Ayer tuve un encuentro con un amigo, Paco Castillo, en su ciudad, Pozuelo de Alarcón. A lo largo de la mañana de cielos velazqueños con el panorama de la sierra de Guadarrama en la lejanía y la Casa de campo, salieron muchos temas de los que estuvimos hablando pero quiero elegir uno que me hizo pensar en mi viaje de vuelta a Barcelona en el tren Ouigo.
Una profesora de su hija de once años les ha puesto un libro de lectura, La Odisea, en versión infantil o juvenil. Paco no lo tenía claro si esto era un acierto porque parecía no gustar a su hija ni a otros compañeros de su clase de sexto de primaria. Mi amigo le ayuda a leerla comentando pasajes de la obra, el del gigante Polifemo, Escila y Caribdis, etc...
¿Qué libros poner de lectura a los niños o adolescentes? Como profesor, he tenido épocas de grandes aciertos en el tiempo del Bup y el COU y épocas de zozobra y fracasos en el tiempo de la era digital. Le contaba a Paco mi fracaso más estrepitoso cuando en 2004, les puse a mis alumnos de cuarto de ESO la lectura de El viejo y el mar, una novela que coincidió con el Premio Nobel a Hemingway y de la que hacía cincuenta años que había sido publicada. Era un relato corto de poco más de cien páginas que yo intuía que les iba a gustar, pero cuál fue mi error porque fue un fiasco total. De los sesenta alumnos que tenía en dos cuartos de ESO, la inmensa mayoría dijeron que era una novela horrible, que era aburrida, que no pasaba nada... Solo una alumna se dio cuenta de que sí que pasaban cosas en el interior del viejo pescador. El director me metió la bronca por poner libros tan alejados de sus gustos a mis alumnos. Terminé de estropear la cuestión cuando les pasé, con toda mi buena voluntad, la película homónima de 1990, dirigida por Jude Taylor y protagonizada por Anthony Quinn. Mis alumnos, indignados, protestaron diciendo que la película era tan aburrida como el libro. No había salida. ¿Me había equivocado?
¿Es un error poner a los niños La Odisea, en versión infantil, como lectura? Depende y en esto podemos añadir nuestra experiencia como lectores.
¿Acaso anhelamos libros en los que sus peripecias nos llevan a identificarnos con ellos, libros que dicen lo que nosotros pensamos o sentimos, libros que dicen lo que nos gusta leer, libros que se adentran en nuestras emociones y se nos hacen fáciles porque los consideramos muy próximos a nosotros? ¿Nos gustan libros cómodos y sencillos que no requieren por nuestra parte demasiado esfuerzo interpretativo porque se leen como el agua y expresan emociones cercanas porque nos están relatando nuestra propia vida o lo que nosotros entendemos que lo es? He de reconocer que los libros que triunfan son así. Los bestsellers que están en los puestos más altos de las listas de lectura son libros fáciles que dicen lo que a nosotros nos gustaría oír como si el autor nos conociera y nos hablara específicamente a nosotros mismos y que no nos pide demasiado esfuerzo porque en la mímesis tiene su principal virtud. Son libros a los que rápidamente decimos “me gusta” porque es como yo, piensa como yo, siente como yo, me cuenta lo que quiero que me cuenten.
Desde ese punto de vista la profesora ha cometido un error mayúsculo, como lo cometí yo al poner El viejo y el mar. Les dimos libros con los que no se podían identificar. ¿Cómo la hija de mi amigo va a poder identificarse con las peripecias de un héroe griego que vuelve a Ítaca, tras la guerra de Troya, y pasa por numerosas aventuras que retrasan su llegada a la isla donde le espera su mujer? ¿Qué sentido tiene para una niña de once años esa lectura? Ninguno si pensamos que la buena literatura ha de decirnos lo que nosotros queremos oír, que nos cuenten lo que queremos que nos cuenten. Sin duda, dentro de los libros juveniles hay obras que se leen fácilmente que cuentan aventuras de niños con los que es fácil identificarse. Hay profesores que proponen lecturas de libros tipo videojuegos para que se sientan representados dentro de un libro que parece la pantalla de un móvil. Me los han ofrecido. Hay teorías defendidas que dicen que lo importante no es lo que lean sino que lean y que si hay que darles libros llenos de tópicos y trucos narrativos para atraerles a la lectura, eso es lo que habría que darles en una lógica para que puedan contestar en plan lúdico que el libro “les ha gustado”.
Hay otro punto de vista menos halagüeño que ensaya, aun a riesgo de equivocarse, el desafío al mundo cómodo del lector, al gusto fácil del lector que no quiere riesgos ni retos que lo lleven a cuestionarse su propio mundo y sus convicciones. Lo estamos viendo actualmente en las redes sociales donde solo leemos lo que queremos leer, solo leemos los mensajes que nos resultan atractivos y que se identifican con nosotros y nuestra ideología. Como lectores no queremos que nos exijan, que nos planteen pruebas que nos saquen de nuestro mundo tranquilo, que no nos digan lo que no queremos oír, de modo que nos encontramos en un circuito cerrado débil y acomodaticio.
Hubo un tiempo en que los autores planteaban obras muy difíciles a los lectores a lo largo del siglo XX para que ampliaran sus puntos de vista y pusieran a prueba sus resortes intelectuales. Eran obras no sencillas y complicadas a las que no se podía decir sencillamente “me gusta” sino que tal vez cabría decir “me ha hecho pensar”, “me ha interesado”, “me ha abierto nuevos horizontes”, “me ha cambiado”, “me ha jodido”, “la odio” -como dijo un adolescente que se leyó El amante de Margueritte Duras a sus dieciséis años por recomendación mía-. Me dijo que la odiaba pero que le había magnetizado.
Personalmente, a Paco le he dicho que la profesora tiene ahora una tarea exigente que es la de llevar a alumnos de once años la realidad de La Odisea, hacérsela próxima, es tarea de la profesora y de los padres que tienen que ayudarles a penetrar en un mundo que puede que no les resulte fácil pero que, si no lo entienden ahora, puede que en un futuro lo recuerden con enorme interés. Me despedí de mis alumnos de tercero de ESO leyendo a Kafka, puede que dentro de veinte años o tal vez más resuene en ellos y los lleve a recordar algunas cosas que entonces no entendieron a sus quince años. Tal vez hacemos leer no para los niños o adolescentes que son ahora sino a los hombres y mujeres que serán más adelante.