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sábado, 7 de marzo de 2020

La amargura como motor existencial.



No sé bien qué es la amargura, pero pienso que es un sentimiento que vertebra la humanidad. La amargura es fundamentalmente dolor o resentimiento por lo que pudiera haber sido y no es, como si el universo, la vida, se hubieran confabulado para desahuciarnos de la felicidad.  De nuestras expectativas, de nuestros horizontes.  El talento mueve el mundo, una décima parte de la humanidad es la que transforma nuestras condiciones de vida, quienes tienen la inteligencia para crear algo nuevo.  La inmensa mayor parte de la humanidad es solo acompañante de los verdaderos motores del cambio universales que provienen del talento. Pero el talento lo poseen solo algunos pocos. Muy pocos. ¿Cómo no rebelarse contra la arbitrariedad del talento? ¿Cómo no rebelarse contra la injusta distribución de los dones? ¿De la riqueza? ¿De la suerte? ¿Del azar?

De ahí proviene esencialmente la amargura. Un sentimiento de injusticia de lo que uno ha recibido y de lo que podría haber sido en otra distribución del azar, porque en definitiva lo que depende de nosotros es bien poco.  Somos genética, ambiente social, fortuna económica, carácter, salud, evolución azarosa y, sobre todo, incertidumbre.

Hay quien sospecha que estamos hechos ya en el momento de nacer, y que, en cierta manera, vivimos determinados por nuestros condicionamientos que escapan a nuestra capacidad de decidir. Estamos así abocados a la suerte o a la desgracia, a la felicidad o al infortunio. 

La amargura surge de una falta de sintonía entre la realidad y las expectativas. Para ser feliz hay que vivir acorde con el destino aunque sea radicalmente injusto. La necedad es un paliativo. Pero no siempre es capaz de ocultar la realidad.

Sin embargo, ha habido grandes hombres -de esos que recordamos- que han terminado poseídos por la amargura. 

Sí, sin duda la amargura es una condición existencial que es más común de lo que parece. Lleva al suicidio, al dolor, a la tristeza, no sé bien pero no la condenaría solo como un fracaso. Es profundamente humana. 

viernes, 1 de noviembre de 2019

El profesor de literatura (Cuento de horror)



El profesor de literatura entra en el aula sin que nadie advierta su presencia, tan invisible resulta para sus alumnos que viven momentos de jolgorio colectivo gritando y dando alaridos, subiéndose a las sillas, peleándose entre ellos, asomándose a la ventana y llamando a compañeros que están haciendo gimnasia, pisando los numerosos papeles en el suelo… El bullicio es infernal y nadie se ha dado cuenta de que el profesor ha entrado en clase. Este se dirige a su mesa, llena de papeles arrugados y escupitajos que han ido echando tras la clase anterior. Esta es la imagen que el profesor da como persona de autoridad. Deja su cartera en un rincón de la mesa, respira hondo, y mira el escándalo de la clase que no amaina pese a que él ya está en su posición y mira pacientemente hacia el infinito esperando que el bullicio estrepitoso vaya decayendo, pero no es así. Al cabo de cinco minutos ha aumentado si cabe y el profesor sigue como un fantoche mirando a sus alumnos para ver si estos bajan de las mesas y dejan de empujarse y gritar como posesos. La puerta de la clase está abierta. El profesor atraviesa el aula y llega a la puerta que trae hacia sí y la cierra con la llave que ha sacado del bolsillo. Ya nadie podrá salir de allí…

El profesor, a punto de la jubilación, piensa que es un momento óptimo para lo que va a pasar allí en escasos segundos. Vuelve a su mesa y saca de una cartuchera que llevaba en su cartera una pistola Glock de calibre medio, quita el seguro... En este momento el griterío se ha ido apagando cuando han observado la escena del profesor con una pistola. Parecía que no lo miraba nadie, pero hoy ha ocurrido algo inesperado y tienen la intuición de que hoy se van a divertir. El profesor eleva la pistola en el aire –el silencio se ha hecho de repente profundo- apunta cuidadosamente a la masa de alumnos y dispara un tiro que atraviesa la cabeza del mayor creador de caos en el aula. Su cabeza explota como un melón y la sangre salpica a los que están alrededor. Jonás cae en el suelo, pero nadie se atreve a gritar porque el profesor les vuelve a apuntar y les hace la señal de que levanten las manos algo que todos hacen inmediatamente, sin dudas. Por primera vez, un gesto sutil del profesor es inmediatamente obedecido. El cuerpo de ese alumno homosexual que torturaba al profesor indefenso ya es historia. Hay un gran charco de sangre alrededor de él. El profesor les indica que se sienten y que saquen material para tomar apuntes. Todos lo hacen sin vacilar. Están esperando que alguien vaya en su ayuda, pero el instituto está vacío porque la mayor parte de los alumnos han salido de excursión y nadie ha escuchado el disparo o lo han confundido con la explosión de un neumático. Están solos ante un hombre del cual se desconoce su grado de locura pero mejor no tomárselo ya más a chacota.`

El profesor da la clase durante el resto de la hora. Les habla del valor de la literatura como espejo de la sociedad y de los sueños. Ellos toman apuntes sin pestañear mientras las moscas van llegando a la sangre pringosa de Jonás. Están tan aterrorizados y a la vez tan fascinados que no piensan en nada y por primera vez escuchan con interés las palabras del profesor ahora cargadas de autoridad. La literatura,  en palabras del profesor,  les lleva a la Odisea y el retorno de Ulises a Ítaca tras diez años de periplo, siete de los cuales en poder de Calipso, hija del Titán Atlas y reina de la hermosa isla de Ogigia,  que le ofrece la inmortalidad a cambio de que él renuncie a la vuelta a su isla y a Penélope. Pero Atenea escucha los ruegos del héroe y al final la ninfa lo deja marchar. Les habla, ya en su patria,  de la venganza de Ulises sobre los pretendientes, cómo los va matando a todos con el arco que él solo puede tensar… Telémaco reconoce a su padre… La violencia es terrible y la venganza de Ulises les parece excesiva pero la sangre de Jonás hoy da a la clase un significado muy especial. La literatura no es broma. Varios desean leer algún día la Odisea… Luego el profesor, que parece haber concluido, se agacha junto al cuerpo yerto de Jonás y moja sus dedos en la sangre del muchacho y va a la blanca pizarra electrónica y escribe una palabra con la sangre, cuando esta se le acaba, moja de nuevo su dedo en el charco viscoso… Les señala la palabra y ellos por fin entienden… La palabra es “confines”

Cuando suena el timbre, la clase acaba pero ninguno se mueve por lo magnetizados y horrorizados que están. El profesor ha dado la clase de su vida. Vuelve a sacar la pistola ante el silencio espantado de sus alumnos que por primera vez sienten horror y también simpatía por ese hombre que está ante ellos al que despreciaban. El profesor se pone la pistola en la sien y les dice: “No olvidéis nunca esta clase. Cuando tengáis dudas, recordadla. Os he dado el mensaje más importante que recibiréis en vuestra vida”. Y dispara, su cráneo estalla en medio del espanto generalizado. Algunos cerraron los ojos, pero la mayoría asistieron impávidos y resignados a la autoejecución del profesor de literatura.

Allí acabó la clase. Y no la olvidaron jamás.

Pronto sonaron las sirenas de la policía.

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