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miércoles, 25 de septiembre de 2019

La literatura moral (reedición)



Cabría reflexionar sobre la importancia de la transmisión de valores que se hace a través de la literatura infantil y juvenil. Es un lugar comúnmente aceptado que los libros de lectura que recomendamos o seleccionamos para nuestros alumnos deben ser un elemento de refuerzo de los valores humanistas y democráticos -favorecedores de la convivencia, de la tolerancia y del diálogo- que fomenten la integración social y que les hagan sensibles a cuestiones sociales (el racismo, el sida, la homosexualidad, la pobreza, la delincuencia, la anorexia…). La lectura en tal caso tiene una importante función de moldeamiento de las conciencias y las actitudes de los adolescentes con arreglo a los valores que entendemos que son válidos en una sociedad como la nuestra. Para ello, el mensaje de estos textos, normalmente narrativos, debe ser claro y no dejar ningún resquicio a la ambigüedad, y si lo hubiera, rápidamente habría protestas y críticas desde el ángulo de lo políticamente correcto. Podemos concluir que la función predominante de la llamada literatura infantil y juvenil es claramente moralizadora, es la predicación de una enseñanza de acuerdo a los valores entendidos como válidos y entronca con la publicidad o los sermones desde los púlpitos.

En tiempos del franquismo también se educaba en valores: el espíritu nacional, la Raza, la hispanidad, la patria, los sagrados valores de la religión… y se censuraban textos sospechosos de atacar dichos valores patrios. Recuerdo que había ediciones expurgadas de El lazarillo de Tormes por su ambigüedad respecto a la religión. De hecho se consideraba a la literatura en sí misma como virtualmente peligrosa por la abundancia de librepensadores, espíritus disolventes y corrosivos, que abundaban entre los escritores.

La llegada de la democracia impulsó la literatura como una experiencia gozosa del placer del texto al margen de sus implicaciones morales. Por fin podíamos liberarnos del corsé ideológico-moralizador y disfrutar de la plurisignificación de la literatura abierta a cualquier tipo de interpretación fuera moral o no. De hecho había una fuerte atracción hacia textos ambivalentes, que caminaban por el filo del abismo y se adentraban en terrenos peligrosos pero que hacían reflexionar porque se identificaban con nuestro ser complejo y contradictorio, abierto a la luz pero también a grandes dosis de sombra.

Pero esto duró poco. La llegada de las nuevas corrientes pedagógicas impuso la llamada educación en valores que se proyectó con fuerza sobre los textos que podían leer nuestros niños y adolescentes que debían ser "educativos" y pedagógicamente correctos. De hecho las editoriales han inundado el mercado con novelas que no destacan por su calidad literaria pero que son claramente unívocas respecto a los mensajes que transmiten y han desechado la peligrosa amoralidad y ambigüedad de la literatura. La ilusión es que se puede moldear a los adolescentes en función de un proyecto colectivo en sintonía con la sociedad democrática para construir un mundo mejor (según nuestras ideas).

Estos planteamientos sobre la función moralizadora de la literatura no los admitiríamos en nuestra experiencia como lectores adultos, pero sí que nos consideramos con derecho a imponer a la infancia y adolescencia criterios abiertamente morales, quizás porque consideramos este periodo de formación como peligroso y desconcertante por su extraordinaria ambigüedad. No hay idea o pensamiento malvado y cruel que no se pase por la mente de un niño o adolescente. Lo sabemos y tememos. Por ello defendemos una lectura dirigida, mediatizada, con claras orientaciones que no puedan dar lugar a dobles sentidos. El bien moral, la razón, los valores -educativamente hablando- siempre deben ganar al mal, los valores democráticos deben siempre imponerse. Una novela debe ser un espejo limpio en el cual poder reflejarse como modelo. De hecho nos desconciertan algunos cuentos tradicionales (Pensemos en Caperucita roja, Hansel y Gretel…) por su crueldad y la violencia implícita que hay pero lo cierto es que siguen fascinando a los niños. No falta algún maestro que pretende cambiar estos cuentos y conseguir que al final el lobo y Caperucita se hagan amigos, o descubrir que el ogro no es tan malo como parecía.

Recuerdo en mi niñez representaciones de guiñol en que la bruja era muy mala pero al final se terminaba llevando todos los estacazos del héroe ante el entusiasmo de toda la chiquillería que gozaba abiertamente. En la actualidad este planteamiento es totalmente inadecuado y todas las representaciones teatrales que he visto para niños no hacen ninguna referencia a la presencia del mal en el mundo, la muerte o cualquier otra situación que haga que los niños tengan malos sueños. Es un mundo idealizado y conformado respecto a nuestros supuestos valores y que proyectamos a los niños, pero que en realidad no tienen nada que ver con los que experimentamos en la edad adulta.

Creo, para acabar, que se ha despojado a los libros que leen nuestros niños y adolescentes del sabor de la auténtica literatura que debe unir una calidad literaria a su libertad imaginativa en la que quepa la complejidad enorme del corazón humano, su ambigüedad y su plurisignificación. En resumidas cuentas, como pensaba Mark Twain, la literatura moralista y didáctica, al servicio de la pedagogía que domina totalmente, es una estafa y es profundamente hipócrita. Si para algo ha de servir la literatura es para alumbrar los conflictos humanos revelando su dolor o desgarro, mostrando su extraordinario laberinto de pasiones, con luces y con sombras o con las carcajadas insolentes del bufón que se ríe de lo políticamente correcto y establecido.

* Recomiendo en este sentido el artículo de la maestra argentina Marcela Carranza, experta en literatura infantil, titulado La literatura al servicio de los valores, o cómo conjurar el peligro de la literatura. Es magnífico y ayuda a profundizar en el tema que sólo he esbozado.

15 comentarios :

  1. Hasta tal punto que es un exponente más de la corrupción de un sistema. La imposición de valores morales a hurtadillas, por la puerta de atrás y sin que se note demasiado (para pervertir la conciencia del "lobo malvado" y la "Caperucita ingenua"), significa que cierto maquiavelismo de meapilas trata de imponer sus valores estupidizantes y de meternos el dedo entre las cachas.
    En las dictaduras es relativamente fácil hallar el punto de inflexión, ya que sus valores enfermizos no se sostienen sobre un sillín de bicicleta sin que aparezcan las clásicas rozaduras y las yagas de la protesta ante la intimidación, la humillación y la intermediación. Lo peor son estas dictablandas de pamplina que te untan vaselina en salva sea la parte con su lenguaje inclusivo y sus métodos para educar borregos amancebados.
    La cultura está totalmente aislada de la sociedad, y cuando se libera esa infecta patulea de estudiantes embobados con cuentos de hadas y un cerebro lavado con zarzaparrilla europea, seguro que acabaran calentando una silla de hemiciclo y aplaudiendo en corro como ovejas.

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    1. Ja ja ja, has sido más contundente que yo. Como profesor de literatura durante muchos años tuve que abdicar de proponer libros de gran calidad literaria y resignarme a productos de editoriales que pretendían educar en valores, como digo. No hay que decir que la inmensa mayor parte de ellos son pésimos como obras literarias pero sirven para ese adoctrinamiento moral que se cree tener derecho a ejercer sobre los niños y adolescentes. La vida es ambigua, turbia, inexacta, compleja, indomeñable, pues bien, había que darles productos en que se sustituyera esto por simplonas moralizaciones sobre lo que está bien despojando a la literatura de cualquier aventura interior. Hay que decir que los destinatarios de estos libros se han convertido en incapaces de descifrar códigos más complejos y literarios. Leen muy poco y lo que leen es deplorable literariamente. Alumnos míos leían -no todos- a Sartre, Camus, Beckett, a los 16 años y lo recibían como alimento altamente explosivo, en la década de los ochenta y noventa, para derivar a subproductos de malos autores juveniles que viven de pervertir el sentido literario de la juventud. Puede que tengas razón en eso de que luego se sientan en el hemiciclo, no lo había pensado, pero a tenor de los jóvenes que han entrado en las Cortes, probablemente se habrán educado en libros para niños buenos y obedientes y así saben aplaudir cuando toca.

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  2. Muy interesante el artículo de Carranza. Podemos hablar del tema indefinidamente, pero la cita que lo encabeza ya lo dice todo:
    "Un libro no es, en modo alguno, moral o inmoral.
    Los libros están bien o mal escritos.
    Eso es todo."
    Oscar Wilde

    Nunca debemos perder de vista que la literatura es un arte, aunque su instrumentalización moralista siempre ha estado ahí, preferentemente en la infantil y juvenil, como si esa fuera una literatura menor en la que se podía bajar el nivel del léxico, ajustar el mensaje y hacerlo más evidente, y usar una férrea censura con la excusa de los criterios morales que debemos imbuir en nuestros retoños.
    Nos olvidamos de que ante todo es literatura, y como tal debe ser -como dice el artículo- "plurisignificativa, ambigua, inaprensible en sus posibilidades de significación", ¡cuidado con las tesis demasiado evidentes!

    No he podido dejar de pensar en Roald Dahl todo el rato, y he leído luego que también lo citan en el artículo. Yo entré en la LIJ por Roald Dahl, gracias a él leí todos los días a mi alumnado, preferentemente sus libros. Me fascinaba ese enfant terrible de las letras galesas... y a los niños, también. Nos sentíamos cómplices con las bizarras situaciones que ponía ante nuestros ojos. Que un niño aborreciera a su abuela en "La maravillosa medicina de Jorge", o que tu maestra pudiera ser una bruja, nos hacía identificarnos con los protagonistas y plantearnos que otro mundo era posible, que salirse de las normas no era al fin y al cabo tan escandaloso, que el sentido del humor cura tantas cosas...

    Se pueden escribir libros para fomentar valores morales, es perfectamente defendible, pero... no lo llamen literatura.

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    1. Yo solo sé a nivel evolutivo lo que me ha enseñado mi profesión a lo largo de los años y el tipo de alumnos que tuve. Hacia 1990 mis alumnos de 16 años leían libros de gran nivel literario -hábilmente escogidos por su densidad y amenidad-, con carga existencial. Hubo alguna alumna que se leyó El segundo sexo de Simone de Beauvoir y otros que leyeron a Kafka o Herman Hesse, entre otros muchos autores de primera línea literaria. Quince años después aquello parecía inverosímil y mis alumnos eran incapaces de descifrar ya cualquier libro complejo por más que lo intenté. En el 50 aniversario de El viejo y el mar lo propuse como lectura a dos cuartos de ESO y fue el mayor fracaso de mi vida en este sentido. Todos lo odiaron. Vieron un libro lento y aburrido, en el que no pasaba nada. Fue unánime. Como dijo Dylan, Los tiempos estaban cambiando. Esa es mi evolución como profesor de literatura: de proponer grandes obras literarias a mis alumnos y que estos las recibieran con gusto a tenerme que limitar a obritas pésimas propuestas por las editoriales sobre la educación en valores. Incluso el director en una ocasión me recriminó mi pretensión de que leyeran obras literarias. Aquello me hundió. Los adolescente solo toleraban subproductos que eran pura bazofia literaria pero que respondían a criterios de oportunismo editorial. Yo nunca me pude reponer de esto. Me fui en el último año, no sé con qué resultado, proponiéndoles que leyeran La metamorfosis de Kafka, probablemente con una valoración demoledora. Esta es la gran crisis de mi carrera como profesor.

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  3. He leído tu texto y el enlace que nos pones de la maestra.

    Es un debate no exento de complejidad.

    Cierto que la literatura es ambigüedad, la vida es ambigua, pero la vida también es moral, entendamos el concepto en su amplia significación, en el sentido de persona cabal, o buena persona, como queramos llamarlo (al margen de credos religiosos, etc).

    Entonces la moral es un hecho que precisa ser transmitido, y la literatura, en gran medida, surge para tal fin, o es inherente a esa naturaleza moral. Lo grandioso de la literatura es que también acabará revelándose contra su propia naturaleza, contra su propio cuerpo, vive su transexualidad y se manifiesta, pero ésta no es más literatura que la otra, ni la otra más que ésta, compleja convivencia.

    La concepción de una moral es anterior a la concepción literaria, primero el individuo se interpeló a sí mismo, tomo conciencia de su propio ser, para sí mismo y para con los demás, luego surgió la necesidad de comunicarlo (narración oral, literatura).

    Por tanto la literatura no puede ser amoral en mundo imbuído de moral (y ya digo que no me circunscribo a lo estrictamente religioso, lo trasciende, se puede ser ateo, o sin adscripción religiosa, y no inmoral).

    Cita la maestra Marcela Carranza las palabras de O. Wilde, “la literatura escapa a la moral, la literatura es amoral” y parece convertir este pensamiento de Wilde en axioma de sus afirmaciones. Yo veo en esa palabras de O. Wilde una provocación, un posicionamiento, muy legítimo claro está, pero sabiendo que su postura no tiene nada de empírica, y solo es un farol (muy bien jugado) para dar una patada en el culo de la moral victoriana, razones no le faltaban, que les den…

    Y ya vemos el recorrido de la literatura infantil y adolescente, que nació con esa vocación moralizante, de buena ética. Fíjate las Fábulas de Esopo, en el siglo VII a.C. Con ese mensaje claro para los niños (los animales, fascinantes para los jovencillos, eran los mejores transmisores de valores y virtudes). Eso sí, y aquí viene el matiz diferenciador con la pedagogía actual, no desdeñaban, o no camuflaban, la dimensión violenta que es inherente a la vida, el mundo ingrato que también existe, aunque se trasladaba ese mal de una manera digerible para los niños, claro está.

    Incluso los cuentos tan emotivos de Edmundo de Amicis, muchos siglos después, en su presentación de la buena conducta y nobles principios no anegan el drama que implica vivir… pobre Marco, de los Apeninos a los Andes, jeje.

    Obviamente la buena literatura para niños ha de saber trasladar esa drama a la singular manera que tienen los pequeños de concebir el mundo.

    Ya, paro. Un poco más y te dejo una tesis, que barbaridad… no se puede tomar cafelito a la hora bruja, amigo Joselu.
    Un abrazo.

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    1. Por más que me esfuerzo en buscar no veo por ninguna parte que las fábulas de Esopo fueran dirigidas a un público infantil o juvenil -entre otras cosas porque no estaba inventada la psicología evolutiva y no existía eso que ahora llamamos la adolescencia. Se pasaba de una niñez muy corta a la adultez. Recuerdo que a los siete años en mi infancia se pasaba una línea que era llamada "la edad de la razón". En la Grecia de Esopo estas fábulas estaban dedicadas a la población en general y su difusión no fue infantil ni juvenil a través de sus derivaciones e influencias literarias que fueron muy importantes. La infancia y la adolescencia son un invento moderno. Ahora creamos un mundo idílico para los niños a los que separamos totalmente de lo problemático y de la muerte. No verás nunca en un tanatorio o en un funeral a un niño. Se les separa de la realidad de la vida, y en esto coincido contigo. Se ha creado una invención en el terreno de la infancia y la adolescencia que en otras culturas no existe. Los niños asistían en África a las mismas fábulas que los mayores y participaban de la vida comunitaria. Es en occidente, con gran escasez de niños por la bajísima natalidad, donde hemos creado un espacio aparte para ellos y se les imbuye de un moralismo vergonzante. No pienso que la moral deba estar ausente y que se les deba hacer leer a Oscar Wilde en sus obras más amorales, pero la dimensión moral es muy amplia -todo es moral en cierto sentido- y lo que se ha impuesto como lecturas infantiles y juveniles son -además de pésimas a nivel literario-, sencillamente maniqueas, sin ninguna complejidad y sin presentar la oscuridad del mundo. Son productos de diseño de las editoriales para vender lo que parece que debe ser vendido en estos tiempos. Buenos sentimientos, políticamente correctos en función de una visión corta y estereotipada. No deben incluir sentimientos que los asusten, que los perturben, que los hagan debatirse en la complejidad.

      Recuerdo que sobre los cinco años mi hija Lucía descubrió la muerte, y se dio cuenta de que ella y sus padres eran mortales. Tuve con ella conversaciones profundas sobre ello, es un momento dramático en la vida de un niño. Igual que cuando descubren que ellos no son especiales a pesar de que tantos padres los hacen crecer con la sensación de que son únicos y príncipes o princesas. La llamada literatura juvenil mayoritaria, que no tiene nada de literatura, es pobrísima a nivel expresivo, dedicada solamente a articular esos valores sociales, esa moralina, y son eso, solo moralina bienintencionada pero nada literaria. Las fábulas de Esopo o Corazón son buenas obras literarias y con una larga trayectoria. Ya querría que mis alumnos las hubieran leido. Se puede llorar mucho con Corazón de Edmundo de Amicis. Yo he vivido en la ESO y bachillerato esta degradación. Se sustituye la literatura por moralismo bienintencionado y los alumnos dejan de percibir la diferencia entre algo literario y un subproducto de diseño malo, malo, malo.

      Un abrazo.

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    2. No he sido del todo exacto con Esopo y las fábulas, pues no fueron creadas ex profeso para los niños o adolescentes, sino, como bien dices, para la población en general, lo que por definición incluye también a los más jóvenes, en modo alguno estaban excluidos, en el fondo pretendían abarcar al ser humano en su totalidad, en todas sus etapas, desde abajo hasta arriba.

      Si es cierto lo que dices, la adolescencia en la Antigua Grecia… consistía en asumir las responsabilidades del ser adulto, vamos, que “mutilaban” la adolescencia.

      Siempre he pensado que la modernidad es de una rabiosa antigüedad, jaja, lo moderno es lo antiguo de antes, pero pulido, o perfeccionado (no siempre).

      No estoy de acuerdo con ese razonamiento “no estaba inventada la psicología evolutiva”, en el que te apoyas (entre otras cosas, como indicas) para sostener tu dificultad de ver las fábulas hacia dicho público. Me iré explicando lo mejor posible.

      Desde la antigüedad hubo observadores de la evolución psicológica de las gentes, del desarrollo humano en sociedad, que es de lo que se ocupa la psicología evolutiva que refieres, cada periodo ha tenido sus estudiosos y técnicas, cambian los nombres, ahora se llama psicología evolutiva, o psicología humanista, como la de Maslow, o vete a saber, y antes se llamaba como se llamara, y obviamente evolucionan los conocimientos sobre la cuestión, pero no es un invento moderno, lo novedoso son los conocimientos que se van adquiriendo con el transcurrir del tiempo y el tratamiento que se aplica a la disciplina.

      Además, el hecho de que en las fábulas también se tuviera en cuenta al público más joven (porque quería llegar a todos los públicos, en general) respondía a una necesidad que hace innecesaria, valga la redundancia, la invención o no invención de la psicología evolutiva (necesidad cuya naturaleza está al margen de ese factor/razón), esta necesidad es asentar la concepción moral que tuviese legitimidad en aquel tiempo, y para ese objetivo sería un sinsentido tener un público excluido de tal finalidad.

      Incluso se sabe que se difundieron en las escuelas de la Antigua Grecia para los niños (los pocos afortunados, eso sí) un par de siglos posteriores a Esopo.

      Estoy de acuerdo en que no conviene edulcorar en exceso la visión de la vida, ese mundo idílico que creamos para los niños, y trasladamos a la pedagogía y la literatura para ellos, como bien dices, pero tampoco ponerlos de bruces frente a la oscuridad (ya sé que tú no lo dices), tendrá que aplicarse el menos común de los sentidos, ya sabes, el sentido común, el equilibrio adecuado entre luz y tinieblas. Pero vamos… ya se encargará la vida y sus contingencias de aleccionar sobre su significado, como ha ocurrido desde siempre.

      Un abrazo, Joselu, un placer debatir contigo.

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  4. Creo que hay que distinguir entre moralismo y adoctrinamiento. Una cosa son los valores y otra las ideas, una cosa es que te argumenten y razonen lo positivo que es vivir con arreglo a unas cualidades personales y otra que te hagan repetir de ipso facto la ideología de un tercero. Entiendo que hay una fina línea que los separa, línea que no hay que traspasarla bajo ningún concepto.
    El moralismo es parte de la literatura. No se puede negar la literatura religiosa de la antiguedad, el moralismo literario en la época barroca, los poemas moralistas de Quevedo… ¿es literatura de segunda?
    Los cuentos para niños la mayoría de ellos son moralistas, si, los míos sin ir más lejos lo son , en mi blog “cuentos de Cacao” los termino hasta con moraleja muchas veces ¿por qué no? Moralismo de valores, bondad, amor, generosidad…¿por qué no mostrar a los niños a través de una historia sencilla y adaptada a ellos un modelo de conducta beneficiosa para ellos y para la sociedad que les rodee? No deja de ser una forma de contrarrestar lo que viven en su realidad día a día. ¿Es esto literatura menor? La literatura es arte y un artista nunca se plantea la categoría de su creación.
    Termino con una frase de Borges:”Vedar la ética es arbitrariamente empobrecer la literatura”
    Como siempre digo: así es como yo lo veo respetando otras posturas, por supuesto.
    SAludos.

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    1. Bienvenida tu argumentación que enriquece el debate y lo eleva conceptualmente en otras direcciones no contempladas anteriormente. No argumento en contra de tus ideas que considero bien planteadas y son solventes.

      Recuerdo mi niñez. He escrito mucho acerca de ella, especialmente un libro -no publicado y que han leído algunos allegados- que se titula Tiempo de ira. Este texto refleja mis recuerdos de niño entre los cuatro y los seis años y lo más leve que puedo decir sobre ello es que es atroz, es inimaginable cómo un niño pudo soportar aquello. Yo conocí el lado oscuro de la vida en sus inicios. No es algo extraño, muchos de mis alumnos han vivido experiencias indescriptibles. Yo escapé de ese horror por la lectura, primero de tebeos, más tarde de libros en cuanto pude. Pienso que poco de lo que leí tenía un carácter moralista porque en aquel tiempo se estaba menos atento a lo correcto como ha sucedido así en nuestra democracia. Aprendí a crecer con héroes que se salían fuera de lo común, anarquistas, que tenían peculiares sentidos de la ética -no hay una sola ética: tus cuentos del Cacao reflejan tu sentimiento íntimo de lo que consideras ético o moral, pero a mí no me hubiera servido en aquel momento, yo necesitaba otro tipo de ética y la descubrí en la literatura-, eran individualistas, eran valientes, eran violentos o muy críticos; posteriormente descubrí a mis dieciséis años la ambigüedad moral, esos dilemas éticos en que el común de los seres humanos se ven inmersos continuamente, no eran fáciles de resolver, pero eso me gustaba, me atraía magnéticamente porque en mi interior yo era también malvado y violento, forma parte de la naturaleza humana. Tenía otras cosas, pero la ambigüedad esencial del ser humano es algo que nos es muy propio. Y los niños lo sienten profundamente. Podemos escribir fábulas llenas de buenos ejemplos, valores y generosidad, pero eso no refleja esencialmente a los hombres porque son turbios y contradictorios. Dostoieveski decía que el corazón humano era demasiado vasto, incluía el bien, pero también el mal. No hay héroes totalmente buenos, ni siquiera Gandhi sería un hombre sin mácula, pero tampoco Charles Manson, el asesino, fue un hombre sin algo valioso en su interior. La naturaleza humana es dual o poliédrica. Un hombre que siempre quiera actuar regido por el bien provocará grandes desastres impensados. Nada hay más peligroso que un hombre bueno al cien por cien, porque la historia progresa esencialmente por la maldad en combinación con el bien. Esto es también moral, la ambigüedad esencial del corazón humano. No solo hay una moral del bien, hay otra moral más amplia que alumbra esas zonas de sombra de la intimidad del ser. La buena literatura es necesariamente moral, me gusta la literatura moral. Quevedo escribió poesía moral y a la vez los más soeces sonetos escatológicos y crueles y antisemitas y misóginos. Juan de la Cruz escribió poemas místicos llenos de erotismo e incluso pornografía si los leemos en determinado sentido.

      Por eso, yo entiendo lo moral como esencialmente dual y conflictivo. En mi experiencia, desde que yo recuerdo, no veo la luz como una presencia tranquilizadora, y he apreciado siempre ese cruce, esa dualidad esencial del corazón humano en la literatura que he leído. Creo que tengo una gran conciencia moral y la aprecio en la literatura, pero para mí es como el yin y el yang, el bien no existe sin el mal. No creo en los buenos sentimientos, yo al menos los he conocido parcialmente, unidos a otros sentimientos menos claros. Así la literatura moral que me atrae es la que alumbra los dos lados del espectro, tal vez haya más. No lo sé.

      Muchas gracias por tus palabras que me han impelido a pensar y fijar mis ideas. Un cordial saludo.

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  5. Voy a ser muy simple: lo importante es que se coja afición por la lectura. Y cada lector ha de ser libre para leer lo que pueda, lo que su entorno le brinde o lo que le venga en gana. Yo no renegaré nunca de las lecturas que hice durante mi infancia: tebeos, novelas del Oeste, del FBI, de Zane Grey...Luego vinieron otras mejor consideradas.

    Saludos

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    1. Ah, esas lecturas de adolescencia... ¡Con qué cariño las recordamos! Se empieza por Marcial Lafuente Estefanía y se puede llegar a Shakespeare con el tiempo. Así me pasó a mí. Muchas gracias por tu presencia. Saludos.

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  6. Siempre he tenido dudas sobre la influencia que pueda ejercer la lectura sobre la transmisión de valores. No lo cuestiono. Es un hecho, pero ¿hasta que punto? ¿cuanta influencia?.
    Entiendo que afortunadamente, las vivencias, moldean mucho más y también corrigen las influencias. Si no fuera así, muy posiblemente yo sería un fanático falangista, un poco asesino, fundamentalista religioso y monárquico a matar.

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    1. No sé muy bien que argumentar ante esta reflexión sino que los extremos se atraen.

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  7. Hola Joselu. Estoy con el internet un tanto capado, así que poco puedo visitar páginas amigas o incluso meter mano en mi propio blog para corregir cosas, así que pasaba solamente a devolver el saludo, aunque, como siempre, tu texto da pie a variadas reflexiones y comentarios. A ver si puedo acercarme más regularmente.

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    1. Echo en falta tus dibujos reflexivos. A ver si te volvemos a ver.

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