preparado para ello. Es una ficción pensar que podemos vivir de modo permanente en el presente. Estoy seguro de que el uso de drogas, el mismo alcohol, tienen como eje la angustia de esa transformación incesante y el anhelo de detener el tiempo y tal vez estas sustancias proveen a sus usuarios de una cierta ilusión de que eso es posible en una suerte de iluminación interior. No es el vicio lo que impulsa a los seres humanos a la drogadicción, no, es el afán de fijarnos ilusoriamente en el presente inmanente. Pero solo es un sueño porque “no somos capaces de presente, ni como pensantes ni como vivientes, ni en el sentido de que estuviéramos completamente en el ser, ni en el de que el ser estuviera completamente en nosotros. La presencia plena no representa por ahora una opción real para seres mortales”, según escribe Peter Sloterdijk en su libro ¿Qué sucedió en el siglo XX? La obra magna de Heidegger es Ser y Tiempo, una obra de enorme complejidad en que se anuda inexorablemente al Ser con el Tiempo, somos tiempo, esa es nuestra íntima entraña. Esa es nuestra dimensión trágica y que puede ser contemplada también con una mueca irónica y suscitarnos por lo absurdo que es todo, una enorme carcajada. La máscara de la comedia y de la tragedia son las dos caras del ser. Solo hace falta un pequeño cambio de perspectiva para convertir lo esencialmente trágico en demoledoramente cómico. No somos inmanentes, solo somos seres que juegan a creerse serios cuando no lo somos en absoluto. Toda la historia del arte y de la cultura tiene como eje esta constatación, la del cambio incesante y el sentimiento concomitante de que es ilusorio cualquier intento de trascendencia, así que en tal caso, lo único que queda es la risa. Afortunados los que ríen porque de ellos será el reino del presente… 



jueves, 6 de junio de 2019

¿Existe Dios?




¿Creo en Dios? Probablemente los que lean esto se sonreirán por la ingenuidad de la pregunta en un tiempo que parece indiscutible que los seres humanos no necesitan a Dios para nada y más de ciento cuarenta años que Nietzsche proclamara que Dios ha muerto. La sociedad en general, lo constato, es atea, no sé si en ideología pero sí en la praxis. Vivimos sin dios, intentando crear valores basados en consensos humanos que van variando a lo largo de la historia. Querría creer que nuestra filosofía es el humanismo, esa que pone al ser humano en el centro del mundo como expresó maravillosamente Pico della Mirandola en su Oratio de hominis dignitate. Pero el humanismo tiene sus puntos débiles al considerar que el ser humano es el centro exclusivo de la vida, del sistema, de la naturaleza, cuando dicho predominio absoluto significa la destrucción de bosques y selvas, de especies animales, de mares y océanos. La centralidad de la imagen humana no deja de ser problemática en el uso y abuso que estamos haciendo del planeta, de la naturaleza, de la vida animal. A veces parece que filosofías animistas que consideraban al ser humano como un elemento más de la cadena y no el eje de la misma parecerían más razonables, pero nuestra altivez y soberbia parece que no tiene camino de retorno al equilibrio con la naturaleza. En otras ocasiones se siente una tendencia a la vuelta a modelos religiosos anteriores a la etapa de los monoteísmos que comenzaron con el judaísmo, una época pagana en que existían multitud de dioses antropomórficos o integrados en la naturaleza. El monoteísmo es extremadamente sesgado pero se apropió de la deriva histórica de nuestro mundo. Lejos queda el budismo que no afirma ni niega la existencia de Dios porque no hay ninguna prueba para verificarla así como la de la vida después de la muerte. A mi parecer su punto de vista es harto razonable.

Dios ha sido una necesidad histórica de la humanidad. Todos nuestros pueblos en España y en Europa tienen un edificio singular que se alza hacia el cielo que es alguna iglesia. No se comprendería la historia de nuestro mundo sin esos templos que aportan una visión espiritual a nuestra vida social. ¿Dios ha muerto? ¿Por qué lo hemos sustituido? ¿Por el humanismo? ¿Por centros comerciales o estadios de fútbol o salas de conciertos? Pienso que la ausencia de Dios es también problemática. No hemos sabido con qué sustituirla y el sentimiento de vacío que viene de Dostoievski, Kierkegaard y el existencialismo no lo hemos llenado. Aparentemente Dios no es necesario para nada, pero su lugar vacío clama en la desolación del sentido de la vida y de la comprensión de la muerte. ¿Qué sentido tiene la vida humana abocada sin remisión a la decadencia y a la muerte? Cierto que no necesitamos a Dios para asumir ese destino trágico y doloroso del que evitamos hablar y se nota el terrible tabú ante la muerte a la que se pretende despojar de densidad para hacerla liviana e intrascendente.

Personalmente creo que el universo necesita una explicación que la ciencia es incapaz de dar. Se afirma que Dios ha sido creado por los seres humanos para alumbrar la oscuridad del sentido de la vida o de los desastres de la naturaleza. Dios ha sido inventado por los hombres y no Dios el que nos ha creado a nosotros como afirman las religiones. Lo considero, pero no acabo de cuadrar las piezas. El universo es de una textura y dimensión misteriosa y no comprendemos de él ni una diezbillonésima parte del mismo.

Pienso, como Einstein, en un dios –tal vez dioses- que crearon el mundo y el universo, que diseñaron la vida maravillosamente perfecta y armónica pero que luego se desentendieron de ello. Dios o dioses que están en algún lado pero no tenemos acceso a ellos, están en otra dimensión Los seres del universo –seamos los únicos o no, que no creo- estamos solos, no tenemos acceso a Dios, pero en alguna forma constituimos parte de un diseño enigmático. Dios no está detrás de nuestras desgracias o infortunios. El diálogo con Dios es imposible, probablemente una ilusión fantástica. Pero la deriva del universo forma parte de algún plan. Tal vez Dios nos esté soñando y solo seamos el fruto de su sueño, tal vez una conciencia superior, una raza posthumana nos tiene en esta dimensión planetaria formando parte de una simulación como empezamos a sospechar. Tal vez vivamos en un mundo de sombras proyectadas por las antorchas y estamos aherrojados y condenados a ver solo reflejos…

El ateísmo es poco divertido, no hay nada más árido que un ateo militante que niega misterio a la dimensión que conocemos y quiere reducirlo únicamente a leyes y lo poco que sabe la ciencia. Me resulta mucho más estimulante pensar que hay algo en el sentido del universo que desconocemos por completo, que la muerte puede que sea el final absoluto de un camino o un proceso de iluminación. Dicen que la religión es la mejor literatura inventada, pero podemos invertirlo y pensar que la literatura mejor es la que nos permite imaginar espacios o intuiciones que no han muerto. Probablemente no necesitamos a Dios para nada. Y, como yo creo, Dios está dormido o ajeno a nuestros dramas desde Kolimá a Auschwitz. Mi intuición me dice que de alguna manera nos necesita aunque viva lejos o ajeno a nosotros y no escuche nuestras oraciones. Dios está inacabado, formamos parte de un proceso cuyas claves no conocemos.


viernes, 13 de mayo de 2016

Hablando de sintaxis

                   

Nunca fui bueno en sintaxis en mi colegio ni brillé en la universidad en las asignaturas lingüísticas. Ya he dicho en otras ocasiones que mi pasión era la literatura. Tuve que analizar mucho en mi colegio donde el latín fue obligatorio tres cursos, y la sintaxis era fundamental. Mucho tiempo después me veo enseñando sintaxis a mis alumnos, la básica: estructura de la oración, clases de oraciones, tipos de complementos... Utilizo un recurso audiovisual muy interesante, el editor de análisis sintáctico EDAS. Hacemos análisis cada semana, salen a la pizarra digital y analizan oraciones sencillas simples y compuestas. Los temas los he expuesto mediante vídeos de la Flipped Classroom. Creo que soy didáctico y ameno. Busco ser práctico, creo que no lo hago del todo mal ... pero no consigo que mis alumnos aprendan las nociones básicas de sintaxis, a veces algo tan simple como reconocer el sujeto y el predicado. Ya no digamos el Complemento Directo, Indirecto, Circunstancial, Predicativo, Agente... Haga lo que haga parece inútil. Hay algunos que directamente entregan el examen en blanco. Hemos analizado más de ciento cincuenta oraciones en clase. No han captado nada. Otros confunden totalmente los conceptos y no se aclaran para nada. Es como si estuviera intentando introducirles en el chino. Hay muy pocos que alcancen cierta fluidez en el análisis de oraciones sumamente sencillas.

Comento el tema con mis compañeros de departamento y coinciden conmigo en esa sensación de fracaso desmoralizadora. Una de mis compañeras lleva con sus alumnos desde primero de ESO y ahora en cuarto siguen sin saber nada la mayoría. Ignoran qué es un verbo transitivo aunque ella lo ha explicado repetidamente. Otra compañera asume esa realidad, pero estima que se da por satisfecha si alguno lo capta. Tal vez sea demasiado pronto, y lo irán asimilando cuando lleguen a bachillerato. Yo sé que he de prepararles para el siguiente curso (cuarto) y para el bachillerato los que pasen. No es posible una elección mía en que me diga que no lo voy a abordar porque luego se me pedirían explicaciones de por qué no lo he hecho. O aunque no se me pidieran, yo sentiría que no lo había hecho bien. Lo cierto es que siempre que he intentado plantear la sintaxis básica no he obtenido resultados que pasaran de la sensación de desastre generalizado.

La lengua es un mecanismo articulado, pero analizar las piezas que lo componen parece extremadamente difícil. Yo recuerdo las dificultades que tenía cuando lo sufría a los doce y trece años. Puedo comprenderlos. No son chavales que estudien. Fuera de la clase es un hábito que no se da. Tareas sí, pero estudio, no. Mis compañeros de departamento anhelan volver al libro de texto de papel, frente al uso de ordenadores y libros digitales que utilizan ahora. Yo soy un firme partidario del ordenador como instrumento prodigioso y creo mis propios materiales no utilizando el libro digital. En cierta manera me he inspirado en las pedagogías avanzadas que he conocido en internet donde he debatido abundantemente durante más de once años. Mi blog me ha permitido conocer enfoques novedosos aunque no he asistido a jornadas tipo EABE, NOVADORS, TELEFÓNICA...

Supongo que la pregunta es qué deberían saber estos muchachos al acabar la ESO. En mi departamento se da mucha importancia a la morfología y la sintaxis. Yo lo asumo aunque tenga mis reparos al respecto. Pienso que para ellos será mucho más relevante el escribir una novela, uno de los proyectos del año, que todo el análisis gramatical que hemos hecho. Solo en la práctica se puede aprender. No se trata solo de explicarles cómo se escribe una novela corta sino de animarles a hacerlo. El desafío es mayúsculo. Ahí sí que hay que utilizar todos los resortes de la lengua. Aunque desconozcan que lo que están utilizando son verbos copulativos, perífrasis verbales, complementos predicativos... Se enfrentan a sus registros léxicos más o menos precarios, a las técnicas narrativas, a la lógica del relato, a la relación con obras literarias que han conocido, a la coherencia textual, al dominio de la ortografía...

Ser profesor de lengua ha sido una salida que jamás hubiera imaginado cuando tenía trece o catorce años y sudaba con las oraciones subordinadas de complemento directo o de sujeto. Si me lo hubieran dicho entonces, no lo habría creído en absoluto. Supongo que todo es un problema de madurez. La morfología y la sintaxis se van adquiriendo intuitivamente hasta el momento en que uno es capaz de razonar y comprender los mecanismos de la lengua.

Pero no he de negar que mi sensación cuando corregía los exámenes era de desolación. Voy a tener a sensacionales novelistas pero a desastrosos analizadores sintácticos. El problema es común por lo que veo y tiene algo de conexión con las dificultades que tienen con las matemáticas, es decir, el aprendizaje de un lenguaje lógico minucioso y analítico. En mi experiencia este año, he de decir que solo un muchacho de 54 es un crack sintáctico. Y el nivel de fracaso es altísimo.

Hay que decir que un profesor sufre problemas de autoestima cuando ve esto y no lo comprende. Hay países cuyos habitantes son muy hábiles para las matemáticas. Por ejemplo, la India. Su sistema de pensamiento los hace formidables para la informática, la abstracción y las matemáticas. En España no somos hábiles con las matemáticas a tenor de lo que yo conozco. Y en mi barrio, desde luego, tampoco con el análisis sintáctico.


¿En qué nos estamos equivocando?

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