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miércoles, 22 de julio de 2020
miércoles, 16 de octubre de 2019
Propuesta de proyecto de inducción a la lectura para un instituto del área metropolitana de Barcelona.
La primera
premisa que has de conocer, alumno crédulo, es que te dicen que leer es muy bueno
para tu formación, tu moralidad y cultura, pero desde aquí se te niega la
mayor. Los libros que lees en general son una mierda, no son auténtica literatura.
Los profesores para hacerte lector te ofrecemos productos de aluvión que pretenden
moldearte psicológica, moral y socialmente para que estés del lado del poder. El
poder quiere individuos sumisos, no de fuerte personalidad, quiere que seas
obediente a las consignas vacías que lanzan sus líderes, que te movilices
cuando ellos – o sus organizaciones aparentemente populares- te lo ordenan, y
así serás combativo de la manera que ellos quieren.
Al poder no le
interesa para nada la auténtica literatura, y a decir verdad, a ti tampoco. Estás
descubriendo que te gusta el gregarismo, ser igual que los demás, sentir igual
que ellos, vestirte como ellos y publicar tus fotos en Instagram igual que
todos.
Te han contado
que si lees –los libros que ellos quieren que leas para moldearte a su gusto-
te divertirás mucho, que leer es muy divertido, que correrás muchas aventuras
sin moverte de tu silla, y así cada día te concederán veinte minutos de clase
para que leas. Pero ¿acaso leer es divertido, necesariamente divertido? ¿La
diversión es el criterio rector para la lectura? Solo de pensarlo me enervo. La
diversión es superficial y epidérmica, pasajera. Los verdaderos libros son los
que te desafían aun a riesgo de no gustarte nada, los verdaderos libros son
exigentes no complacientes, los verdaderos libros son los que te cambian de
arriba abajo y que desmontan tus certezas. Tú dirás que por qué los profesores
de lengua recomiendan malos libros. Primero habría que preguntarse si esos
políticos que obligan a que leas imperativamente veinte minutos son
verdaderamente lectores pero más bien pienso que los políticos no son lectores,
y lo son poco los responsables de los departamentos de educación, y dudo mucho
que los profesores que tienes lo sean de verdad saliéndose de los libros fáciles
y acomodaticios.
La experiencia
lectora es compleja y no sencilla. Te pasas toda la vida intentando entenderla
y viene un autor y te la desmonta y tienes que volver a empezar sin apenas
puntos de referencia. ¿Es eso lo que queremos? ¿No queremos más bien que vengan
escritores a demostrarnos que tenemos razón y que estamos en lo cierto? ¿No
queremos que nos diviertan sin ningún riesgo, como una serie más de
adolescentes en que aparentemente pasan muchas cosas, pero en realidad no ha
pasado nada? ¿Qué es pasar algo, entonces, me dirás? Notas que pasa algo cuando
sientes que el suelo se volatiliza bajo tus pies y te sientes al borde de un
abismo y has de reaccionar. Un buen libro es un hacha para desbrozar el camino
en medio de la selva espesa y la oscuridad. Un buen libro no te da certezas,
más bien nuevas inquietudes, no se rinde a lo fácil, te hace pensar, es una
cadena en la secuencia de la inteligencia de la humanidad que viene desde los
griegos, tal vez antes. Un buen libro es tan oscuro como luminoso. No te viene
a consolar para decirte que todo está bien, que confíes en tus sentimientos;
no, te deja solo y sientes aprensión, inquietud, perplejidad…
Los dirigentes
políticos, las redes sociales –esa manera tan burda de amaestrar a las
sociedades-, las grandes empresas tecnológicas han diseñado un hombre para el
futuro, un ser tan inane como superficial al que hay que contentarle
constantemente mediante likes que sostengan su escasa credibilidad en sí mismo.
Y ese, querido alumno, eres tú. Ese que odia la lectura, al que le cuesta
mantener la atención, que no ve más allá de la pantalla de su móvil, que se
mueve adonde le mandan aunque se crea muy personal, ese al que le han dicho que
la rebeldía es ver series e ir a manifestaciones gregarias, ese al que le gusta
que le complazcan y que le adulen permanentemente, ese que cree tener muchos
amigos y contactos, ese que no quiere riesgos intelectuales que le lleven a
sentirse inerme y solo. Ese eres tú, y la mayoría de tus profesores. Queremos
tranquilidad, estabilidad, que nadie nos asuste con cosas que no tienen
solución como el cambio climático o la desaparición de los corales y los
bosques. Te hacen creer que las patrias son más importantes que eso y te
movilizan y tú, como un borrego, asientes para librarte de clase. La literatura
no es eso. La literatura es un sentimiento de desamparo radicalmente individual…
Es por eso que
te recomiendo que no leas auténtica literatura. Leer es demasiado arriesgado
para tu frágil psique, no es cómodo y además te gusta estar donde está la
gente, y que te den likes, y parecer sexy y demostrar que tu vida es
maravillosa y que estás integrado en el grupo. La literatura es un camino
solitario. No te la recomiendo. Puedes hacer como que lees en esos veinte
minutos o dedicarte a perder el tiempo leyendo esas obritas simples y facilonas
que te damos los profesores para no asustarte y halagar tus ganas de diversión.
Si hubiera algún
auténtico salvaje, temerario y loco, que empiece con Bartleby el escribiente de
Herman Melville, ahí tenéis un libro verdaderamente literario, tan lleno de
incógnitas que no sabréis que pensar ante un personaje como él, pero no os lo
recomiendo porque tal vez os asustéis y hasta penséis que no pasa nada como si
tuviera que pasar algo para que pase en realidad.
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jueves, 8 de agosto de 2019
Una vida única
Uno en su juventud estuvo aficionado a intuir la
inmensidad, los paisajes del Amazonas o la grandeza de la literatura. En todo
quise poner mi dosis de intensidad como si estuviera descubriendo mundos
nuevos. No hay sino natural narcisismo cuando uno cree estar descubriendo mares
que nadie más ha visto. Y se considera uno como insólito o especial por haber
llegado a lugares no hollados por el hombre. La vida, sin embargo, te va dando
perspectiva y te reubica en tu lugar natural. La nada. Pocos hay que puedan
añadir una coma a algo dicho anteriormente, y tú no eres uno de ellos. La
inteligencia humana ha recorrido ya todos los caminos, y tú no eres sino un
aprendiz minúsculo que intenta balbucear algo diferente, algo que no es posible
ni verosímil.
Así que el gran descubrimiento de la edad adulta es el
mundo de las pequeñas cosas, cosas cotidianas, mínimas, sencillas. Si
tuviéramos que fijar en la pintura algo semejante, me imagino los bodegones que
pintan frutas, hortalizas y objetos cotidianos puestos para que el pintor los
exprese… La esencia de la profundidad está en la cotidianidad, en lo familiar y
sencillo, en lo simple. Una manzana puede convertirse en un universo enigmático
pintado por un Cezanne. Un guiso delicado y suculento, una tarde pasada con tus
hijos, un atardecer o un amanecer, un paseo con la persona con que vives pueden
ser experiencias profundas. No hay que aspirar a lo grande. En el microcosmos
está toda la densidad del universo. Pienso en un viajero que no se mueve de su
sillón y aborda los viajes más extraordinarios, pienso en un caminante que hace
muchas veces el mismo recorrido por la sierra, y no se cansa ni aburre. Siempre
el sendero es el mismo pero diferente. No hay dos instantes iguales en la
existencia. No merece la pena malgastar nuestra escasa energía con tonterías,
con polémicas estériles, ni montar diatribas con mentes retorcidas. Vivir es
algo simple –y complejo a la vez-, la vida es un viaje único sin posibilidad de
repetir el trayecto por más que la mitología hindú sostenga que vivimos sin
remisión infinitas vidas. En todo caso el resultado es el mismo. Nada, ilusión,
nada es consistente, y lo más valioso pasa en nuestros registros más cercanos,
lo más cotidiano. Solo algunos grandes artistas, raros ya en nuestro tiempo,
logran salir de allí y llegar un milímetro más allá. Nuestra vida es
esencialmente proximidad, cosas sencillas… poco más.
Uno mira su juventud y se siente desconcertado por esa ambición
de grandes paisajes o perspectivas deslumbrantes. ¡Cuánto tiempo desperdiciado
en intentar ser diferente! Los seres humanos son en su inmensa mayoría
previsibles y normales, frágiles y anodinos. Yo soy uno de ellos y hablo de mi
fragilidad, de mi insustancialidad, de mi simpleza, de mi vulgaridad… La vida
son lugares comunes, se nace, se crece, envejece y muere. En ese arco hay una
biografía poco excitante, solo la imaginación y la ambición puede convertir una
vida más en algo realmente interesante. Pocos son los que lo consiguen y logran
creérselo.
Una de ellas es mi amiga X de 86 años que sigue
considerando su vida como algo especial y extraordinario. Me ha pedido que
cuente su historia y yo voy a hacerlo. Creo que merece la pena aunque solo sea
por la pasión que ella pone en imaginar su vida. Trabajaré en ello como si
fuera un orfebre que está creando su obra maestra, como creyendo que sea única.
Solo es cuestión de proponérselo.
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jueves, 26 de mayo de 2016
Los relatos de la escuela
El bloguero Aitor Lázpita, autor del blog GramáticaParda, publica un interesante post en el blog colectivo Tres tizas que lleva por título Las historias de Aitor Lázpita. He comentado en el blog pero las reflexiones de Aitor me parecen tan sugerentes que las
continúo desde mi ángulo personal.
Aitor viene a decir que todo individuo, toda institución, toda
colectividad ... se basa en una historia o conjunto de historias que vienen a
ser la expresión de unos mitos. No son los datos biográficos o históricos, no,
es la construcción literaria que se hace de ellos. Así todos tenemos una
historia personal que es el modo en que contamos a nuestro personaje en medio
de las circunstancias. Da igual si en esta historia hay literaturización, construcción
ficticia, reelaboración, porque de hecho la hay siempre. De ahí esa pasión que
tenemos los seres humanos por que nos cuenten historias o reelaboraciones más o
menos literarias.
El problema está en que hay historias que
no se comparten, que hay diferentes relatos para explicar la política, la
sociedad, la escuela y de allí surgen planteamientos más o menos conservadores
o más o menos progresistas, basados esencialmente en los citados relatos que
los nutren.
¿Por qué, incide Aitor, la escuela da lugar a relatos tan disímiles y es imposible
articular una narración común para crear una ley educativa consensuada –añado
yo-? ¿Qué relatos hay sobre la escuela? ¿Sobre los profesores? Uno entiende que
se ha metido en un buen berenjenal. Y en seguida surgen ideas base o fuerza
sobre el periodo de secundaria:
Por un lado: enemigos de la escuela garaje o aparcamiento, necesidad del esfuerzo
(una palabra cargada de semántica muy compleja), contra la trivialización del
aprendizaje, disciplina, rigor, densidad, competitividad, orden, conocimiento,
profesor como organizador, jerarquía, solidez, contra la escuela como
guardería, contra una escuela banalizadora, igualadora por lo bajo,
vulgarizadora, creadora de individuos gregarios y mediocres, adaptados al
capitalismo...
Por otro:
contra la escuela desmotivadora anclada en el siglo XIX, preparación de un
futuro inminente, motivación, emociones, juego, inteligencias múltiples,
renovación metodológica y pedagógica, generación de nuevos modelos de
aprendizaje, el rol del profesor como cooperador, conocimiento extendido en
red, tecnología, trabajo interdisciplinar, aprendizaje significativo y
cooperativo, estructura no jerárquica, inclusiva, no competitiva, relación con
nuevas realidades, nuevos paradigmas, nuevos modelos organizativos, fomento de
la creatividad...
Pero...
Un claustro es una institución de los
institutos que reúne a todos los profesores de variadas edades y materias y en
ellos se hallan instaladas historias o mitos sobre el papel de la escuela y sus
roles como profesores. Cada profesor tiene interiorizado un esquema básico –a
menos que sea simplemente un vividor- y lo intenta aplicar según sus
posibilidades. Intenta que sus alumnos aprendan. ¿Pero lo consigue? ¿Aprenden
sus alumnos? ¿Qué aprenden? ¿O solo memorizan y olvidan? ¿Es capaz de crear un
modelado cognitivo que dé fundamento al proceso intelectivo? ¿Repiensa su
modelo o cree que tiene ya un relato consistente para narrar la escuela?
Para pensar las historias que nutren
nuestras ficciones habría que conversar, habría que compartir experiencias,
reflexiones, reelaborar nuestros mitos, intercambiar, pero un claustro de
profesores es un organismo casi anodino por lo que yo conozco. Predominan las
instancias conservadoras que desconfían de las innovaciones, no son profesores que
se renueven metodológicamente y desconocen conceptos fundamentales que están
surgiendo, no son curiosos. Tienen su librillo como cada maestro. Unos buscan
esto y otros buscan lo otro, pero raramente o nunca se comparten dudas y
metodologías. Cada uno está encerrado en su burbuja y apenas sale, solo para
respirar. Tiene sus mitos ancestrales, básicos, esenciales. El aula es el reino
del profesor y ha de saber gestionarla en total soledad.
Pero ¿cómo lo hace? ¿qué se busca? ¿qué
se quiere obtener de ello? ¿qué se espera que quede para el futuro? ¿para qué
realidad estamos preparando a nuestros alumnos? ¿Logramos que aprendan?
Tenemos narraciones personales y
colectivas pero son impermeables y rocosas. Lo normal no es que se esté
dispuesto a aprender de nuevo. Hay mucha resignación, se culpa a la sociedad, a
los padres, al gobierno, a las leyes, al entorno de los alumnos ... a todo
menos a poner exponer y explicar los mitos personales, las historias o relatos,
esos que conforman inconscientemente el día a día en el aula.
Si los profesores ni siquiera intentan
consensuar un relato de escuela, ¿cómo podemos esperar que los partidos
cambiantes sean capaces de hacerlo?
Y además ¿qué piensan nuestros alumnos al respecto?
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