El profesor de literatura entra
en el aula sin que nadie advierta su presencia, tan invisible resulta para sus
alumnos que viven momentos de jolgorio colectivo gritando y dando alaridos,
subiéndose a las sillas, peleándose entre ellos, asomándose a la ventana y
llamando a compañeros que están haciendo gimnasia, pisando los numerosos papeles en el suelo… El
bullicio es infernal y nadie se ha dado cuenta de que el profesor ha entrado en
clase. Este se dirige a su mesa, llena de papeles arrugados y escupitajos que han ido
echando tras la clase anterior. Esta es la imagen que el profesor da como
persona de autoridad. Deja su cartera en un rincón de la mesa, respira hondo, y
mira el escándalo de la clase que no amaina pese a que él ya está en su
posición y mira pacientemente hacia el infinito esperando que el bullicio
estrepitoso vaya decayendo, pero no es así. Al cabo de cinco minutos ha
aumentado si cabe y el profesor sigue como un fantoche mirando a sus alumnos
para ver si estos bajan de las mesas y dejan de empujarse y gritar como
posesos. La puerta de la clase está abierta. El profesor atraviesa el aula y
llega a la puerta que trae hacia sí y la cierra con la llave que ha sacado del
bolsillo. Ya nadie podrá salir de allí…
El profesor, a punto de la
jubilación, piensa que es un momento óptimo para lo que va a pasar allí en
escasos segundos. Vuelve a su mesa y saca de una cartuchera que llevaba en su cartera una pistola Glock de
calibre medio, quita el seguro... En este momento el griterío se ha ido apagando
cuando han observado la escena del profesor con una pistola. Parecía que no lo
miraba nadie, pero hoy ha ocurrido algo inesperado y tienen la intuición de que hoy se van a divertir. El
profesor eleva la pistola en el aire –el silencio se ha hecho de repente
profundo- apunta cuidadosamente a la masa de alumnos y dispara un tiro que atraviesa la cabeza
del mayor creador de caos en el aula. Su cabeza explota como un melón y la
sangre salpica a los que están alrededor. Jonás cae en el suelo, pero nadie se
atreve a gritar porque el profesor les vuelve a apuntar y les hace la señal de
que levanten las manos algo que todos hacen inmediatamente, sin dudas. Por primera vez, un
gesto sutil del profesor es inmediatamente obedecido. El cuerpo de ese alumno
homosexual que torturaba al profesor indefenso ya es historia. Hay un gran charco
de sangre alrededor de él. El profesor les indica que se sienten y que saquen
material para tomar apuntes. Todos lo hacen sin vacilar. Están esperando que
alguien vaya en su ayuda, pero el instituto está vacío porque la mayor parte de
los alumnos han salido de excursión y nadie ha escuchado el disparo o lo han
confundido con la explosión de un neumático. Están solos ante un hombre del
cual se desconoce su grado de locura pero mejor no tomárselo ya más a chacota.`
El profesor da la clase durante
el resto de la hora. Les habla del valor de la literatura como espejo de la
sociedad y de los sueños. Ellos toman apuntes sin pestañear mientras las moscas
van llegando a la sangre pringosa de Jonás. Están tan aterrorizados y a la vez tan
fascinados que no piensan en nada y por primera vez escuchan con interés las
palabras del profesor ahora cargadas de autoridad. La literatura, en palabras del profesor, les lleva a la Odisea y el retorno de Ulises a
Ítaca tras diez años de periplo, siete de los cuales en poder de Calipso, hija
del Titán Atlas y reina de la hermosa isla de Ogigia, que le ofrece la inmortalidad a cambio de que
él renuncie a la vuelta a su isla y a Penélope. Pero Atenea escucha los ruegos
del héroe y al final la ninfa lo deja marchar. Les habla, ya en su patria, de la venganza de Ulises sobre los
pretendientes, cómo los va matando a todos con el arco que él solo puede
tensar… Telémaco reconoce a su padre… La violencia es terrible y la venganza de
Ulises les parece excesiva pero la sangre de Jonás hoy da a la clase un
significado muy especial. La literatura no es broma. Varios desean leer algún
día la Odisea… Luego el profesor, que parece haber concluido, se agacha junto
al cuerpo yerto de Jonás y moja sus dedos en la sangre del muchacho y va a la blanca pizarra electrónica y escribe una palabra con la sangre, cuando esta se le
acaba, moja de nuevo su dedo en el charco viscoso… Les señala la palabra y
ellos por fin entienden… La palabra es “confines”…
Cuando suena el timbre, la clase
acaba pero ninguno se mueve por lo magnetizados y horrorizados que están. El
profesor ha dado la clase de su vida. Vuelve a sacar la pistola ante el
silencio espantado de sus alumnos que por primera vez sienten horror y también simpatía
por ese hombre que está ante ellos al que despreciaban. El profesor se pone la
pistola en la sien y les dice: “No olvidéis nunca esta clase. Cuando
tengáis dudas, recordadla. Os he dado el mensaje más importante que recibiréis
en vuestra vida”. Y dispara, su cráneo estalla en medio del espanto
generalizado. Algunos cerraron los ojos, pero la mayoría asistieron impávidos y
resignados a la autoejecución del profesor de literatura.
Allí acabó la clase. Y no la
olvidaron jamás.
Pronto sonaron las sirenas de la policía.