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sábado, 22 de octubre de 2022

El imperio de la depresión


Estos días se ha publicado un importante estudio sobre la depresión a cargo de Jonathan Sadowsky, profesor de Historia de la Medicina en Case Western University en Cleveland (Ohio). El libro es El imperio de la depresión, publicado en Alianza Editorial. 

 

El tema me interesa especialmente y quiero aproximarme a él sintetizando algunas ideas que vertebran el libro y objetándolas en la medida que puedo. Una de ellas es la pregunta si la depresión es una enfermedad moderna de sociedades occidentales ricas. ¿Es la depresión una enfermedad moderna y occidental? La respuesta de Sadowsky es radicalmente negativa. La depresión ha acompañado a lo largo del tiempo a la humanidad aunque antes recibía otros nombres como acedia, distimia, melancolía, neurastenia… Esa tristeza excesiva y profunda propia de los estados que llamamos depresivos ha sido una constante aunque no es fácil determinar si cuando se habla de melancolía se refiere exactamente a lo que entendemos por depresión. En los monasterios medievales había monjes poseídos por una intensa tristeza a la que no se encontraba explicación. La melancolía era una forma de calificar, ya desde Hipócrates, a una tendencia hacia los pensamientos tristes y pesimistas, una permanente sensación de minusvalía y una fijación constante en las carencias propias. En el siglo XIX se hablaba de neurastenia para calificar una especie de cansancio existencial y flojera mental.

 

Otro tema conectado en este libro con la idea de pensar que la depresión es solamente occidental y que tiene su eje en mentes sensibles como las nuestras mientras que los africanos, que carecerían de sentimientos introspectivos, no la experimentarían. Este argumento sirvió para justificar el esclavismo al pretender que los negros africanos no sufrían psicológicamente como nosotros al ser arrastrados de sus tierras en condiciones terribles porque sus mentes no eran tan sensibles y sofisticadas como las blancas. Pretender hacerlos inmunes al sufrimiento psicológico era una forma de deshumanizarlos como si fueran poco más que animales incapaces de experimentar tristeza profunda. 

 

Sin embargo, admitiendo esto, pienso que las sociedades occidentales han experimentado mucho más el síndrome depresivo y que otras sociedades más precarias del llamado Tercer Mundo, basadas en la supervivencia más elemental, no tienen la ocasión de centrarse en los sentimientos tristes porque lo que determina su vida es el hecho de comer cada día, sobrevivir cada instante frente a fuerzas temibles que pueden poner su vida en peligro. E implica algo que es saberse sobreponer frente a los sentimientos debilitadores. En una balsa rodeada de tiburones no cabe sentirse triste y los mecanismos de resistencia psicológica se imponen frente al decaimiento psicológico que está fuera de lugar. Cuando uno pasa por una prueba a vida o muerte, en el límite o fuertemente arriesgada, uno ha de echarle coraje de modo obligado. Dejarse morir es una posibilidad pero la adrenalina generada impulsa la entereza. 

 

Por otra parte, admito que la depresión, tenga el nombre que tenga, ha sido algo que ha acompañado a la humanidad, pero no en la dimensión que ahora lo hace. Se calcula que hay en el mundo actualmente, trescientos millones de personas que podrían calificarse dentro de un cuadro depresivo, y un número creciente de personas necesitan tomar antidepresivos, ansiolíticos o antipsicóticos. Ayer La Vanguardia daba en primera página la noticia de que había aumentado en un cuarenta por ciento las dolencias psicológicas entre los niños y jóvenes, y otra noticia es que en España hay seis millones de personas aquejadas de ansiedad o depresión. Pienso que el tipo de vida que llevamos, aparentemente segura y basada en el consumismo y la satisfacción inmediata de nuestros deseos nos lleva a ser especialmente frágiles en una sociedad inestable, líquida y competitiva. Nada nos acaba de satisfacer ni ofrecer seguridad íntima.

 

La depresión y la ansiedad se han convertido en plagas de las sociedades modernas y afectan crecientemente a niños, jóvenes, adultos y personas mayores. He visto a lo largo de mis años como profesor cómo los alumnos se convertían progresivamente en más lábiles y quebradizos y ahora buena parte del programa educativo se dedica a atender a alumnos con problemas psíquicos de un modo que no conocí cuando comenzó mi profesión, no sé si porque no afloraban o porque había más resistencia psicológica. 

 

Sin quitarle valor al ensayo de Sadowsky, creo que nuestras sociedades modernas son más propensas a las depresiones. Las razones son complejas y no caben en un artículo ligero como un post. La química ha entrado en nuestras vidas y muchísimas personas necesitan su aporte para mantenerse en pie, tal vez antes se hacía a pelo o simplemente no había opción de hundirse. 

lunes, 1 de marzo de 2021

La ansiedad en los centros educativos


Hace mucho tiempo que no escribo sobre educación, concretamente desde que dejé de ser profesor en activo. No obstante, sigo con interés la vida académica de un instituto del Baix Llobregat a través de un vínculo familiar. No dejo de estar conectado con el mundo de la educación aunque sea indirectamente. 

 

Unas alumnas de bachillerato han planteado hacer un Treball de Recerca -Trabajo de investigación- sobre la ansiedad en los institutos. Ha sido un tema que me ha motivado porque he visto la evolución de los alumnos y los centros educativos a lo largo de varias décadas. Hace treinta años no era un asunto que tuviera ninguna relevancia. La mayoría de conceptos educativos no eran operativos en un contexto prerreforma educativa. Los profesores eran especialistas en determinadas materias e impartían clases sobre ellas. Todo esto cambió radicalmente y hoy día se puede decir que la menor función que tiene un profesor es su especialidad. Ahora el profesor en un instituto es un acompañante que se adapta a las características de cada uno de sus alumnos, que es consciente de sus problemas y dificultades, de sus características familiares y personales. Es una especie de coaching de seguimiento personal, no un especialista en la materia. Y una de las realidades más claras es que el nivel de ansiedad es cada vez mayor entre los adolescentes. Intuyo que el trabajo de estas alumnas puede ser muy interesante si logran encauzarlo bien. Los adolescentes -ahora se los llama “niños”- son cada vez más frágiles y vulnerables. Muchos acuden sistemáticamente a gabinetes psicológicos derivados a veces por el propio instituto. Y no son raros los alumnos que son medicados por sus problemas. No resisten un nivel de exigencia académica. Los exámenes y los trabajos les generan ansiedad que no pueden soportar y necesitan ayuda profesional. 

 

Los psicopedagogos de los centros tienen una abultada agenda con todo tipo de problemas y a veces tienen que acompañar a alumnos o alumnas que cambian de género por decisión personal. Pasan de ser Albert a ser Ada o al revés. Los profesionales asisten con frecuencia a problemas de anorexia que pueden llegar a ser muy graves. Los problemas sociales son múltiples en entornos de familias desestructuradas y con problemas económicos, más en una situación con la que ha generado la Covid en que muchos trabajadores se han quedado sin trabajo. La ansiedad y la depresión no son raras entre ellos, unidos, por supuesto, a los problemas disruptivos que tienen como eje a alumnos desafiantes y provocadores ante los que no hay ningún recurso de defensa por parte del centro. Un alumno puede desmontar todas las clases y no se puede hacer nada al respecto. Se redactarán informes interminables pero los recursos para enfrentarse a la indisciplina son claramente inhábiles, más si los padres protegen a sus vástagos y dicen que son objeto de persecución en el centro por parte de los profesores. 

 

Otro problema añadido es la doble identidad que se posee, la física y la virtual. Los adolescentes son muy vulnerables por su presencia en las redes sociales, las más famosas y otras menos conocidas donde pueden ser objeto de ataques y acoso que producen fuertes estados de ansiedad y miedo. Los conflictos entre iguales son de extrema crueldad. No solo tienen miedo a ir al centro algunos sino que viven atemorizados por las redes sociales. Allí dependen emocionalmente de su éxito en ellas, de los likes que reciben o no. La identidad virtual cada vez es más potente y es tan real o más que la física. 

 

La conclusión de esta entrada es que nunca la realidad adolescente ha sido tan frágil y vulnerable. Nunca han estado tan a la orden del día los problemas de ansiedad y autoestima. Y como complemento, la realidad de algunos profesores empieza a ser igualmente problemática ante el aumento de carga profesional que abruma por no tener nada que ver con lo que estudió en la universidad y sí de hacerse cargo de un componente psicológico y comportamental a lo que no es fácil darle salida. 

 

La pregunta del millón es que con el estado de la juventud actual y el conjunto de la sociedad cada vez más dependiente de antidepresivos y ansiolíticos, ¿cómo podemos enfrentarnos a los desafíos del presente y del futuro? Somos una sociedad esencialmente lábil. Cuando los inmigrantes arriesgan su vida para llegar a Europa, sea chuzando el mar o de cualquier otro modo, se encuentran a sociedades incapaces de afrontar las adversidades, miedosas, medicalizadas, y a la vez  muy débiles. Casi se puede decir que nuestro mundo es extremadamente quebradizo. La humanidad era mucho más fuerte psicológicamente antes. No quedaba otro remedio. Nuestros adolescentes son la punta del iceberg de sociedades que viven abrumadas por los miedos. 

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