Estoy en plena sesión de lectura de las novelas cortas de mis alumnos. Es una tarea fascinante enfrentarme a estos textos que expresan la realidad existencial de estos muchachos de quince años. Tener quince años no es cualquier cosa. Son tres lustros. Dos de niñez y uno de pubertad y adolescencia. Más o menos. Tienen la niñez a flor de piel Y por eso les parece tan lejana. Pero hace un plis plas vivían en un mundo infantil. Así los recibí hace tres años cuando llegaban de primaria. La novela es un desafío de primer orden y en ella experimentan sus límites en un territorio incierto. Pienso que el ejercicio de escribir veinte o veinticinco páginas es algo importante. Mucho.
Claro que hay quien cuyas páginas están
plagiadas de relatos de Wattpad. Lo
detecto en seguida. Ello me produce una honda tristeza porque al desafío han
contestado con un engaño feo. Podían haber hecho otra cosa si el reto les
superaba. Por ejemplo, un muchacho georgiano, que tiene la materia suspendida,
me ha escrito un relato sencillo pero humanamente precioso de cuatro o cinco
páginas que trata de su nostalgia de Georgia,
su madre y el descubrimiento del amor. Sé que no tiene un gran dominio del
lenguaje pero ha hecho lo que ha podido. Sin trampas. A este muchacho lo eché
de clase hace un mes por llamarme gilipollas.
Fue expulsado del centro tres días, pero sé que sintió profundamente sus
palabras. Tal vez había tenido un mal día. Sé que está desorientado, nada más.
No he leído todavía todas las novelas.
Quiero leerlas con placer. Sentarme y disfrutar con ellas. No siempre es fácil.
Es como dejarles un instrumento musical y decirles someramente cómo funciona y
esperar que lo toquen bien. Es probable que todo rechine, que haya demasiada
ingenuidad, que se violen aspectos fundamentales de la lógica narrativa, que el
lenguaje sea demasiado pobre, que las imágenes no fluyan, que no sean capaces
de comprender cuáles son las claves ocultas del relato para subrayarlas y
singularizarlas. Un relato es una ilación lógica de algo que fluye por dentro.
Una melodía interna que hay que saber que existe.
Andrés, el protagonista de mi post anterior ha escrito una novela de corte
siniestro. Una especie de thriller
sangriento. Se titula Maldad y tiene
un subtítulo ¿Qué pasa cuando dos
malvadas mentes se unen? También eché de clase a Andrés no hace mucho. Pero no pasa nada. Ser profesor, según lo
entiendo yo, es reconocer sus posibilidades y alentarlas. En ese descubrimiento
hay mucho de combate cuerpo a cuerpo, en el que pueden surgir a veces chispas.
No es una edad fácil la adolescencia. Y no es fácil mi situación según la estoy
viviendo. En muchos momentos siento una honda melancolía.
Acabo de leer una novelita, presentada en
cuartillas en lugar de folios. Se titula Soledad.
Es de una muchacha que obtuvo la máxima nota en su ensayo sobre el mundo de Kafka, el Odradek que ya expliqué aquí. Esta novela me ha dejado
boquiabierto. Es exactamente lo que anhelaba leer. Lo que no me atrevía a esperar.
La obra de una joven narradora que ha escrito un relato prodigioso. Es como
haberle dado un piano y que ella me hubiera interpretado un Nocturno de Chopin por pura intuición. Es un relato espléndido por el que fluye,
sin estridencias, con una suavidad maravillosa, una profunda y desoladora
tristeza, la tristeza que yo intuyo en esos ojos de una muchacha de quince años
cuya vida no tiene que ser fácil. La he escrito dándole mi opinión de su
pequeña novela y animándola a que no deje de escribir, expresarle que tiene un
don. El lector tenaz que es este profesor intuye dónde hay un narrador en
ciernes. Puede que esto sea un comienzo o puede que no. Quién sabe. Yo no sé
nada. Pero esta experiencia ha tenido que ser iluminadora para esta muchacha.
Lo sorprendente es que no es una alumna destacada por sus notas, pero alguien
ha reparado en ella y le envía desde esta cápsula del tiempo la confianza en
que ella vale mucho.
Otras historias: la de una muchacha
extraordinariamente trabajadora que ha perdido totalmente todo lo que ha
escrito por una avería en su ordenador. Se echó a llorar. Soy consciente de la
pequeña tragedia. Otro ha perdido todo porque su archivo se le ha encriptado en
lenguaje ascii y no sabe cómo decodificarlo. Tendrán que rehacer todo mediante
su memoria.
Escribir una novela a los quince años
tiene su qué. Es una experiencia inolvidable, si el que la ha escrito ha sido
honesto. Y curiosamente, no tienen por qué ser las mejores las de los alumnos
que obtengan las mejores notas en la asignatura. Ni las de los que mejores notas saquen en
sintaxis. Aviso para navegantes (¡¡¡¡¡¡!!!!!!!). Es un ejercicio de búsqueda de
estructuras y de sentido. Puede que lea muchas anodinas, aunque las leeré con
respeto, pero encontrar alguna de las que he hallado hasta ahora, ya justifica
el ejercicio.
Cuando piense qué sentido tienen mis años
de profesor, quizás se me resuman en un
solo texto, y llegue a pensar que fui profesor solamente para alentar la confianza en algunos que
pusieron lo mejor de sí mismos y tal vez alguno descubrió una vocación. ¿Parece
acaso poco?