Todos
hemos leído que los hijos de los popes de GAFA (Google, Apple, Facebook,
Amazon) llevan a sus hijos a escuelas donde no hay tecnología y que procuran
aislarlos de contactos con ella hasta determinada edad. Luego a los once o doce
años comienzan a relacionarse con ella de modo natural. Cuando lo supe me hizo
pensar sobre las consecuencias de la inmersión a temprana edad en las
pantallitas de los móviles o los iPads, algo que se ve por todas partes. Tengo compañeros de trabajo, sensibles y cultos, que dieron el Iphone a alguno de sus sobrinos desde que tenía un año o un amigo vasco que facilitó a sus hijos desde parecida edad un ipad. Al cabo de cinco años se quejaba de que su hija no podía estar sin el iPad a toda hora y que apenas jugaba con juegos tradicionales. Esto
es consecuencia de una cultura optimista e ingenua acerca de la tecnología que
abundó en el comienzo de la década con la eclosión de los smartphones y la
interactividad de las redes de profesores que creyeron que se abría un nuevo
mundo de relación en red que superaría y sobrepasaría la era de Gutenberg. Hoy,
ya acabando la década, ya no somos tan ingenuos y empezamos a advertir los
efectos muy negativos que está teniendo la extensión de la tecnología en la vida
corriente de las personas y el control que
termina por tener esta sobre nuestro cerebro que está mutando de modo
acelerado.
Y
¿qué decir de las redes sociales, donde nuestros hijos reciben su dosis de
autoestima por los likes que tienen sus fotos en Instagram? En muchos sentidos
su autovaloración depende de ellos. Hay un episodio en esa inquietante serie
que es Black Mirror donde hay una
sociedad en la que el valor de las personas depende del algoritmo de aceptación
social que tiene cada individuo lo que le determina laboral y socialmente,
limitando sus posibilidades si es reducido. Algo así ya se ha implantado en China donde cada ciudadano tiene un número que evalúa centenares o miles de
ítems donde se resume su vida como tal. Si el número es bajo, no tiene derecho
a determinados bienes o servicios o privilegios que solo son accesibles a los
que tienen un algoritmo positivo.
Solo
hay que ver cualquier situación en el metro o autobús, en restaurantes, en
reuniones de amigos, la mayoría pendientes del móvil. En algún sentido es angustiosa
esta forma de vivir absortos en pantallitas interactivas fascinantes pero
terriblemente limitadoras de otros ámbitos de la vida. Ha cambiado nuestro
cerebro y un estudio noruego estima que el CI ha disminuido en los últimos veinte años entre los jóvenes noruegos en un macroestudio sobre las capacidades reales de estos comparados con los de hace décadas. En mi vida como profesor tuve ocasión de comprobar la disminución drástica de los niveles de
concentración en las clases, de razonamiento intelectual y lo más terrible, la
depauperada capacidad de expresión, cada vez más pobre, de los alumnos respecto
a los que había tenido en la década de los ochenta, noventa o comienzos de
siglo. Ya no digamos, la capacidad de comprender textos de alguna complejidad y
densidad. La tecnología habitúa a que con un clic se accede inmediatamente a
todo, lo que nos hace más impacientes y, como estamos viendo, más
intransigentes y llenos de ira. No soportamos la demora en la satisfacción y
aumenta nuestro nivel de frustración ante la realidad. Hace unos días escribía
que estábamos en la era del resentimiento que aumentaba igual que la intolerancia
y el fanatismo político por la extrema simplificación con la que juzgamos las
cosas. La era de los populismos y la agresividad no es ajena a la introducción
de la tecnología representada por las redes sociales, los bots, la distribución
de fake news…
No
voy a ser tan inocente como para pensar que esto tiene vuelta atrás, es
inexorable y esto no ha hecho sino empezar. Los algoritmos nos terminarán
conociendo mejor que nosotros mismos y la idea de libertad puede estar en grave
cuestionamiento.
Solo
sugeriría algo y es que los que tengan la posibilidad, que retrasen la
introducción de las pantallitas en los niños. Nada hay más triste que un niño
de dos años embebido en la pantalla de un móvil como acostumbro a ver por todos
lados. Les estamos privando de su niñez. Aunque ayer hablaba con mi mujer y me
decía ella que eso es imposible, que los niños ven a sus padres y adultos metidos
en el móvil y que eso les reclamaba de modo perentorio. Yo aducía que la élite
tecnológica lo hacía y era por algo, pero no logré convencerla de que fuera
posible. Me temo que tenía razón.
Los que tenemos una cierta edad, hemos pasado una infancia sin pantallitas. Sólo había posibilidad de una, la televisión. Una televisión en blanco y negro, pequeñita y oscura, con una nitidez que ahora no aceptaríamos, nos enseñaba cosas increíbles para nosotros. Pero este electrodoméstico estaba racionado. Empezaba a emitir a la hora de comer, luego a media tarde cerraba, y luego volvía hasta la despedida y cierre allá a las doce. Esta era toda la tecnología de los años de mi niñez. Imposible su adicción por lo antes dicho. Entonces puedo decir que nuestra infancia y nuestra juventud estuvo al margen de las pantallas. Y tengo que decir que no nos aburríamos. Todo lo contrario. No parábamos de inventar (sí, inventar) juegos y más juegos. Y contarnos cosas. Unas que eran verdad y otras que eran imaginadas. Pero nos gustaba oírnos. Y pasábamos largos espacios de tiempo mirándonos a la cara. Hablando. Corriendo. Jugando.
ResponderEliminarNo creo en absoluto que nos hicieran falta estas pantallitas de hoy en día.
Pero a un niño de hoy, a un joven o a un adulto no se les puede ni debe obviar su existencia. Lo difícil (y ahí está el arte de la educación) es saber usarla. No es malo usarlas. No es malo estar al corriente de la tecnología. Sólo hay que estar alerta y procurar que el niño no anteponga la pantallita a las miradas de sus padres y amigos...
Un fuerte abrazo y feliz navidad.
El problema es que las pantallas son adictivas, muy adictivas, y si se las das ya desde bebés o muy niños, muchas veces sin control porque es cómodo para los padres que tienen así entretenidos a los niños, terminan por no relacionarse apenas con otros estímulos o prefiriéndolos por encima de otra cosa. Claro que todo depende del uso que se dé, pero es muy sencillo tenerlos tranquilos. A veces son los abuelos los que satisfacen las pulsiones de los niños cuando están con ellos. Creo que tendría que hacerse una campaña tan potente como la de "si bebes, no conduzcas" o "fumar mata", respecto a las pantallitas en edades primeras. Luego sé que es inevitable, pero hemos de saber que tiene consecuencias nada inocentes. Los padres deberían ser alertados sobre los pésimos efectos que tiene esta adicción que va in crescendo, y de momento solo hay tímidas advertencias al respecto. Claro que depende del mal uso, pero ¿dónde comienza el mal uso? ¿a qué años? Pienso que hay y ha habido padres que quisieron que su bebé incluso se incorporara a una cultura que se percibía como revolucionaria sin percibir el peligro de la adicción y cuando se dan cuenta, ya es tarde porque su niño si no está conectado a la pantalla, no es feliz, se muestra como irritable. Sé que no es fácil pero tendría que empezarse una gran campaña de prevención, algo que no está en el calendario de urgencias. Lo peor, como digo, es que es cómodo tenerlos conectados para que no den mal. Las alternativas son jugar con los padres u otros niños -pero hay tan pocos niños-, hacer excursiones, teatro, contar cuentos, hablar, pasear. Es un efecto poco perceptible porque nos hemos acostumbrado a ello y todo dios está enganchado pero tendrá consecuencias que no esperamos y que ya se están produciendo.
EliminarUn fuerte abrazo, que estas fechas te sean entrañables con tu familia y amigos.
Me gustaría tener argumentos para llevarte la contraria, pero me temo que no hay motivos para el optimismo. Ni siquiera los que nos dedicamos a la educación y formamos parte de la clase media con una cierta preparación cultural somos ya capaces de evitar el enganche a los móviles. Es un reto al que tarde o temprano tendremos que enfrentarnos.
ResponderEliminarLeía estos días una noticia de una empresa americana que ofrecía cien mil dólares al ganador de un concurso para plantearse vivir sin el móvil inteligente durante un año y demostrarlo. Solo se podría utilizar un móvil antiguo sin acceso a internet. Este reto es muestra de la adicción universal a los dispositivos móviles. He pensado en plantearme que mi próximo móvil sea sin acceso a internet pero tengo que pensarlo bien. He leído hoy que hay una cierta saturación en los usuarios respecto a los móviles actuales porque se han quedado ya sin alicientes, de modo que en el año 2019 se prevé que saltan móviles radicalmente novedosos como plegables o que la pantalla ocupe la totalidad de la superficie útil del aparato, que incorporen varias cámaras, entre otras novedades. Está claro que hay potentes intereses en las compañías tecnológicas en estimular la adicción absoluta, sean bebés, niños, adolescentes, adultos o mayores. Somos los conejillos de indias y consumidores de algo que puede ser considerado patológico. Tal vez la rebeldía podría empezar por adquirir un móvil sin prestaciones 3G, 4G y pronto 5G, un móvil que sirva solo para hacer y recibir llamadas. Ese sería el desafío.
EliminarJe, je, después de la vorágine de las primeras comilonas salvajes de la Navidad saco un poco de tiempo para contarte lo que pienso sobre este tema. En primer lugar decirte que tus posts me resultan un tanto bipolares. Lo mismo loas la tecnología, aunque de forma un tanto irónica ya lo se, que te exclamas de la pronta introducción de las pantallas en nuestras vidas. Tengo que recordar, además, que te pasaste al menos el último año de tu carrera docente potenciando a tope el uso de las tecnologías en tus clases.
ResponderEliminarNo se, los mensajes que me llegan de tí en este sentido me resultan un tanto contradictorios a veces. Supongo que es la dicotomía de sentirte enormemente atraído por las tecnologías pero siendo consciente de que estas solo pueden traer consecuencias negativas sobre el ser humano.
O en todo caso eso es lo que pienso yo a grandes rasgos. Al menos sobre el desarrollo de las habilidades de nuestros hijos. En este sentido yo lo estoy sufriendo de primera mano.
Mi hijo mayor con 12 años se pasa el día, siempre que le dejo, enganchado a los videojuegos y sobretodo a las chorradas que le cuentan los miles de youtubers para adolescentes que invaden la red.Es absolutamente desolador, toman como modelos a cualquier idiota que sea capaz de retenerlos en las pantallas con cualquier idiotez que se les ocurra. Retos imbéciles y absurdos cuando no violentos o vejatorios, partidas de juegos en los que ellos no paran de hablar soltando tacos y haciendo aspavientos verbales continuos. En fin, una perdida de tiempo total y absoluta atrofiacerebros que desde luego no va a aportar nada bueno a las próximas generaciones que nos sustituyan.
Y lo peor es que entre los adultos el discurso que corre es el del buenismo, relativizando todo y no dándole importancia a las miles de horas que nuestros hijos se pasan consumiendo dicho contenido.
"Déjalo, tu a tu edad también perdías el tiempo haciendo tonterías o mirando dibujos".
-Santos Cojo....!!!! En fin, ni sigo. Este trimestre, por ejemplo, primero que pasaba en el instituto, y viendo que me iba contando que iba sacando buenas notas en los exámenes, le he dado margen de confianza con el tiempo pasado en el ordenador o con mi móvil que tengo en casa.
Cagada y de las grandes porque cuando han llegado las notas han sido absolutamente pésimas. Por lo visto la parte de las cosas en clase no visible la ha descuidado y ahora nos va a tocar ponernos duros para el resto del año. Se le han acabado las pantallas por mucho tiempo.
Y la niña que tiene 6 años y que desde hace uno también empezó a introducirse en las pantallas ni te cuento. Esta verdaderamente enganchada a un portal de Youtube de esos en que una madre espabilada se pasa el día jugando con su hija con juguetes que le mandan las compañías de juguetes debido a los miles de seguidores que tienen. No es que el tema sea antieducativo, es lo siguiente. Aparentemente son vídeos inocentes, una madre jugando con juguetes con su niña. Pero claro, el modelo es consumista total, niños que tienen todos los juguetes del mundo y una madre que tiene todo el tiempo del mundo para jugar todo el día con ella.
Anda, supera eso!!!. Me paso el día diciéndole a mi mujer que no le deje ver esa bazofia, pero como yo en casa soy, lo que en el movimiento MGTOW del que nos hablabas el otro día llamarían, un Hombre Vagina, mi capacidad de decisión al respecto es nula. En fin, Feliz resto de Navidad Joselu!!!!.
Ja, ja, yo tuve la suerte -así lo creo- de que la primera niñez de mis hijas fue sin tecnología. Nacieron en 1997 y 1999 y así tuvieron una infancia sin dispositivos, sin youtube y casi sin televisión. Fue hacia los once o doce años cuando empezaron con internet, algo ingenuo todavía, y no vivieron lo que estáis viviendo ahora desde que tienen pocos años, como tu hija, ya enganchada a la voracidad consumista que toma a los niños como rehenes de cien mil imbecilidades como las que describes. Por cierto, he leído que el youtuber más cotizado del mundo es un niño de siete años que se dedica a jugar con juguetes tal como nos describes. Pienso que eso es directamente maltrato infantil. La exposición a la popularidad de niños suele traer malas consecuencias aunque la bolsa de los padres se llene con millones de dólares. Leí hace unos días, la terrible vida del niño protagonista de Solo en casa, Macaulay Culkin, que ganó millones y millones para sus padres, lo que le expuso a una adolescencia problemática, adicción a las drogas, depresiones, intentos de suicidio... Es jugar con fuego exponer a los hijos a esa vida de celebrities. Pienso que esos padres son indeseables a pesar de que parezca inocente el hecho de dedicarse a jugar con juguetes. Hay algo más que eso que parece inofensivo.
EliminarEfectivamente, hay una dualidad en mí sobre la tecnología. Cuando la introduje masivamente entre mis alumnos de 15 años creo que era un momento diferente al de la primera niñez. Además, el proyecto educativo de centro les había dotado de portátiles cuyo uso era abiertamente imbécil por parte de los profesores que los utilizaban como libro de texto sin aprovechar la enorme potencialidad de un dispositivo informático. Yo lo que hice fue aprovechar aplicaciones altamente motivadoras para el aprendizaje, creo que fue un uso inteligente en un momento en que ellos eran ya muy hábiles con la tecnología, cosa que en seguida me di cuenta, de que era su lenguaje generacional. Me parecería criminal hacerlo con niños de menos de diez años y aun hasta doce años. Creo que ese es el límite para introducir la informática educativa. Tampoco pretendo vivir un mundo propios de los amish privándoles de la misma.
El problema difícil son los niños que, como digo y tú confirmas, son carne de cañón de una sociedad devoradora que los llena de chorradas y los hace ya de muy pequeños abiertamente consumistas y llenos de antivalores y tonterías.
Mis hijas, ya mayores, se dedican, especialmente la pequeña de 19 años a ver chorradas de youtube y estar enganchada al móvil sin dedicarse a leer en absoluto. Los libros y ella son totalmente enemigos, y eso me duele.
Claro que la tecnología abre posibilidades increíbles en el terreno del conocimiento, es prodigiosa, y de igual manera es prodigiosa en su capacidad de generar chorradas que es lo que atrae a la inmensa mayoría de los niños y adolescente -y probablemente adultos-.
Soy pionero en el uso de muchas aplicaciones tecnológicas. Tengo una Alexa desde el primer día que salió al mercado, quería experimentar la Inteligencia Artificial de Amazon, es algo que me fascina. Otra cosa es que tema con muchas razones que dicha Inteligencia Artificial terminará siendo, si no lo es ya, mucho más inteligente que la media de la humanidad. Pienso que la tecnología nos hace por un lado más capaces de acceder al conocimiento pero por otro lado, es una idiotizadora absoluta, como el estudio noruego nos hace llegar.
Entiendo perfectamente tu malestar por la absorción de tus hijos por aplicaciones probablemente idiotas. En mi caso, lamento que mi mujer y yo no hayamos compartido mi afición por las caminatas o por la montaña, por el buen cine o por la literatura, pero los acuerdos vitales son así, imperfectos, como lo somos todos.
EliminarAhora mis hijas y yo hemos hecho una cuenta conjunta de Netflix -yo lo había dejado hace dos años tras ver Breaking bad-, pasé a Filmin y luego a HBO.
Probablemente sea bipolar, pero has comprendido perfectamente cuáles son mis contradicciones en ese sentido.
Feliz fin de año y entrada de 2019. En fin, lo bueno es que podemos hablar...
Yo era una analfabeta digital hasta que asumí las funciones de la secretaría de mi centro. La necesidad es la madre de todas las ciencias. A marchas forzadas y sacando tiempo del mío particular, fui accediendo a algo que en un principio me pareció magia, ¡para mí que unos embed hicieran surgir un vídeo en un blog, lo era! A partir de ahí, intenté compartirlo con mi alumnado de 11-12 años. Era allá por el 2006/07, mejores tiempos para esta lírica. No existían youtubers alienadores, lo que ya marca una diferencia. En un medio rural como en el que yo trabajaba, supuso un antes y un después. Pudimos enseñar lo que hacíamos y aprender de lo que hacían: los proyectos colaborativos entre colegios, entre países, entre edades diferentes,... ensancharon enriquecedoramente nuestro quehacer diario. Me jubilé cuando empezaron a democratizarse las tablets, y bien que lo lamento. Mi idea siempre fue abrirles un mundo de posibilidades antes de que llegaran a la senda única, alienante y uniformadora que estáis describiendo.
ResponderEliminarAsí que, como maestra, tecnología sí. Como madre, me alegro de tener a mis hijos ya crecidos. Aún así, como describe Joselu, los vídeo-juegos, los youtubers, las redes sociales,... han hecho también estragos en los míos.
Saludos.
Ayer durante la Nochevieja me junté con gran parte de la familia de mi mujer. Solo había dos niños, tal es de escasa la natalidad en estos tiempo. Los treintañeros y cuarentones han decidido no arriesgarse en eso de traer niños al mundo. Pero me fijé en esos dos niños de tres años y medio. Sus padres les dejaban los móviles y ellos parecían moverse como peces en el agua con los vídeos, las fotos, los juegos. Es una forma cómoda y poco reflexiva de tener contenidos a niños muy movidos. Yo lo miraba con preocupación y con lástima. El abuelo me lo comentaba y era contrario a esta inmersión tan pequeñitos en los móviles y tabletas, pero eran sus padres los que lo facilitaban. Esto está muy generalizado, así que se hace dependientes de los móviles a niños de muy temprana edad. Ayer leí que la mayoría de jugueterías de Madrid habían cerrado. No se venden juguetes tradicionales, los niños juegan con los móviles que sobrepasan en expectativas cualquier juego al uso. Comenté con otro familiar la escena y dijo que tal vez estos niños tengan ventaja a la hora de moverse en el entorno digital por haber empezado a los dos años (o antes). Yo le argumenté que estaban perdiendo capacidad de relacionarse con el entorno real sumergidos en pantallas, que si hubieran empezado a los once o doce años lo que hubiera sido mucho mejor. De momento les convenía dibujar, pintar, cantar, hacer excursiones, jugar con los padres o con otros niños (el caso es que no hay, salvo en la escuela, no fueron a la guardería). Pierden capacidad de aprendizaje en el terreno de lo real concreto para meterse en aplicaciones de dudoso nivel educativo o didáctico y sí impulsoras del consumismo y de modos de vida banales y estúpidos. Eso sí, los padres lo escogen por la facilidad que supone para tenerlos controlados. Me dio una pena enorme. Afortunadamente cuando mis hijas eran pequeñas no había móviles ni tabletas. Jugaron a cocinitas, a muñecas, a juegos de mesa... Y pintaron y dibujaron. Fueron niñas.
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