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jueves, 20 de febrero de 2020

Experimentar la conciencia


Toda mi vida de bloguero he tenido un blog abierto a los comentarios, ya desde aquel octubre de 2005 en que comencé a publicar. He dado siempre a los comentarios una importancia capital y dedicaba mucho tiempo a contestarlos lo más cuidadosamente que sabía o que podía. Sin embargo, el sistema de comentarios tiene también condicionamientos que uno no puede obviar al estar esperándolos y ansiándolos. Uno escribe muchas veces para que le comenten y mide la recepción del blog por el número y la calidad de los comentarios. Ello es un error, pienso ahora, porque uno comenta en otros blogs por interés pero también para que le comenten. Y se establece una relación de quid pro quo que no es sana. Ciertamente es sugestivo recibir comentarios interesantes, pero uno piensa en cierta manera que son obligados o en cierta manera no responden a una lógica natural. He observado, además, que numerosos blogs interesantísimos en la blogosfera no reciben ni un mísero comentario. Esto me hizo pensar. ¿Hay una forma de comunicarse espiritualmente sin necesidad del intercambio de favores? Eso estoy ensayando. Ahora nadie que acuda a mi blog lo hará porque necesite mi comentario. Solo vendrán los que realmente estén interesados en lo que yo escribo, aproximadamente cuarenta personas por lo que he podido colegir por la información que me da el blog. De esas cuarenta personas, probablemente la mitad estén relativamente interesadas en lo que yo escribo, pero me sirve como referencia. Esta es mi área de alcance y no hay más para un blog que se pretende experimentador de la propia conciencia. 

El eje del blog es la conciencia de sí. No hago otra cosa, creedme, que ser consciente de mi mismidad. Hago la comida a mi familia, hago las compras, tiro la basura, leo muchísimo y hago caminatas pero todo tiene como centro mi conciencia y cómo vivo todo lo que hago, todo lo que soy. Pienso que no soy una persona interesante. No soy como Neorrabioso que escribe versos cuestionables pero sinceros en los tachos de basura y se traviste con grandes tacones y minifalda en las calles de Madrid. Soy mucho menos exótico. Soy un hombre común que se levanta cada día a las seis y media para ir a leer y escribir a un centro tecnológico para dejar constancia de que estoy en el mundo. A esto se le podría considerar que mi ejercicio esencial es el ombliguismo, mirarme solo a mí mismo, pero ¿qué experiencia más apasionante la de observar detenidamente, sistemáticamente, el propio devenir de mi ser? No soy un hombre excepcional, soy una persona del montón que tiene como eje fundamental observarse y escribir sobre ello de modo apasionado. Observarme y leer buena literatura que me sirve de referencia para considerar a otros que se han observado a sí mismos. ¿Hay algo más hermoso que hacer eso? 

Me he pasado mi vida de profesor observando otros seres distintos a mí y me ha enriquecido, pero mi mayor aportación a mis clases era mi experiencia de la vida, mi experiencia de mi conciencia porque no es otra cosa la literatura, y yo he sido profesor de literatura durante muchos años. Ahora no tengo alumnos, pero es igual. Sigo leyendo como un adicto a la palabra escrita. No hay nada que me motive más que las historias que ciertos escritores –escogidos- me han hecho llegar. Mi vida es observarme y leer. Una vida tremendamente aburrida, pero cada uno tiene en su interior el universo todo. En mi conciencia está la totalidad. Cada uno es un extremo de un sistema en que recibe luz y sombra de lo que es la vida. Dentro de mí está todo igual que dentro de cada uno de los que tienen la suerte de leerme. No soy vanidoso, no lo crean, solo soy consciente de que dentro de nosotros está todo. 

Mi vida vale bien poco, es tremendamente opaca y gris. Nada hay en ella que merezca la pena, pero observo y soy. Comentar esto sería algo proceloso, así que dejo cerrados los comentarios para que si alguno necesita pensar, lo haga sin la necesidad de expresarlo por escrito. Solo vendrán a este blog los que piensen que mis palabras llenas de extrañeza merecen la pena. Yo todavía estoy conmocionado por el pensamiento de otro solipsista como era Cioran. Leerle me ha alentado a escribir y mostrar lo que cualquier ser humano, pleno de errores y defectos, a veces puede mostrar. No estamos solos, quiero pensar. Ser es nuestro principal motivo de estar aquí. Y morir está en nuestro calendario. No somos el cruel dios cristiano. Pero el ansia de llegar más allá está presente en cada uno de nosotros. Cada instante absurdo de nuestra vida cuenta. ¿Para qué? No lo sé, pero siento que en mi soledad vislumbro partículas que escapan a la transitoriedad. 

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