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lunes, 1 de marzo de 2021

La ansiedad en los centros educativos


Hace mucho tiempo que no escribo sobre educación, concretamente desde que dejé de ser profesor en activo. No obstante, sigo con interés la vida académica de un instituto del Baix Llobregat a través de un vínculo familiar. No dejo de estar conectado con el mundo de la educación aunque sea indirectamente. 

 

Unas alumnas de bachillerato han planteado hacer un Treball de Recerca -Trabajo de investigación- sobre la ansiedad en los institutos. Ha sido un tema que me ha motivado porque he visto la evolución de los alumnos y los centros educativos a lo largo de varias décadas. Hace treinta años no era un asunto que tuviera ninguna relevancia. La mayoría de conceptos educativos no eran operativos en un contexto prerreforma educativa. Los profesores eran especialistas en determinadas materias e impartían clases sobre ellas. Todo esto cambió radicalmente y hoy día se puede decir que la menor función que tiene un profesor es su especialidad. Ahora el profesor en un instituto es un acompañante que se adapta a las características de cada uno de sus alumnos, que es consciente de sus problemas y dificultades, de sus características familiares y personales. Es una especie de coaching de seguimiento personal, no un especialista en la materia. Y una de las realidades más claras es que el nivel de ansiedad es cada vez mayor entre los adolescentes. Intuyo que el trabajo de estas alumnas puede ser muy interesante si logran encauzarlo bien. Los adolescentes -ahora se los llama “niños”- son cada vez más frágiles y vulnerables. Muchos acuden sistemáticamente a gabinetes psicológicos derivados a veces por el propio instituto. Y no son raros los alumnos que son medicados por sus problemas. No resisten un nivel de exigencia académica. Los exámenes y los trabajos les generan ansiedad que no pueden soportar y necesitan ayuda profesional. 

 

Los psicopedagogos de los centros tienen una abultada agenda con todo tipo de problemas y a veces tienen que acompañar a alumnos o alumnas que cambian de género por decisión personal. Pasan de ser Albert a ser Ada o al revés. Los profesionales asisten con frecuencia a problemas de anorexia que pueden llegar a ser muy graves. Los problemas sociales son múltiples en entornos de familias desestructuradas y con problemas económicos, más en una situación con la que ha generado la Covid en que muchos trabajadores se han quedado sin trabajo. La ansiedad y la depresión no son raras entre ellos, unidos, por supuesto, a los problemas disruptivos que tienen como eje a alumnos desafiantes y provocadores ante los que no hay ningún recurso de defensa por parte del centro. Un alumno puede desmontar todas las clases y no se puede hacer nada al respecto. Se redactarán informes interminables pero los recursos para enfrentarse a la indisciplina son claramente inhábiles, más si los padres protegen a sus vástagos y dicen que son objeto de persecución en el centro por parte de los profesores. 

 

Otro problema añadido es la doble identidad que se posee, la física y la virtual. Los adolescentes son muy vulnerables por su presencia en las redes sociales, las más famosas y otras menos conocidas donde pueden ser objeto de ataques y acoso que producen fuertes estados de ansiedad y miedo. Los conflictos entre iguales son de extrema crueldad. No solo tienen miedo a ir al centro algunos sino que viven atemorizados por las redes sociales. Allí dependen emocionalmente de su éxito en ellas, de los likes que reciben o no. La identidad virtual cada vez es más potente y es tan real o más que la física. 

 

La conclusión de esta entrada es que nunca la realidad adolescente ha sido tan frágil y vulnerable. Nunca han estado tan a la orden del día los problemas de ansiedad y autoestima. Y como complemento, la realidad de algunos profesores empieza a ser igualmente problemática ante el aumento de carga profesional que abruma por no tener nada que ver con lo que estudió en la universidad y sí de hacerse cargo de un componente psicológico y comportamental a lo que no es fácil darle salida. 

 

La pregunta del millón es que con el estado de la juventud actual y el conjunto de la sociedad cada vez más dependiente de antidepresivos y ansiolíticos, ¿cómo podemos enfrentarnos a los desafíos del presente y del futuro? Somos una sociedad esencialmente lábil. Cuando los inmigrantes arriesgan su vida para llegar a Europa, sea chuzando el mar o de cualquier otro modo, se encuentran a sociedades incapaces de afrontar las adversidades, miedosas, medicalizadas, y a la vez  muy débiles. Casi se puede decir que nuestro mundo es extremadamente quebradizo. La humanidad era mucho más fuerte psicológicamente antes. No quedaba otro remedio. Nuestros adolescentes son la punta del iceberg de sociedades que viven abrumadas por los miedos. 

jueves, 5 de marzo de 2020

La buena literatura

                                                 Philip K. Dick

La idea ampliamente difundida –y no carente de fundamento- de que se debe leer por placer, para pasárselo bien y disfrutar, en algún sentido me resulta sospechosa e inexacta a la hora de enfrentarse a muchas obras literarias de cierto nivel. No se lee solo por disfrutar, el libro no es una máquina de producir placer primario –directo y simple-; en muchas ocasiones el placer es secundario y fruto del esfuerzo y la constancia que te lleva a entrar en una historia, o en un mundo, o en un modo de concebir las cosas que no es necesariamente sencillo. Hay libros con los que se trenza una lucha denodada para penetrar en su sentido, y solo, tras perseverar en ellos se logra desentrañar claves que no son accesibles en un nivel elemental. La idea de luchar con un texto es imprescindible y lógica si queremos acercarnos a la buena literatura.

Por eso, todos esos relatos que se venden como apasionantes y fascinantes, que se leen de un tirón por lo absorbentes que son por sus historias llenas de sentimiento y emoción, pienso que son objeto de fórmulas narrativas que pretenden captar al lector de un modo muchas veces tramposo. No digo que no sean hábiles historias, bien dosificadas, y plenas de avatares sorprendentes en los que hay sensacionales giros de guion que terminan por llevar al lector al asombro. Son libros que se leen como el agua y a los que uno se adhiere emocionalmente de principio a final. Están bien diseñados comercialmente para satisfacer el gusto de buenas masas de lectores. Son las novelas que triunfan en el mundo editorial, dentro de un país en que se lee no lo suficiente –soy prudente porque más bien se lee poco, muy poco-. Está bien que existan estos libros, son los que atraen a la mayor parte de los lectores.

En el mundo educativo las editoriales publican libros trepidantes para adolescentes, y así captarlos para la lectura. Son libros que pretenden arrastrar por su dinamismo, su nivel de juego, los temas cercanos a los alumnos y su actualidad. Parece que no hay opción al respecto. Venerados profesores de secundaria recomiendan lecturas sencillas para así atraer a los lectores a otros niveles más complejos, pero esto, a mi juicio, no es así. Vivimos un tiempo de fórmulas esquemáticas, de fast food en todos los sentidos. Las ideas complejas asustan y amedrentan, y de este modo no creo que funcione el sistema de alimentar a los adolescentes de mala literatura, de antiliteratura, para luego, más adelante, que lleguen a Shakespeare. Esto no funciona así. Los libros primarios y sencillos no crean lectores complejos, además en una sociedad que rechaza esa complejidad como la peor de las condenas. No sé cuál es la vía para crear buenos lectores. En cierta manera, pienso que es una guerra perdida. El contexto no ayuda por muchas razones. El buen lector es una rara avis. En el mundo de los blogs hay excelentes que hablan de buena literatura por parte de lectores con gusto y sentido de la profundidad. En mi blogroll hay bastantes de estos, pero es una falsa impresión. La sociedad no es así. Se esgrime como argumento principal para no leer la falta de tiempo. He vivido en el mundo de los profesores varias décadas y advertí que la mayoría, incluso por parte de profesores de lengua y literatura, no eran lectores. No había tiempo. Quizás en verano –decían-. Ser buen lector es una actividad que requiere de disciplina y no dejarse atrapar siempre por el nivel primario de los libros. No significa que el disfrutar surja de modo sencillo porque nos enfrentamos a la plurisignificación y a ideas elaboradas, muy elaboradas. La buena literatura no es sencilla, requiere de tesón y una abierta aceptación del desafío.

Yo viví un tiempo en que a los adolescentes les gustaba leer buena literatura, de gran complejidad. Yo utilizaba la literatura como un arma para fomentar su rebeldía juvenil y ellos entraban en el juego. Pero eso pasó y cuando lo cuento es difícil de creer en un momento como el de nuestra época, líquida y banal, esencialmente epidérmica. Solo los salvajes siguen enamorados de la buena literatura.

viernes, 6 de diciembre de 2019

Greta Thunberg -paradojas de un compromiso-.



Se va a celebrar en Madrid una cumbre climática a la que va a asistir Greta Thunberg. Todo lo que rodea a esta muchacha se ha convertido en desagradable, no por ella que está empeñada en su lucha quijotesca contra el cambio climático sino por la reacción de los medios y la sociedad ante su fama planetaria. Los ataques contra ella son muy frecuentes, se la ridiculiza, se la critica por su coherencia personal –una asociación ha llegado a ofrecerle un burro para ir de Lisboa a Madrid para burlarse de ella-. Me duele que se haya erigido como conciencia del planeta y que a la  vez sea objeto de la animadversión generalizada, como si tuviera la culpa del circo mediático en torno suyo, una muchacha más de quince años, y que padece un síndrome muy específico que la marca poderosamente. Nunca hubiera creído que alguien que empeña su existencia en una causa justa fuera tan objeto de mofas y veneno. Es una muchacha que excita la curiosidad y a la vez desagrada a algunos, no sé si por su físico o por la cohesión de su pensamiento y su praxis. Tal vez ella nos señala a todos y nos muestra que la lucha contra el cambio climático empieza por los gobiernos pero afecta a todos y cada uno de nosotros. Y no estamos dispuestos a cambiar.

viernes, 25 de octubre de 2019

¿Confiar en los sentimientos?




Ayer me llevé una desagradable sorpresa con el whatsapp. Por la mañana había enviado un mensaje breve a un amigo del que me habían dado su número pero en el que no contestaba vía telefónica. Hace más de diez años que no lo veo. Le dije en mi mensaje que tenía ganas de hablar con él y que le enviaba un abrazo, poco más. Para mi terrible sorpresa por la tarde recibo una contestación que me dejó helado. Por lo que se ve este número no es el de mi amigo y yo lo había enviado a un número desconocido: Viejo asqueroso, no soy más que un niño, nadie te quiere, pedófilo de mierda.

Me quedé sin habla durante unos minutos. No entendía cómo se había podido producir semejante cruce de perspectivas. Borré el mensaje porque me hacía daño y el teléfono para no volver a creer que era el de mi amigo.

Luego me vinieron reflexiones sobre esto. Yo desde luego ignoro a quién le había enviado el mensaje, por otra parte tan plano y convencional, pero reaccionó con una intensidad terrible, y supongo que lo hace, alertado por el miedo compartido a cualquier tipo de amenaza por parte de sus padres, colegio, compañeros, etc.

He leído recientemente un largo ensayo titulado La transformación de la mente moderna, firmado por dos buenos estudiosos americanos, Jonathan Haidt y Greg Lukianoff. En él se alerta de la hiperprotección de los niños para evitarles cualquier tipo de peligros reales o imaginarios –es difícil de deslindar- algo que los hace extremadamente frágiles, y en lugar de buscar su lado de “antifragilidad”, la fomentamos creyendo que así los protegemos.

Uno de los ejemplos que ponen los autores es la política de prevención de los cacahuetes en los Estados Unidos. Se ve que había un pequeño grupo de personas afectadas por alergia a los cacahuetes. Para evitarlo se desató una campaña nacional de modo que no aparecían los cacahuetes en ningún lado. Esta falta de exposición a la sustancia potencialmente alergena, hizo que se disparara el número de personas que no los toleraban y llega ahora a ser del 15 o 16%. Al intentar protegerlos los hemos hecho más frágiles.

En segundo lugar, se nos dice sistemáticamente que confiemos en los sentimientos –es el razonamiento emocional-. He buscado en internet y en todos los enlaces que he encontrado se habla de la conveniencia de confiar en los sentimientos. Si sientes que algo va mal es que probablemente vaya mal. Si te sientes ofendido es que entonces debe haberse producido una ofensa.Ese nivel de intuición primaria puede llevarnos a algún acierto pero también a muchísimos errores. 

Pero, realmente ¿podemos confiar tanto en los sentimientos? ¿Acaso los sentimientos no nos engañan sistemáticamente? ¿No puede dar a unas mentalidades asustadizas e hiperfrágiles que terminan viendo peligros donde no los hay, ofensas donde no ha habido intención, agresiones donde no ha habido nada de eso?

Pienso en esos sentimientos nacionalistas de “efervescencia colectiva” cuando un grupo de personas se reúne y alcanza un alto grado de unión emocional en manifestaciones multitudinarias. Es el identitarismo. Se creen en mitos y se ven claramente agresiones donde no ha habido sino la intención contraria, la del encuentro. Se tejen miedos colectivos, sentimientos de identidad agredida que no son sino paranoia colectiva. Es muy difícil sustraerse a eso porque es muy sencillo, afecta a una forma de sentir que es estimulada constantemente por los medios de comunicación y las redes sociales. Si te sientes ofendido, es porque sin duda lo han hecho con plena conciencia e intención. Buf. ¿No es terrible? Y se reacciona con odio, con agresividad, con ira, frente a la agresión fabulada.

¿No hay acaso que relativizar los sentimientos y pararse un momento para decidir racionalmente qué ha pasado? Sé que es muy fácil sentirse agredido u ofendido, fácil y cómodo, para no tener que pensar más allá, pero es este el nivel primario de reacción que nos están inyectando por todas las vías.

Son tres las falsas ideas a que nos están exponiendo, y todas son muy peligrosas. He mencionado dos: Eres frágil, lo que atenta contra tu fragilidad es negativo, evítalo. Confía en tus sentimientos. La tercera es El mundo se divide entre buenos y malos. Da lugar a adolescentes frágiles por la hiperprotección que han recibido, a universitarios que no aceptan que en su campus existan otras opiniones que no sean las que ellos tienen.

Un cierto nivel de adversidad es necesario para la vida aunque como padres queremos evitarlo. No podemos estar siempre protegiéndonos de enemigos potenciales. Terminamos dividiendo el mundo entre buenos y malos, y así las redes sociales han creado enormes burbujas en que solo nos relacionamos con los que sienten como nosotros, no hay lugar a la disensión. Todo es para proteger nuestros sentimientos y que no sean agredidos. No parece que el diálogo racional esté ya en funcionamiento en nuestras sociedades. Solo hay sentimientos encontrados y cada vez más asqueados mutuamente.

Jonathan Haidt y Greg Lukianoff sostienen que si alguien hubiera querido destruir la democracia, habría inventado las redes sociales, lugares en que se dan los tres errores o falsas ideas que he mencionado.

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