Uno en su juventud estuvo aficionado a intuir la
inmensidad, los paisajes del Amazonas o la grandeza de la literatura. En todo
quise poner mi dosis de intensidad como si estuviera descubriendo mundos
nuevos. No hay sino natural narcisismo cuando uno cree estar descubriendo mares
que nadie más ha visto. Y se considera uno como insólito o especial por haber
llegado a lugares no hollados por el hombre. La vida, sin embargo, te va dando
perspectiva y te reubica en tu lugar natural. La nada. Pocos hay que puedan
añadir una coma a algo dicho anteriormente, y tú no eres uno de ellos. La
inteligencia humana ha recorrido ya todos los caminos, y tú no eres sino un
aprendiz minúsculo que intenta balbucear algo diferente, algo que no es posible
ni verosímil.
Así que el gran descubrimiento de la edad adulta es el
mundo de las pequeñas cosas, cosas cotidianas, mínimas, sencillas. Si
tuviéramos que fijar en la pintura algo semejante, me imagino los bodegones que
pintan frutas, hortalizas y objetos cotidianos puestos para que el pintor los
exprese… La esencia de la profundidad está en la cotidianidad, en lo familiar y
sencillo, en lo simple. Una manzana puede convertirse en un universo enigmático
pintado por un Cezanne. Un guiso delicado y suculento, una tarde pasada con tus
hijos, un atardecer o un amanecer, un paseo con la persona con que vives pueden
ser experiencias profundas. No hay que aspirar a lo grande. En el microcosmos
está toda la densidad del universo. Pienso en un viajero que no se mueve de su
sillón y aborda los viajes más extraordinarios, pienso en un caminante que hace
muchas veces el mismo recorrido por la sierra, y no se cansa ni aburre. Siempre
el sendero es el mismo pero diferente. No hay dos instantes iguales en la
existencia. No merece la pena malgastar nuestra escasa energía con tonterías,
con polémicas estériles, ni montar diatribas con mentes retorcidas. Vivir es
algo simple –y complejo a la vez-, la vida es un viaje único sin posibilidad de
repetir el trayecto por más que la mitología hindú sostenga que vivimos sin
remisión infinitas vidas. En todo caso el resultado es el mismo. Nada, ilusión,
nada es consistente, y lo más valioso pasa en nuestros registros más cercanos,
lo más cotidiano. Solo algunos grandes artistas, raros ya en nuestro tiempo,
logran salir de allí y llegar un milímetro más allá. Nuestra vida es
esencialmente proximidad, cosas sencillas… poco más.
Uno mira su juventud y se siente desconcertado por esa ambición
de grandes paisajes o perspectivas deslumbrantes. ¡Cuánto tiempo desperdiciado
en intentar ser diferente! Los seres humanos son en su inmensa mayoría
previsibles y normales, frágiles y anodinos. Yo soy uno de ellos y hablo de mi
fragilidad, de mi insustancialidad, de mi simpleza, de mi vulgaridad… La vida
son lugares comunes, se nace, se crece, envejece y muere. En ese arco hay una
biografía poco excitante, solo la imaginación y la ambición puede convertir una
vida más en algo realmente interesante. Pocos son los que lo consiguen y logran
creérselo.
Una de ellas es mi amiga X de 86 años que sigue
considerando su vida como algo especial y extraordinario. Me ha pedido que
cuente su historia y yo voy a hacerlo. Creo que merece la pena aunque solo sea
por la pasión que ella pone en imaginar su vida. Trabajaré en ello como si
fuera un orfebre que está creando su obra maestra, como creyendo que sea única.
Solo es cuestión de proponérselo.