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miércoles, 21 de diciembre de 2022

Convicciones

Me encanta conversar con otras personas, sean hombres o mujeres, sobre lo divino y lo humano. Son sesiones de conversación largas sea por escrito o en persona. Me agrada observarme a mí y observar a los demás. No soy novelista pero tengo algo que tienen los novelistas que es la capacidad de observación...

 

Los seres humanos tienen necesidad de explicarse, de dar cuenta de su modo de ver el mundo, de justificar su modo de vida o de ser lo que se traduce en monólogos sucesivos en que se expresan razones, juicios, opiniones, recuerdos que construyen una personalidad y explican cómo es uno (o una). Es como un armazón dialéctico fruto de la elaboración de muchos años para dar consistencia a una personalidad. Para cada uno, es vital esta estructura de ideas o de pensamientos o creencias. Son suyas y hay una tendencia a considerarlas universales aplicables al resto de seres humanos. Es una especie de lógica a modo de mecano que sirve para interpretar el mundo. Uno intenta explicar por qué es ateo, por ejemplo; otro por qué es creyente; otro por qué adopta determinadas posiciones políticas a un lado u otro del espectro posible; otro por qué ama esto o lo otro; otro muestra su desesperanza y su desapego a base de cinismo; otro da razones para expresar su concepción de la vida; otro basa su vida en buena parte en los colores de un equipo y eso le confirma existencialmente; otro muestra su impotencia y su tristeza basándose en su concepción de la existencia; otro cuenta su historia repetidamente para mostrar las razones de su lógica implacable; otro cuenta por qué es feliz, y otro por qué es desdichado, otro por qué es amante del dinero -que da la felicidad-, mientras que otro basa su vida en la moralidad alejada del dinero... Todos somos diferentes pero todos anhelamos comprender la vida y expresar un modo de hacerlo que sirva universalmente. 

 

Yo lo observo y me doy cuenta de que todo eso son creencias de una forma u otra. Es como si se necesitaran creencias para mantenerse en pie. Y esas creencias se reiteran indefinidamente. Los blogs son eso precisamente. Manifestaciones de unas determinadas formas de entender el mundo. A fuerza de leer a los blogueros uno sabe con bastante fidelidad cuáles son los ejes de ese armazón dialéctico que no deja de repetirse. Todos nos repetimos hasta la saciedad. A los blogueros nos gustan los monólogos en que manifestamos nuestra posición en la vida y en el mundo. Cada blog es una ventana al interior del autor que nos explica reiteradamente su percepción y sus razones. Los hay más obsesivos, los hay más generosos, los hay más sectarios, los hay escorados a la izquierda -como única posición lógica en la realidad-, los hay escorados hacia posiciones conservadoras que cuestionan el supuesto absolutismo progresista... No sé, hay una gama de posiciones que resulta interesante observar para contemplar el paisaje íntimo de alguien que se está abriendo en canal. Algunos son estetas y exquisitos, otros son audaces y provocadores, otros cínicos, otros son como campanas de navidad sonando para convencer del colorido alegre de la vida, otros son egoicos y narcisistas, otros son escépticos e irónicos, otros son idealistas, muchos pesimistas -en esto la edad influye poderosamente-... pero todos en general anhelan que su cosmovisión sea compartida por otros, convencer de alguna manera de algo a cualquier nivel. Aspiran a que su percepción sea comprendida y asumida, en cierta manera se ejerce un claro proselitismo ideológico casi inevitable. Se escribe para expresar pero también para convencer de que nuestras razones son valiosas e inobjetables. 

 

Los lectores de blogs se adaptan así a la cosmovisión del autor -o no, y entonces surgen los debates que si se mantienen desencadenan conflictos-. Todo consiste en un cruce de cosmovisiones que necesitan acercarse para comprenderse mutuamente en un diálogo generalmente afable, aunque a veces hay quienes tiran la piedra y esconden la mano. Todo es posible en un mundo que es la expresión de egos muy potentes y narcisistas. A la vez es muy peligroso y el carácter de cada uno influye poderosamente en las relaciones a distancia. Hay blogueros bondadosos y blogueros taimados aunque siempre a través de las palabras se intenta dar la imagen más favorable de uno mismo y así aparecemos siempre como mejores de lo que somos en realidad. Es una imagen la que se vende de uno mismo, una imagen elaborada y diseñada para convencer para transmitir convicciones aunque Cioran escribió que quien posee convicciones es que no ha profundizado en nada.

martes, 15 de noviembre de 2022

La vida y el barco

Este texto pertenece al libro El ojo y los tesoros de la ley auténtica, de Dogen. Aparece en el libro que me ha dejado Unsui, titulado La felicidad de la pobreza noble. Este texto me fascina pero no sé si llego a entenderlo. Es un texto zen, lo comparto con vosotros. Son necesarias varias lecturas y aun así... 


***


Vida no es un ir y venir; vida no es una manifestación ni una conclusión. En realidad, vida es la presencia del dinamismo total, muerte es la presencia del dinamismo total. Deberíamos saber que dentro de los innumerables dharmas que existen en cada uno, hay vida y hay muerte. 

 

Vida es como una persona que navega en un barco. Aunque esa persona prepare las velas, fije el rumbo y haga que el barco avance, es el barco el que la lleva, sea hombre o mujer, y sin él no puede navegar. Viajando en un barco, una persona hace que el barco sea barco. Hemos de tener muy en cuenta ese momento. En ese momento no existe nada salvo el mundo del barco. Los cielos, el agua y la orilla se convierten en el tiempo del barco, que nunca es el mismo tiempo que no es el barco. Por la misma razón, vida es aquello a lo que yo doy vida, y yo soy lo que la vida me hace. Cuando uno navega en un barco, su cuerpo-mente, así como las consiguientes y apropiadas dotaciones de karma constituyen la dinámica impulsora del barco; toda la gran tierra y todo el cielo vacío constituyen conjuntamente la dinámica impulsora del barco. Así es el yo que es vida, la vida que es yo. 

lunes, 7 de noviembre de 2022

El niño lobo de Montjuïc

El "Niño lobo de Montjuïc" era totalmente desconocido para mí hasta que en una caminata de primavera en abril de 2022, vi una placa que lo recordaba junto al castillo. Había muerto hacía un año. Se llamaba Antonio Montserrat y vivió media vida en una chabola en una ladera de muy difícil acceso en la montaña de Montjuïc. Murió a los cincuenta y cuatro años. Había nacido en las barracas de Can Valero en 1966. A los nueve años vio como mataban a su padre que había sido atracador y delincuente. El caso es que tras sucesivos avatares, Antonio volvió a la montaña que le había visto nacer y construyó una barraquita con unas impresionantes vistas al puerto y al mar que veía cada mañana cuando se levantaba. Los que lo conocieron dijeron de él que era un hombre libre y salvaje, sin ataduras con el sistema. Vivió como un eremita con sus más de quince gatos a los que cuidaba entre peñas y peñascos… Triscaba entre las rocas como una cabra, sumamente ágil. En su choza, sin luz ni agua, tenía como los ermitaños todo lo que necesitaba para su vida: sus cuatro cosas y sus gatitos. Tenía un lecho mullido y ¿para qué más? 

 

En los últimos tiempos de su vida, un youtuber, Eliseo López Benito, lo conoció y lo dio a conocer al mundo en su canal. Desde entonces su historia y su personaje se hicieron populares entre miles de personas de todo el mundo. 

 

Yo no lo conocí, pero he visto diversos vídeos sobre él en que aparece. No era un hombre cultivado ni sofisticado. Era un hombre sencillo que no conocía a Boticcelli ni a James Joyce, pero vivió su vida totalmente a fondo con su pequeño o gran saber, inmensamente comprometido con la vida y sus gatos. Los que lo conocieron hablaban de su humanidad, su generosidad, y de su don de gentes. Vivía sencillamente con los saberes elementales. No era un Basho viviendo en su choza componiendo haikus y tankas memorables. Pero de lo que no cabe duda, por lo que he sabido, es que su unión con la naturaleza agreste de la montaña era absoluta, igual que su dicha de vivir. Cada día era un gozo compartido con sus gatos y la vista inmensa del mar. Era sencillo, no tenía una carrera universitaria y su mundo procedía de la calle, de las barracas de Can Valero. 


 

Vivió en libertad, sin hacer declaraciones a Hacienda, sin dar cuenta de sus actos a autoridades de las que recelaba. Tenía su lecho y poco más. Maldecía del gobierno y “esos hijos de puta”. Recibía una pensión de cuatrocientos euros cuyo importe el día que lo cobraba era para comida de sus gatos y para repartir entre los más necesitados. Raramente le duraba más de un día. 

 

En el último vídeo en la primavera de 2021, se lo ve exhausto y acabado, enfermo ya. La fundación Arrels le ha conseguido un piso por su precariedad en la Zona Franca de Barcelona. A él no le gusta pero puede tener una cama y ducharse todos los días. Sube, no obstante, cada mañana a la montaña de Montjuïc a llevar comida a sus gatos a los que no quiere encerrados en un piso. Cada día es una tortura subir de nuevo adonde tenía su covacha porque se asfixia pero piensa en sus gatitos. Ahora que tengo gatos puedo entenderlo perfectamente lo que se llega a querer a estos animalitos. 

 

Antonio murió pocos días después. Su final lo contó en su canal Eliseo. La montaña de Montjuïc frente al puerto y el mar lo echan a faltar. 

 

La reflexión final se debe a que investigar esta historia me llevó a pensar que tal vez Antonio era un hombre que encarnara alguna especie de misticismo, aunque fuera sui generis, creer que en su vida había alguna intuición cósmica que lo conectara con el budismo, el vedanta o el taoísmo, pero pienso que el eremita que fue Antonio vivió en libertad condicional, tras una infancia terrible, su vida como algo único y carente de referencias. Era un maestro de vida que preferió renunciar a todo. En su choza, tenía un libro que no sé si habría leído. Se trataba de la novela Sota la pols de Jordi Coca. No había nada más. No fue un hombre leído ni intelectual de ninguna manera. Fue un hombre esencialmente del pueblo que sintió el ansia de libertad interior desligado de las ataduras de la sociedad y así vivió media vida en la ladera de la montaña, acompañado de sus gatos y el mar. Eliseo, su último biógrafo, dice que era un "guerrero" especialmente valiente, él que se encontraba tan a disgusto con la sociedad, prefirió vivir solo en unas circunstancias arriesgadas en la ladera de Montjuïc. 


Creo que fue un hombre que vivió con modestia pero pensó con grandeza. 

viernes, 4 de noviembre de 2022

Vivir con modestia, pensar con grandeza


Un amigo bloguero me ha prestado un valioso libro inencontrable por estar descatalogado. Se titula La felicidad de la pobreza noble. Está escrito por Koji Nakano y leerlo supone un prodigio de sensibilidad y refinamiento, más que nada contrastado con el tipo de vida epidérmica y consumista que llevamos la mayoría.

 

Su idea central es vivir con modestia, pensar con grandeza, y es una apelación a la moderación y a cuidar nuestra vida como si una obra de arte se tratara, vivida con intensidad y espiritualidad. 

 

Recojo un fragmento que me ha conmovido, os lo ofrezco a vosotros…

 

“En la actualidad parece que no descansamos hasta que todo sea expresado númericamente, como si ya no pudiéramos hallar satisfacción en valores imprecisos, intangibles. Todo, desde la evaluación de las aptitudes escolares de los niños al valor de los cuadros o al montante de la fortuna de alguien, todo es convertido en cifras, y cuanto más alto sea el número, mejor. Pero por muy alta que sea la media de nuestra esperanza de vida, si eso sólo supone una prolongación física de la vida, ¿qué valor puede tener? Que una vida sea auténticamente plena o no, es algo que sólo puedo entenderse en términos de plenitud interior, y esto no puede expresarse por medio de números. 

 

Aferrándome

A la preciosa vida

Miro al cielo en lo alto,

El sol brilla

Y mi cuerpo está pálido. 

 

¡Hagamos tiempo

Para el ocio!

¡Y vivamos

Un día

Como si fueran dos!

 

Ueda compuso estos poemas en los días que siguieron a su última operación, cuando estaba totalmente incapacitado para participar en sociedad. Pero, incluso entonces, vivió plenamente los días que le quedaban. Esta clase de plenitud es inimaginable para quienen llenan todos los huecos de su agenda y están siempre ocupados. El tiempo que una persona gasta en vivir auténticamente no puede medirse con números. Existe pura y simplemente en una dimensión distinta”. 

 

Y para concluir, mi agradecimiento a Unsui, bloguero singular, por el préstamo del libro con un poema de Canciones de la felicidad solitaria cuyos versos comienzan con la frase “Felicidad es cuando…”

 

Felicidad es cuando

Pides que alguien

Te preste un libro raro

Y lo abres 

Por la primera página. 

viernes, 28 de octubre de 2022

Elogio de la finitud


Hasta donde sabemos, todo lo existente tiene un comienzo y tiene un final. Así es la vida en los seres orgánicos e inorgánicos. Nosotros como seres humanos hemos tenido un comienzo que no recordamos y tendremos un final que no podremos contemplar y seremos simplemente pacientes que se extinguirán tal vez en una paz profunda sedados en un hospital o en un accidente violento. Ese final puede que sea precedido de sufrimiento o no. Hay algo que me sirve para comprender ese instante de desconexión y es cuando me voy a hacer una endoscopia o colonoscopia y me sedan superficialmente pero lo suficiente para que mi conciencia desaparezca totalmente. Me dijeron una vez que pensara algo agradable, algo que me hiciera feliz, y pensé en una escena maravillosa de un viaje que hice a los mares del sur. Me situé en una playa paradisiaca que recuerdo. Iba desnudo y me tumbé con mis pies en la orilla. El sol era potente y tropical. Mi cuerpo era sostenido por la arena y la brisa me daba suavemente en la piel. Pensé en aquel entonces que estaban los cuatro elementos: agua, tierra, fuego y aire. No me dio tiempo para pensar tanto cuando me iban a sedar, pero la imagen ya la tenía comprimida en mi conciencia y simplemente me deje acariciar por ese cuerpo mío bajo el sol. Y ya no recuerdo más. Me apagué, mi conciencia dejó de funcionar y todo desapareció en una paz formidable. Algo así debe de ser morir. Una desconexión del sistema en la nada. Hay una pequeña gran diferencia. En mi sedación yo sabía que me iba a despertar y no sufría angustia por la desconexión. En la muerte, sencillamente no sabemos si hay un otro lado de la conciencia, nadie ha vuelto para contárnoslo. Sin duda es un viaje de ida, pero no de vuelta. Es un momento misterioso, tal vez sea el instante liminar de nuestra existencia. Es un instante de umbral, de entrada, tal como fue nuestro nacimiento. A partir de este momento, las filosofías y las religiones elucubran en el vacío. Toda suposición es un acto de fe sea uno ateo materialista o espiritualista que piensa que hay otro lado en que no sabremos qué seremos, despojados de nuestro cuerpo físico. No hay ninguna evidencia de nada. No se ha demostrado para nada la existencia del alma ni de que una supuesta dimensión espiritual tenga existencia de alguna manera. Aunque el hecho de que no tengamos pruebas no significa que el misterio deje de existir. La vida humana -y la animal- es tan potente y significativa que el pensador o el intuitivo no deja de sentir que puede que haya otra forma de existencia sea en forma de energía o de conciencia pura. En todo caso, es un momento grande, poético, sinérgico. Es el instante en que los seres se enfrentan a su finitud y uno piensa que dicho instante tendría que ser respetado profundamente dada su dimensión profunda. El momento de morir, sin embargo, es temido por los que lo van a vivir, por los que lo rodean y se llena de angustia cuando no se quiere hablar de ello. No hay una cultura de la muerte, se la tiene como el gran escándalo, no se quiere hablar de ella ni siquiera a los que están a punto de experimentarla. Los pueblos primitivos vivían la muerte mediante los rituales de umbral o de paso, y en algunos casos se celebraba una gran fiesta tras producirse la transición. Hemos conquistado la tecnología. Llevamos en nuestros bolsillos aparatos prodigiosos que nos conectan con todo lo existente, pero no estamos preparados para comprender el momento cenital de nuestra existencia sobre el que hemos proyectado la idea de horror y de absurdo, de vacío, de ausencia de sentido. Los filósofos materialistas han despojado de toda trascendencia a ese momento único en que para ellos lo único que pasa es que se desconecta el cerebro y el cuerpo se apaga sin mayor dimensión. Tendría que celebrarse, por el contrario, un rito y una fiesta porque el misterio sigue subsistiendo. La muerte se ha convertido simplemente en burocracia, en estadística, y los que asisten a ella como testigos o como partícipes no son conscientes del gran salto que supone, sea hacia el cero o hacia el infinito.

 

Estuve una vez en un viaje a Sumatra en una aldea batak por la noche en que el muerto estaba colocado sobre una mesa, y el resto de la aldea se pasó la noche cantando y bailando, con instrumentos de metal sonando, y tomando licor de rosas que producía una intenso estado visionario con las hogueras que ardían acompañando al muerto en su viaje. Yo había tomado una tortilla de hongos mágicos, lisérgicos y vi toda aquella noche como en un estado onírico, bailé, canté, bebí y mi conciencia se diluyó hasta el amanecer en que todavía continuaba la fiesta con la luna todavía en el cielo y los primeros rayos del sol llegando al túmulo. 

 

Así me gustaría que fuera el rito de mi muerte. 

sábado, 15 de octubre de 2022

El dolor de vivir


Suelo hojear la prensa en busca de noticias o entrevistas que me seduzcan. Ayer en El Mundo vi un titular que me llamó poderosamente la atención: 

 

La vida es una mierda y cuanto antes te des cuenta, mejor vida tendrás. 

 

El autor del libro La vida es dura es Kieran Setiya, profesor del Mit, que parte de su sufrimiento personal -padece dolor crónico- para animarnos a convivir con el dolor de cada uno, en un mundo en crisis. 

 

Las redes sociales ofrecen imágenes de vidas aparentemente felices o dichosas. Vemos a la gente bailando, comiendo en restaurantes guays, viajando por ciudades llenas de luz y de sugerencia, celebrando cumpleaños, riendo, saltando… pero sabemos que eso no es todo. A cada vida, a todas sin excepción, les toca su dosis considerable de dolor antes o después. El dolor es una constante en todas las vidas. Kieran Setiya, como profesor de filosofía en su materia Moral Problems and Good Life, plantea centrarnos en cómo convivir con el dolor más que una hipotética e insegura búsqueda de la felicidad y el placer. Ciertamente, todos conocemos y hemos vivido algunos de estas situaciones: la desilusión, el dolor, el desamor, los conflictos sin fin, el deseo que hace sufrir, la soledad, la depresión, el desempleo, la tristeza por seres queridos, el miedo a lo que puede venir, el duelo, la injusticia ,el fracaso, la enfermedad… En todas las vidas se termina conociendo la injusticia o el absurdo. 

 

La idea me interesó y leí la entrevista en El Mundo. Setiya cuestiona que la vida deba vivirse mediante proyectos, retos o desafíos, él habla más de “procesos”. Proceso mejor que proyecto. Los proyectos cuando se cumplen son muy estimulantes pero no es fácil que muchos de los proyectos en nuestra vida se cumplan. Por eso, él habla más de procesos, en una vida que encaje con las exigencias de la justicia y la moral. En los procesos podemos proponernos algo sencillo y accesible: intentar ser amable con la gente que te rodea o que te encuentras, disfrutar de las relaciones humanas, en la familia… El objetivo no es ser santos o exitosos, sino personas que encaran la vida con esperanza, a pesar del dolor de existir, sin intentar soslayarlo o mostrando una imagen de felicidad que muchas veces es irreal. 

 

En general la gente es más buena que mala, y los malos no son más interesantes que los buenos, aunque la literatura y el cine así lo proyecten. 

 

No hay duda de que la filosofía de Setiya en La vida es dura no es pesimista. Para él, una buena vida es tratarte bien y tratar bien a los demás, a pesar del dolor de vivir que es inevitable y en muchos casos, iluminador. Cuando leía esto, me venía a la mente las fotos de una mujer, familiar de un familiar, que padece cáncer de páncreas, de muy oscuro pronóstico. Ha perdido dieciocho kilos pero su rostro, con un turbante para ocultar su calvicie, a sus setenta años, parece sereno y feliz. Me han impresionado estas fotografías con sus hijos en un momento tan doloroso para ellos y para ella, que tal vez esté viviendo en la quimio, momentos de terror y sufrimiento, pero también está conociendo la solidaridad y el amor. 

 

No podemos hacer mucho en la vida, no somos la mayoría grandes hombres, y hacemos en realidad lo que podemos. Pero en esa humildad que implica el vivir, podemos prestar atención a lo que nos rodea, a todo lo que pasa a nuestro alrededor, e intentar ser amables con las personas que están cerca de nosotros. 

 

La vida no es fácil para nadie pero podemos convivir con el dolor, nuestro amado compañero. El príncipe Gautama nació en un palacio lleno de riquezas y gente joven a su servicio. Tenía todo pero quiso saber qué había más allá de los muros de su palacio en que parecía estar todo al servicio de su felicidad y su placer. Salió disfrazado del palacio y conoció pronto el dolor de vivir, la enfermedad, la vejez, la muerte, el infortunio… Reflexionó sobre ello, reflexionó sobre las causas del dolor, y en ello se basa su filosofía porque el dolor es nuestro amante más fiel. Kieran Setiya vuelve a ello en un libro que tiene como subtítulo: Para encontrar nuestro camino. 

martes, 11 de octubre de 2022

Canto a la libertad


Mañana haré una caminata en solitario. Será el día de la virgen del Pilar, la patrona de mi tierra, cuyo himno más extendido es el Canto a la Libertad de José Antonio Labordeta. No estoy en Aragón así que no habrá festividad celebrada, pero sí una excursión considerable de casi cuarenta kilómetros a través de la sierra del Garraf. Esta vez iré con bordón, a modo de peregrino e iré pensando en mi adentramiento en el territorio de los haikus como modo de observación estética y vital del mundo. Caminar es sencillo, solo hay que poner un pie detrás de otro y mantenerte así en las subidas y bajadas. Cuando uno camina, solo hay que pensar en caminar, cuando uno compone haikus solo hay que estar en ello, aunque tal vez con una libreta uno pueda realizar ambas cosas a la vez. Para escribir un haiku, principalmente hace falta inocencia y descartar la idea de sentido, de objetivos, de finalidades, de metafísica. Una flor es una flor, una montaña es una montaña, el cansancio es el cansancio, las botas son las botas. No hay un mundo simbólico más allá de nuestras sensaciones o visiones. Iré caminando, componiendo haikus verbales y fotográficos pues iré con mi cámara Sony. 

 

Caminar solo es una experiencia netamente distinta que caminar acompañado. Uno tiene tiempo para observarse con relación al esfuerzo realizado y sentir más profundamente el espacio recorrido. La conversación es más amena pero distrae de sí mismo y del paisaje. Siempre he definido la sierra del Garraf como territorio metafísico, pero mañana quiero retirarle esta etiqueta. La sierra no es metafísica, no me lleva a un sentido trascendente, más allá de aquí. No. La sierra es real, física, concreta, corpórea. Y caminar por ella me produce una sensación de realidad, de inmersión en la tierra, en las rocas, en el camino, en las nubes, en el mar en la lejanía… 

 

El haiku y el caminar como métodos de conocimiento para expresar una vida sencilla pero plena. Plena para un caminante avezado que pone un pie detrás de otro sin otro intento de explicación que el real, el de este instante y aquí. Más allá de la metafísica y la mística occidental, que me atraen igualmente, está la llamada del misterio de lo real. No hay nada más enigmático que lo que tenemos delante de nuestros ojos o de nuestros sentidos. Yo estoy aquí. Y esa es la constatación más clarificadora de nuestra existencia. Mañana caminaré en solitario y miraré los palmitos, el cielo, las nubes, y el mar en la lejanía. Me henchiré de gozo de estar allí, cansado y pleno. Apoyaré mis pies en la tierra, en el terreno agreste y escarpado, e iré equilibrando mi cuerpo paso a paso en el día de la fiesta de Aragón, lejos de la plaza del Pilar. Lejos la política, lejos la guerra de Ucrania, lejos la injusticia del mundo, su oscuridad y sus tinieblas… Uno vive lo que le toca, no hay que hacer nada especial sino andar, seguir caminando, respirando, siendo. 

viernes, 7 de octubre de 2022

Elogio de la superficie


Reconozco que cuando escribo o cuando hablo soy una persona que subraya el sentido, el significado, la densidad de mi discurso como si quisiera expresar algo profundo y casi trascendente. Un amigo con el que hago caminatas, se ve víctima de mi supuesta profundidad que le abruma cuando a él le gusta ser más bien intrascendente. 

 

Leo estos días un libro admirable de Roland Barthes, titulado El imperio de los signos que es un largo comentario a base de fragmentos sobre la cultura japonesa que él vivió e intentó comprender, si es que “comprender” es la palabra más adecuada para ello. 

 

En la cultura japonesa importa más la forma que el fondo. El saludo ritual es obligado, cuando en occidente lo consideramos formal y eludible. Nos gusta, especialmente, en España la mala educación. Pocas son las fórmulas que subrayan nuestro código formal educado. Cuando llego a un sitio doy los buenos días pero veo que es algo que resulta rebuscado y evitable cuando puedo ir directamente a lo que quiero. Las fórmulas educadas, fruto de la cortesía, son orilladas y consideradas innecesarias. En la cultura japonesa la cortesía ocupa un lugar fundamental en las relaciones humanas, se emplea un tiempo que nosotros pensamos que es inútil en manifestar el respeto por la otra persona. 

 

Queremos ir a lo esencial, al sentido, y no nos estamos por las ramas. Cuando hacemos un regalo deseamos que sea importante para la persona que lo recibe, que tenga sentido. En la cultura japonesa esto no es deseable. Un regalo producto de su cosmovisión es envolver una caja de forma primorosa y dentro de ella, hay otra caja cuyo envoltorio es fruto de un arte cuidadoso y preciso, y en su interior hay otra caja y dentro otra caja envueltas, hasta llegar al final donde, si se abre, hay una fruslería de ningún valor. Esto es incomprensible para nosotros que anhelamos el valor sentimental o material de lo que regalamos. Importa más el fondo que la forma a diferencia de la cultura japonesa que es al revés. 

 

El fondo en la cultura japonesa es el vacío. No hay sentido, no hay regalo, no hay interpretación conceptual que justifique algo. 

 

Un poema clásico japonés es el haiku, es una combinación breve de cinco, siete y cinco sílabas que no quiere decir nada más allá de lo que dice, es una observación que podría pasar por banal y carente de núcleo mientras que nuestra poesía es densa y profunda, conceptual. Intentamos aplicar al haiku interpretaciones rebuscadas y artificiosas, pero no las tiene, y esa es su razón de ser. No expresa siquiera la transitoriedad de la vida o su carácter efímero. No es simbólico pero sí misterioso.

 

Las ciudades japonesas carecen de centro, el centro es una zona vacía, a diferencia de las ciudades occidentales en que el centro es la parte más importante de la ciudad y, de hecho, siempre cuando llegamos a una ciudad, preguntamos por el centro. 

 

Me doy cuenta de la paciencia que tiene mi amigo de caminatas en hablar con un hombre que pretende dotar a todo de núcleo, de sentido, de significación, cuando podría hablarse de lo frívolo, de lo banal, de lo superficial sin que la vida sufriera lo más mínimo. 

 

Me he propuesto escribir algún haiku alejado de la idea de sentido o de significación, todo en nuestra cultura apela al sentido, a la emoción, al yo, y en el fondo somos personas bastante faltas de ligereza. 

 

Si pudiéramos prescindir de esa obsesión por el sentido tan esencial en nuestra historia, en nuestra literatura, en nuestro modo de vivir, tal vez se abrirían nuevos campos de observación. 

 

Este escrito mismo es propio de una persona que anhela el sentido y no acepta lo frívolo o superficial. Pero ¿si acaso, la verdad estuviera en ello? Pero ¿acaso hay verdad o profundidad?

 

Un hombre escribe

Mientras la lluvia cae. 

Es el otoño. 

martes, 27 de septiembre de 2022

Gatos y libertad

Me siento frente a la ventana. Abro un libro: Memorias de un niño de derechas. Francisco Umbral. Me hago un café bien cargado. Los gatos corretean por el salón y salen dando saltos a la terraza. Uno es blanco, otro es negro y el último color dulce de leche. Pasa la mañana indolentemente. Hay un principio taoísta que es el Wu Wei, no hacer nada, renunciar a la acción, desasirse de la actividad. No buscar objetivos, no tener propósitos. Abro el libro que recrea, en una prosa espléndida, la España de los años treinta y cuarenta, la época del hambre y el frío, del estraperlo, la España de Cara al sol. Bebo lentamente el café. 

 

No hacer nada. Los gatos son especialistas filosóficos en el Wu Wei, la vida es para ellos un parque de atracciones y no tienen ningún propósito. Duermen mucho, juegan, comen, beben, se acurrucan junto a nosotros y nos hacen compañía, corretean, luchan entre ellos, hacen travesuras. Me pregunto si el ser humano con su capacidad para pensar y articular el lenguaje, con su autoconciencia, sus pulsiones hacia el bien y el mal es un ser más simple o complejo que los gatos. Mi hija dice que en la próxima vida quiere ser gato. Los observo cuando me distraigo de la lectura del libro que me gusta mucho. Umbral era un provocador adorable que perdía el oremus por las ninfas de diecisiete años con pantalones rojos ajustados. Cuando veía a una, la seguía por la calle hasta donde fuera. Y lo escribía, por ejemplo en Mortal y rosa. En este tiempo lo hubieran crucificado por pederasta. Un gatito viene y me mira. Le acaricio el lomo, y él se pone para que le rasque la barriga. Tienen una capacidad para el placer maravillosa, sin angustia, sin remordimiento, sin deseo de nada que no sea real. No anhelan nada salvo comer, dormir, cagar, que los acompañen, no necesitan el dinero ni una limusina para celebrar su cumpleaños. John Gray en su ensayo Filosofía felina. Los gatos y el sentido de la vida dice: “Los gatos pueden querer a los seres humanos, pero eso no significa que los necesiten o que sientan obligación alguna hacia ellos”. Doy fe.

 

Guerra en Ucrania. Miles de rusos huyen despavoridos por las pocas fronteras abiertas para escapar del reclutamiento forzoso de los reservistas. Es una guerra imperialista que no tiene sentido para ellos, pero sí para los ucranianos cuyo país ha sido invadido. Es muy diferente defenderse de una invasión que ser tú el invasor. Elecciones en Italia. Temores en una Europa que se mantiene con alfileres, pero nada de esto preocupa a mis gatitos que viven alegremente al margen de la geopolítica internacional. 

 

Bajo a la calle y me voy con el libro a tomar una cerveza. En el bar es donde mejor leo a pesar del barullo de los parroquianos que pegan la hebra. Manel, el camarero, en cuanto entro me escancia una cerveza tostada, una 1906. Me estoy tres cuartos de hora leyendo intensamente sentado a la barra. Hoy hace la comida mi hija. Normalmente soy yo quien la hace. 

 

Me pregunto, comiendo una tapa de ensaladilla que me han dado, si existe el libre albedrío, si esta mañana de Wu Wei es fruto de mi elección o lo es, como pensaba Spinoza, consecuencia no de mi libre elección sino de causas complejas que operan en mi organismo. El libre albedrío “consiste en la sensación de no saber qué vamos a hacer”. Me serena profundamente pensar que no existe el libre albedrío ese con el que la iglesia y el humanismo - y el existencialismo- nos carga con la elección de nuestras acciones, las elecciones y sus consecuencias. Yo no elijo, es mi naturaleza -misteriosa e incompresible para mí- quien elige por mí. Esto pensaba Spinoza y el taoísmo. La idea de libertad individual es un mito. También la neurociencia lo confirma. Solo existe el instinto de supervivencia. Y la concentración en el instante presente, ese que viven mis gatos de un modo tan absoluto. 

 

La vida es fruto del azar que no podemos controlar. Creemos elegir y no es así. Son las cosas las que nos eligen a nosotros. De ahí esa necesaria actitud atenta y concentrada ante el presente, único hogar posible, porque todo lo demás es fantasía. 

 

Vuelvo a casa. Pancho cuando abro la puerta, sale por un resquicio a la escalera, le sigue Sirius y no puedo evitar que Niebla salga también. Me miran con rostro enigmático, no me necesitan, si yo desapareciera no me echarían en falta. Ellos sí que no hacen nada salvo ser, estar presentes y ser ellos mismos, mientras que nosotros estamos fragmentados como fantasmas y deambulamos por la vida con la carga de la libertad y la necesidad de justificarla mediante nuestras acciones que deben ser productivas para llenar un vacío que entendemos erróneamente como aciago, cuando es luminoso. 

viernes, 23 de septiembre de 2022

Ainhoa II

He recibido carta de Ainhoa, una exalumna de hace quince años que me refiere cómo ha ido su vida tras un paso dramático y doloroso por el instituto donde era ella alumna y yo profesor. Era extremadamente inteligente en un contexto que no era el marco que ella hubiera necesitado y lo pasó mal porque ella era sensible y exigente, y la realidad del instituto del barrio le resultaba esencialmente mediocre y desmoralizadora. En el instituto sufrió acoso feroz por parte de compañeras que le dejaron unas heridas que quince años después no han cicatrizado todavía. El instituto las sancionó, pero eso no sirvió de demasiado porque el daño ya estaba hecho. Ahora vive feliz con su pareja en un pueblecito catalán de la montaña, tras huir -sí huir- de la población del extrarradio de Barcelona en que nació. Me escribe y me da cuenta de su vida, a un antiguo profesor con el que mantuvo una relación yo diría que más fecunda de lo habitual. 

 

Recupero un blog de la clase de aquel tiempo en el que los alumnos exponían sus opiniones sobre temas que les planteaba o sobre libros que eran de lectura en el trimestre. Vuelvo a aquel tiempo de la primavera de 2007 y leo las opiniones de aquellos adolescentes de cuarto de ESO sobre El guardián entre el centeno. Es un documento histórico y estremecedor, leído quince años y pico después. Dos de los alumnos que participaron en el debate sobre la novela sobre Holden Caulfield -vamos a llamarlos Cárol y Abdel- se hicieron novios y mantuvieron su relación unos doce años. Abdel era el prototipo de alumno de origen marroquí, nacido en España, extremadamente correcto y educado. Ella, Cárol, era una de las alumnas que acosaban a Ainhoa con más crueldad. Era guapa y aparentemente pacífica, pero a través de internet, ella y otras muchachas lastimaron gravemente la vida de Ainhoa. 

 

Hace tres años, la prensa española se hizo eco de un hecho terrible sucedido en el Reino Unido: Cárol había sido asesinada por Abdel en un ataque de celos porque aquella le había dejado y había concertado, tras doce años de relación, una cita con otro joven a través de Tinder. Abdel, que había ido a trabajar también a Londres para estar cerca de ella, no lo pudo soportar y, tal vez ebrio, como solía, entró en casa de Cárol y le asestó veintinueve puñaladas, varias de ellas mortales. La prensa española dio la noticia. Algunos lo relataron como "el moro" que asesina por una cuestión de honor a su exnovia. El juicio se celebró y condenaron a Abdel a cadena perpetua por asesinato con máxima responsabilidad a pesar de que él se declaró inocente y adujo que no la había seguido -las cámaras demostraron lo contrario- y que ella le había invitado a entrar en casa y que había sido ella quien primero le había acuchillado. Cárol murió. La cita de Tinder entró en casa y la vio en medio de un charco de sangre. Abdel, tras intentarse suicidar, fue detenido, juzgado y encarcelado de por vida. Todas las pruebas y evidencias demostraban su culpabilidad. 

 

Estos son los hechos que me ha traído de nuevo la afectuosa carta que me remitió Ainhoa que había sido torturada psicológicamente por Cárol y algunas otras compañeras. 

 

Es difícil establecer juicios y conclusiones en la vida, más en un caso terrible de violencia de género como este que parece de libro. Hombre abandonado y desesperado se venga asesinando a su exnovia. 

 

Pienso en la perspectiva de Ainhoa e intento comprender. Ha rehecho su vida pero no quiere recordar aquello, lo que vivió trágicamente cuando tenía quince años. 

 

Pienso que todos merecen su dosis de piedad. Cada uno ha vivido el drama de un modo u otro. Cárol ya no está, Abdel cumple condena, tal vez para siempre, en el Reino Unido. Ainhoa busca alejarse de los recuerdos -aunque estén vivos- y considera con cierta oscuridad lo que ha pasado y que no le evoca una ansiada justicia trágica ni poética, aunque ella en su momento anhelara suicidarse, pero solo pensar en lo que habrán sufrido su padre y su madre, le horroriza dicho dolor como cuando ella perdió a su padre. 

 

He pensado, he imaginado, un viaje al Reino Unido para hablar con Abdel en la prisión en que esté. Fui profesor suyo, quiero saber más. Detrás de la violencia de género siempre hay preguntas que no son fáciles de responder si no acudimos al catecismo de ideas y conclusiones preestablecidas y tranquilizadoras, pero no es sencillo adentrarse en las razones del asesino, sobre todo si lo consideramos con piedad. 

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