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viernes, 10 de abril de 2020

La necesidad de gustar


“La mayoría de las personas de una cierta edad probablemente lo notaron al sumarse a su primera organización. Facebook animaba a sus usuarios a que les «gustaran» las cosas y, como es la plataforma donde se presentaron por primera vez en la web social, su impulso fue el de seguir el dictado de Facebook y ofrecer un retrato idealizado de su persona, de un ser más agradable, amistoso, más aburrido. Fue entonces cuando nacieron la pareja de gemelos «gustar» e «identificarse», que, juntos, comenzaron a reducirnos a todos, en última instancia, a una naranja mecánica castrada, esclavizados por una nueva versión corporativa del statu quo. Para ser aceptados teníamos que acatar un código moral optimista conforme al cual todo tenía que gustar y debía respetarse la voz de todo el mundo y cualquiera que sostuviera opiniones negativas o impopulares que no se considerasen inclusivas—en otras palabras, un simple «no me gusta»—sería expulsado de la conversación y avergonzado sin piedad. A menudo se arrojaban dosis absurdas de invectivas contra el supuesto trol, hasta el extremo de que, en comparación, la «ofensa», «transgresión», «burla insensible» o «idea» original parecía insignificante. En la nueva era digital del Postimperio estamos acostumbrados a puntuar programas de televisión, restaurantes, videojuegos, libros, incluso médicos, y mayoritariamente hacemos valoraciones positivas porque nadie quiere parecer un hater. E incluso aunque no lo seas, es el calificativo que te colgarán si te apartas del rebaño.”

— Blanco por Bret Easton Ellis
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domingo, 8 de marzo de 2020

Presentación de Horacio



YO: Horacio, bienvenido a este espacio en plena decadencia y declive. Tú eres un alter ego que descubrí en un viaje hace veintinueve años en el Portugal de Pessoa. ¿Puedes decirme por qué este blog tiene cada vez menos visitas?

HORACIO: Tu ingenuidad me abruma, amigo Joselu. Has ideado un blog a golpe de citas y de improvisaciones que no interesan a nadie. ¿A quién puede atraerle que oyeras un ruiseñor de madrugada? ¿A quién puede interesarle la amargura? Es un sentimiento que no vende. Además, cada vez eres más inactual. No hablas del momento en que estamos, has perdido el norte. Asimismo, tu idea de suprimir los comentarios es nefasta. Muchos visitantes, como haces tú, leen los comentarios antes que el propio post. Son lo más valioso de un blog. Un blog sin comentarios es abiertamente presuntuoso. Eso lo pueden hacer algunos gurús del mundo bloguero, pero no tú en estos momentos.

YO: He querido construir un espacio que de modo referencial fuera levantando un personaje que fuera interesante para los lectores. Ciertamente que no escribo versos en los cubos de basura como Neorrabioso, ni me travisto como él, ni publico aforismos feministas y que denuncien el patriotismo. Me faltan elementos exóticos que hagan de este espacio algo por lo menos cínico.

HORACIO: Pienso que eres un coñazo que buscas asuntos como la autoconciencia y la trascendencia. Todo muy etéreo y pesado. Te falta mordiente que te sirva para morder con gracia al lector. A los lectores les gusta que les muerdan y no que les den jabón. Es preferible un blog intempestivo e incordiante que un blog bienintencionado que no aporta nada. Yo desde luego no te leo.

YO: Eres un hijo de tal, te he traído aquí para que me promociones, no para que me hundas. Además, te equivocas porque el asunto del ruiseñor nocturno tras una dosis de sexo salvaje tuvo su qué…

HORACIO: Lo del sexo nocturno no lo habías contado…

YO: Hay tantas cosas que quedan entrelíneas…, pedazo de mandril en celo. Creo que no te volveré a traer a mi blog por más alter ego que seas mío.

HORACIO: La dualidad es la base… de muchos acontecimientos afortunados, pero tú, Joselu, eres tan insípido como una sopa Minestrone de Gallina Blanca.

YO: Vete a tomar viento fresco.

HORACIO: Y no hemos celebrado el día de la mujer.

YO: ¿Te has vuelto feminista?

HORACIO: Por prudencia, lo soy, claro que sí.

YO: Terminemos esta noche, nuestros lectores seguro que lo agradecerán.

HORACIO: Lo que creo es que les hubiera gustado que te siguiera dando por culo, pedazo de petulante sin sentido.

YO: Te odio.

lunes, 16 de septiembre de 2019

Vivir en el presente


La transformación es el estado continuo de la vida. Nada permanece, todo está en continuo estado de cambio y fluencia. Nada está fijo, y cuando algo parece que lo está, es que algo falla. Hay personas que se enorgullecen de ser idénticas a los cuarenta y tantos años a cómo eran a los dieciséis. Probablemente lo serán en su perspectiva cuando tengan sesenta, lo que es una evidencia de un enorme fracaso o una ridícula confusión. No se puede vivir sin transformarnos, cada instante, cada día, cada año, cada época. Sin embargo, hay a veces adolescentes o adulescentes que escriben en sus dedicatorias “no cambies nunca” como anhelo de búsqueda de la permanencia en la personalidad de un amigo. Querríamos que las cosas siguieran siendo iguales a una cierta etapa dorada de nuestra vida, y nos duele que no sea así. La vida y sus etapas son palmarias en este sentido. De niño a hombre, de hombre a anciano, de anciano a la nada… Pero este cambio trágico que se da en nuestras vidas es invisible a nuestra mirada, no lo percibimos de lo acostumbrado que estamos a vernos cada día en el espejo en el que van apareciendo pequeños cambios que se hacen evidentes al cabo de un tiempo en que no habíamos reparado en ellos. La transformación produce dolor, no es fácil asistir a esta deriva sin sentirnos acongojados, inquietos, angustiados… No hay nada fijo. Cambia nuestro físico pero también cambian nuestras ideas, nuestro modo de ver el mundo, de estar en él, de sentirnos, de contemplarnos, de contemplar a los demás, sean nuestros hijos o nuestra pareja o nuestros amigos… Todos estamos en cambio incesante. Es difícil asirse a algo que nos dé estabilidad. El gran problema de la vida es asumir los cambios propios y el de las personas que tenemos cerca… pero también asumir los cambios sociales, políticos, tecnológicos, filosóficos, ideológicos… Uno envejece cuando ya no es capaz de adaptarse a esta transformación existencial, histórica y social del universo, que late, se expande y se transforma segundo a segundo.

De ahí la extensión de los pensamientos que intentan vivir el presente en su íntimo latir en cada instante, como único y esencial, una especie de “metafísica del presente” para evitar la angustia del pasado o del futuro.  Ya que no podemos aferrarnos a nada firme, se plantea fluir con la vida, vivir el aquí y el ahora como fundamento existencial. Es el tema del budismo y ciertas religiones, además de la degradada autoayuda. Como si eso fuera posible solo con desearlo, como si pudiéramos aferrarnos decididamente a ese instante preciso y precioso del presente en su proceso de transformación. Pienso que nuestro modo de vida de hombres en la historia no está preparado para ello. Es una ficción pensar que podemos vivir de modo permanente en el presente. Estoy seguro de que el uso de drogas, el mismo alcohol, tienen como eje la angustia de esa transformación incesante y el anhelo de detener el tiempo y tal vez estas sustancias proveen a sus usuarios de una cierta ilusión de que eso es posible en una suerte de iluminación interior. No es el vicio lo que impulsa a los seres humanos a la drogadicción, no, es el afán de fijarnos ilusoriamente en el presente inmanente. Pero solo es un sueño porque “no somos capaces de presente, ni como pensantes ni como vivientes, ni en el sentido de que estuviéramos completamente en el ser, ni en el de que el ser estuviera completamente en nosotros. La presencia plena no representa por ahora una opción real para seres mortales”, según escribe Peter Sloterdijk en su libro ¿Qué sucedió en el siglo XX? La obra magna de Heidegger es Ser y Tiempo, una obra de enorme complejidad en que se anuda inexorablemente al Ser con el Tiempo, somos tiempo, esa es nuestra íntima entraña. Esa es nuestra dimensión trágica y que puede ser contemplada también con una mueca irónica y suscitarnos por lo absurdo que es todo, una enorme carcajada. La máscara de la comedia y de la tragedia son las dos caras del ser. Solo hace falta un pequeño cambio de perspectiva para convertir lo esencialmente trágico en demoledoramente cómico. No somos inmanentes, solo somos seres que juegan a creerse serios cuando no lo somos en absoluto. Toda la historia del arte y de la cultura tiene como eje esta constatación, la del cambio incesante y el sentimiento concomitante de que es ilusorio cualquier intento de trascendencia, así que en tal caso, lo único que queda es la risa. Afortunados los que ríen porque de ellos será el reino del presente… 



jueves, 6 de junio de 2019

¿Existe Dios?




¿Creo en Dios? Probablemente los que lean esto se sonreirán por la ingenuidad de la pregunta en un tiempo que parece indiscutible que los seres humanos no necesitan a Dios para nada y más de ciento cuarenta años que Nietzsche proclamara que Dios ha muerto. La sociedad en general, lo constato, es atea, no sé si en ideología pero sí en la praxis. Vivimos sin dios, intentando crear valores basados en consensos humanos que van variando a lo largo de la historia. Querría creer que nuestra filosofía es el humanismo, esa que pone al ser humano en el centro del mundo como expresó maravillosamente Pico della Mirandola en su Oratio de hominis dignitate. Pero el humanismo tiene sus puntos débiles al considerar que el ser humano es el centro exclusivo de la vida, del sistema, de la naturaleza, cuando dicho predominio absoluto significa la destrucción de bosques y selvas, de especies animales, de mares y océanos. La centralidad de la imagen humana no deja de ser problemática en el uso y abuso que estamos haciendo del planeta, de la naturaleza, de la vida animal. A veces parece que filosofías animistas que consideraban al ser humano como un elemento más de la cadena y no el eje de la misma parecerían más razonables, pero nuestra altivez y soberbia parece que no tiene camino de retorno al equilibrio con la naturaleza. En otras ocasiones se siente una tendencia a la vuelta a modelos religiosos anteriores a la etapa de los monoteísmos que comenzaron con el judaísmo, una época pagana en que existían multitud de dioses antropomórficos o integrados en la naturaleza. El monoteísmo es extremadamente sesgado pero se apropió de la deriva histórica de nuestro mundo. Lejos queda el budismo que no afirma ni niega la existencia de Dios porque no hay ninguna prueba para verificarla así como la de la vida después de la muerte. A mi parecer su punto de vista es harto razonable.

Dios ha sido una necesidad histórica de la humanidad. Todos nuestros pueblos en España y en Europa tienen un edificio singular que se alza hacia el cielo que es alguna iglesia. No se comprendería la historia de nuestro mundo sin esos templos que aportan una visión espiritual a nuestra vida social. ¿Dios ha muerto? ¿Por qué lo hemos sustituido? ¿Por el humanismo? ¿Por centros comerciales o estadios de fútbol o salas de conciertos? Pienso que la ausencia de Dios es también problemática. No hemos sabido con qué sustituirla y el sentimiento de vacío que viene de Dostoievski, Kierkegaard y el existencialismo no lo hemos llenado. Aparentemente Dios no es necesario para nada, pero su lugar vacío clama en la desolación del sentido de la vida y de la comprensión de la muerte. ¿Qué sentido tiene la vida humana abocada sin remisión a la decadencia y a la muerte? Cierto que no necesitamos a Dios para asumir ese destino trágico y doloroso del que evitamos hablar y se nota el terrible tabú ante la muerte a la que se pretende despojar de densidad para hacerla liviana e intrascendente.

Personalmente creo que el universo necesita una explicación que la ciencia es incapaz de dar. Se afirma que Dios ha sido creado por los seres humanos para alumbrar la oscuridad del sentido de la vida o de los desastres de la naturaleza. Dios ha sido inventado por los hombres y no Dios el que nos ha creado a nosotros como afirman las religiones. Lo considero, pero no acabo de cuadrar las piezas. El universo es de una textura y dimensión misteriosa y no comprendemos de él ni una diezbillonésima parte del mismo.

Pienso, como Einstein, en un dios –tal vez dioses- que crearon el mundo y el universo, que diseñaron la vida maravillosamente perfecta y armónica pero que luego se desentendieron de ello. Dios o dioses que están en algún lado pero no tenemos acceso a ellos, están en otra dimensión Los seres del universo –seamos los únicos o no, que no creo- estamos solos, no tenemos acceso a Dios, pero en alguna forma constituimos parte de un diseño enigmático. Dios no está detrás de nuestras desgracias o infortunios. El diálogo con Dios es imposible, probablemente una ilusión fantástica. Pero la deriva del universo forma parte de algún plan. Tal vez Dios nos esté soñando y solo seamos el fruto de su sueño, tal vez una conciencia superior, una raza posthumana nos tiene en esta dimensión planetaria formando parte de una simulación como empezamos a sospechar. Tal vez vivamos en un mundo de sombras proyectadas por las antorchas y estamos aherrojados y condenados a ver solo reflejos…

El ateísmo es poco divertido, no hay nada más árido que un ateo militante que niega misterio a la dimensión que conocemos y quiere reducirlo únicamente a leyes y lo poco que sabe la ciencia. Me resulta mucho más estimulante pensar que hay algo en el sentido del universo que desconocemos por completo, que la muerte puede que sea el final absoluto de un camino o un proceso de iluminación. Dicen que la religión es la mejor literatura inventada, pero podemos invertirlo y pensar que la literatura mejor es la que nos permite imaginar espacios o intuiciones que no han muerto. Probablemente no necesitamos a Dios para nada. Y, como yo creo, Dios está dormido o ajeno a nuestros dramas desde Kolimá a Auschwitz. Mi intuición me dice que de alguna manera nos necesita aunque viva lejos o ajeno a nosotros y no escuche nuestras oraciones. Dios está inacabado, formamos parte de un proceso cuyas claves no conocemos.


viernes, 31 de mayo de 2019

A la búsqueda de una nueva red social universal




He leído en una entrevista que solo las fondues han envejecido peor que los blogs. Yo he vivido el mundo bloguero desde octubre de 2005 cuando apareció Profesor en la secundaria y he llegado hasta ahora, tras año y medio sin publicar en que he vuelto para ser consciente de la realidad de este mundo abocado a la desaparición, sustituido por otras redes sociales menos explicativas y disertativas o simplemente nada. Es como si se hubiera perdido el ansia de intercambio ideológico, ese furor que invadió internet, cuando era una novedad, en la primera década del siglo o en los primeros años de la segunda década. Había hambre de ideas, de intercambio de argumentos y pareceres. Todo eso ha desaparecido y los blogs que subsisten, que son pocos comparado con entonces, son o bien minoritarios o mayoritarios pero sin mucho espíritu crítico. Las ganas de debatir han pasado o son bien marginales reducidas a un pequeño grupo de incondicionales.

En la decadencia y muerte de los blogs hay la manifestación de un proceso de desgaste de la palabra como elemento de comunicación. Actualmente, la red que triunfa es Instagram donde no hay palabras, solo imágenes, memes o vídeos… En un momento se pensó que Internet sería la gran revolución que continuaría la de la invención de la imprenta por el intercambio y el trabajo en red que suponía. Yo me di cuenta en seguida que mis alumnos, hacia el año 2008 o así, no tenían los blogs como herramientas que los representaran. Les propuse crear blogs pero la mayoría desaparecieron en cuestión de pocas semanas, dejaron de renovarse en seguida. No era un lenguaje para los teenagers, eso sin duda. Demasiado bla bla bla. Pocos años después aparecieron las redes que los representaban como Snapchat y, por fin, Instagram.

No hay nada que lamentar. Las herramientas tecnológicas nacen, crecen y mueren. Los blogs son para gente mayor no para los jóvenes e incluso aquellos se han cansado de exponer argumentos para intentar persuadir a los otros. Sin embargo, esto es un proceso que tiene sus implicaciones políticas, creo yo. Todos nos hemos acostumbrado a publicar en redes sociales en que se limita la participación a los que son o piensan como nosotros. Se elimina a los disidentes bloqueándolos. Facebook o Twitter son artilugios en que solo aparecen las personas de nuestro club ideológico, lo que nos hace creer en la universalidad de nuestra doctrina. Yo decidí darme de baja de todas las redes sociales hace más de un año a pesar de ser usuario desde los comienzos de las mismas. Eran demasiado sesgadas, no se soportaban las voces disidentes, solo se buscaba la aquiescencia y la unanimidad. Y eso no me gusta.

Ahora solo quedan, como he dicho, imágenes y redes que funcionan creando fake news para alimentar los odios y resquemores de los usuarios. Internet ha perdido el carácter de lugar de encuentro y de intercambio universal.

En el adelgazamiento de la palabra, en su reducción a la mínima expresión, ha coadyuvado la deriva de la sociedad. En este momento somos así. Estamos en un momento de espera. Todas las redes sociales han envejecido, hay un hueco enorme para sustituir a Facebook, Twitter o Instagram, ya no digamos a los blogs que son verdadero paleolítico. Supongo que en eso están trabajando mentes brillantísimas desde Silicon Valley a Shangái. Todavía falta nacer la red que sea la que represente mayoritariamente a los jóvenes y personas de mediana edad de los años veinte del siglo XXI. ¿Cuál será?

¿Y mi blog? Carne del pasado, pesado artilugio de ideas y palabras que no tiene ya mayor utilidad que la de distraer al usuario que no sabe si despedirse o ponerse a pensar en una red nueva sin palabras, más allá de las imágenes, mezcla de realidad virtual y aumentada que necesita la tecnología 5G. ¿Acaso todo está ya inventado? No creo. Pero ¿acaso no seremos ya viejos para entenderlo?


Selección de entradas en el blog