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martes, 10 de enero de 2023

El deterioro de la atención

A lo largo de mis años como profesor de lengua y literatura, tiempo que va desde finales de los setenta hasta la mitad de la década pasada, he observado con sumo interés a mis alumnos que han evolucionado vertiginosamente desde una era pretecnológica a una totalmente tecnológica ya en la era de los teléfonos inteligentes. Lo que se me evidencia en esta evolución ha sido la decadencia de la capacidad de atención y de la concentración. La mente de un adolescente de hace treinta años o más no es la misma que la de un adolescente ahora. Ha mutado profundamente y podría afirmar que se ha hecho más anecdótica y superficial e incapaz de mantener la atención más de sesenta y cinco segundos en una tarea sin poder evitar distraerse esperando mensajes, whatsapps, stories, estados, emoticonos, noticias, vídeos, o cualquier tipo de estímulo que le van llegando para apoderarse de su atención. Cualquier profesor sabe que en la actualidad es un conflicto imponer que en clase no se utilicen los móviles o la medida extrema de requisarlos a la entrada del aula. Es un mundo hiperconectado en que la dispersión cognitiva es la regla lo que provoca una seria degradación de la atención. 

 

Pero no son los únicos los adolescentes los que sufren este síndrome de dispersión. Es toda la sociedad que ha perdido dramáticamente su capacidad de atención y concentración reclamados continuamente por apremios que van llegando en forma de noticias, memes, tuits, whatsapps... Es muy difícil desconectarse de esta dinámica. Y el resultado es un empobrecimiento radical del autoconocimiento, de la observación, de la capacidad de escuchar a los demás, coincidiendo con una crisis de la democracia en que nadie escucha con atención ideas diferentes a las propias y que se ven caricaturizadas en la prensa o en las redes sociales en forma de zascas, simplificaciones, banalidades, eslóganes, etc... 

 

No es casual. Se lucha por nuestra atención de modo de que esta se convierta en dinero. Gigantescos poderes tecnológicos, comerciales y políticos están pugnando por nuestra atención que es oro para podernos modificar cognitivamente y hacernos plásticos y moldeables y así ser excelentes consumidores o deglutidores de ideologías cada vez más extremas... 

 

Johann Hari acaba de publicar un libro titulado El valor de la atención. Por qué nos la robaron y cómo recuperarla. En su libro sostiene que cada vez es más difícil leer un libro o ver una película o mantener una conversación larga.  Probablemente, las personas que pasan por los blogs son de generaciones antiguas y no han sentido tanto como los jóvenes este síndrome pero cada vez es más difícil leer manteniendo la atención porque es como si se estuviera vertiendo ácido sobre ella para que seamos incapaces de estar más allá de unos minutos sin distraernos con una colección de resortes que nos atrapan sean vídeos o noticias cuyos titulares absurdos y estúpidos nos reclaman. Es el gran colapso de la atención que afecta a toda la sociedad que se convierte en esencialmente superficial y anecdótica, que surfea por lo más irrelevante sin buscar en la profundidad unas claves más complejas que las que se nos ofrecen. 

 

La tecnología ha aprendido a hackear nuestra química cerebral y saben que un “ding” o un “me gusta” provoca un golpe de dopamina que es muy parecido al del sexo o una pizza o la cocaína, aunque en cantidades más pequeñas. Nos volvemos adictos así a la dopamina y queremos más. Nuestro teléfono es la nueva extensión de nuestro ser, no podemos separarnos de él, nos proporciona seguridad y la sensación de que estamos conectados permanentemente. 

 

Es muy triste que bebés manejen pantallas de los móviles de sus padres para que no los molesten, o que el regalo de primera comunión sea un móvil. Es raro cada vez más ver a unos padres en un bar o restaurante que han llevado una libreta y pinturas para su hijo y que este se entretiene dibujando o pintando. Lo normal es ver a los padres que les han pasado el móvil a sus hijos. 

 

Todo esto es adictivo, los reclamos para capturar nuestra atención son adictivos como son los vídeos en cadena de Tik Tok o las fotos de Instagram donde se inserta publicidad radicalmente efectiva. Nuestra atención es dinero. Y nosotros cada vez somos menos dueños de nuestro mayor poder como especie que es la concentración. ¿Cómo podemos enfrentarnos a los mayores desafíos de nuestro tiempo como son la crisis de la democracia, la eclosión de la Inteligencia Artificial o el cambio climático si no somos capaces de mantener la atención en algo más allá de un minuto?

 

Como profesor empecé con clases en que no era difícil mantener la concentración de mis alumnos durante casi una hora, para llegar a un tiempo en que había que cambiar de actividad cada diez minutos o menos para evitar el nerviosismo o la dispersión creciente que veía en sus ojos inquietos pensando en su móvil. 

viernes, 21 de agosto de 2020

Siempre los mismos pasos pero cada día un camino distinto

 

Salgo todos los días a las seis de la tarde a hacer una especie de paseo-caminata de unos seis kilómetros de ida y vuelta en mi retiro en Calafell. He hecho el trayecto docenas y docenas de veces. A mitad del mismo cuando he llegado al destino, me meto en un bar de chinos y saco el libro que esté leyendo y leo durante tres cuartos de hora con un café. Nada especial. Lo especial es la ceremonia de la repetición de un trayecto que podría hacer por el paseo marítimo junto a la playa viendo esta y el mar azul de verano. Sin embargo, voy por el otro lado del paseo viendo pasar las calles con sus rótulos dedicados primero a escritores con clara intención nacionalista, salvo  Carles Barral, que fue un eje importante de la vida cultural de Calafell al que puso en el mapa literario universal. Los munícipes le han cambiado el nombre porque él siempre firmó Carlos, Carlos Barral. Otro que merecería una calle en Calafell es el recientemente muerto Juan Marsé porque tuvo casa aquí durante bastantes años e incluso ambientó La muchacha de las bragas de oro en esta villa marinera. Pienso mientras atravieso calles y calles dedicadas a la flor y nata de la literatura catalana en catalán, salvo Barral, que falta una historia de la literatura catalana en las dos lenguas de Cataluña, en que se alternen escritores en catalán y en castellano. Pero eso para el nacionalismo sería una herejía y nadie está dispuesto en esta tierra a ser tildado de hereje.

Sigo atravesando calles y llego a las dedicadas a ríos como el Támesis, el Vístula, el Ródano, el Rin, el Guadalquivir, el Loira, el Manzanares; es la zona más popular de Calafell que es Segur de Calafell. Sigo el trayecto día tras día, me fijo en los bares por que paso, en los bazares chinos, en las heladerías, en el Condis, en el estanco, en la papelería… Cada día lo mismo. Es una suerte de meditación en movimiento en que tengo cartografiado el trayecto y me lo sé de memoria, pero cada día es distinto. Me agrada repetir itinerarios, incluso en la montaña. No busco novedades sino que hago una y otra vez las mismas rutas que se acompasan con mi latir sentimental. Y mientras camino, me vienen pensamientos que se entrelazan con el paisaje, con las calles, con la orografía del camino. 

Pienso que una de mis principales vocaciones es la de caminante. Un caminante cualquiera. Lo más hermoso de caminar es asistir al espectáculo cambiante dentro y fuera de uno mismo al ritmo de los pasos, uno detrás de otro. Cuando pienso que vivimos en una sociedad líquida que nos exige frívolos, flexibles, sin demasiada alma para podernos adaptar a los cambios de la moda que implica el desarrollo del capitalismo liberal, siento que caminando me aferro a la tierra y hundo un poco mis raíces, más allá de lo que quieren de mí como ente consumista. Caminar es gratis y permite ahondar en la conciencia aunque el camino sea siempre el mismo, precisamente por ser siempre el mismo. Uno se ata a sus pasos y paradójicamente es libre filosóficamente y va más allá de las apariencias y la superficie de las cosas. O tal vez, se puede pensar también que todo lo importante sucede en la superficie. Esta es una idea interesante que coincide con el último Wittgenstein que terminó negando que hubiera dimensiones ocultas en los seres humanos. Caminar da para todo, solo un paso tras otro, y uno llega a calles de escritores pulcramente catalanes o a ríos de Europa, es como un juego en que el caminante apuesta por la visión de un mundo en perpetua transformación, y a la vez siempre igual. No sé si me explico. Entrar en contradicción no es un problema en este blog.

jueves, 20 de febrero de 2020

Experimentar la conciencia


Toda mi vida de bloguero he tenido un blog abierto a los comentarios, ya desde aquel octubre de 2005 en que comencé a publicar. He dado siempre a los comentarios una importancia capital y dedicaba mucho tiempo a contestarlos lo más cuidadosamente que sabía o que podía. Sin embargo, el sistema de comentarios tiene también condicionamientos que uno no puede obviar al estar esperándolos y ansiándolos. Uno escribe muchas veces para que le comenten y mide la recepción del blog por el número y la calidad de los comentarios. Ello es un error, pienso ahora, porque uno comenta en otros blogs por interés pero también para que le comenten. Y se establece una relación de quid pro quo que no es sana. Ciertamente es sugestivo recibir comentarios interesantes, pero uno piensa en cierta manera que son obligados o en cierta manera no responden a una lógica natural. He observado, además, que numerosos blogs interesantísimos en la blogosfera no reciben ni un mísero comentario. Esto me hizo pensar. ¿Hay una forma de comunicarse espiritualmente sin necesidad del intercambio de favores? Eso estoy ensayando. Ahora nadie que acuda a mi blog lo hará porque necesite mi comentario. Solo vendrán los que realmente estén interesados en lo que yo escribo, aproximadamente cuarenta personas por lo que he podido colegir por la información que me da el blog. De esas cuarenta personas, probablemente la mitad estén relativamente interesadas en lo que yo escribo, pero me sirve como referencia. Esta es mi área de alcance y no hay más para un blog que se pretende experimentador de la propia conciencia. 

El eje del blog es la conciencia de sí. No hago otra cosa, creedme, que ser consciente de mi mismidad. Hago la comida a mi familia, hago las compras, tiro la basura, leo muchísimo y hago caminatas pero todo tiene como centro mi conciencia y cómo vivo todo lo que hago, todo lo que soy. Pienso que no soy una persona interesante. No soy como Neorrabioso que escribe versos cuestionables pero sinceros en los tachos de basura y se traviste con grandes tacones y minifalda en las calles de Madrid. Soy mucho menos exótico. Soy un hombre común que se levanta cada día a las seis y media para ir a leer y escribir a un centro tecnológico para dejar constancia de que estoy en el mundo. A esto se le podría considerar que mi ejercicio esencial es el ombliguismo, mirarme solo a mí mismo, pero ¿qué experiencia más apasionante la de observar detenidamente, sistemáticamente, el propio devenir de mi ser? No soy un hombre excepcional, soy una persona del montón que tiene como eje fundamental observarse y escribir sobre ello de modo apasionado. Observarme y leer buena literatura que me sirve de referencia para considerar a otros que se han observado a sí mismos. ¿Hay algo más hermoso que hacer eso? 

Me he pasado mi vida de profesor observando otros seres distintos a mí y me ha enriquecido, pero mi mayor aportación a mis clases era mi experiencia de la vida, mi experiencia de mi conciencia porque no es otra cosa la literatura, y yo he sido profesor de literatura durante muchos años. Ahora no tengo alumnos, pero es igual. Sigo leyendo como un adicto a la palabra escrita. No hay nada que me motive más que las historias que ciertos escritores –escogidos- me han hecho llegar. Mi vida es observarme y leer. Una vida tremendamente aburrida, pero cada uno tiene en su interior el universo todo. En mi conciencia está la totalidad. Cada uno es un extremo de un sistema en que recibe luz y sombra de lo que es la vida. Dentro de mí está todo igual que dentro de cada uno de los que tienen la suerte de leerme. No soy vanidoso, no lo crean, solo soy consciente de que dentro de nosotros está todo. 

Mi vida vale bien poco, es tremendamente opaca y gris. Nada hay en ella que merezca la pena, pero observo y soy. Comentar esto sería algo proceloso, así que dejo cerrados los comentarios para que si alguno necesita pensar, lo haga sin la necesidad de expresarlo por escrito. Solo vendrán a este blog los que piensen que mis palabras llenas de extrañeza merecen la pena. Yo todavía estoy conmocionado por el pensamiento de otro solipsista como era Cioran. Leerle me ha alentado a escribir y mostrar lo que cualquier ser humano, pleno de errores y defectos, a veces puede mostrar. No estamos solos, quiero pensar. Ser es nuestro principal motivo de estar aquí. Y morir está en nuestro calendario. No somos el cruel dios cristiano. Pero el ansia de llegar más allá está presente en cada uno de nosotros. Cada instante absurdo de nuestra vida cuenta. ¿Para qué? No lo sé, pero siento que en mi soledad vislumbro partículas que escapan a la transitoriedad. 

miércoles, 19 de febrero de 2020

Cioran, el humorista intrascendente.



Los que habéis seguido la publicación de algunos pensamientos de Cioran, habréis podido observar, aunque muy parcialmente, la ruptura de la lógica común y un sistema contracorriente que al lector le ha dejado totalmente conmocionado. Del inconveniente de haber nacido es un libro que se expresa a base de aforismos o reflexiones complejas acerca del sentimiento de la vida absolutamente pesimista del autor. La mayor catástrofe es haber nacido, de ahí viene nuestra caída en un mundo en que el dolor no cesa de afligirnos, y cuando intentamos comprender el sentido que tiene esto, limitado absolutamente por la muerte, advertimos que no lo tiene. Es inútil buscar un sentido a la vida, este es el descubrimiento cenital que el ser humano adquiere para su desesperación si ansiaba encontrar alguno. El dios cristiano vino a sustituir trágicamente a los antiguos dioses paganos capaces aún de la ironía. El dios cristiano no tiene sentido del humor y su religión se tiñó de sangre y venganza hecha a medida de hombres que se creían poseídos por la voz de Dios. No hay esperanza en ese Dios, pero en noches de insomnio, Cioran habla con un dios hecho a la medida de su sufrimiento. Se acerca a la visión budista sin identificarse con ella. Tampoco va a seguir a Buda, el Iluminado, pero le atrae la idea del Nirvana y la intuición esencial de que es el deseo la causa de todos nuestros males, incluido el deseo de hallar un sentido a la vida. Solo extinguiendo el deseo puede aparecer una cierta serenidad, pero ¿acaso un ser humano sin deseo puede existir? El yo debe ser trascendido, es absolutamente irreal, y la vida es también ilusoria, pero ¿acaso no es lo único que tenemos, nuestro pobre yo? La extinción del yo, el desvanecimiento del yo, es capital en las religiones orientales pero para Cioran, ese pobre yo, es nuestra única posesión, ese yo que sufre, que padece insomnio –como él sufrió toda su vida-, que envejece, le afligen las enfermedades y le llega la muerte, ese momento esencial en la vida porque volvemos gozosamente a la nada que era antes de nuestro nacimiento. La muerte no es una tragedia, no, es la vuelta al Nirvana en que estábamos antes de la catástrofe de nacer.

El lector ha vivido unos días absolutamente fascinado por el pensamiento coherente y sistemático de Cioran que posee una claridad meridiana. Incluso ha incorporado muchas de sus reflexiones que las entiende próximas. Cuando lo leía, sentía que Cioran hablaba para mí, la sensación era poderosísima. Y entendiéndolo me invadían unas enormes ganas de reírme. Cioran es divertido, es un humorista siniestro, de una inteligencia prodigiosa. Llegó incluso a convencerme de que los cuentistas, los farsantes que son conscientes de su doble juego, están más cerca del conocimiento que los seres humanos hechos de una sola pieza, de que no creer en uno mismo es una suerte porque nos acerca al conocimiento, que una infancia desdichada es un prodigio, frente al aburrimiento de una infancia feliz. Cioran es cálido y cercano. Sus contradicciones, sus dilemas, sus tormentos, los sentimos próximos porque también son los nuestros. Claro que hay mucha gente, la mayoría, que no se preocupa por el sentido de la vida, ignora la muerte, y vive relativamente feliz, si eso es posible porque pocos, muy pocos, estarían dispuestos a repetir su vida con todo lo que ha conllevado. Cuando se llega a la vejez, se ve todo como una construcción irreal que solo se mantiene por la pasión y por el engaño en que vivimos. El engaño es preciso para vivir. La conciencia es dolorosa. La mayoría de seres humanos se mienten a sí mismos y tienen una idea totalmente falsa de lo que son en realidad. Pero hay que vivir. No hay verdad ni con mayúscula ni con minúscula, nuestra actividad pretende llenar de sentido lo que no tiene porque no merece la pena hacer nada, ni levantarse de la cama muchos días, pero nos engañamos y seguimos engañándonos. Este es el juego. Ser un hombre que ha descubierto el juego es terrible y abominable, no descansaremos jamás, porque nos hemos despojado de todas las ilusiones, no queda ni una: ni la vida tiene sentido, ni nosotros lo tenemos, y el propio dios tampoco lo tiene. Vivir con esta lucidez la carencia de significado, si uno es un hombre sensible, lo lleva a sufrir, aunque el pensamiento oriental y los antiguos filósofos anteriores al declive del cristianismo poseen algo de lenitivo y consuelo. No hay salvación. Esta es la salvación, ser consciente de que no la hay. No merecen la pena los gritos porque no hay un Creador que los escuche, pero la oración en momentos de abatimiento nos tienta y nos reclama.

Divertidísimo, créanme, me he reído en estos días más con Cioran que con los más famosos libros humorísticos que vienen recomendados como tales.

domingo, 16 de febrero de 2020

La vida es ilusoria, pero me gusta. No tengo otra.



"Cuando Mara, el Tentador, intenta suplantar a Buda, este le dice: «¿Con qué derecho pretendes reinar sobre los hombres y sobre el universo? ¿Acaso has sufrido por el conocimiento?». He ahí la pregunta capital, quizá la única que debería uno hacerse al indagar sobre alguien, principalmente sobre un pensador. Habría que establecer la diferencia entre aquellos que han pagado por el menor paso hacia el conocimiento y aquellos, mucho más numerosos, a quienes les fue otorgado un saber cómodo, indiferente, un saber sin adversidades".

He leído este pensamiento de Cioran en la zona de café de un Caprabo bebiendo una cerveza, tras haber comprado algunas cosas. El conocimiento exige un peaje de sufrimiento interior. Intento pensar sobre ello y evaluar mi propia vida al respecto. Emerge el dolor como una constante de la vida, desde niño hasta adulto. Eso no impide ni se contradice con que la vida sea un reto terrible y fascinante. El viernes hice una caminata de 28 kilómetros en solitario y ciertamente lo pasé mal porque el gps me condujo a una zona de cuevas muy peligrosa y luego me extravié en el bosque, perdiendo totalmente la orientación. No disfruté ni un segundo de aquella mañana gris y pálida en que inicié mi caminata, pero andar es meditación y durante el dolor de aquello sentí una intensa autoconciencia del instante presente. Creo que en algún sentido fui feliz inconscientemente, centrado en mi realidad por más ilusoria que fuera. Si hubiera muerto en alguno de los difíciles pasos del ascenso en que me vi, si me hubiera despeñado, creo que habría sido algo totalmente ilusorio. La vida es ilusoria. Pero me gusta. No tengo otra. 

miércoles, 13 de noviembre de 2019

El acto de leer


El acto de leer es una experiencia fascinante. Supone el encuentro de dos universos: el del que lee (o intenta leer) y el del escritor. Cada uno está condicionado por sus circunstancias. El lector tiene un estado de ánimo y una edad. Lee desde su presente, que es ahora. El escritor escribió en otro tiempo que fue presente pero ahora es pasado, y de alguna manera se proyectaba en el futuro cuando sería leído tiempo después. El texto escrito funciona como una especie de espejo en que el lector proyecta su mundo interior buscando alguna seña de identidad, alguna conexión. Necesitamos sentirnos reconocidos en ese mundo escrito y que nos diga algo sobre nosotros mismos. Cuando leemos nos buscamos a nosotros mismos. El diálogo principal no es sólo entre el lector y el escritor sino que plantea un diálogo en que el lector se desdobla y se observa a sí mismo. El lector quiere encontrarse. Para ello es necesaria cierta predisposición, unida a la experiencia de la soledad y al silencio interior, digo interior porque a veces no es imprescindible el silencio físico (yo suelo concentrarme profundamente en los bares, en los autobuses llenos de pasajeros que charlan). El mundo de lector se abre a otro mundo y lo encuentra en el subtexto que le reclama y le comunica deseos, fantasías, sueños, fracasos, angustias, sufrimiento, impotencia, miedo, tal vez felicidad…
El lector ha de estar en una actitud de escucha activa, de apertura al otro, para poderse sumir en el éxtasis que nos sustrae de la realidad donde estamos inmersos. Nos abrimos a lo extraño y en ello tenemos la posibilidad de formarnos y de transformarnos. La lectura nos cambia, es una suerte de iluminación de nuestro mundo interior. Dos extraños se encuentran y siguen siendo extraños pero no del todo. El otro viene a habitarme y yo lo recibo como un invitado que llega a mi casa. Abro mi mundo para que él lo habite, y me reencuentro paradójicamente conmigo mismo.
Para disfrutar de la experiencia-espejo de la lectura es necesaria la atención de modo prioritario. Pero la atención es una capacidad que se desarrolla. El ruido la perturba. Y el ruido son los pensamientos que nos asaltan vertiginosamente impidiendo sumirnos en ese universo mágico que es el texto. Éste debe atraernos poderosamente para que nos sintamos ligados magnéticamente a él. Debe decirnos algo que ya sabemos o intuimos, debemos sentirnos reconocidos. Por eso tantos lectores aman libros que les recuerdan la vida misma. Son tan reales que parecen verdad. O atraen historias que se convierten en símbolos inconscientes de nuestra psike. Así atraen de igual modo narraciones fantásticas de vampiros. El vampiro forma parte de nuestro inconsciente. Los adolescentes se sienten reflejados en esos seres ambiguos, que forman parte de un conjunto de personajes en transición, entre la sombra y la luz.
La literatura con mayúscula –y no meros artefactos de entretenimiento que fomentan la autosatisfacción- requiere de mundos lectores complejos, abiertos a la extrañeza… No quiero decir que sean mejores o peores. No se trata de eso, sino de capacidad de apertura ante el misterio. Como el texto es un espejo, sólo podrán penetrar en él aquellos que hayan participado de paisajes semejantes. Algunos escritores, no obstante, tienen un mundo tan abierto que permite ser habitado por muchos. Pienso en la poesía de Mario Benedetti, en la de Bécquer que proponen mis alumnos, en la de Pablo Neruda. Es un hito alcanzar la transparencia y ser capaz de comunicar poderosamente. Es una labor de genio y de síntesis literaria y existencial. La alcanzan pocos.
Los bestsellers, los libros juveniles que venden las editoriales a los adolescentes, no proponen experiencias complejas. Saben que el mundo imaginativo del lector de la sociedad de masas busca lo fácil, lo conocido, lo tópico… No plantean aventuras que lleven a la extrañeza. Se alimentan de lugares comunes, de fórmulas que aparentemente funcionan o se supone que lo hacen. Pero dicha fórmula es un misterio. Se publican centenares de títulos al año que se sumen en el olvido. Pocos libros superan la prueba de sobrevivir unos años en la lista de lecturas necesarias.
Cada uno buscamos algo diferente en lo que leemos. Depende de nuestro universo íntimo que es el que está buscando algo en que reconocerse y verse reflejado. Cuando esto se consigue, por azar, la luz que entra por la ventana nos ilumina el libro, pero también nuestro rostro resplandece por el encuentro que se ha producido. El libro nos está iluminando y nosotros ensimismados nos sumergimos en la lectura viéndonos allí presentes, dentro y fuera.

martes, 27 de agosto de 2019

¿Renunciaríamos a la tecnología para volver al misterio del pasado?



Abundan en la web sentimientos tecnófobos que ven en la tecnología un grave peligro en muchos sentidos y no son los menos los que hacen referencia a la pérdida de privacidad e incluso de libertad, y la superficialidad inherente a nuestra civilización tecnológica. Yo he escrito al respecto sobre ello viendo en la tecnología un factor que lleva a la humanidad a un estadio prebobo por su huida de la profundidad que parecía ser algo esencial en el mundo del siglo XX. He abandonado redes sociales como fuente de peligro y control. Sin embargo, estos días leo un interesante ensayo de Alessandro Baricco titulado The game que analiza desde sus orígenes el surgir de la civilización tecnológica hacia los años setenta y ochenta hasta el estado actual. 

¿Soy tecnófobo? ¿Renunciaría a lo que ha aportado la tecnología? Ciertamente el mundo anterior a la tecnología era más profundo, más denso, más misterioso, más inmenso, era más poético. El mundo actual es definitivamente superficial y más pequeño. Hemos perdido en hondura lo que hemos ganado en velocidad y ligereza. El conocimiento entero está en internet y es inmaterial, no pesa, podemos acceder a él con una velocidad asombrosa. Es un tiempo en que es mucho más difícil pensar con hondura porque nos hemos acostumbrado a la superficialidad y a la simplicidad, hemos convertido todo en elementos de un juego esencialmente divertido. Nuestros aparatos electrónicos funcionan como videojuegos, son simples por fuera, aunque complejos por dentro. Vamos saltando de una tarea a otra, es el multitasking; nuestra capacidad de atención se ha hecho dispersa y de corto alcance; cuesta más leer sobre todo cosas complejas. Yo lo he observado en mi carrera como docente durante más de treinta años. Los chicos de los años ochenta y noventa tenían mucha mayor capacidad de atención y se podían abordar temas profundos con ellos, les gustaba la buena literatura, les gustaba escribir y pensar. Pasó el tiempo y llegó el nuevo siglo y la tecnología avanzó prodigiosamente y la mayor parte de aquello se perdió. Nuestros alumnos eran ágiles mentalmente pero esencialmente superficiales, no les gustaba ya pensar en el sentido profundo. Llegaron los smartphones, las redes sociales, whatsapp y el proceso se acentuó. A la mayoría no les gusta leer porque hay que retener la mente en un sitio, y están acostumbrados a saltar de un lado a otro. Muestran su vida aparente en Instagram continuamente, lo que produce ansiedad y angustia por compararse continuamente unos con otros… ¿Quién tiene la vida más divertida y quién es la más sexy? Vivimos simultáneamente en la realidad y el ultramundo tecnológico: nuestra mente va de un lado a otro, y ambos son reales.

Pero ¿cómo plantearse siquiera utópicamente volver atrás en el tiempo? Es imposible, este es nuestro tiempo, vertiginoso, de verdades rápidas y efímeras o abiertamente fakes, de control social y manipulación individualizada, de cambio permanente, sin gurús ni sacerdotes que digan cuál es la verdad o la postura correcta. De acceso prodigioso al conocimiento de un modo que no podía ser imaginado antes, de dependencia de las máquinas que son hace tiempo ya una extensión orgánica de nuestro cuerpo… pero un tiempo también mucho más peligroso, incierto, inestable, complejo y terriblemente superficial.

Pero Alessandro Baricco no dice que la mutación se haya producido por la irrupción de la tecnología, invierte el proceso y sostiene que la tecnología llegó porque la queríamos, la necesitábamos, la buscábamos, nos aburría el mundo antiguo, tan quieto, tan serio, tan solemne, tan estático. Anhelábamos la velocidad y acogimos la tecnología con entusiasmo colectivo y así sigue siendo. Nadie la impone y arraiga. Surgió como un impulso libertario frente a la seriedad y autoritarismo del mundo antiguo.

domingo, 23 de diciembre de 2018

La tecnología y los niños



Todos hemos leído que los hijos de los popes de GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon) llevan a sus hijos a escuelas donde no hay tecnología y que procuran aislarlos de contactos con ella hasta determinada edad. Luego a los once o doce años comienzan a relacionarse con ella de modo natural. Cuando lo supe me hizo pensar sobre las consecuencias de la inmersión a temprana edad en las pantallitas de los móviles o los iPads, algo que se ve por todas partes. Tengo compañeros de trabajo, sensibles y cultos, que dieron el Iphone a alguno de sus sobrinos desde que tenía un año o un amigo vasco que facilitó a sus hijos desde parecida edad un ipad. Al cabo de cinco años se quejaba de que su hija no podía estar sin el iPad a toda hora y que apenas jugaba con juegos tradicionales. Esto es consecuencia de una cultura optimista e ingenua acerca de la tecnología que abundó en el comienzo de la década con la eclosión de los smartphones y la interactividad de las redes de profesores que creyeron que se abría un nuevo mundo de relación en red que superaría y sobrepasaría la era de Gutenberg. Hoy, ya acabando la década, ya no somos tan ingenuos y empezamos a advertir  los efectos muy negativos que está teniendo la extensión de la tecnología en la vida corriente de las personas y el control que  termina por tener esta sobre nuestro cerebro que está mutando de modo acelerado.

Y ¿qué decir de las redes sociales, donde nuestros hijos reciben su dosis de autoestima por los likes que tienen sus fotos en Instagram? En muchos sentidos su autovaloración depende de ellos. Hay un episodio en esa inquietante serie que es Black Mirror donde hay una sociedad en la que el valor de las personas depende del algoritmo de aceptación social que tiene cada individuo lo que le determina laboral y socialmente, limitando sus posibilidades si es reducido. Algo así ya se ha implantado en China donde cada ciudadano tiene un número que evalúa centenares o miles de ítems donde se resume su vida como tal. Si el número es bajo, no tiene derecho a determinados bienes o servicios o privilegios que solo son accesibles a los que tienen un algoritmo positivo.

Solo hay que ver cualquier situación en el metro o autobús, en restaurantes, en reuniones de amigos, la mayoría pendientes del móvil. En algún sentido es angustiosa esta forma de vivir absortos en pantallitas interactivas fascinantes pero terriblemente limitadoras de otros ámbitos de la vida. Ha cambiado nuestro cerebro y un estudio noruego estima que el CI ha disminuido en los últimos veinte años entre los jóvenes noruegos en un macroestudio sobre las capacidades reales de estos comparados con los de hace décadas. En mi vida como profesor tuve ocasión de comprobar la disminución drástica de los niveles de concentración en las clases, de razonamiento intelectual y lo más terrible, la depauperada capacidad de expresión, cada vez más pobre, de los alumnos respecto a los que había tenido en la década de los ochenta, noventa o comienzos de siglo. Ya no digamos, la capacidad de comprender textos de alguna complejidad y densidad. La tecnología habitúa a que con un clic se accede inmediatamente a todo, lo que nos hace más impacientes y, como estamos viendo, más intransigentes y llenos de ira. No soportamos la demora en la satisfacción y aumenta nuestro nivel de frustración ante la realidad. Hace unos días escribía que estábamos en la era del resentimiento que aumentaba igual que la intolerancia y el fanatismo político por la extrema simplificación con la que juzgamos las cosas. La era de los populismos y la agresividad no es ajena a la introducción de la tecnología representada por las redes sociales, los bots, la distribución de fake news…

No voy a ser tan inocente como para pensar que esto tiene vuelta atrás, es inexorable y esto no ha hecho sino empezar. Los algoritmos nos terminarán conociendo mejor que nosotros mismos y la idea de libertad puede estar en grave cuestionamiento.

Solo sugeriría algo y es que los que tengan la posibilidad, que retrasen la introducción de las pantallitas en los niños. Nada hay más triste que un niño de dos años embebido en la pantalla de un móvil como acostumbro a ver por todos lados. Les estamos privando de su niñez. Aunque ayer hablaba con mi mujer y me decía ella que eso es imposible, que los niños ven a sus padres y adultos metidos en el móvil y que eso les reclamaba de modo perentorio. Yo aducía que la élite tecnológica lo hacía y era por algo, pero no logré convencerla de que fuera posible. Me temo que tenía razón.

viernes, 15 de abril de 2016

Escuchar, tomar apuntes y redactar como estrategias


He descubierto recientemente una nueva herramienta educativa que se llama Linguoo. Está disponible para dispositivos móviles android y apple. No sé si se puede descargar en el PC o en el MAC. En todo caso, se puede generar un enlace y colgarlo en el correo o EDMODO y se puede acceder a sus archivos.

¿De qué se trata Linguoo? Consiste en una colección de audios sobre noticias de actualidad y  artículos sobre asuntos candentes, agrupados en varias etiquetas como Cultura, Entretenimiento, Tecnología, Obras literarias, etc. Estas grabaciones duran tiempo variable. Las más interesantes son para mí las que duran de 3 a 6 minutos. Pero las hay de duración más extensa, incluso de dos horas cuando las grabaciones corresponden a obras literarias de extensión reducida.

¿Qué hago con ellas? Las cuelgo en EDMODO para que puedan tenerlas mis alumnos y en clase les propongo un ejercicio muy interesante. El primero fue “Hay que controlar a las máquinas” que duraba 3 minutos y medio. La de hoy ha sido “Beneficios de tomar apuntes a mano” que duraba unos 6 minutos.

He dividido la clase en dos sectores, los que tomaban apuntes a mano y los que los tomaban con el ordenador. Les he pasado una primera vez el audio sin pausas para que se quedaran mentalmente con las ideas principales. Hay que decir que no son innecesariamente complicados y sí muy interesantes por la selección de los temas. Esta ha sido la primera audición. En la segunda, tenían que tomar apuntes, ya en papel o con el ordenador. Esta primera toma de apuntes era el borrador. Luego tenían que adaptar dichos apuntes a un texto de unas diez líneas en que se recogieran claramente las principales ideas del texto. La limitación de diez líneas era un importante sesgo al ejercicio porque si hubiera sido por ellos, habría sido mucho más largo. Es importante que sea sintético y claro. A este resumen en diez líneas, se añaden cinco líneas más con su comentario personal sobre el asunto. Hoy era especialmente interesante el tema del audio pues sostenía que los apuntes tomados a mano se graban más profundamente en la memoria que los tomados con el ordenador cuya efectividad es mucho más superficial en la memoria a medio plazo. El tema les ha interesado y la clase ha sido muy productiva.

El ejercicio de escuchar con atención audios interesantes es de primer rango. Luego que tomen apuntes sobre ellos es un ejercicio muy útil porque han de aprender a sintetizar, no escribiendo todo, primera tentación de ellos. Aprenden así a delimitar ideas centrales que luego han de expresar en un texto ya ordenado y corregido que es el que presentan al profesor, que espera con interés la mayor o menor habilidad de realizar esta tarea intelectualmente muy provechosa. No es lo mismo la voz del profesor, ya conocida y a la que se presta muchas veces poca atención. Enfrentarles a un ejercicio de audición, con voces y dicciones bien articuladas, es algo que ofrecía un hueco muy importante. Las noticias están en inglés y en español, algo que puede ser también muy productivo para profesores de inglés.


Se unen así varias estrategias, pero el punto de partida son los sugerentes temas que aborda la selección de Linguoo, una excelente plataforma que va añadiendo continuamente audios. Supongo que una de sus virtualidades está dirigida a invidentes que tienen así un canal de audios actualizado y fresco.

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