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sábado, 3 de diciembre de 2022

Lectura fácil (y no es la novela de Cristina Morales)

Ayer tuve un encuentro con un amigo, Paco Castillo, en su ciudad, Pozuelo de Alarcón. A lo largo de la mañana de cielos velazqueños con el panorama de la sierra de Guadarrama en la lejanía y la Casa de campo, salieron muchos temas de los que estuvimos hablando pero quiero elegir uno que me hizo pensar en mi viaje de vuelta a Barcelona en el tren Ouigo. 

 

Una profesora de su hija de once años les ha puesto un libro de lectura, La Odisea, en versión infantil o juvenil. Paco no lo tenía claro si esto era un acierto porque parecía no gustar a su hija ni a otros compañeros de su clase de sexto de primaria. Mi amigo le ayuda a leerla comentando pasajes de la obra, el del gigante Polifemo, Escila y Caribdis, etc... 

 

¿Qué libros poner de lectura a los niños o adolescentes? Como profesor, he tenido épocas de grandes aciertos en el tiempo del Bup y el COU y épocas de zozobra y fracasos en el tiempo de la era digital. Le contaba a Paco mi fracaso más estrepitoso cuando en 2004, les puse a mis alumnos de cuarto de ESO la lectura de El viejo y el mar, una novela que coincidió con el Premio Nobel a Hemingway y de la que hacía cincuenta años que había sido publicada. Era un relato corto de poco más de cien páginas que yo intuía que les iba a gustar, pero cuál fue mi error porque fue un fiasco total. De los sesenta alumnos que tenía en dos cuartos de ESO, la inmensa mayoría dijeron que era una novela horrible, que era aburrida, que no pasaba nada... Solo una alumna se dio cuenta de que sí que pasaban cosas en el interior del viejo pescador. El director me metió la bronca por poner libros tan alejados de sus gustos a mis alumnos. Terminé de estropear la cuestión cuando les pasé, con toda mi buena voluntad, la película homónima de 1990, dirigida por Jude Taylor y protagonizada por Anthony Quinn. Mis alumnos, indignados, protestaron diciendo que la película era tan aburrida como el libro. No había salida. ¿Me había equivocado?

 

¿Es un error poner a los niños La Odisea, en versión infantil, como lectura? Depende y en esto podemos añadir nuestra experiencia como lectores. 

 

¿Acaso anhelamos libros en los que sus peripecias nos llevan a identificarnos con ellos, libros que dicen lo que nosotros pensamos o sentimos, libros que dicen lo que nos gusta leer, libros que se adentran en nuestras emociones y se nos hacen fáciles porque los consideramos muy próximos a nosotros? ¿Nos gustan libros cómodos y sencillos que no requieren por nuestra parte demasiado esfuerzo interpretativo porque se leen como el agua y expresan emociones cercanas porque nos están relatando nuestra propia vida o lo que nosotros entendemos que lo es? He de reconocer que los libros que triunfan son así. Los bestsellers que están en los puestos más altos de las listas de lectura son libros fáciles que dicen lo que a nosotros nos gustaría oír como si el autor nos conociera y nos hablara específicamente a nosotros mismos y que no nos pide demasiado esfuerzo porque en la mímesis tiene su principal virtud. Son libros a los que rápidamente decimos “me gusta” porque es como yo, piensa como yo, siente como yo, me cuenta lo que quiero que me cuenten. 

 

Desde ese punto de vista la profesora ha cometido un error mayúsculo, como lo cometí yo al poner El viejo y el mar. Les dimos libros con los que no se podían identificar. ¿Cómo la hija de mi amigo va a poder identificarse con las peripecias de un héroe griego que vuelve a Ítaca, tras la guerra de Troya, y pasa por numerosas aventuras que retrasan su llegada a la isla donde le espera su mujer? ¿Qué sentido tiene para una niña de once años esa lectura? Ninguno si pensamos que la buena literatura ha de decirnos lo que nosotros queremos oír, que nos cuenten lo que queremos que nos cuenten. Sin duda, dentro de los libros juveniles hay obras que se leen fácilmente que cuentan aventuras de niños con los que es fácil identificarse. Hay profesores que proponen lecturas de libros tipo videojuegos para que se sientan representados dentro de un libro que parece la pantalla de un móvil. Me los han ofrecido. Hay teorías defendidas que dicen que lo importante no es lo que lean sino que lean y que si hay que darles libros llenos de tópicos y trucos narrativos para atraerles a la lectura, eso es lo que habría que darles en una lógica para que puedan contestar en plan lúdico que el libro “les ha gustado”. 

 

Hay otro punto de vista menos halagüeño que ensaya, aun a riesgo de equivocarse, el desafío al mundo cómodo del lector, al gusto fácil del lector que no quiere riesgos ni retos que lo lleven a cuestionarse su propio mundo y sus convicciones. Lo estamos viendo actualmente en las redes sociales donde solo leemos lo que queremos leer, solo leemos los mensajes que nos resultan atractivos y que se identifican con nosotros y nuestra ideología. Como lectores no queremos que nos exijan, que nos planteen pruebas que nos saquen de nuestro mundo tranquilo, que no nos digan lo que no queremos oír, de modo que nos encontramos en un circuito cerrado débil y acomodaticio. 

 

Hubo un tiempo en que los autores planteaban obras muy difíciles a los lectores a lo largo del siglo XX para que ampliaran sus puntos de vista y pusieran a prueba sus resortes intelectuales. Eran obras no sencillas y complicadas a las que no se podía decir sencillamente “me gusta” sino que tal vez cabría decir “me ha hecho pensar”, “me ha interesado”, “me ha abierto nuevos horizontes”, “me ha cambiado”, “me ha jodido”, “la odio” -como dijo un adolescente que se leyó El amante de Margueritte Duras a sus dieciséis años por recomendación mía-. Me dijo que la odiaba pero que le había magnetizado. 

 

Personalmente, a Paco le he dicho que la profesora tiene ahora una tarea exigente que es la de llevar a alumnos de once años la realidad de La Odisea, hacérsela próxima, es tarea de la profesora y de los padres que tienen que ayudarles a penetrar en un mundo que puede que no les resulte fácil pero que, si no lo entienden ahora, puede que en un futuro lo recuerden con enorme interés. Me despedí de mis alumnos de tercero de ESO leyendo a Kafka, puede que dentro de veinte años o tal vez más resuene en ellos y los lleve a recordar algunas cosas que entonces no entendieron a sus quince años. Tal vez hacemos leer no para los niños o adolescentes que son ahora sino a los hombres y mujeres que serán más adelante. 

viernes, 12 de enero de 2018

El premio a Manu Velasco.


Dan el premio de mejor docente de España a Manu Velasco, un profesor de El Bierzo que tiene un blog muy bien diseñado y que defiende, como maestro, todo tipo de consignas o ideas de integración, de la escuela como espacio de la felicidad, el maestro como acompañante, motivador que no impone sino que escucha, que habla de forma positiva, que no compara a sus alumnos, que valora sus esfuerzos, que conoce sus fortalezas, que les pone metas accesibles, que cree en ellos, que se apasiona con su trabajo manteniendo expectativas elevadas pero razonables, que los educa para que estén abiertos al cambio para que aprendan a superarse, que los motiva con lo que disfrutan… 

No quiero ser negativo con un profesor como Manu Velasco que es maestro y sus propuestas dentro de un contexto de niños pequeños son muy razonables y oportunas. Dudo si entre adolescentes estos presupuestos que supone tratar a los alumnos con algodones procurando un ambiente de eterna felicidad en el aula, son igualmente válidos. Este tipo de educación contrasta con otras que hacen de la exigencia un polo fundamental. No sé qué perspectivas tiene este tipo de educación que no evita la crueldad en las aulas, el dolor de crecer y de relacionarse con los demás. Pienso que las tendencias actuales hacen de la escuela una suerte de jardín de infancia perpetuo y que pretende mantenerlo hasta el bachillerato de modo que, como decía alguien el otro día, los jóvenes de veintitantos años son adolescentes grandes, y los adolescentes, niños grandes. Me pregunto si todo este conjunto de ideas fuerza de Manu Velasco no favorece la creciente puerilización que estamos viviendo. Recuerdo que hace años, cuando comencé a trabajar, no existían estas filosofías positivistas de modo generalizado, aunque sin duda habría también buenos maestros y malos, y los adolescentes eran más maduros y responsables, más dueños de sí mismos. Paralelamente a esta filosofía buenista se produce la consideración de los niños como incapaces y a los que hay que proteger o hiperproteger acompañándoles eternamente como si no pudieran activar recursos de autosuficiencia como reacción frente a la adversidad. Los colegios y los institutos tratan a los niños con un espíritu superprotector encerrándoles durante las horas escolares con verjas y cerraduras para que no puedan salir, mientras que yo viví una enseñanza a partir de los catorce años en que los alumnos podían salir libremente del centro educativo. 

Me congratulo del premio a Manu Velasco, un premio esencialmente mediático, pero tengo mis dudas sobre si esta filosofía como inspiradora del sistema educativo no crea seres desvalidos y dependientes que aspiran a tener siempre un estado de perenne felicidad sin crear mecanismos de resistencia frente a lo otro, frente a la adversidad, frente al mundo exterior.

Me pregunto si el nuevo tipo de adolescente perpetuo que necesita siempre un estado de satisfacción mediante likes en las redes sociales no puede ser el fruto de una filosofía, no reducida solo a la escuela, que pretende que la vida solo es un espacio para ser gozado. ¿No hace esto individuos narcisistas, hedonistas radicales, incapaces de soportar la fatalidad y el infortunio? ¿Seres esencialmente frágiles y esclavos de sus deseos que no pueden dejar de querer ser satisfechos sin cesar


jueves, 19 de mayo de 2016

En plena sesión de lectura.


Estoy en plena sesión de lectura de las novelas cortas de mis alumnos. Es una tarea fascinante enfrentarme a estos textos que expresan la realidad existencial de estos muchachos de quince años. Tener quince años no es cualquier cosa. Son tres lustros. Dos de niñez y uno de pubertad y adolescencia. Más o menos. Tienen la niñez a flor de piel Y por eso les parece tan lejana. Pero hace un plis plas vivían en un mundo infantil. Así los recibí hace tres años cuando llegaban de primaria. La novela es un desafío de primer orden y en ella experimentan sus límites en un territorio incierto. Pienso que el ejercicio de escribir veinte o veinticinco páginas es algo importante. Mucho.

Claro que hay quien cuyas páginas están plagiadas de relatos de Wattpad. Lo detecto en seguida. Ello me produce una honda tristeza porque al desafío han contestado con un engaño feo. Podían haber hecho otra cosa si el reto les superaba. Por ejemplo, un muchacho georgiano, que tiene la materia suspendida, me ha escrito un relato sencillo pero humanamente precioso de cuatro o cinco páginas que trata de su nostalgia de Georgia, su madre y el descubrimiento del amor. Sé que no tiene un gran dominio del lenguaje pero ha hecho lo que ha podido. Sin trampas. A este muchacho lo eché de clase hace un mes por llamarme gilipollas. Fue expulsado del centro tres días, pero sé que sintió profundamente sus palabras. Tal vez había tenido un mal día. Sé que está desorientado, nada más.

No he leído todavía todas las novelas. Quiero leerlas con placer. Sentarme y disfrutar con ellas. No siempre es fácil. Es como dejarles un instrumento musical y decirles someramente cómo funciona y esperar que lo toquen bien. Es probable que todo rechine, que haya demasiada ingenuidad, que se violen aspectos fundamentales de la lógica narrativa, que el lenguaje sea demasiado pobre, que las imágenes no fluyan, que no sean capaces de comprender cuáles son las claves ocultas del relato para subrayarlas y singularizarlas. Un relato es una ilación lógica de algo que fluye por dentro. Una melodía interna que hay que saber que existe.

Andrés, el protagonista de mi post anterior ha escrito una novela de corte siniestro. Una especie de thriller sangriento. Se titula Maldad y tiene un subtítulo ¿Qué pasa cuando dos malvadas mentes se unen? También eché de clase a Andrés no hace mucho. Pero no pasa nada. Ser profesor, según lo entiendo yo, es reconocer sus posibilidades y alentarlas. En ese descubrimiento hay mucho de combate cuerpo a cuerpo, en el que pueden surgir a veces chispas. No es una edad fácil la adolescencia. Y no es fácil mi situación según la estoy viviendo. En muchos momentos siento una honda melancolía.

Acabo de leer una novelita, presentada en cuartillas en lugar de folios. Se titula Soledad. Es de una muchacha que obtuvo la máxima nota en su ensayo sobre el mundo de Kafka, el Odradek que ya expliqué aquí. Esta novela me ha dejado boquiabierto. Es exactamente lo que  anhelaba leer. Lo que no me atrevía a esperar. La obra de una joven narradora que ha escrito un relato prodigioso. Es como haberle dado un piano y que ella me hubiera interpretado un Nocturno de Chopin por pura intuición. Es un relato espléndido por el que fluye, sin estridencias, con una suavidad maravillosa, una profunda y desoladora tristeza, la tristeza que yo intuyo en esos ojos de una muchacha de quince años cuya vida no tiene que ser fácil. La he escrito dándole mi opinión de su pequeña novela y animándola a que no deje de escribir, expresarle que tiene un don. El lector tenaz que es este profesor intuye dónde hay un narrador en ciernes. Puede que esto sea un comienzo o puede que no. Quién sabe. Yo no sé nada. Pero esta experiencia ha tenido que ser iluminadora para esta muchacha. Lo sorprendente es que no es una alumna destacada por sus notas, pero alguien ha reparado en ella y le envía desde esta cápsula del tiempo la confianza en que ella vale mucho.

Otras historias: la de una muchacha extraordinariamente trabajadora que ha perdido totalmente todo lo que ha escrito por una avería en su ordenador. Se echó a llorar. Soy consciente de la pequeña tragedia. Otro ha perdido todo porque su archivo se le ha encriptado en lenguaje ascii y no sabe cómo decodificarlo. Tendrán que rehacer todo mediante su memoria.

Escribir una novela a los quince años tiene su qué. Es una experiencia inolvidable, si el que la ha escrito ha sido honesto. Y curiosamente, no tienen por qué ser las mejores las de los alumnos que obtengan las mejores notas en la asignatura.  Ni las de los que mejores notas saquen en sintaxis. Aviso para navegantes (¡¡¡¡¡¡!!!!!!!). Es un ejercicio de búsqueda de estructuras y de sentido. Puede que lea muchas anodinas, aunque las leeré con respeto, pero encontrar alguna de las que he hallado hasta ahora, ya justifica el ejercicio.


Cuando piense qué sentido tienen mis años de profesor,  quizás se me resuman en un solo texto, y llegue a pensar que fui profesor solamente  para alentar la confianza en algunos que pusieron lo mejor de sí mismos y tal vez alguno descubrió una vocación. ¿Parece acaso poco?

sábado, 7 de mayo de 2016

Carta imaginaria a Andrés


                                                 Aura Garrido, actriz de El ministerio del tiempo

No sé si leerás esta carta, pero yo la dejo aquí. A este blog le quedan dos telediarios y ya no tengo mucho que perder. Te conocí cuando eras un niño de doce años. Ahora tienes catorce o quince no lo sé muy bien. Eres un alumno peculiar de una promoción que me ha hecho revivir y volver a sentirme creativo y luchador. Había perdido buena parte de mi fuerza en el camino. Asistes como alumno a mis últimos días como profesor y los dos sabemos que hay una intensa comunicación subterránea. La hubo cuando eras un niño y te escribía mostrándote algunos haikus que había escrito. Me sorprendió el tono maduro que tenías cuando me contestabas, tono que contrasta con el muchacho festivalero y charlatán que eres en el aula. Muchos profesores opinan que eres terrible, que eres de la piel del diablo, que desmontas todo, que eres imposible. Yo les oigo y me doy cuenta de lo que oculta tu imagen externa, tal vez un sarampión adolescente que necesita ser desobediente y rompedor. Tiempo tendrás de ajustarte a la sobriedad de comportamiento en sociedad. Sin embargo, lo habrás notado, soy muy observador. Soy muy consciente de vuestras luchas íntimas, de todo aquello que está soterrado y pugna por emerger. Detrás de tu pose dicharachera y rebelde hay un creador, no sé muy bien de qué. He visto textos muy buenos tuyos y espero con delectación tu relato. Lo presiento interesante. No se trata solo de que sea bueno formalmente, sino de que la experiencia que lo fundamente sea verdadera. Que sea un documento de vuestro aquí y ahora, de vuestra potencia imaginativa y vital. Sé que la novela no es un ejercicio al alcance de la totalidad de los que estáis en clase. Pero para algunos de ellos, habrá un hito en su vida que será este relato. 

No he tenido ocasión de lanzar grandes discursos y soflamas en clase, así que mucho no me has escuchado. Pero me has seguido tal vez puntualmente en el blog y has sabido lo que había detrás de lo que hacía. Es la pasión de enseñar, el rugido del tigre antes de salir definitivamente de escena. Una vez me detuvo la policía por participar en un happening con mis alumnos. Es una historia que he contado en el blog y que volveré a contar algún día en un libro que quiero escribir que se llamará La pedagogía salvaje. Me he equivocado muchas veces. Supongo que todos nos equivocamos. Pero siempre he intentado que la literatura fuera un magma que incendiara los corazones adolescentes. Hay libros que solo se entienden en la adolescencia. En esa etapa de cambio formidable que sufrís en pocos años. Físico y mental. Dejáis irremediablemente atrás el mundo de la niñez para adentraros en el mundo adulto. La literatura ha sido el fundamento de mi vida. Desde que fui muy niño leí y leí, y sigo leyendo varias horas al día. Es un cuento infumable el que expresan algunos de que no hay tiempo para leer. Lo hay si es una prioridad absoluta el hacerlo. Si es un eje de tu vida. Has escrito que no dejarás de escribir nunca, así que colijo que tienes en ciernes una vocación de escritor. Es el momento de comenzar. Tienes un larguísimo sendero ante ti. La literatura es un fuego insaciable como lector, que es lo que he sido yo, y como creador, algo para lo que no he estado dotado salvo estas torpes entradas en un blog que pocos leen. Si quieres ser escritor, tienes un mundo apasionante dentro de ti mismo por descubrir, y habrás de agudizar la observación del mundo que te rodea. Además habrás de leer sin tregua, ir descubriendo los mundos literarios que te seducen. Hay tantas maravillas dentro de los libros, Andrés, que es difícil hacerse idea de tal riqueza. Me he pasado la vida leyendo y no he hecho sino rozar el corazón de la literatura. Todavía no he leído La divina comedia de Dante. Pero es una de las primeras obras que quiero leer en una versión bilingüe. Tienes que buscar tus modelos literarios. Descubrir a Melville y su Bartleby el escribiente, a Bukowski y su Máquina de follar, a Dumas y El conde de Montecristo, a Saint Exupery su Vuelo nocturnoEl jugador de DostoievskiLa espuma de los días de Boris Vian, la ciencia ficción, la novela negra, la novela realista, la experimental, los rusos, la literatura inglesa y francesa, italiana, alemana, la africana... El festín es de tal dimensión, Andrés, que se me ponen los pelos de punta imaginando todo lo que te queda por descubrir. Si sientes la llamada de la literatura, compagínala con cualquier otra profesión que elijas o vete a saber. No sé muy bien dónde estás y qué pretendes, pero tener claro a los catorce o quince años qué se quiere da tal fuerza y claridad de ideas que llevarás años de ventaja a cualquiera de tu edad. 

Ama la cultura, el cine, el teatro, la música, la danza, el cómic, la arquitectura, interésate por la historia, por las religiones, por el mundo antiguo, sin dejar de ser un habitante del siglo XXI en que has nacido y que verá cómo la Inteligencia Artificial será una presencia normal en el mundo que vivirás. La tecnología no es solo una distracción, es un medio de hacernos más humanos si la sabemos utilizar. Lee y lee. Sé curioso, pregúntate por el porqué de las cosas, intenta conocerte a ti mismo. Desconfía de los que te ofrezcan soluciones fáciles y cómodas. Nada que merezca la pena se alcanza sin esfuerzo. 

El año que viene ya no seré tu profesor, pero tú seguirás tu camino. Quiero irme a la India más de dos meses cuando estéis en clase. Es un viejo sueño que voy a realizar si nada se tuerce. La India es un continente espiritual, algo que ha dejado de ser Europa donde solo parece que hay centros comerciales y campos de fútbol. Me llevaré mi cámara y mi cuaderno de notas. Seguiré aprendiendo. Se aprende hasta que se muere uno. Y la muerte no es la peor ni la más siniestra de las reflexiones. La vida es extraña, da muchas vueltas, tenemos muchas capas como las cebollas. Y desde luego nada es como lo imagina uno cuando tiene quince años, pero en eso tienes un desafío por delante para irlo descubriendo. 


Cuídate.

sábado, 30 de abril de 2016

Cómo escribir una novela juvenil sin morir en el intento


Se aproxima la fecha de entrega de la novela breve (20-25 pags) que han de presentar mis alumnos de tercero de ESO. Quedan dos semanas. Se la encargué hace unos seis meses y ha planeado dicho proyecto sobre ellos desde entonces. Es un combate subterráneo que va creciendo en el túnel de la creación y la motivación íntima. Veo a muchos desconcertados buscando inspiración cuando en un principio parecieron tener las cosas más claras. 

La hoja en blanco los aterra. No me extraña. 

Sé que es importante para ellos, pero son ellos precisamente quienes han de encontrar la salida a este enigma que tienen planteado. En conversaciones con ellos salen propuestas como los finales abiertos o cerrados, la autoficción, los temas o tonalidades de la novela: triste, de amor, de terror, el diseño de los personajes... Los hay silenciosos que llevan el tema en el interior de su caletre pero que no han dejado de pensar en él. Los hay más expansivos que cuentan algo de la novela. Las fechas se acercan y eso supone una tensión acrecentada sobre el proceso de ideación y realización. Este es un buen caldo de cultivo. Sé que no todos las van a presentar a pesar del alto valor que tendrá en la nota de evaluación. No puedo imponer que todos y cada uno de ellos la escriban, pero intuyo que un alto número lo hará. Les atrae o magnetiza. Y les horroriza. Como a cualquier escritor, como a cualquier poeta, como a cualquier bloguero cuando tiene que escribir un post. Por experiencias anteriores, sé que esta novela será inolvidable en su vida aunque no vuelvan a escribir nunca más de ese modo.

Este proyecto busca precisamente generar esa tensión en que son como personajes enjaulados y han de buscar una salida del laberinto montado por los investigadores. La única salida fascinante es escribir la novela dejándose la piel en ello. Construir un mundo imaginario con sus propias leyes. Sin embargo, hay otra salida en el comienzo del laberinto donde hay una puerta enorme abierta para escapar sin ningún riesgo. Simplemente, no escribirla.


¿Qué harán?


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