Páginas vistas desde Diciembre de 2005
Mostrando entradas con la etiqueta AULAS. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta AULAS. Mostrar todas las entradas
miércoles, 6 de mayo de 2020
Aprender de memoria
Labels:
Adolescencia
,
APRENDIZAJE
,
ATENCIÓN
,
AULAS
,
CULTURA
,
DEBATE
,
Esfuerzo
miércoles, 16 de octubre de 2019
Propuesta de proyecto de inducción a la lectura para un instituto del área metropolitana de Barcelona.
La primera
premisa que has de conocer, alumno crédulo, es que te dicen que leer es muy bueno
para tu formación, tu moralidad y cultura, pero desde aquí se te niega la
mayor. Los libros que lees en general son una mierda, no son auténtica literatura.
Los profesores para hacerte lector te ofrecemos productos de aluvión que pretenden
moldearte psicológica, moral y socialmente para que estés del lado del poder. El
poder quiere individuos sumisos, no de fuerte personalidad, quiere que seas
obediente a las consignas vacías que lanzan sus líderes, que te movilices
cuando ellos – o sus organizaciones aparentemente populares- te lo ordenan, y
así serás combativo de la manera que ellos quieren.
Al poder no le
interesa para nada la auténtica literatura, y a decir verdad, a ti tampoco. Estás
descubriendo que te gusta el gregarismo, ser igual que los demás, sentir igual
que ellos, vestirte como ellos y publicar tus fotos en Instagram igual que
todos.
Te han contado
que si lees –los libros que ellos quieren que leas para moldearte a su gusto-
te divertirás mucho, que leer es muy divertido, que correrás muchas aventuras
sin moverte de tu silla, y así cada día te concederán veinte minutos de clase
para que leas. Pero ¿acaso leer es divertido, necesariamente divertido? ¿La
diversión es el criterio rector para la lectura? Solo de pensarlo me enervo. La
diversión es superficial y epidérmica, pasajera. Los verdaderos libros son los
que te desafían aun a riesgo de no gustarte nada, los verdaderos libros son
exigentes no complacientes, los verdaderos libros son los que te cambian de
arriba abajo y que desmontan tus certezas. Tú dirás que por qué los profesores
de lengua recomiendan malos libros. Primero habría que preguntarse si esos
políticos que obligan a que leas imperativamente veinte minutos son
verdaderamente lectores pero más bien pienso que los políticos no son lectores,
y lo son poco los responsables de los departamentos de educación, y dudo mucho
que los profesores que tienes lo sean de verdad saliéndose de los libros fáciles
y acomodaticios.
La experiencia
lectora es compleja y no sencilla. Te pasas toda la vida intentando entenderla
y viene un autor y te la desmonta y tienes que volver a empezar sin apenas
puntos de referencia. ¿Es eso lo que queremos? ¿No queremos más bien que vengan
escritores a demostrarnos que tenemos razón y que estamos en lo cierto? ¿No
queremos que nos diviertan sin ningún riesgo, como una serie más de
adolescentes en que aparentemente pasan muchas cosas, pero en realidad no ha
pasado nada? ¿Qué es pasar algo, entonces, me dirás? Notas que pasa algo cuando
sientes que el suelo se volatiliza bajo tus pies y te sientes al borde de un
abismo y has de reaccionar. Un buen libro es un hacha para desbrozar el camino
en medio de la selva espesa y la oscuridad. Un buen libro no te da certezas,
más bien nuevas inquietudes, no se rinde a lo fácil, te hace pensar, es una
cadena en la secuencia de la inteligencia de la humanidad que viene desde los
griegos, tal vez antes. Un buen libro es tan oscuro como luminoso. No te viene
a consolar para decirte que todo está bien, que confíes en tus sentimientos;
no, te deja solo y sientes aprensión, inquietud, perplejidad…
Los dirigentes
políticos, las redes sociales –esa manera tan burda de amaestrar a las
sociedades-, las grandes empresas tecnológicas han diseñado un hombre para el
futuro, un ser tan inane como superficial al que hay que contentarle
constantemente mediante likes que sostengan su escasa credibilidad en sí mismo.
Y ese, querido alumno, eres tú. Ese que odia la lectura, al que le cuesta
mantener la atención, que no ve más allá de la pantalla de su móvil, que se
mueve adonde le mandan aunque se crea muy personal, ese al que le han dicho que
la rebeldía es ver series e ir a manifestaciones gregarias, ese al que le gusta
que le complazcan y que le adulen permanentemente, ese que cree tener muchos
amigos y contactos, ese que no quiere riesgos intelectuales que le lleven a
sentirse inerme y solo. Ese eres tú, y la mayoría de tus profesores. Queremos
tranquilidad, estabilidad, que nadie nos asuste con cosas que no tienen
solución como el cambio climático o la desaparición de los corales y los
bosques. Te hacen creer que las patrias son más importantes que eso y te
movilizan y tú, como un borrego, asientes para librarte de clase. La literatura
no es eso. La literatura es un sentimiento de desamparo radicalmente individual…
Es por eso que
te recomiendo que no leas auténtica literatura. Leer es demasiado arriesgado
para tu frágil psique, no es cómodo y además te gusta estar donde está la
gente, y que te den likes, y parecer sexy y demostrar que tu vida es
maravillosa y que estás integrado en el grupo. La literatura es un camino
solitario. No te la recomiendo. Puedes hacer como que lees en esos veinte
minutos o dedicarte a perder el tiempo leyendo esas obritas simples y facilonas
que te damos los profesores para no asustarte y halagar tus ganas de diversión.
Si hubiera algún
auténtico salvaje, temerario y loco, que empiece con Bartleby el escribiente de
Herman Melville, ahí tenéis un libro verdaderamente literario, tan lleno de
incógnitas que no sabréis que pensar ante un personaje como él, pero no os lo
recomiendo porque tal vez os asustéis y hasta penséis que no pasa nada como si
tuviera que pasar algo para que pase en realidad.
Labels:
Adolescencia
,
AULAS
,
Literatura juvenil
,
Narrativa
martes, 27 de noviembre de 2018
El presente y el futuro en las aulas
He sido profesor treinta y siete años. Ahora me dedico a viajar, escribir, leer y otras tareas domésticas. No echo en falta las aulas que me proporcionaron momentos de extrema felicidad y otros no tanto, mejor dejarlo así. Ahora estoy fuera del sistema y mi voz ya no cuenta para nada, así que puedo con absoluta libertad desfogarme y opinar sobre dicho sistema educativo en la medida que lo he vivido y sufrido.
El tiempo presente es apasionante y peligroso. Estamos ante cambios de paradigma social, laboral, tecnológico y existencial como jamás habíamos sospechado. Las transformaciones del mundo en todos los sentidos van a ser exponenciales en los próximos veinte años, por poner un referente. Los adultos –y menos los viejos- no podemos aconsejar a los adolescentes sobre su futuro porque en primer lugar no lo comprendemos. Nada de lo anterior es válido para el tiempo que va a venir que va a experimentar transformaciones tecnológicas, laborales, políticas y sociales que son difíciles, si no imposible, de imaginar. El pasado no nos sirve para el futuro que va a venir. Es totalmente diferente y los conflictos que aparecerán –terriblemente inquietantes- son de una dimensión desconocida.
¿Y el sistema educativo? ¿Podrá asimilar esa transformación brutal que va a venir? Mi experiencia es que no. El sistema educativo está basado en experiencias del pasado y es tremendamente pesado y le cuesta evolucionar porque está basado en personas que tienen una vida, unas expectativas y un pasado que les condiciona. Los profesores son muy conservadores. Tienden a dar clases como se las dieron a ellos, no quieren cambios, estos les inquietan. Nada hay más rígido que un claustro educativo en un centro escolar público. No se admiten cambios, se quiere que las cosas sean como siempre han sido y que no supongan saltos en el vacío para los profesores que tienen su librillo que esperan que les sirva diez, veinte o cuarenta años sin modificarlo. Los profesores no dialogan, no aceptan nuevas ideas, se cierran a todo que signifique cambio de estructuras. Es el pensamiento rígido en un mundo que exige transformaciones profundas requeridas por las nuevas tecnologías, la Inteligencia Artificial, los big data, la biotecnología, el internet de las cosas, la robotización imparable que va a convertir en inútiles millones de puestos de trabajo en Europa, pero a la vez va a dar lugar a nuevas profesiones que todavía no sospechamos porque no han sido inventadas. La flexibilidad es una necesidad perentoria. Las clases son rígidas y basadas en modelos de un mundo estable cuando vivimos un modelo basado en la inestabilidad y en los saltos cualitativos en los que tenemos miedo a perder nuestra alma, aunque tal vez sería más oportuno decir, nuestra comodidad. Un profesor a nivel individual en activo debería interesarse por las perspectivas de futuro, por las páginas de tecnología, de cultura, de innovación ideológica de la prensa. Se deberían promover debates en los centros educativos sobre las innovaciones que van a venir, estar abiertos a lo nuevo, a lo que nos va a transformar. Pienso que hay que salvar el humanismo en un mundo inestable, líquido, que va a perder todas las referencias del pasado. El futuro es la ingeniería genética, la fusión hombre-máquina, utilizar la mente para activar programas tecnológicos, la nanotecnología que transformará todo incluido la medicina y la ciencia, la robótica que cambiará todo incluido la atención a los dependientes o los ancianos y eliminará decenas de millones de puestos de trabajo.
El desafío es mayúsculo pero observo que quien entra en la carrera docente, espera aposentarse y esperar que el futuro sea igual que el pasado en que él se formó. Todo es muy rígido, no se debate y se tiene miedo a lo nuevo. Los alumnos han de prepararse para un mundo que todavía no se ha inventado pero que será radicalmente otro. Hubo un tiempo en que los conocimientos que uno atesoraba en su adolescencia le servían para enfrentarse al presente y pensar que servirían para toda la vida, y ahora no es así. Es urgente pensar dialécticamente, estar expuestos a la modificación de nuestros esquemas porque todo va a transformarse radicalmente y nada del pasado servirá, y si algo sirve, habrá que rescatarlo con conceptos nuevos que nos lo acerquen.
He sido profesor de literatura durante tres décadas y he tenido ocasión de observar la transformación de ese mundo en relación a mis alumnos. Hubo un tiempo en que los libros eran un acicate para su formación e intereses, pero tuve que aceptar que la literatura del pasado no servía para los nuevos tiempos. Ahora ni siquiera tengo claro que la literatura tal como yo la asimilé sirva para el tiempo que va a venir. Tal vez los libros desaparezcan y se impongan otros modelos basados en los videojuegos para contar historias. Si he de ser sincero, no me gusta, pero puedo constatar en mi ambiente la falta de lugar de los libros entre los adolescentes que están pendientes de otras cosas. Nunca ha habido una ruptura tal con el pasado como la que está sucediendo ahora en que los adolescentes exploran nuevos modelos literarios a través de redes sociales o en la interacción. Era sencillo cuando yo podía recomendarles un libro de calidad y que este respondiera a sus intereses, yo lo viví durante un tiempo, pero hace tiempo que ya no es así. Hacen falta modelos audaces, fruto de la exploración, de la experimentación, de nuevos enfoques que rescaten la literatura –en la medida de lo posible- de la desaparición. Ya estoy fuera pero sé que el sistema educativo sigue funcionando como si los desafíos no existieran y los profesores siguen enseñando como si estuviéramos en 1970. Y los centros educativos son rígidos y renuentes a la experimentación en edificios puritanos que no responden a las necesidades del presente y menos del futuro. Ya no es solo un cambio de paradigma que decía Ken Robinson, es la misma concepción de paradigma la que está puesta en cuestión.
Labels:
Adolescencia
,
ANFETAMINAS
,
AULAS
,
Inteligencia Artificial
jueves, 26 de mayo de 2016
Los relatos de la escuela
El bloguero Aitor Lázpita, autor del blog GramáticaParda, publica un interesante post en el blog colectivo Tres tizas que lleva por título Las historias de Aitor Lázpita. He comentado en el blog pero las reflexiones de Aitor me parecen tan sugerentes que las
continúo desde mi ángulo personal.
Aitor viene a decir que todo individuo, toda institución, toda
colectividad ... se basa en una historia o conjunto de historias que vienen a
ser la expresión de unos mitos. No son los datos biográficos o históricos, no,
es la construcción literaria que se hace de ellos. Así todos tenemos una
historia personal que es el modo en que contamos a nuestro personaje en medio
de las circunstancias. Da igual si en esta historia hay literaturización, construcción
ficticia, reelaboración, porque de hecho la hay siempre. De ahí esa pasión que
tenemos los seres humanos por que nos cuenten historias o reelaboraciones más o
menos literarias.
El problema está en que hay historias que
no se comparten, que hay diferentes relatos para explicar la política, la
sociedad, la escuela y de allí surgen planteamientos más o menos conservadores
o más o menos progresistas, basados esencialmente en los citados relatos que
los nutren.
¿Por qué, incide Aitor, la escuela da lugar a relatos tan disímiles y es imposible
articular una narración común para crear una ley educativa consensuada –añado
yo-? ¿Qué relatos hay sobre la escuela? ¿Sobre los profesores? Uno entiende que
se ha metido en un buen berenjenal. Y en seguida surgen ideas base o fuerza
sobre el periodo de secundaria:
Por un lado: enemigos de la escuela garaje o aparcamiento, necesidad del esfuerzo
(una palabra cargada de semántica muy compleja), contra la trivialización del
aprendizaje, disciplina, rigor, densidad, competitividad, orden, conocimiento,
profesor como organizador, jerarquía, solidez, contra la escuela como
guardería, contra una escuela banalizadora, igualadora por lo bajo,
vulgarizadora, creadora de individuos gregarios y mediocres, adaptados al
capitalismo...
Por otro:
contra la escuela desmotivadora anclada en el siglo XIX, preparación de un
futuro inminente, motivación, emociones, juego, inteligencias múltiples,
renovación metodológica y pedagógica, generación de nuevos modelos de
aprendizaje, el rol del profesor como cooperador, conocimiento extendido en
red, tecnología, trabajo interdisciplinar, aprendizaje significativo y
cooperativo, estructura no jerárquica, inclusiva, no competitiva, relación con
nuevas realidades, nuevos paradigmas, nuevos modelos organizativos, fomento de
la creatividad...
Pero...
Un claustro es una institución de los
institutos que reúne a todos los profesores de variadas edades y materias y en
ellos se hallan instaladas historias o mitos sobre el papel de la escuela y sus
roles como profesores. Cada profesor tiene interiorizado un esquema básico –a
menos que sea simplemente un vividor- y lo intenta aplicar según sus
posibilidades. Intenta que sus alumnos aprendan. ¿Pero lo consigue? ¿Aprenden
sus alumnos? ¿Qué aprenden? ¿O solo memorizan y olvidan? ¿Es capaz de crear un
modelado cognitivo que dé fundamento al proceso intelectivo? ¿Repiensa su
modelo o cree que tiene ya un relato consistente para narrar la escuela?
Para pensar las historias que nutren
nuestras ficciones habría que conversar, habría que compartir experiencias,
reflexiones, reelaborar nuestros mitos, intercambiar, pero un claustro de
profesores es un organismo casi anodino por lo que yo conozco. Predominan las
instancias conservadoras que desconfían de las innovaciones, no son profesores que
se renueven metodológicamente y desconocen conceptos fundamentales que están
surgiendo, no son curiosos. Tienen su librillo como cada maestro. Unos buscan
esto y otros buscan lo otro, pero raramente o nunca se comparten dudas y
metodologías. Cada uno está encerrado en su burbuja y apenas sale, solo para
respirar. Tiene sus mitos ancestrales, básicos, esenciales. El aula es el reino
del profesor y ha de saber gestionarla en total soledad.
Pero ¿cómo lo hace? ¿qué se busca? ¿qué
se quiere obtener de ello? ¿qué se espera que quede para el futuro? ¿para qué
realidad estamos preparando a nuestros alumnos? ¿Logramos que aprendan?
Tenemos narraciones personales y
colectivas pero son impermeables y rocosas. Lo normal no es que se esté
dispuesto a aprender de nuevo. Hay mucha resignación, se culpa a la sociedad, a
los padres, al gobierno, a las leyes, al entorno de los alumnos ... a todo
menos a poner exponer y explicar los mitos personales, las historias o relatos,
esos que conforman inconscientemente el día a día en el aula.
Si los profesores ni siquiera intentan
consensuar un relato de escuela, ¿cómo podemos esperar que los partidos
cambiantes sean capaces de hacerlo?
Y además ¿qué piensan nuestros alumnos al respecto?
Suscribirse a:
Entradas
(
Atom
)