No
sé bien qué es la amargura, pero pienso que es un sentimiento que vertebra
la humanidad. La amargura es fundamentalmente dolor o resentimiento por lo que pudiera
haber sido y no es, como si el universo, la vida, se hubieran confabulado para
desahuciarnos de la felicidad. De
nuestras expectativas, de nuestros horizontes. El talento mueve el mundo, una décima parte de
la humanidad es la que transforma nuestras condiciones de vida, quienes tienen
la inteligencia para crear algo nuevo. La
inmensa mayor parte de la humanidad es solo acompañante de los verdaderos
motores del cambio universales que provienen del talento. Pero el talento lo
poseen solo algunos pocos. Muy pocos. ¿Cómo no rebelarse contra la
arbitrariedad del talento? ¿Cómo no rebelarse contra la injusta distribución de
los dones? ¿De la riqueza? ¿De la suerte? ¿Del azar?
De
ahí proviene esencialmente la amargura. Un sentimiento de injusticia de lo que
uno ha recibido y de lo que podría haber sido en otra distribución del azar,
porque en definitiva lo que depende de nosotros es bien poco. Somos genética, ambiente social, fortuna
económica, carácter, salud, evolución azarosa y, sobre todo, incertidumbre.
Hay
quien sospecha que estamos hechos ya en el momento de nacer, y que, en cierta
manera, vivimos determinados por nuestros condicionamientos que escapan a
nuestra capacidad de decidir. Estamos así abocados a la suerte o a la
desgracia, a la felicidad o al infortunio.
La
amargura surge de una falta de sintonía entre la realidad y las
expectativas. Para ser feliz hay que vivir acorde con el destino aunque sea radicalmente injusto. La necedad es un paliativo. Pero no siempre es
capaz de ocultar la realidad.
Sin embargo, ha habido grandes hombres -de esos que recordamos- que han terminado poseídos por la amargura.
Sí, sin duda la amargura es una condición existencial que es más común de lo que parece. Lleva al suicidio, al dolor, a la tristeza, no sé bien pero no la condenaría solo como un fracaso. Es profundamente humana.