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miércoles, 13 de enero de 2021

martes, 31 de marzo de 2020

La bolsa o la vida


Una entrevista que me ha hecho pensar es la realizada a Philip Thomas, profesor de gestión de riesgos en la universidad de Bristol. En ella advierte del grave riesgo de paralizar drásticamente la economía mediante la asunción de políticas radicales de confinamiento que pueden terminar llevando a los países a una caída del Producto Interior Bruto de más de 15 puntos como se prevé ahora. La detención de la economía para fomentar el confinamiento puede ser no plan para quince días, o un mes, sino que puede ser de varios meses. De hecho, hasta que exista la vacuna eficaz y pueda ser comercializada no habrá una solución. El encierro puede ser de seis meses por lo menos. El desarrollo de una pandemia es errático e imprevisible. La de 1918-1919 tuvo no una sino tres fases a lo largo de dos años. A un brote, el de primavera de 1918, siguieron meses de contención y de aparente remisión, para volver en el otoño con un brote mucho más peligroso y mortífero. Se fue y volvió de nuevo en 1919. Por cierto, dicha pandemia afectaba a personas de entre veinte y cuarenta años en plena capacidad productiva, además de mujeres embarazadas o puerperales. Más a hombres que a mujeres pero esto varió según los sitios. El efecto sobre la economía fue en tal caso más medular porque afectaba a la fuerza de trabajo.


Nos enfrentamos a una clara incertidumbre. El gobierno decreta diez o quince días de confinamiento total para intentar aplanar la curva. Para ello, paralizamos la economía salvo sectores imprescindibles. ¿Se está seguro de que en diez días podremos salir del confinamiento o este se prolongará un tiempo indefinido sin visos de finalización con toda la economía detenida? Philip Thomas en su entrevista que he enlazado arriba vaticina que el coste social en términos de PIB será más letal que la propia epidemia puesto que significará un descenso generalizado en las prestaciones sociales y sanitarias por falta de presupuesto. Para España, el coste de detener toda la maquinaria industrial y de servicios será gravísimamente peligrosa. En realidad, hacemos lo que hace todo el mundo, lo que en China ha dado resultado por lo que parece, siempre que no se reintroduzca el virus en otra fase o, por reinfección externa, de ahí la xenofobia que se ha desarrollado frente a los extranjeros que podrían reintroducir el virus.

Philip Thomas sostiene que él no puede dar una solución sobre qué hacer, que comprende lo que se está haciendo pero también piensa que puede ser peor el remedio que la enfermedad. En todo caso, opina que no es bueno paralizar completamente un país porque traerá costes inasumibles e igualmente letales. 

Tras los tres brotes pandémicos de 1918-1919, la economía se resintió gravemente por la muerte de millones de jóvenes en la guerra y en la posterior pandemia, pero Estados Unidos reaccionó como motor de la economía mundial arrastrando a Europa, no así a España, a los llamados felices años veinte, hasta que el calentamiento de la bolsa llevó al crash del 29.

¿Puede ser Estados Unidos ahora motor de la reacción tras el virus? ¿O lo será China?

Al terrible dilema de si conviene paralizar la economía para detener el virus, alguien ha calificado como el viejo juego de la bolsa o la vida.

miércoles, 25 de marzo de 2020

Nuestro estilo de vida


Una entrevista a Pedro Jordano en El Cultural me ha confirmado lo que en cierta manera ya intuía. La aparición del Covid-19 está íntimamente relacionada con la acción humana sobre la naturaleza. Recomiendo la lectura de esta entrevista que he enlazado, no hay más que añadir si se lee. Pedro Jordano (Córdoba, 1957) es ecólogo e investigador del CSIC y premio BBVA de Fronteras del conocimiento de Ecología y conservación de la naturaleza. 

Estas son mis reflexiones a propósito de esta entrevista: 

No es desconocida la advertencia de que el ser humano está transformando el mundo y produciendo alteraciones profundas en los ecosistemas climáticos y naturales. Somos casi ocho mil millones de personas en el planeta y la acción humana está devastando, para satisfacer las demandas de consumo del primer mundo, los recursos naturales. Los países emergentes quieren también su parte en el pastel planetario y eso hace que la naturaleza sufra nuestros embates de infinidad de formas empezando por el cambio climático, la deforestación, la alteración de hábitats naturales, sobrepoblación de áreas silvestres, avance de zonas urbanas en zonas salvajes... Ello favorece los saltos de especies silvestres a humanos. Se cree que el Covid-19 procede de una zoonosis o lo que es lo mismo, el salto de patógenos de especies animales a los seres humanos, como ha sido en otros procesos semejantes pero que no han tenido la misma virulencia como el SIDA, Ébola, SARS, West Nile, la enfermedad de Lyne, Hendra, Nipah, etc... 

Nuestro bienestar y riqueza no es gratis y lo vemos ahora con esta infección patógena que puede ser comparable a otros efectos como las migraciones humanas del sur al norte, efectos ciclónicos, grandes incendios devastadores, fusión de los polos, devastación de las selvas tropicales para plantar productos que ansiamos en el primer mundo como los aguacates o los biocombustibles, la destrucción de los océanos... Estamos alterando nuestra relación con la naturaleza de un modo destructivo y no comprendemos dicha interacción. Hay miles de virus que desconocemos. Cuando salta uno tan contagioso como el que estamos a los seres humanos, unido a la velocidad de propagación en un mundo hiperconectado por infinidad de conexiones aéreas... estamos ante una situación de emergencia planetaria. 

Estamos alterando la biodiversidad de ecosistemas naturales y se derrumban barreras para la expansión de patógenos. 

Es nuestro estilo de vida lo que está transformando el planeta. Si algo bueno tiene esta catástrofe zoogénica es que supondrá en buena medida un parón ecológico durante un tiempo. Es una advertencia que hemos de tener en cuenta. Vamos a sufrir como consecuencia de un colapso económico, pero es hora de hablar de nuestro estilo de vida depredador. Sé que es un tema muy complejo pero ahora tenemos una muestra de sus efectos. 

Sería un error irreparable ansiar que simplemente todo volviera a lo mismo que era antes del Covid-19. Aprendamos. 

sábado, 15 de febrero de 2020

Nueva etapa en el blog


Los lectores de este blog habrán visto que hace más de dos meses que no publico. Ha sido un tiempo de reorganización mental para decidir qué quería hacer con el blog. No ha sido un tiempo pasivo. Los que hayan visitado el blog y hayan prestado atención, habrán observado el enriquecimiento del blogroll con docenas y docenas de blogs relacionados con la crítica literaria -la mayoría-, la filosofía y la ciencia ficción, además de enlazar algunos medios británicos. El blog está más vivo que nunca. Dedicó bastante tiempo a leer las nuevas aportaciones que van apareciendo en los blogs enlazados. Pero no publico y no comento en blogs amigos como hacía hasta hace poco. Me he convertido en observador de la calidad en el mundo de la blogosfera, obviando el tema de los comentarios. Ni comento en general ni voy a abrir mi blog a los comentarios a partir de ahora. Pienso que los comentarios no dan una idea de la vida que tiene un blog, o lo hacen parcialmente. Hay blogs con amplia difusión y autoridad que no permiten comentarios o no los reciben. Quiero ser observador esencialmente, pero a partir de ahora publicaré metódicamente ideas que surjan de mis lecturas sin la espera de que lleguen los comentarios. A veces publicaré varias veces al día o dejaré pasar días sin hacerlo. Depende. Si alguien tuviera mucho deseo de hablar conmigo, en mi perfil aparece mi correo electrónico y desde allí contestaré encantado. 

Esta es una nueva etapa de un blog que comenzó siendo pedagógico y que va derivando a la literatura, el pensamiento y la reflexión sobre ideas que me vayan surgiendo. Todavía voy indagando sobre quién soy yo y mi lugar en el mundo. No hay nada que me repela más que alguien diga "a mi edad ya no tengo que justificarme". "A mi edad..." Dedico una parte importante de mi vida a la lectura. Hablaré de ello, sin intentar hacer crítica literaria. Hago caminatas en solitario, y ellas me producen importantes sensaciones. Hablaré de ello. Leo muchos blogs y sus ideas me enriquecen. Hablaré de ello. Todo más anárquico pero sin comentarios lo que no quiere decir que no tenga gran interés en vuestra presencia. Escribo para mí pero esencialmente para ser leído. Veremos qué pasa. 

domingo, 17 de noviembre de 2019

Mi primera patria fueron los libros



Empecé a devorar tebeos a los cuatro años  y así seguí hasta que a los diez descubrí los libros y ya no me pude alejar jamás de ellos hasta ahora. Nunca sentí la ligazón con una tierra física, con sus tradiciones, con su equipo de fútbol, con sus vírgenes, con su folklore, con sus montañas… Apenas salía de la ciudad –Zaragoza- y no me sentí demasiado identificado con ella, aunque nací cerca del río Ebro y El Pilar con sus palomas revoloteantes. Nunca sentí adscripción por una patria corpórea pero sí que me sentí profundamente ligado a los libros, ellos fueron mi hábitat natural. Sus personajes me fueron esenciales; sus historias elementos que elevaban mi gris vida a los más altos horizontes. Leí de todo: los clásicos juveniles, Enid Blyton, novelas del oeste de Marcial Lafuente Estefanía, de ciencia ficción barata algo que podríamos llamar de serie B, de espías... Llegué a los cómics de superhéroes, tras haber pasado por el Capitan Trueno y El Jabato. Todo lo incorporaba a mi cosmovisión. Y así hasta que llegué a la literatura con mayúsculas y descubrí a Stevenson, a Eça de Queiroz, a Chejov, a Wilde, a Wodehouse… Cada etapa de mi vida ha sido jalonada por los libros. Esos fueron, esos son mi verdadera patria. Si alguna vez en mi tierra, me convirtieran en extranjero, sabría que tendría a los libros como bendición y estímulo.

Los libros han marcado mi devenir ideológico íntimo.

El otro día escribí que en el acto de leer nos buscábamos a nosotros mismos, y creo que es cierto. Algún comentarista escribió que los libros eran su zona de confort y buscaba en ellos algo próximo ideológicamente y se intuía el miedo a salir de ella, de esa adscripción política que también supone la lectura. Uno se siente toda su vida de izquierdas y la realidad, unida a la lectura de libros históricos, de pensamiento o políticos lo van aproximando a una visión más conservadora, el polo opuesto al llanto que me surgió cuando vi un documental sobre la caída de Allende que hablaba de las amplias alamedas que se abrirían un día para el pueblo. Uno cambia, uno percibe la vida y el devenir de la historia de modos diferentes. Los héroes de antaño ya no son los de hogaño. Todo muda de color. La necesidad de transformación brechtiana se trasmuta en una visión más serena. Uno se aleja de escenarios dramáticos y revolucionarios descubriendo en las personas normales esa capacidad de mantenimiento de las cosas y halla en la historia del comunismo una impostura trágica. Esto es demoledor porque yo fui comunista revolucionario que se emocionaba oyendo la Internacional o todavía el himno soviético –el mismo que el de la actual Rusia cambiada la letra-.

Nada hay mas revelador que encontrar a alguien que a sus cuarenta años sostiene que es exactamente idéntico a cuando tenía 16. Esto es lo que me dijo un exalumno y que posteriormente sería diputado por la CUP en el Parlament de Cataluña. Esa permanencia en las esencias significa algo admirable y patético. Respetable pero absurdo. Si uno lee con curiosidad libros de historia –yo soy un apasionado de ellos-, de pensamiento, de literatura, biografías, se va transformando porque percibe los delirios de la historia que nos han traído a una horizontalidad absoluta cuando percibimos también la necesidad de la verticalidad. Nos gusta que Pessoa esté a nuestro mismo nivel en el Chiado en Lisboa, podernos hacer fotos con él, pero eso no nos libera de ver que hay una distancia enorme entre él y nosotros, una distancia vertical. Está bien que lo veamos al mismo nivel pero no lo está. Él fue un ser humano como nosotros, pero algo lo hizo esencialmente diferente. No era un revolucionario y él detestaba los movimientos de masas además de las ideologías. Creo que participo de su escepticismo absoluto. Ya no quiero romper los jarrones chinos ni incendiar las calles, no me emocionan las hogueras destructoras ni las revoluciones, pero sigo, igual que a mis once años, estando con mis libros. En eso no he cambiado. Todo ha mutado menos mi patria verdadera.

viernes, 25 de octubre de 2019

¿Confiar en los sentimientos?




Ayer me llevé una desagradable sorpresa con el whatsapp. Por la mañana había enviado un mensaje breve a un amigo del que me habían dado su número pero en el que no contestaba vía telefónica. Hace más de diez años que no lo veo. Le dije en mi mensaje que tenía ganas de hablar con él y que le enviaba un abrazo, poco más. Para mi terrible sorpresa por la tarde recibo una contestación que me dejó helado. Por lo que se ve este número no es el de mi amigo y yo lo había enviado a un número desconocido: Viejo asqueroso, no soy más que un niño, nadie te quiere, pedófilo de mierda.

Me quedé sin habla durante unos minutos. No entendía cómo se había podido producir semejante cruce de perspectivas. Borré el mensaje porque me hacía daño y el teléfono para no volver a creer que era el de mi amigo.

Luego me vinieron reflexiones sobre esto. Yo desde luego ignoro a quién le había enviado el mensaje, por otra parte tan plano y convencional, pero reaccionó con una intensidad terrible, y supongo que lo hace, alertado por el miedo compartido a cualquier tipo de amenaza por parte de sus padres, colegio, compañeros, etc.

He leído recientemente un largo ensayo titulado La transformación de la mente moderna, firmado por dos buenos estudiosos americanos, Jonathan Haidt y Greg Lukianoff. En él se alerta de la hiperprotección de los niños para evitarles cualquier tipo de peligros reales o imaginarios –es difícil de deslindar- algo que los hace extremadamente frágiles, y en lugar de buscar su lado de “antifragilidad”, la fomentamos creyendo que así los protegemos.

Uno de los ejemplos que ponen los autores es la política de prevención de los cacahuetes en los Estados Unidos. Se ve que había un pequeño grupo de personas afectadas por alergia a los cacahuetes. Para evitarlo se desató una campaña nacional de modo que no aparecían los cacahuetes en ningún lado. Esta falta de exposición a la sustancia potencialmente alergena, hizo que se disparara el número de personas que no los toleraban y llega ahora a ser del 15 o 16%. Al intentar protegerlos los hemos hecho más frágiles.

En segundo lugar, se nos dice sistemáticamente que confiemos en los sentimientos –es el razonamiento emocional-. He buscado en internet y en todos los enlaces que he encontrado se habla de la conveniencia de confiar en los sentimientos. Si sientes que algo va mal es que probablemente vaya mal. Si te sientes ofendido es que entonces debe haberse producido una ofensa.Ese nivel de intuición primaria puede llevarnos a algún acierto pero también a muchísimos errores. 

Pero, realmente ¿podemos confiar tanto en los sentimientos? ¿Acaso los sentimientos no nos engañan sistemáticamente? ¿No puede dar a unas mentalidades asustadizas e hiperfrágiles que terminan viendo peligros donde no los hay, ofensas donde no ha habido intención, agresiones donde no ha habido nada de eso?

Pienso en esos sentimientos nacionalistas de “efervescencia colectiva” cuando un grupo de personas se reúne y alcanza un alto grado de unión emocional en manifestaciones multitudinarias. Es el identitarismo. Se creen en mitos y se ven claramente agresiones donde no ha habido sino la intención contraria, la del encuentro. Se tejen miedos colectivos, sentimientos de identidad agredida que no son sino paranoia colectiva. Es muy difícil sustraerse a eso porque es muy sencillo, afecta a una forma de sentir que es estimulada constantemente por los medios de comunicación y las redes sociales. Si te sientes ofendido, es porque sin duda lo han hecho con plena conciencia e intención. Buf. ¿No es terrible? Y se reacciona con odio, con agresividad, con ira, frente a la agresión fabulada.

¿No hay acaso que relativizar los sentimientos y pararse un momento para decidir racionalmente qué ha pasado? Sé que es muy fácil sentirse agredido u ofendido, fácil y cómodo, para no tener que pensar más allá, pero es este el nivel primario de reacción que nos están inyectando por todas las vías.

Son tres las falsas ideas a que nos están exponiendo, y todas son muy peligrosas. He mencionado dos: Eres frágil, lo que atenta contra tu fragilidad es negativo, evítalo. Confía en tus sentimientos. La tercera es El mundo se divide entre buenos y malos. Da lugar a adolescentes frágiles por la hiperprotección que han recibido, a universitarios que no aceptan que en su campus existan otras opiniones que no sean las que ellos tienen.

Un cierto nivel de adversidad es necesario para la vida aunque como padres queremos evitarlo. No podemos estar siempre protegiéndonos de enemigos potenciales. Terminamos dividiendo el mundo entre buenos y malos, y así las redes sociales han creado enormes burbujas en que solo nos relacionamos con los que sienten como nosotros, no hay lugar a la disensión. Todo es para proteger nuestros sentimientos y que no sean agredidos. No parece que el diálogo racional esté ya en funcionamiento en nuestras sociedades. Solo hay sentimientos encontrados y cada vez más asqueados mutuamente.

Jonathan Haidt y Greg Lukianoff sostienen que si alguien hubiera querido destruir la democracia, habría inventado las redes sociales, lugares en que se dan los tres errores o falsas ideas que he mencionado.

martes, 27 de agosto de 2019

¿Renunciaríamos a la tecnología para volver al misterio del pasado?



Abundan en la web sentimientos tecnófobos que ven en la tecnología un grave peligro en muchos sentidos y no son los menos los que hacen referencia a la pérdida de privacidad e incluso de libertad, y la superficialidad inherente a nuestra civilización tecnológica. Yo he escrito al respecto sobre ello viendo en la tecnología un factor que lleva a la humanidad a un estadio prebobo por su huida de la profundidad que parecía ser algo esencial en el mundo del siglo XX. He abandonado redes sociales como fuente de peligro y control. Sin embargo, estos días leo un interesante ensayo de Alessandro Baricco titulado The game que analiza desde sus orígenes el surgir de la civilización tecnológica hacia los años setenta y ochenta hasta el estado actual. 

¿Soy tecnófobo? ¿Renunciaría a lo que ha aportado la tecnología? Ciertamente el mundo anterior a la tecnología era más profundo, más denso, más misterioso, más inmenso, era más poético. El mundo actual es definitivamente superficial y más pequeño. Hemos perdido en hondura lo que hemos ganado en velocidad y ligereza. El conocimiento entero está en internet y es inmaterial, no pesa, podemos acceder a él con una velocidad asombrosa. Es un tiempo en que es mucho más difícil pensar con hondura porque nos hemos acostumbrado a la superficialidad y a la simplicidad, hemos convertido todo en elementos de un juego esencialmente divertido. Nuestros aparatos electrónicos funcionan como videojuegos, son simples por fuera, aunque complejos por dentro. Vamos saltando de una tarea a otra, es el multitasking; nuestra capacidad de atención se ha hecho dispersa y de corto alcance; cuesta más leer sobre todo cosas complejas. Yo lo he observado en mi carrera como docente durante más de treinta años. Los chicos de los años ochenta y noventa tenían mucha mayor capacidad de atención y se podían abordar temas profundos con ellos, les gustaba la buena literatura, les gustaba escribir y pensar. Pasó el tiempo y llegó el nuevo siglo y la tecnología avanzó prodigiosamente y la mayor parte de aquello se perdió. Nuestros alumnos eran ágiles mentalmente pero esencialmente superficiales, no les gustaba ya pensar en el sentido profundo. Llegaron los smartphones, las redes sociales, whatsapp y el proceso se acentuó. A la mayoría no les gusta leer porque hay que retener la mente en un sitio, y están acostumbrados a saltar de un lado a otro. Muestran su vida aparente en Instagram continuamente, lo que produce ansiedad y angustia por compararse continuamente unos con otros… ¿Quién tiene la vida más divertida y quién es la más sexy? Vivimos simultáneamente en la realidad y el ultramundo tecnológico: nuestra mente va de un lado a otro, y ambos son reales.

Pero ¿cómo plantearse siquiera utópicamente volver atrás en el tiempo? Es imposible, este es nuestro tiempo, vertiginoso, de verdades rápidas y efímeras o abiertamente fakes, de control social y manipulación individualizada, de cambio permanente, sin gurús ni sacerdotes que digan cuál es la verdad o la postura correcta. De acceso prodigioso al conocimiento de un modo que no podía ser imaginado antes, de dependencia de las máquinas que son hace tiempo ya una extensión orgánica de nuestro cuerpo… pero un tiempo también mucho más peligroso, incierto, inestable, complejo y terriblemente superficial.

Pero Alessandro Baricco no dice que la mutación se haya producido por la irrupción de la tecnología, invierte el proceso y sostiene que la tecnología llegó porque la queríamos, la necesitábamos, la buscábamos, nos aburría el mundo antiguo, tan quieto, tan serio, tan solemne, tan estático. Anhelábamos la velocidad y acogimos la tecnología con entusiasmo colectivo y así sigue siendo. Nadie la impone y arraiga. Surgió como un impulso libertario frente a la seriedad y autoritarismo del mundo antiguo.

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