Abundan en la
web sentimientos tecnófobos que ven en la tecnología un grave peligro en muchos
sentidos y no son los menos los que hacen referencia a la pérdida de privacidad
e incluso de libertad, y la superficialidad inherente a nuestra civilización
tecnológica. Yo he escrito al respecto sobre ello viendo en la tecnología un
factor que lleva a la humanidad a un estadio prebobo por su huida de la
profundidad que parecía ser algo esencial en el mundo del siglo XX. He
abandonado redes sociales como fuente de peligro y control. Sin embargo, estos
días leo un interesante ensayo de Alessandro Baricco titulado The game que
analiza desde sus orígenes el surgir de la civilización tecnológica hacia los
años setenta y ochenta hasta el estado actual.
¿Soy tecnófobo?
¿Renunciaría a lo que ha aportado la tecnología? Ciertamente el mundo anterior
a la tecnología era más profundo, más denso, más misterioso, más inmenso, era
más poético. El mundo actual es definitivamente superficial y más pequeño.
Hemos perdido en hondura lo que hemos ganado en velocidad y ligereza. El
conocimiento entero está en internet y es inmaterial, no pesa, podemos acceder
a él con una velocidad asombrosa. Es un tiempo en que es mucho más difícil
pensar con hondura porque nos hemos acostumbrado a la superficialidad y a la
simplicidad, hemos convertido todo en elementos de un juego esencialmente divertido.
Nuestros aparatos electrónicos funcionan como videojuegos, son simples por
fuera, aunque complejos por dentro. Vamos saltando de una tarea a otra, es el multitasking;
nuestra capacidad de atención se ha hecho dispersa y de corto alcance; cuesta
más leer sobre todo cosas complejas. Yo lo he observado en mi carrera como
docente durante más de treinta años. Los chicos de los años ochenta y noventa
tenían mucha mayor capacidad de atención y se podían abordar temas profundos
con ellos, les gustaba la buena literatura, les gustaba escribir y pensar. Pasó
el tiempo y llegó el nuevo siglo y la tecnología avanzó prodigiosamente y la
mayor parte de aquello se perdió. Nuestros alumnos eran ágiles mentalmente pero
esencialmente superficiales, no les gustaba ya pensar en el sentido profundo.
Llegaron los smartphones, las redes sociales, whatsapp y el proceso se acentuó.
A la mayoría no les gusta leer porque hay que retener la mente en un sitio, y
están acostumbrados a saltar de un lado a otro. Muestran su vida aparente en Instagram
continuamente, lo que produce ansiedad y angustia por compararse continuamente
unos con otros… ¿Quién tiene la vida más divertida y quién es la más sexy?
Vivimos simultáneamente en la realidad y el ultramundo tecnológico: nuestra
mente va de un lado a otro, y ambos son reales.
Pero ¿cómo
plantearse siquiera utópicamente volver atrás en el tiempo? Es imposible, este
es nuestro tiempo, vertiginoso, de verdades rápidas y efímeras o abiertamente fakes,
de control social y manipulación individualizada, de cambio permanente, sin
gurús ni sacerdotes que digan cuál es la verdad o la postura correcta. De
acceso prodigioso al conocimiento de un modo que no podía ser imaginado antes,
de dependencia de las máquinas que son hace tiempo ya una extensión orgánica de
nuestro cuerpo… pero un tiempo también mucho más peligroso, incierto,
inestable, complejo y terriblemente superficial.
Pero Alessandro
Baricco no dice que la mutación se haya producido por la irrupción de la
tecnología, invierte el proceso y sostiene que la tecnología llegó porque la
queríamos, la necesitábamos, la buscábamos, nos aburría el mundo antiguo, tan
quieto, tan serio, tan solemne, tan estático. Anhelábamos la velocidad y
acogimos la tecnología con entusiasmo colectivo y así sigue siendo. Nadie la
impone y arraiga. Surgió como un impulso libertario frente a la seriedad y
autoritarismo del mundo antiguo.