Estos días se ha publicado un importante estudio sobre la depresión a cargo de Jonathan Sadowsky, profesor de Historia de la Medicina en Case Western University en Cleveland (Ohio). El libro es El imperio de la depresión, publicado en Alianza Editorial.
El tema me interesa especialmente y quiero aproximarme a él sintetizando algunas ideas que vertebran el libro y objetándolas en la medida que puedo. Una de ellas es la pregunta si la depresión es una enfermedad moderna de sociedades occidentales ricas. ¿Es la depresión una enfermedad moderna y occidental? La respuesta de Sadowsky es radicalmente negativa. La depresión ha acompañado a lo largo del tiempo a la humanidad aunque antes recibía otros nombres como acedia, distimia, melancolía, neurastenia… Esa tristeza excesiva y profunda propia de los estados que llamamos depresivos ha sido una constante aunque no es fácil determinar si cuando se habla de melancolía se refiere exactamente a lo que entendemos por depresión. En los monasterios medievales había monjes poseídos por una intensa tristeza a la que no se encontraba explicación. La melancolía era una forma de calificar, ya desde Hipócrates, a una tendencia hacia los pensamientos tristes y pesimistas, una permanente sensación de minusvalía y una fijación constante en las carencias propias. En el siglo XIX se hablaba de neurastenia para calificar una especie de cansancio existencial y flojera mental.
Otro tema conectado en este libro con la idea de pensar que la depresión es solamente occidental y que tiene su eje en mentes sensibles como las nuestras mientras que los africanos, que carecerían de sentimientos introspectivos, no la experimentarían. Este argumento sirvió para justificar el esclavismo al pretender que los negros africanos no sufrían psicológicamente como nosotros al ser arrastrados de sus tierras en condiciones terribles porque sus mentes no eran tan sensibles y sofisticadas como las blancas. Pretender hacerlos inmunes al sufrimiento psicológico era una forma de deshumanizarlos como si fueran poco más que animales incapaces de experimentar tristeza profunda.
Sin embargo, admitiendo esto, pienso que las sociedades occidentales han experimentado mucho más el síndrome depresivo y que otras sociedades más precarias del llamado Tercer Mundo, basadas en la supervivencia más elemental, no tienen la ocasión de centrarse en los sentimientos tristes porque lo que determina su vida es el hecho de comer cada día, sobrevivir cada instante frente a fuerzas temibles que pueden poner su vida en peligro. E implica algo que es saberse sobreponer frente a los sentimientos debilitadores. En una balsa rodeada de tiburones no cabe sentirse triste y los mecanismos de resistencia psicológica se imponen frente al decaimiento psicológico que está fuera de lugar. Cuando uno pasa por una prueba a vida o muerte, en el límite o fuertemente arriesgada, uno ha de echarle coraje de modo obligado. Dejarse morir es una posibilidad pero la adrenalina generada impulsa la entereza.
Por otra parte, admito que la depresión, tenga el nombre que tenga, ha sido algo que ha acompañado a la humanidad, pero no en la dimensión que ahora lo hace. Se calcula que hay en el mundo actualmente, trescientos millones de personas que podrían calificarse dentro de un cuadro depresivo, y un número creciente de personas necesitan tomar antidepresivos, ansiolíticos o antipsicóticos. Ayer La Vanguardia daba en primera página la noticia de que había aumentado en un cuarenta por ciento las dolencias psicológicas entre los niños y jóvenes, y otra noticia es que en España hay seis millones de personas aquejadas de ansiedad o depresión. Pienso que el tipo de vida que llevamos, aparentemente segura y basada en el consumismo y la satisfacción inmediata de nuestros deseos nos lleva a ser especialmente frágiles en una sociedad inestable, líquida y competitiva. Nada nos acaba de satisfacer ni ofrecer seguridad íntima.
La depresión y la ansiedad se han convertido en plagas de las sociedades modernas y afectan crecientemente a niños, jóvenes, adultos y personas mayores. He visto a lo largo de mis años como profesor cómo los alumnos se convertían progresivamente en más lábiles y quebradizos y ahora buena parte del programa educativo se dedica a atender a alumnos con problemas psíquicos de un modo que no conocí cuando comenzó mi profesión, no sé si porque no afloraban o porque había más resistencia psicológica.
Sin quitarle valor al ensayo de Sadowsky, creo que nuestras sociedades modernas son más propensas a las depresiones. Las razones son complejas y no caben en un artículo ligero como un post. La química ha entrado en nuestras vidas y muchísimas personas necesitan su aporte para mantenerse en pie, tal vez antes se hacía a pelo o simplemente no había opción de hundirse.