Una entrevista que me ha hecho pensar es la realizada a Philip Thomas, profesor de gestión de riesgos en la universidad de Bristol. En ella advierte del grave riesgo de paralizar drásticamente la economía mediante la asunción de políticas radicales de confinamiento que pueden terminar llevando a los países a una caída del Producto Interior Bruto de más de 15 puntos como se prevé ahora. La detención de la economía para fomentar el confinamiento puede ser no plan para quince días, o un mes, sino que puede ser de varios meses. De hecho, hasta que exista la vacuna eficaz y pueda ser comercializada no habrá una solución. El encierro puede ser de seis meses por lo menos. El desarrollo de una pandemia es errático e imprevisible. La de 1918-1919 tuvo no una sino tres fases a lo largo de dos años. A un brote, el de primavera de 1918, siguieron meses de contención y de aparente remisión, para volver en el otoño con un brote mucho más peligroso y mortífero. Se fue y volvió de nuevo en 1919. Por cierto, dicha pandemia afectaba a personas de entre veinte y cuarenta años en plena capacidad productiva, además de mujeres embarazadas o puerperales. Más a hombres que a mujeres pero esto varió según los sitios. El efecto sobre la economía fue en tal caso más medular porque afectaba a la fuerza de trabajo.
Nos enfrentamos a una clara incertidumbre. El gobierno decreta diez o quince días de confinamiento total para intentar aplanar la curva. Para ello, paralizamos la economía salvo sectores imprescindibles. ¿Se está seguro de que en diez días podremos salir del confinamiento o este se prolongará un tiempo indefinido sin visos de finalización con toda la economía detenida? Philip Thomas en su entrevista que he enlazado arriba vaticina que el coste social en términos de PIB será más letal que la propia epidemia puesto que significará un descenso generalizado en las prestaciones sociales y sanitarias por falta de presupuesto. Para España, el coste de detener toda la maquinaria industrial y de servicios será gravísimamente peligrosa. En realidad, hacemos lo que hace todo el mundo, lo que en China ha dado resultado por lo que parece, siempre que no se reintroduzca el virus en otra fase o, por reinfección externa, de ahí la xenofobia que se ha desarrollado frente a los extranjeros que podrían reintroducir el virus.
Philip Thomas sostiene que él no puede dar una solución sobre qué hacer, que comprende lo que se está haciendo pero también piensa que puede ser peor el remedio que la enfermedad. En todo caso, opina que no es bueno paralizar completamente un país porque traerá costes inasumibles e igualmente letales.
Tras los tres brotes pandémicos de 1918-1919, la economía se resintió gravemente por la muerte de millones de jóvenes en la guerra y en la posterior pandemia, pero Estados Unidos reaccionó como motor de la economía mundial arrastrando a Europa, no así a España, a los llamados felices años veinte, hasta que el calentamiento de la bolsa llevó al crash del 29.
¿Puede ser Estados Unidos ahora motor de la reacción tras el virus? ¿O lo será China?
Al terrible dilema de si conviene paralizar la economía para detener el virus, alguien ha calificado como el viejo juego de la bolsa o la vida.