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martes, 11 de mayo de 2021

Setenta y cinco aniversario en la Plaza Roja de Moscú


Veo una retransmisión en Youtube del acto conmemorativo del 75 aniversario de la victoria soviética contra Hitler en la Plaza Roja de Moscú. Mas de doce mil soldados, con uniformes de gala, y dispuestos en formaciones compactas en un ambiente solemne y triunfal evocando la Gran Guerra Patria y la victoria frente al nazismo a costa de un precio terrible –se habla de veintisiete millones de muertos-. Un pelotón de soldados marcando algo parecido al paso de la oca llevan dos banderas, una rusa y otra roja con la hoz y el martillo. Dos generales en sendos coches lanzan arengas a los soldados que en formación impecable y con gestos viriles y marciales dan gritos de hurra a lo que dicen sus mandos. Al final habla Putin en su arenga más significativa. He sabido que Putin es un excelente orador algo que no percibimos los no rusos, pero su discurso debe de ser muy seductor y varonil de acuerdo a la fortaleza que siempre han de demostrar los rusos. La catedral de San Basilio está como telón de fondo en la Plaza Roja. 

 

Dos observaciones: no hay mujeres entre las tropas aguerridas y belicosas, cuando las mujeres fueron parte importantísima entre los soldados y oficiales en la Gran Guerra Patria. Lo sé por el libro de Svetlana Alexievich, La guerra no tiene nombre de mujer. Otra observación interesante es que esta parada en ningún momento se nombra a Stalin, el considerado arquitecto de la victoria, solo al pueblo ruso, a la patria rusa. Un detalle significativo es la enseña comunista que lleva el pelotón que he mencionado. No suena mientras lo veo, el himno ruso, sí otras marchas igualmente reveladoras. Esta gran parada dejó de celebrarse durante casi veinte años entre la caída del comunismo hasta 2008 cuando Putin la recuperó de nuevo. Al final del acto, una escuadra lleva –marcando el paso marcialmente- un lecho de flores a la llama que arde en una estrella roja de cinco puntas. Putin y miembros destacados de su gobierno llevan ramilletes de claveles rojos que depositan ante la llama sobre el lecho de flores que han llevado los soldados. Minuto y medio de recogimiento en silencio y luego suena el himno ruso –soviético- brevemente pero sin la fuerza que tiene cantado por coros rusos. Putin es el más bajo entre los presentes pero se advierte que es el que manda por sus gestos imperativos. Acaba el acto en la plaza vacía, una compañía solemne desfila ante esta decena de mandos rusos y luego, dirigiendo la operación Putin, salen hacia un autocar en el que entra primero Vladimir como debe ser. 


(El vídeo es muy largo, aconsejo ir avanzando porque no tiene desperdicio como acto litúrgico, su estética es muy poderosa)

 

lunes, 4 de febrero de 2019

El infierno de la muerte blanca


No hay duda de que todo lo relativo al Tercer Reich es universalmente conocido: su historia, su ideología, la figura de Hitler, la persecución contra los judíos y gitanos, así como su eugenesia criminal. De todos es sabido la existencia de los campos de exterminio nazis y el genocidio que tuvo lugar en ellos o fuera de ellos. Probablemente muchos hayan leído El diario de Ana Frank o la obra Si esto es un hombre de Primo Levi. Forma parte de la cultura de nuestro tiempo. 

Sin embargo, la figura de Stalin y la historia de la represión en la URSS o países anexionados (Ucrania, Bielorrusia, los países Bálticos, Polonia… ) es menos conocida, así como sus campos de exterminio no tienen la literatura de Auschwitz o Treblinka o Mauthausen, entre otros. Probablemente, para muchos es desconocido que Stalin condenó a la muerte por hambre a más de seis millones y medio de campesinos durante las campañas de colectivización de 1933 y 1934, especialmente en Ucrania. El hambre, morir de hambre, fue una política aplicada por los totalitarismos, nazismo y comunismo. Igualmente en las grandes purgas de 1937 y 1938, tres cuartos de millón de personas fueron asesinadas por la paranoia de Stalin. 

Hoy vamos a hablar de Kolimá, el escenario donde se desarrolla fundamentalmente la represión de los enemigos políticos del régimen estalinista. Kolimá está en el extremo noreste de Rusia, lindando con el océano Ártico y el mar de Ojotsk al sur. Es un territorio, cuya capital es Magadán, donde eran deportados centenares de miles de prisioneros, millones luego, para morir en condiciones espantosas con temperaturas de hasta -60º para trabajar como esclavos hasta la muerte por congelación, cansancio extremo y desnutrición. Eran programas diseñados para eliminar a supuestos enemigos políticos del régimen estalinista a los que se aplicaba el famoso artículo 58 del código soviético. Allí murieron millones de prisioneros de toda Rusia y de las naciones anexionadas, además de japoneses, polacos y procedentes de los países Bálticos. A veces, llegar tarde al trabajo era suficiente para ser deportado a Kolimá. Con los huesos de los centenares de miles de muertos se construyó la carretera de dos mil kilómetros que va desde Magadán a Yakutsk. Los huesos eran material poroso adecuado para el terreno de permafrost que lo constituía. Es la llamada “carretera de los huesos”, cuyo pasado todavía es difícil de reconstruir por la ocultación y destrucción de archivos de la época soviética. 

Si Primo Levi es el testigo de excepción de Auschwitz, en Kolimá hay un escritor llamado Varlam Shalámov (1907-1982) que soportó durante dieciséis años la deportación al infierno de la muerte blanca y pudo sobrevivir. El producto de su estancia allí son los Relatos de Kolimá en seis tomos. Fue deportado allí en 1937 "por actividades troskistas contrarrevolucionarias" y posteriormente por una opinión literaria. Estuvo condenado en las minas de oro y carbón en condiciones durísimas, contrajo el tifus y fue castigado por crímenes políticos y sus intentos de fuga. Tras la muerte de Stalin en 1953, se le permitió abandonar Magadán pero no volver a Moscú. Trabajó en los Relatos de Kolyma entre 1954 y 1973, su salud era muy frágil por su prolongada estancia en los campos. Trabó relación con intelectuales como Alexander Solzhenitsin, Boris Pasternak y Nadezhda Mandelstam y sus relatos fueron conocidos minoritariamente en la URSS vía samizdat (ediciones clandestinas a multicopista que corrían). Sus Relatos salieron clandestinamente de la URSS y fueron publicados en 1968 en Occidente. Son considerados como una de las grandes colecciones rusas de relatos cortos del siglo XX. Cuando Shalámov pudo volver a Moscú, su mujer, que le había esperado, quería que este olvidara Kolimá, pero él se obstinó en recordar y su relación acabó en la primera noche por proyectos diferentes de vida. Su hija, todavía en época soviética, era miembro de las Juventudes Comunistas y lo rechazó avergonzándose de él. Shalámov murió en un hospital psiquiátrico donde, viejo y enfermo, enfrentó los últimos días de su vida todavía en la época soviética. Tres años antes de morir se le obligó a retractarse de lo que había escrito. Nunca pudo ser testigo del éxito de sus Relatos ni de las numerosas ediciones que se hicieron en muchas lenguas por el mundo. La beneficiaria de sus derechos de autor póstumos fue Irina Sirotínskaya, un amor de Shalámov con el que nunca pudo convivir pues ella estaba casada y tenía hijos a los que no quería renunciar. Shalámov murió solo en un psiquiátrico. Hoy me ha llegado el primer volumen de sus Relatos que quiero leer en su honor aunque sé que cuestionar el estalinismo no es igual de popular ni de fácil que cuestionar el nazismo. Para mi sorpresa, en Moscú, en la plaza Roja, está la tumba de Stalin que está siempre llena de flores. Y en Rusia existe una añoranza muy intensa de los días de la URSS y del padrecito Stalin. Y entre los progresistas españoles hay una tendencia muy extendida que es la de considerar fascista como un apelativo ominoso, pero todavía comunista es considerado prestigioso y políticamente correcto. Yo me identifico con Shalámov y me siento solidario con su vida y compromiso. 

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