Ayer me llevé
una desagradable sorpresa con el whatsapp. Por la mañana había enviado un
mensaje breve a un amigo del que me habían dado su número pero en el que no
contestaba vía telefónica. Hace más de diez años que no lo veo. Le dije en mi
mensaje que tenía ganas de hablar con él y que le enviaba un abrazo, poco más.
Para mi terrible sorpresa por la tarde recibo una contestación que me dejó helado.
Por lo que se ve este número no es el de mi amigo y yo lo había enviado a un número
desconocido: Viejo asqueroso, no soy más que un niño, nadie te quiere, pedófilo
de mierda.
Me quedé sin
habla durante unos minutos. No entendía cómo se había podido producir semejante
cruce de perspectivas. Borré el mensaje porque me hacía daño y el teléfono para
no volver a creer que era el de mi amigo.
Luego me
vinieron reflexiones sobre esto. Yo desde luego ignoro a quién le había enviado
el mensaje, por otra parte tan plano y convencional, pero reaccionó con una
intensidad terrible, y supongo que lo hace, alertado por el miedo compartido a
cualquier tipo de amenaza por parte de sus padres, colegio, compañeros, etc.
He leído
recientemente un largo ensayo titulado La transformación de la mente moderna,
firmado por dos buenos estudiosos americanos, Jonathan Haidt y Greg Lukianoff.
En él se alerta de la hiperprotección de los niños para evitarles cualquier
tipo de peligros reales o imaginarios –es difícil de deslindar- algo que los
hace extremadamente frágiles, y en lugar de buscar su lado de “antifragilidad”,
la fomentamos creyendo que así los protegemos.
Uno de los
ejemplos que ponen los autores es la política de prevención de los cacahuetes
en los Estados Unidos. Se ve que había un pequeño grupo de personas afectadas
por alergia a los cacahuetes. Para evitarlo se desató una campaña nacional de
modo que no aparecían los cacahuetes en ningún lado. Esta falta de exposición a
la sustancia potencialmente alergena, hizo que se disparara el número de
personas que no los toleraban y llega ahora a ser del 15 o 16%. Al intentar protegerlos
los hemos hecho más frágiles.
En segundo
lugar, se nos dice sistemáticamente que confiemos en los sentimientos –es el
razonamiento emocional-. He buscado en internet y en todos los enlaces que he encontrado
se habla de la conveniencia de confiar en los sentimientos. Si sientes que algo
va mal es que probablemente vaya mal. Si te sientes ofendido es que entonces debe haberse producido una ofensa.Ese nivel de intuición primaria puede
llevarnos a algún acierto pero también a muchísimos errores.
Pero, realmente ¿podemos
confiar tanto en los sentimientos? ¿Acaso los sentimientos no nos engañan
sistemáticamente? ¿No puede dar a unas mentalidades asustadizas e hiperfrágiles
que terminan viendo peligros donde no los hay, ofensas donde no ha habido
intención, agresiones donde no ha habido nada de eso?
Pienso en esos
sentimientos nacionalistas de “efervescencia colectiva” cuando un grupo de
personas se reúne y alcanza un alto grado de unión emocional en manifestaciones
multitudinarias. Es el identitarismo. Se creen en mitos y se ven claramente
agresiones donde no ha habido sino la intención contraria, la del encuentro. Se
tejen miedos colectivos, sentimientos de identidad agredida que no son sino
paranoia colectiva. Es muy difícil sustraerse a eso porque es muy sencillo,
afecta a una forma de sentir que es estimulada constantemente por los medios de
comunicación y las redes sociales. Si te sientes ofendido, es porque sin duda
lo han hecho con plena conciencia e intención. Buf. ¿No es terrible? Y se
reacciona con odio, con agresividad, con ira, frente a la agresión fabulada.
¿No hay acaso
que relativizar los sentimientos y pararse un momento para decidir
racionalmente qué ha pasado? Sé que es muy fácil sentirse agredido u ofendido,
fácil y cómodo, para no tener que pensar más allá, pero es este el nivel
primario de reacción que nos están inyectando por todas las vías.
Son tres las
falsas ideas a que nos están exponiendo, y todas son muy peligrosas. He
mencionado dos: Eres frágil, lo que atenta contra tu fragilidad es negativo,
evítalo. Confía en tus sentimientos. La tercera es El mundo se divide entre
buenos y malos. Da lugar a adolescentes frágiles por la hiperprotección que han
recibido, a universitarios que no aceptan que en su campus existan otras
opiniones que no sean las que ellos tienen.
Un cierto nivel
de adversidad es necesario para la vida aunque como padres queremos evitarlo. No
podemos estar siempre protegiéndonos de enemigos potenciales. Terminamos
dividiendo el mundo entre buenos y malos, y así las redes sociales han creado
enormes burbujas en que solo nos relacionamos con los que sienten como
nosotros, no hay lugar a la disensión. Todo es para proteger nuestros
sentimientos y que no sean agredidos. No parece que el diálogo racional esté ya
en funcionamiento en nuestras sociedades. Solo hay sentimientos encontrados y
cada vez más asqueados mutuamente.
Jonathan Haidt y
Greg Lukianoff sostienen que si alguien hubiera querido destruir la democracia,
habría inventado las redes sociales, lugares en que se dan los tres errores o
falsas ideas que he mencionado.