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sábado, 7 de marzo de 2020

La amargura como motor existencial.



No sé bien qué es la amargura, pero pienso que es un sentimiento que vertebra la humanidad. La amargura es fundamentalmente dolor o resentimiento por lo que pudiera haber sido y no es, como si el universo, la vida, se hubieran confabulado para desahuciarnos de la felicidad.  De nuestras expectativas, de nuestros horizontes.  El talento mueve el mundo, una décima parte de la humanidad es la que transforma nuestras condiciones de vida, quienes tienen la inteligencia para crear algo nuevo.  La inmensa mayor parte de la humanidad es solo acompañante de los verdaderos motores del cambio universales que provienen del talento. Pero el talento lo poseen solo algunos pocos. Muy pocos. ¿Cómo no rebelarse contra la arbitrariedad del talento? ¿Cómo no rebelarse contra la injusta distribución de los dones? ¿De la riqueza? ¿De la suerte? ¿Del azar?

De ahí proviene esencialmente la amargura. Un sentimiento de injusticia de lo que uno ha recibido y de lo que podría haber sido en otra distribución del azar, porque en definitiva lo que depende de nosotros es bien poco.  Somos genética, ambiente social, fortuna económica, carácter, salud, evolución azarosa y, sobre todo, incertidumbre.

Hay quien sospecha que estamos hechos ya en el momento de nacer, y que, en cierta manera, vivimos determinados por nuestros condicionamientos que escapan a nuestra capacidad de decidir. Estamos así abocados a la suerte o a la desgracia, a la felicidad o al infortunio. 

La amargura surge de una falta de sintonía entre la realidad y las expectativas. Para ser feliz hay que vivir acorde con el destino aunque sea radicalmente injusto. La necedad es un paliativo. Pero no siempre es capaz de ocultar la realidad.

Sin embargo, ha habido grandes hombres -de esos que recordamos- que han terminado poseídos por la amargura. 

Sí, sin duda la amargura es una condición existencial que es más común de lo que parece. Lleva al suicidio, al dolor, a la tristeza, no sé bien pero no la condenaría solo como un fracaso. Es profundamente humana. 

viernes, 25 de octubre de 2019

¿Confiar en los sentimientos?




Ayer me llevé una desagradable sorpresa con el whatsapp. Por la mañana había enviado un mensaje breve a un amigo del que me habían dado su número pero en el que no contestaba vía telefónica. Hace más de diez años que no lo veo. Le dije en mi mensaje que tenía ganas de hablar con él y que le enviaba un abrazo, poco más. Para mi terrible sorpresa por la tarde recibo una contestación que me dejó helado. Por lo que se ve este número no es el de mi amigo y yo lo había enviado a un número desconocido: Viejo asqueroso, no soy más que un niño, nadie te quiere, pedófilo de mierda.

Me quedé sin habla durante unos minutos. No entendía cómo se había podido producir semejante cruce de perspectivas. Borré el mensaje porque me hacía daño y el teléfono para no volver a creer que era el de mi amigo.

Luego me vinieron reflexiones sobre esto. Yo desde luego ignoro a quién le había enviado el mensaje, por otra parte tan plano y convencional, pero reaccionó con una intensidad terrible, y supongo que lo hace, alertado por el miedo compartido a cualquier tipo de amenaza por parte de sus padres, colegio, compañeros, etc.

He leído recientemente un largo ensayo titulado La transformación de la mente moderna, firmado por dos buenos estudiosos americanos, Jonathan Haidt y Greg Lukianoff. En él se alerta de la hiperprotección de los niños para evitarles cualquier tipo de peligros reales o imaginarios –es difícil de deslindar- algo que los hace extremadamente frágiles, y en lugar de buscar su lado de “antifragilidad”, la fomentamos creyendo que así los protegemos.

Uno de los ejemplos que ponen los autores es la política de prevención de los cacahuetes en los Estados Unidos. Se ve que había un pequeño grupo de personas afectadas por alergia a los cacahuetes. Para evitarlo se desató una campaña nacional de modo que no aparecían los cacahuetes en ningún lado. Esta falta de exposición a la sustancia potencialmente alergena, hizo que se disparara el número de personas que no los toleraban y llega ahora a ser del 15 o 16%. Al intentar protegerlos los hemos hecho más frágiles.

En segundo lugar, se nos dice sistemáticamente que confiemos en los sentimientos –es el razonamiento emocional-. He buscado en internet y en todos los enlaces que he encontrado se habla de la conveniencia de confiar en los sentimientos. Si sientes que algo va mal es que probablemente vaya mal. Si te sientes ofendido es que entonces debe haberse producido una ofensa.Ese nivel de intuición primaria puede llevarnos a algún acierto pero también a muchísimos errores. 

Pero, realmente ¿podemos confiar tanto en los sentimientos? ¿Acaso los sentimientos no nos engañan sistemáticamente? ¿No puede dar a unas mentalidades asustadizas e hiperfrágiles que terminan viendo peligros donde no los hay, ofensas donde no ha habido intención, agresiones donde no ha habido nada de eso?

Pienso en esos sentimientos nacionalistas de “efervescencia colectiva” cuando un grupo de personas se reúne y alcanza un alto grado de unión emocional en manifestaciones multitudinarias. Es el identitarismo. Se creen en mitos y se ven claramente agresiones donde no ha habido sino la intención contraria, la del encuentro. Se tejen miedos colectivos, sentimientos de identidad agredida que no son sino paranoia colectiva. Es muy difícil sustraerse a eso porque es muy sencillo, afecta a una forma de sentir que es estimulada constantemente por los medios de comunicación y las redes sociales. Si te sientes ofendido, es porque sin duda lo han hecho con plena conciencia e intención. Buf. ¿No es terrible? Y se reacciona con odio, con agresividad, con ira, frente a la agresión fabulada.

¿No hay acaso que relativizar los sentimientos y pararse un momento para decidir racionalmente qué ha pasado? Sé que es muy fácil sentirse agredido u ofendido, fácil y cómodo, para no tener que pensar más allá, pero es este el nivel primario de reacción que nos están inyectando por todas las vías.

Son tres las falsas ideas a que nos están exponiendo, y todas son muy peligrosas. He mencionado dos: Eres frágil, lo que atenta contra tu fragilidad es negativo, evítalo. Confía en tus sentimientos. La tercera es El mundo se divide entre buenos y malos. Da lugar a adolescentes frágiles por la hiperprotección que han recibido, a universitarios que no aceptan que en su campus existan otras opiniones que no sean las que ellos tienen.

Un cierto nivel de adversidad es necesario para la vida aunque como padres queremos evitarlo. No podemos estar siempre protegiéndonos de enemigos potenciales. Terminamos dividiendo el mundo entre buenos y malos, y así las redes sociales han creado enormes burbujas en que solo nos relacionamos con los que sienten como nosotros, no hay lugar a la disensión. Todo es para proteger nuestros sentimientos y que no sean agredidos. No parece que el diálogo racional esté ya en funcionamiento en nuestras sociedades. Solo hay sentimientos encontrados y cada vez más asqueados mutuamente.

Jonathan Haidt y Greg Lukianoff sostienen que si alguien hubiera querido destruir la democracia, habría inventado las redes sociales, lugares en que se dan los tres errores o falsas ideas que he mencionado.

miércoles, 14 de agosto de 2019

El ser o no ser de Europa




Hace más de quinientos años, Europa inició la época de la globalización, llegando al continente que sería América, y dando la vuelta al globo, mostrando que la tierra era una esfera. Decenas de millones de europeos, huyendo de la pobreza, se fueron a los nuevos territorios iniciando el tiempo de los colonialismos en que Europa se hizo dueña del mundo en unos viajes que se creían en una sola dirección.

Quinientos años después, los excolonizados han encontrado el camino de vuelta y vienen a Europa, la tierra de los derechos humanos y las revoluciones. Buscan asilo político y mejores condiciones de vida. Son millones y millones, y los que vendrán.

Europa se halla en un dilema importante, trascendental. Si es fiel a sus raíces humanistas, tendrá que abrir sus fronteras y sus mares para acoger a los que huyen de la desdicha para encontrar otra vida. El camino que inició en el siglo XV es de doble recorrido y ahora estamos en el reflujo. Durante siglos se aprovechó de ese comercio humano y comercial que le abrían las tierras colonizadas.

¿Qué hacer? ¿Abrir nuestras fronteras hablando con el corazón o funcionar con el miedo de que esta marea termine por anegar a Europa y convertirla en un orbe islámico en cincuenta años confrontada nuestra tasa de natalidad con la de los que llegan?

Ser humanos o ser refractarios a la historia. Aquí se debate el ser de Europa. Y no hay tiempo para pensar.


lunes, 7 de enero de 2019

El espejismo de la libertad


Uno de los pensadores –a mi juicio- más interesantes en la actualidad es el historiador y escritor Yuval Noah Harari, autor de libros cuyas tesis están teniendo un gran impacto en el terreno de la especulación acerca del ser humano y de los peligros que representa la tecnología para este. Ayer El Pais publicó un artículo suyo que extracta lo que sostiene en libros como Homo Deus, Sapiens y 21 lecciones para el siglo XXI. Recomiendo ir a él para leerlo directamente. Lo que voy a hacer es intentar resumir sus principales tesis. 

La primera y fundamental es que el estado actual de la tecnología y su inexorable desarrollo amenazan seriamente cualquier idea que tengamos sobre la libertad humana porque la Inteligencia Artificial y la Bioingeniería en su prodigioso desarrollo son capaces de piratear la mente del ser humano aprovechándose de sus puntos débiles, y, para ello, las mentes más brillantes del planeta están buscando sistemas para rediseñar nuestro cerebro e inducirnos desde productos comerciales a ideologías políticas que se basarán en nuestros sentimientos, miedos y pulsiones más ocultos, pues hoy la tecnología es capaz –y lo será mucho más en breve- de adentrarse en nuestro mundo interior, ese que creemos inaccesible. Pero esa inaccesibilidad es un mito, igual que es un mito la creencia en que existe un libre albedrío que es representado por nuestra libertad de elegir. Yuval Noah Harari pone en cuestión la idea que ha fundamentado la teología católica y al liberalismo: la capacidad de elegir libremente del ser humano. Esta creencia es un mito que nos sirvió cuatrocientos años para enfrenarnos a las tiranías, pero no se sostiene científicamente en un mundo donde la bioquímica y la neurología nos demuestran que lo que consideramos nuestras elecciones libres, nuestros deseos más profundos y lo que llamamos nuestras decisiones están profundamente determinadas por condicionamientos biológicos, emocionales, sociales, genéticos, culturales, nacionales, sexuales, familiares… No elegimos realmente, no podemos elegir nuestros pensamientos -descargas electroquímicas-, se nos imponen sin que podamos hacer nada al respecto. Nuestras decisiones más supuestamente libres son claramente inducidas por muchos factores que no controlamos. Nuestro sistema operativo es esencialmente emocional -y químico- y no podemos elegirlo, y de ahí el poder gigantesco que tendrá quien logre conocernos mejor que nosotros mismos para manipular nuestra conciencia induciéndonos deseos o ideologías políticas que creeremos que hemos elegido. Podrán predecir nuestras decisiones y manipular nuestros sentimientos. 

La principal pregunta que debemos hacernos cuando nos surge una idea o un deseo o necesitamos hacer una elección es preguntarnos quién ha puesto esa idea en nuestra mente. Creemos que nace en nosotros pero la elaborada tecnología es capaz de sugerirnos hábitos de compra, miedos, ideologías políticas basándose en nuestra evidencia emocional. No olvidemos que dos mil millones de seres humanos tienen cuenta en Facebook, no todos la utilizan regularmente, pero hay centenares de millones que sí que lo hacen. Facebook a través de unas docenas de likes nuestros sabe prácticamente todo de nosotros. Son centenares de páginas las que guarda Facebook acerca de lo que sabe de nosotros sin que seamos conscientes. Y a través de este conocimiento, esta red social y otras, se nos presentan alternativas en consonancia a nuestra personalidad, nuestros deseos más ocultos o de nuestros miedos. La información que recibimos es sesgada en base a nuestro perfil. Si tememos a los inmigrantes recibiremos información que respalde ese miedo, si somos nacionalistas, todo lo que recibiremos será para reforzar ese sentimiento, si nos gusta viajar recibiremos información de viajes, si vamos a ser padres, recibiremos información sobre bebés y todos sus complementos. Los grandes dictadores del pasado dominaban a sus ciudadanos mediante el terror –Hitler, Stalin- pero ahora es mucho más sutil. Aquellos no podían personalizar cómo influir a cada ser humano en concreto, utilizaban mecanismos de terror generalizados. Ahora son mucho más sensibles a lo que saben de nuestro mundo íntimo y personal. La libertad, la supuesta libertad individual, se socava desde dentro. Y esto no ha hecho sino empezar. Con el internet de las cosas, y la creciente marea de los big data, se sabrá todo de nosotros, incluido nuestras mediciones biométricas, estados de ánimo, nivel de tensión, de colesterol, de ansiedad, ejercicio diario, hábitos de todo tipo que exigirán las compañías de seguros para extendernos una póliza. Los asistentes personales en el hogar se terminan haciendo una especie de miembro de la familia pero graban todo lo que ocurre en casa para ser utilizado en algún momento. Dependemos tanto de la tecnología que ofrecemos totalmente nuestra intimidad a cambio de servicios que creemos que son gratuitos pero no es así: el producto somos nosotros, conocernos profundamente para lograr manipularnos, hackearnos, piratearnos, sea para vender –hoy todo el mundo está metido en sus compras para las que hay multitud de días y noches al año en que hay descuentos, en sus series y así nos pasamos la vida viendo series, a veces muy buenas, cuyos episodios se suceden automáticamente para tenernos retenidos. Se reclama nuestra atención para tenernos dominados, a su merced. 

Para resistir esto, Yuval propone poner en duda el mito de la teología cristiana, el Humanismo y la Ilustración, el libre albedrío. No somos libres. Es mentira la afirmación política de que el pueblo sabe lo que quiere. No existe la libertad y es bueno saberlo. Nuestro espectro de libertad, si lo pensamos, es bien reducido. Poco podemos en realidad elegir que no sea impuesto o que nos ha llegado por mecanismos o algoritmos que nos condicionan profundamente. El libre albedrío es un espejismo y es bueno saberlo para lograr conocernos mejor a nosotros mismos. Actualmente ¿cuántos seres humanos no están sometidos a ficciones nacionalistas o religiosas o consumistas en lugar de plantearnos qué nos está pasando?, ¿quiénes somos nosotros, adónde nos llevan la Inteligencia Artificial y la bioingeniería? ¿Quiénes somos en realidad? El conócete a ti mismosocrático, según Yuval, es esencial pero para ello debemos ser conscientes de que la libertad humana es un espejismo muy bonito pero absolutamente irreal. El futuro está aquí y no hay mucho tiempo para pensar qué nos va a suceder, ya lo están pensando por nosotros los ingenieros bioinformáticos y los poderes que los sostienen. China y Estados Unidos invierten centenares de miles de millones en investigación sobre la Inteligencia Artificial y los big data, para crear una humanidad que deberíamos pensarla aunque sea como ejercicio de curiosidad. Porque es posible que no nos guste para nada. 

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