Mi segunda caminata estas navidades, esta vez en solitario porque mi sobrino declinó mi invitación al saber que sería de treinta y seis kilómetros, y eso ya le superaba. En la anterior de diez menos acabó cansado y con agujetas. Pienso que se lo habría pasado bien. Me gusta poner el cuerpo a prueba porque es tanto un ejercicio físico como mental. Partí de Sant Boi a las ocho y media de la mañana y llegué a Sitges a las cinco y media de la tarde lo que hace un total de nueve horas menos las dos paradas para comer sendos bocatas en un cuarto de hora cada uno.
El camino, guiado por el gps, tiene ascensos considerables en que mi respiración se tensiona pero resistí bien. Hice, en alguno de los ascensos a la ermita de Bruguers, una parada para recuperar el resuello y dividió el camino en dos tramos. Luego en la ermita hay un restaurante y me tomé un café solo, pues no lo había tomado en casa, y es que soy bastante adicto al café. Allí empezaba el ascenso al castillo en ruinas que me llevó una media hora y un fuerte esfuerzo.
La impresión de la caminata es que he resistido bien, he notado el cansancio más tarde que otras veces. A lo largo de la caminata iba pensando en cosas, aunque a medida que el cansancio iba haciendo mella, mi mente se desocupaba de pensamientos vanos. Pienso que caminar es una especie de ejercicio meditativo en movimiento. Hubo algún tema pendiente que me clavó las garras pero pude ponerle término dándome cuenta de que hay que parar los pensamientos negativos en su primer momento sin dejarlos crecer.
Caminar, y más en solitario, es poner la mente en estado contemplativo, porque paso tras paso y más cuando son en ascenso, todo lo que hay en ti se concentra intensamente en el presente y solo existe la realidad de ese momento. Hice fotos abundantes y en algún momento escuché música de jazz, pasé por la cruz de la Morella desde la que hay un paisaje espléndido del Garraf y el Llobregat, y el mar en lontananza en un día soleado y alegre. El Garraf es un territorio áspero y agreste que me atrae porque tiene una vertiente metafísica muy profunda. Y desde la Morella ya todo es bajada, en la que soy bastante torpe, pero, paso a paso, voy consiguiendo descender por entre las rocas. Llego hasta la entrada del parque Natural y me como el segundo bocadillo viendo el mar en la lejanía. Huelo a tigre por el intenso sudor. Voy en manga corta, hace calor. Ahora quedan cuatro o cinco kilómetros de carretera que llevaría al monasterio budista de la Plana Novella y yo sigo hasta el desvío que me entra en una pista de tierra que, en dos tramos, me llevará hasta Sitges, son aproximadamente nueve o diez kilómetros. Voy oyendo algún podcast de viajeros. Soy muy aficionado el programa vasco Levando anclas que me lleva a experiencias viajeras alucinantes por todo el mundo. Yo me creí viajero un tiempo pero lo que se cuenta allí supera cualquier expectativa que yo pudiera llevar adelante hace tiempo.
Sigo haciendo fotos, paso por zonas de viñedos, voy por pistas cómodas pero por las que no pasa nadie. No he encontrado a alma viviente por estos pagos. Pienso en que cuando llegue a Sitges me comeré un helado de tres bolas -vainilla, café y turrón-, y endulzo mi andar imaginando la textura del helado. Llego al desvió que conduce a Sitges directamente y sé que me queda poco más de una hora para llegar a buen paso. He pensado en mi sobrino y creo que se lo hubiera pasado bien. Es un trayecto por diversos tipos de paisaje que va desde las montañas del Llobregat a la aridez de la sierra metafísica. Y de fondo el mar. Sitges es una ciudad muy estimada por mí. Habré estado allí docenas y docenas de veces, muchas llegando, caminando, porque ensayo diferentes vías para caminatas. En la familia, alguno ya me conoce por mis caminatas a Sitges que le parecen repetitivas.
En los cuatro últimos kilómetros la pista se hace de cemento y empiezo a correr cuesta abajo dejándome llevar. Pienso en el helado y me aparecen alas en los pies. Sigo bajando, hasta que llego a la zona de almacenes por que entro a la ciudad que tiene el suelo más caro de España.
Para mi desolación, la heladería está cerrada. Las bolas de helado han volado. Me vuelvo en tren a casa. Ha sido un día muy especial.