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jueves, 19 de mayo de 2016

En plena sesión de lectura.


Estoy en plena sesión de lectura de las novelas cortas de mis alumnos. Es una tarea fascinante enfrentarme a estos textos que expresan la realidad existencial de estos muchachos de quince años. Tener quince años no es cualquier cosa. Son tres lustros. Dos de niñez y uno de pubertad y adolescencia. Más o menos. Tienen la niñez a flor de piel Y por eso les parece tan lejana. Pero hace un plis plas vivían en un mundo infantil. Así los recibí hace tres años cuando llegaban de primaria. La novela es un desafío de primer orden y en ella experimentan sus límites en un territorio incierto. Pienso que el ejercicio de escribir veinte o veinticinco páginas es algo importante. Mucho.

Claro que hay quien cuyas páginas están plagiadas de relatos de Wattpad. Lo detecto en seguida. Ello me produce una honda tristeza porque al desafío han contestado con un engaño feo. Podían haber hecho otra cosa si el reto les superaba. Por ejemplo, un muchacho georgiano, que tiene la materia suspendida, me ha escrito un relato sencillo pero humanamente precioso de cuatro o cinco páginas que trata de su nostalgia de Georgia, su madre y el descubrimiento del amor. Sé que no tiene un gran dominio del lenguaje pero ha hecho lo que ha podido. Sin trampas. A este muchacho lo eché de clase hace un mes por llamarme gilipollas. Fue expulsado del centro tres días, pero sé que sintió profundamente sus palabras. Tal vez había tenido un mal día. Sé que está desorientado, nada más.

No he leído todavía todas las novelas. Quiero leerlas con placer. Sentarme y disfrutar con ellas. No siempre es fácil. Es como dejarles un instrumento musical y decirles someramente cómo funciona y esperar que lo toquen bien. Es probable que todo rechine, que haya demasiada ingenuidad, que se violen aspectos fundamentales de la lógica narrativa, que el lenguaje sea demasiado pobre, que las imágenes no fluyan, que no sean capaces de comprender cuáles son las claves ocultas del relato para subrayarlas y singularizarlas. Un relato es una ilación lógica de algo que fluye por dentro. Una melodía interna que hay que saber que existe.

Andrés, el protagonista de mi post anterior ha escrito una novela de corte siniestro. Una especie de thriller sangriento. Se titula Maldad y tiene un subtítulo ¿Qué pasa cuando dos malvadas mentes se unen? También eché de clase a Andrés no hace mucho. Pero no pasa nada. Ser profesor, según lo entiendo yo, es reconocer sus posibilidades y alentarlas. En ese descubrimiento hay mucho de combate cuerpo a cuerpo, en el que pueden surgir a veces chispas. No es una edad fácil la adolescencia. Y no es fácil mi situación según la estoy viviendo. En muchos momentos siento una honda melancolía.

Acabo de leer una novelita, presentada en cuartillas en lugar de folios. Se titula Soledad. Es de una muchacha que obtuvo la máxima nota en su ensayo sobre el mundo de Kafka, el Odradek que ya expliqué aquí. Esta novela me ha dejado boquiabierto. Es exactamente lo que  anhelaba leer. Lo que no me atrevía a esperar. La obra de una joven narradora que ha escrito un relato prodigioso. Es como haberle dado un piano y que ella me hubiera interpretado un Nocturno de Chopin por pura intuición. Es un relato espléndido por el que fluye, sin estridencias, con una suavidad maravillosa, una profunda y desoladora tristeza, la tristeza que yo intuyo en esos ojos de una muchacha de quince años cuya vida no tiene que ser fácil. La he escrito dándole mi opinión de su pequeña novela y animándola a que no deje de escribir, expresarle que tiene un don. El lector tenaz que es este profesor intuye dónde hay un narrador en ciernes. Puede que esto sea un comienzo o puede que no. Quién sabe. Yo no sé nada. Pero esta experiencia ha tenido que ser iluminadora para esta muchacha. Lo sorprendente es que no es una alumna destacada por sus notas, pero alguien ha reparado en ella y le envía desde esta cápsula del tiempo la confianza en que ella vale mucho.

Otras historias: la de una muchacha extraordinariamente trabajadora que ha perdido totalmente todo lo que ha escrito por una avería en su ordenador. Se echó a llorar. Soy consciente de la pequeña tragedia. Otro ha perdido todo porque su archivo se le ha encriptado en lenguaje ascii y no sabe cómo decodificarlo. Tendrán que rehacer todo mediante su memoria.

Escribir una novela a los quince años tiene su qué. Es una experiencia inolvidable, si el que la ha escrito ha sido honesto. Y curiosamente, no tienen por qué ser las mejores las de los alumnos que obtengan las mejores notas en la asignatura.  Ni las de los que mejores notas saquen en sintaxis. Aviso para navegantes (¡¡¡¡¡¡!!!!!!!). Es un ejercicio de búsqueda de estructuras y de sentido. Puede que lea muchas anodinas, aunque las leeré con respeto, pero encontrar alguna de las que he hallado hasta ahora, ya justifica el ejercicio.


Cuando piense qué sentido tienen mis años de profesor,  quizás se me resuman en un solo texto, y llegue a pensar que fui profesor solamente  para alentar la confianza en algunos que pusieron lo mejor de sí mismos y tal vez alguno descubrió una vocación. ¿Parece acaso poco?

lunes, 4 de abril de 2016

¿Somos unos farsantes los que embellecemos el aula?


¿Embellecemos los resultados los profesores que hacemos la crónica de las aulas? ¿Contamos como en un cuento multicolor la vida y rendimiento de nuestros alumnos cuando aplicamos didácticas novedosas? ¿Queremos expresar al mundo educativo una realidad de color de rosa cuando esta, la mayor parte de las veces, no lo es tanto? ¿Realmente nuestras aulas son tan maravillosas como queremos hacer creer?

Profesor en la secundaria lleva once años en la red. Creo que no debe haber blog que haya relatado con tanta plasticidad experiencias de fracaso y de desastre. A veces he rozado la pornografía emocional narrando la interioridad de un profesor al borde de estados sumamente oscuros que he vivido realmente en mi carne. Entonces en este blog predominaba un estado dolorosamente triste. A veces prefería escribir de otros temas que no fueran pedagógicos para no dar salida a ese río de oscuridad.

¿Entonces? ¿Cómo es posible que relate en este curso las cosas con tanta ilusión y expectativas positivas? ¿Es realmente la Flipped Classroom una didáctica tan extraordinaria que pueda dar realmente la vuelta a la clase? ¿Sus resultados son prodigiosos?

Por simplona que parezca esta metáfora, manida y gastada, hay dos formas de ver el vaso, medio vacío y medio lleno. Si lo ves medio vacío, tus expectativas son menores, das mayor relieve a los problemas, a las disfunciones, a las horas que no han salido como pensabas, eres más consciente del lado problemático de las cosas. Esperas menos de los chavales, relativizas los resultados, ves los aspectos más angulosos de la realidad, se apodera de ti una sensación de cansancio y aflicción que te impulsa menos a pedir lo imposible. Eres más consciente de la grisura de la realidad.

En cambio, si puedes ver el vaso medio lleno – no es una elección- tiendes a aumentar tus niveles de dopamina y trasformas con un cristal de colores la realidad. Ello te conduce a pensar de otro modo, a amplificar, a tener expectativas probablemente elevadas, a esperar muchísimo de tus alumnos y ellos –curiosamente- tienden a intentar equipararse a tu nivel de expectativas. Predomina más la euforia en tu estado de ánimo. Los problemas los ves como coyunturales y no les ves más recorrido que el que tienen. La dopamina es una sustancia legal, no está prohibida de momento. Se genera espontáneamente el que puede hacerlo. No siempre es posible. Y cuando cuentas, con altos niveles de dopamina, tus experiencias tiendes a verlas desde ángulos favorecedores. Y se nota cuando escribes en el blog. Claro que no todo es bueno, pero este estado eufórico se proyecta sobre los chavales y ayuda al encuentro con ellos a pesar de la grisura inevitable del curso que se hace largo y en el que realmente todo el mundo hace lo que puede. Mis experiencias en otros cursos han sido insatisfactorias. Pues en este curso anhelo que sean extraordinarias. Veo alegría en el aula, lucha por conseguir mínimos, trabajo bien hecho, no por todos pero sí por un sector interesante.

Se me dirá que habría otra perspectiva que sería la realista, ni eufórica ni depresiva. Puede ser. Sin duda debe haber excelentes profesionales de esa visión intermedia seguramente provechosa. Y probablemente la más fructífera. Aunque en el medio en que me muevo los profesores no intercambiamos experiencias. Nadie parece estar muy satisfecho. Mi instituto es un centro de máxima complejidad y nuestros resultados no son brillantes. No pueden serlos. Estamos en otra liga. Supongo que entre mis compañeros debe haber simplemente profesores realistas, adaptados a los niveles medios de realidad. Que dan un valor relativo al aula, que no esperan resultados demasiado sorprendentes. Son personas sensatas y perfectamente equilibradas. No creen demasiado en el nivel de cambio que puede suponer la escuela. Los comprendo y respeto, claro está.

Pero la escuela parece llevar implícita una especie de fe en lo imposible. Las teorías pedagógicas que han llevado a la reformulación del aula, del sentido de la escuela, son siempre utópicas. Los grandes pedagogos han sido primero visionarios y han planteado una clara concepción del ser humano aprendiendo cuando todavía las neuronas son salvajes. Sin un alto grado de idealismo que nos lleva a interpretar sesgadamente la realidad no es posible formarse expectativas elevadas. En la pedagogía se define una nítida concepción de la personalidad. Digamos que en mi caso, en dos terceras partes de mi experiencia me he movido en el terreno de la utopía y he apuntado a lo imposible, logrando así, los resultados más brillantes que cupiera imaginar. Algún día los contaré. Pero ciertamente en una tercera parte de mi vida académica, he vivido como Dostoievski a nivel de subsuelo experimentando un dolor difícil de describir. Esa sí que fue la noche oscura del alma del profesor.


Así que he visto las cosas en su intrincada dualidad. Y me quedo con la evidencia de que el que no es capaz de soñar nunca hará grandes cosas en esta profesión. Pero eso no se elige. Uno es el que es.

martes, 15 de marzo de 2016

Tras una tarde de evaluaciones


Mi humor no es bueno tras una maratoniana tarde con tres sesiones de evaluación seguidas. No sé si es mi perspectiva divergente o que, en cierta manera, me despido, pero no me he sentido muy cómodo entre mis compañeros durante el desarrollo de las citadas sesiones. Tengo la impresión de una constante futilidad en los juicios acerca de los muchachos. No trabaja, no se esfuerza, no presenta el dossier, parece en la luna de Valencia, tiene novia, no me hace los deberes, podría hacer más, no estudia, suspende los exámenes... Así repetido indefinidamente en un tono monocorde y cansino. Estudiar es un pasaje al que se accede con sufrimiento y la visión de los profesores alienta sobre todo la rutina, el cumplimiento de tareas monótonas, la memoria para el examen, y la presentación dichosa del dossier. Nadie ha mencionado ni valorado la creatividad ni la imaginación, ni el lado crítico de nuestros alumnos. De hecho estos son valores ajenos a la evaluación. Ese cedazo de la evaluación convierte en una masa homogénea y grisácea al conjunto de los alumnos. Es como si un tribunal compuesto por diez profesores grises juzgara con cierto afán de venganza la fuerza y el colorido de veinticinco alumnos, sus capacidades y su ímpetu adolescente. Me asombro de la grisura de una sesión de evaluación en que no hay ningún contenido que tenga un ápice de idealismo y sí un contenido escéptico que premia, sin excesiva alegría, el sometimiento, la burocracia y la mediocridad. Profesores grises resabiados premian a alumnos grises que presentan el dossier, hacen los deberes y estudian para el examen. Esta es la cuestión. La generación de una casta de burócratas cumplidores pero sin el más mínimo toque personal.

Por algún conducto tengo acceso a la opinión de diversos alumnos inteligentes que no se centran en las notas del instituto. Es como si no les concedieran valor excesivo salvo para ir pasando discretamente o incluso quedándoles varias materias. Y son los más creativos y lúcidos. La opinión de los profesores es sumamente negativa acerca de ellos. Yo no hago exámenes de memorización ni pido dossier y promuevo la imaginación y la creatividad. Hay alumnos poco escolares o nada académicos que tienen mucho que aportar pero que son arrollados por el sistema. Uno de ellos suspendía todo menos mi materia en la que sacaba muy buena nota. La impresión sobre él era demoledora. Sus dossieres son desastrosos, la letra es ilegible, no hace los deberes, está que no se entera de nada, es la pasividad en persona, la apatía total, está pero no está ... Yo no suelo hablar pero ahí he reaccionado ante la opinión unánime de la Junta de Evaluación. Para mí –he dicho- es un alumno muy imaginativo, que tiene una memoria excelente, que tiene una capacidad lingüística espléndida y que tiene un mundo personal muy rico que está descubriendo en medio de una resistencia tremenda frente al medio. Quiero dejar constancia de que no concuerdo con la opinión mayoritaria y que pienso que es un alumno que puede ser superdotado con un perfil de fracaso muy fuerte porque no le interesa lo que oye en clase. Para mi sorpresa no lo han negado. Era para ellos un alumno enigmático que no se adaptaba a la criba burocrática. No se han reído ante mi sospecha de que pueda ser superdotado, y a continuación han pasado a otro tema. No les ha importado nada esa posibilidad ni que tal vez haya que tratarlo de otra manera. O descubrir sus resortes.

Mi silencio durante el desarrollo de las Juntas era ostensible. No tenía mucho que decir. Veo a los chavales de modo distinto. Valoro en ellos sobre todo su creatividad que está siendo aplastada por el sistema que quiere individuos hábiles para la repetición y la copia, y sobre todo totalmente amaestrados para sacar excelentes repitiendo y repitiendo. Me gusta plantearles desafíos creativos y no los someto a exámenes de memorización que sé que no sirven para mucho sino para mostrar aquello que han podido recordar durante la duración del examen. No me interesa este tipo de memoria. Quiero memoria creativa, incorporada a sus instrumentos de trabajo y sus habilidades. No les examino de lo que recuerdan en un momento determinado (o que copian). Les someto a desafíos en que han de relacionar conceptos, conectar ideas, establecer nexos, generar ideas, dar saltos imaginativos, los introduzco en el pensamiento complejo. No quiero de ellos lo que les haga iguales sino lo que los haga profundamente distintos. Su reflexión íntima, su propuesta singular.

Eso no quiere decir que no tenga notas de ellos. Para realizar la evaluación tengo entre sesenta y setenta calificaciones que sumo dando un resultado final que me sirve de referencia. Ellos opinan que no es difícil aprobar mi materia trabajando pero yo no les presiono. Trabaja el que quiere y así suma puntos, y el que no quiere no lo hace. Lo sorprendente es que la media de trabajo es alta, el visionado de los vídeos de lengua y literatura es constante. No les penalizo, solo sumo lo que ellos aportan y doy un gran valor a las cuestiones creativas que se salen fuera de la rutina. Los veo contentos. El nivel de excelentes y notables es alto. No los obligo a trabajar ni a memorizar, pero el ritmo de trabajo es constante. Me comunico con ellos mediante el correo o el blog. Les mando información suplementaria. Estoy encima de ellos valorando lo que tienen de especial, sea su mundo el que sea. Y ellos se dan cuenta de que en las notas no hay ningún truco ni sorpresa. Tienen la nota que han generado, sin presiones. La nota no es fruto de un azar sino de una lógica congruente. Y no les pido el maldito dossier, algo que debe ser muy importante por la pasión que tienen mis compañeros  por el mismo.


Me he dicho que tenía que escribir sobre ello. He salido abrumado por tres horas tan escasamente imaginativas que no me extraña que corra por Facebook y Twitter un esquema de lo que decimos los profesores en las Juntas de Evaluación en forma de caricatura, pero es que es así. Hoy he ido a escuchar y nadie se ha salido del guion. Parecíamos siluetas esperpénticas en un trance que no revelaba ninguna ilusión.

martes, 8 de marzo de 2016

Habría que derribar las paredes de las aulas


La Flipped Classroom es un invento prodigioso, al menos para mí. La clase se libera de esa rémora que es la explicación de un tema por el profesor, algo que se me había hecho a lo largo de mi historia como uno de los momentos más insufribles, ya que se es consciente de la tensión del aula que no fija su atención y se distrae permanentemente si no es que ya se produzca una desconexión ante las palabras del profesor que no para de ver movimientos e interrupciones de todo tipo que contrapuntean la explicación. Y ya sabemos que una explicación debería ser esencialmente breve. Es raro que puedan mantener los alumnos la atención más de doce minutos en algo, si es que esa atención se produce. Claro que hay excepciones, esos alumnos ideales que siempre existen que tienen una capacidad de atender mucho más desarrollada, pero no es lo general.

Así que no tengo que explicar teoría. Aleluya. Esa se la doy por medio de vídeos que ven en casita cuando están solos y sin distracción. Toman apuntes que me entregan al día siguiente. Unido al vídeo hay preguntas que deben contestar. Lo he explicado en múltiples ocasiones, pero no he resaltado lo libre que se convierte la clase sin ese peso alevoso de la teoría. ¿Qué se hace en clase, pues? Profundizar, dedicarnos a aprender, fomentar la curiosidad, hacer esquemas y mapas mentales, ejercicios de léxico, retos de escritura –que les encantan-, y, últimamente he descubierto a través de mi cuenta en Netflix, la plataforma de series y películas a que me he suscrito, que hay una sección dedicada a los documentales. Y los hay muy interesantes sobre todo tipo de temas en general con un enfoque avanzado en la conciencia planetaria, y muchos protagonizados por jóvenes que quieren cambiar su modo de estar en el mundo. Otros son sobre el cambio climático, el trabajo esclavo, las drogas, música ... Actualmente les estoy pasando un vídeo sobre una muchacha de su edad -14 años-, Laura Dekker, que en 2010 protagonizó, tras una lucha en los tribunales, su sueño de dar la vuelta en mundo en solitario en velero. El vídeo refleja los dos años de su periplo en solitario y los lugares en que recaló mientras recorría los tres océanos del mundo a la vez que nos va contando su historia, su relación con sus padres, el día a día en el barco, trufado con expresiones juveniles que ellos encuentran cercanas, sus muecas, su forma de pasar el tiempo en larguísimas singladuras de más de veinte días sin ver tierra.

El vídeo está en holandés e inglés y tiene subtítulos en castellano. Es prodigioso el interés que tiene para ellos este vídeo. El ambiente en la clase es de atención total aunque van planteando preguntas de cómo podía hacer tal y tal cosa la protagonista. La figura de Laura, que tiene su misma edad, repito, es de un magnetismo poderosísimo para ellos. ¿Quién no ha soñado liberarse de las clases y hacer lo que uno quiera? ¿Quién no ha tenido sueños de libertad total que parecen irrealizables? Levantarse cuando uno quiera, comer a la hora que quiera, no soportar a profesores aburridos ni a padres pesados. Ella, Laura, logra todo eso. Consigue patrocinios para su viaje y se lanza, con el apoyo de su padre, a recorrer los siete mares en soledad. Pero cuando llegue a sus escalas también pasará días y días en diferentes lugares compartiendo su pasión con personas que la harán de su familia. Todo esto nos lo cuenta el vídeo. Sus dos años de vacaciones en un tiempo en que ellos tienen que estar atados a la silla, obedeciendo todo tipo de órdenes, horarios, materias cuyo interés no entienden y no sé si entenderán algún día. Laura es una heroína para ellos, les deja boquiabiertos. Es posible la aventura en el mundo. Es posible realizar los sueños, pero para eso hay que tenerlos y poseer una extraordinaria fuerza mental, como Laura. No es fácil estar en soledad tanto tiempo, a merced de las tormentas, las corrientes, la lejanía de todo lo suyo. Laura toma en sus manos su vida y hace con ella lo que desea. Es una muchacha como ellos que anhela vivir en libertad, tanto que al cabo de los dos años, es imposible que esta muchacha vuelva a la vida normal, en un instituto encerrada. ¿Quién lo haría? ¿Quién, después de haber dado la vuelta al mundo durante dos años, aceptaría pasar las horas que pasan nuestros alumnos inmersos en un sistema de enseñanza coercitivo en un tiempo en que se anhelan aventuras y se tienen sueños?

La sociedad es profundamente represiva. Se nos encarcela durante quince años de enseñanza obligatoria aprendiendo algo que en el noventa por ciento es inútil. Los adultos estamos controlados por los bancos, por Hacienda, por las farmacéuticas, por las hipotecas, por la industria del automóvil, por el miedo en general a perder. Y creemos que nuestros hijos deben vivir también en una cárcel para poder colocarse algún día en algo que les permita tener hipoteca, créditos, automóvil, vacaciones express, jubilación... Y creemos que esa es la vida, estar siempre encerrados haciendo lo que otros nos dicen. Es lo que enseñamos en la escuela. El mundo se ha hecho profundamente opresivo. Vivimos más, es cierto, pero lo hacemos controlados y aceptamos ese control en aras de la seguridad, de modo que legitimamos la coerción como modo de vida. Eso es la escuela, un secuestro legal durante quince años por lo menos para hacerse un hombre o mujer de provecho. El provecho que otros han ideado para nosotros.

La fascinación que les produce Laura Dekker es por eso. Es como ellos, exactamente como ellos, pero se ha escapado y es libre. Vive su pasión por el mar en absoluta libertad, habla idiomas y tiene una cultura vital y cultural a través de su formación emocional y sus viajes que es totalmente imposible de adquirir en un aula, lugar en que sospecho que solo se aprende el miedo.


Yo, si pudiera, crearía un espacio que sería exclusivamente para ver documentales sobre naturaleza, biología, experiencias llevadas a cabo por jóvenes de carácter libre y solidario, la realidad del mundo en todos los sentidos. Algo que abriera ventanas a lo que pasa fuera. Habría que derribar las paredes de las aulas. Algo.

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