Páginas vistas desde Diciembre de 2005




Mostrando entradas con la etiqueta Caminata. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Caminata. Mostrar todas las entradas

jueves, 5 de enero de 2023

Nueva caminata hasta Sitges

                                 Cruz de la Morella, el mar en la distancia


Mi segunda caminata estas navidades, esta vez en solitario porque mi sobrino declinó mi invitación al saber que sería de treinta y seis kilómetros, y eso ya le superaba. En la anterior de diez menos acabó cansado y con agujetas. Pienso que se lo habría pasado bien. Me gusta poner el cuerpo a prueba porque es tanto un ejercicio físico como mental. Partí de Sant Boi a las ocho y media de la mañana y llegué a Sitges a las cinco y media de la tarde lo que hace un total de nueve horas menos las dos paradas para comer sendos bocatas en un cuarto de hora cada uno. 

 

El camino, guiado por el gps, tiene ascensos considerables en que mi respiración se  tensiona pero resistí bien. Hice, en alguno de los ascensos a la ermita de Bruguers, una parada para recuperar el resuello y dividió el camino en dos tramos. Luego en la ermita hay un restaurante y me tomé un café solo, pues no lo había tomado en casa, y es que soy bastante adicto al café. Allí empezaba el ascenso al castillo en ruinas que me llevó una media hora y un fuerte esfuerzo. 

 

La impresión de la caminata es que he resistido bien, he notado el cansancio más tarde que otras veces. A lo largo de la caminata iba pensando en cosas, aunque a medida que el cansancio iba haciendo mella, mi mente se desocupaba de pensamientos vanos. Pienso que caminar es una especie de ejercicio meditativo en movimiento. Hubo algún tema pendiente que me clavó las garras pero pude ponerle término dándome cuenta de que hay que parar los pensamientos negativos en su primer momento sin dejarlos crecer. 

 

Caminar, y más en solitario, es poner la mente en estado contemplativo, porque paso tras paso y más cuando son en ascenso, todo lo que hay en ti se concentra intensamente en el presente y solo existe la realidad de ese momento. Hice fotos abundantes y en algún momento escuché música de jazz, pasé por la cruz de la Morella desde la que hay un paisaje espléndido del Garraf y el Llobregat, y el mar en lontananza en un día soleado y alegre. El Garraf es un territorio áspero y agreste que me atrae porque tiene una vertiente metafísica muy profunda. Y desde la Morella ya todo es bajada, en la que soy bastante torpe, pero, paso a paso, voy consiguiendo descender por entre las rocas. Llego hasta la entrada del parque Natural y me como el segundo bocadillo viendo el mar en la lejanía. Huelo a tigre por el intenso sudor. Voy en manga corta, hace calor. Ahora quedan cuatro o cinco kilómetros de carretera que llevaría al monasterio budista de la Plana Novella y yo sigo hasta el desvío que me entra en una pista de tierra que, en dos tramos, me llevará hasta Sitges, son aproximadamente nueve o diez kilómetros. Voy oyendo algún podcast de viajeros. Soy muy aficionado el programa vasco Levando anclas que me lleva a experiencias viajeras alucinantes por todo el mundo. Yo me creí viajero un tiempo pero lo que se cuenta allí supera cualquier expectativa que yo pudiera llevar adelante hace tiempo. 

 

Sigo haciendo fotos, paso por zonas de viñedos, voy por pistas cómodas pero por las que no pasa nadie. No he encontrado a alma viviente por estos pagos. Pienso en que cuando llegue a Sitges me comeré un helado de tres bolas -vainilla, café y turrón-, y endulzo mi andar imaginando la textura del helado. Llego al desvió que conduce a Sitges directamente y sé que me queda poco más de una hora para llegar a buen paso. He pensado en mi sobrino y creo que se lo hubiera pasado bien. Es un trayecto por diversos tipos de paisaje que va desde las montañas del Llobregat a la aridez de  la sierra metafísica. Y de fondo el mar. Sitges es una ciudad muy estimada por mí. Habré estado allí docenas y docenas de veces, muchas llegando, caminando, porque ensayo diferentes vías para caminatas. En la familia, alguno ya me conoce por mis caminatas a Sitges que le parecen repetitivas. 

 

En los cuatro últimos kilómetros la pista se hace de cemento y empiezo a correr cuesta abajo dejándome llevar. Pienso en el helado y me aparecen alas en los pies. Sigo bajando, hasta que llego a la zona de almacenes por que entro a la ciudad que tiene el suelo más caro de España.

 

Para mi desolación, la heladería está cerrada. Las bolas de helado han volado. Me vuelvo en tren a casa. Ha sido un día muy especial. 

viernes, 30 de diciembre de 2022

Caminata por Collserola con mi sobrino

Ayer hice una caminata con mi sobrino de 18 años que nos llevó desde el barrio de La Almeda en Cornellà a Cerdanyola del Vallès, un total de 26 kilómetros, algo a lo que mi sobrino no está acostumbrado. Salimos a las siete de la mañana, todavía noche, y llegamos a Cerdanyola a la una para comer en un restaurante que está a la entrada del pueblo. 

 

Jerom es gallego hasta la médula y apenas habla castellano o le cuesta mucho, pese a que su madre le ha hablado siempre en esta lengua. Estudia un ciclo superior de Informática y tiene expectativas de que le puede contratar una gran empresa y ganar 55000€ al año. No sé si la realidad será la que espera pero pienso en mi hija mayor y veo que en su carrera de Biomedicina con dos másteres y un expediente muy bueno, los sueldos que está cobrando son mileuristas. Esto me duele. Ella es especialista en Reproducción asistida y en Bioestadística. De lo primero, que es su ilusión, no encuentra nada en ninguna de las clínicas españolas de reproducción. Un padre siempre se preocupa por la realidad de sus hijos. 

 

Pues bien, a lo largo de la jornada de seis horas caminando hemos recorrido desde Sant Pere màrtir hasta el Tibidado por el Camino de la Carena con la ciudad de Barcelona en perspectiva cuya visión hoy no era mala. Mi sobrino iba escuchando música y en alguna ocasión hablábamos de sus gustos y perspectivas adolescentes aunque muy responsables más allá del alumno aburrido que fue en la ESO donde no aprobaba nunca el castellano en el instituto. La pandemia vino a ayudarle y la rebaja de los criterios de evaluación hizo que aprobara la ESO lo que fue una bendición para él porque le permitió estudiar Informática para lo que está dotado. El castellano quedó atrás para siempre. 

 

Hemos entrado desde el Tibidabo en los bosques de Collserola, hoy grises por ser un día nublado y cuyo aspecto en este tiempo es feo por no tener ni el esplendor del otoño ni el renacer de la primavera. Las hojas de los árboles están ya quemadas y se esparcen por el suelo sin ninguna brillantez. Desde el turó de la Magarola hemos visto en perspectiva el Maresme y la ciudad de Barcelona y por el otro lado, el Vallès, incluida la montaña de Montserrat en la distancia. 

 

Ir con un adolescente cuyo ritmo en los ascensos y descensos es muy superior al mío, es un desafío, y me tiene que esperar. Me habla en gallego o a veces con mucha dificultad en castellano. Vive en la aldea gallega donde todos, menos su madre, le hablan en gallego. Es un buen lector y lee fundamentalmente en castellano. Ha leído El clan del oso cavernario, todos los libros de Ruiz Zafón y ahora está con Joel Dicker, autor que también le gusta a su madre. 

 

Hemos atravesado el parque natural de Collserola de un lado a otro, y en algunos momentos parecía que íbamos por el bosque profundo. Él vive en la aldea gallega y está acostumbrado a la naturaleza pero esto es nuevo para él. Por suerte no ha llovido recientemente, y el sendero no está resbaladizo salvo algún tramo. Hacerlo con el terreno húmedo puede ser muy arriesgado pues puedes resbalar y torcerte algún tobillo. 

 

Ha habido algún momento mágico cuando hemos llegado a una riera seca y hemos visto una lluvia de hojitas que caían lentamente de los árboles dibujando círculos y espirales en su caída. Lástima no haberlo grabado. 

 

Dudo que ninguno de los temas de conversación que pueda tener yo le interesen a él, así que me mantengo en silencio o hablo de lo que él propone. No quiero ser el tío pesado que no para de hablar. Trabaja de camarero para pagar el piso de estudiantes en que vive en Lugo. 

 

Tras la comida, hemos salido para la estación de Cerdanyola. En el tren, la mayoría no llevaban mascarilla, como es habitual. Le gusta mucho la música. Volvemos a casa. Al final de la caminata, ya andaba por inercia y las piernas le iban solas del cansancio que sentía. No está habituado a largas caminatas: me ha dicho que le ha gustado y yo le he propuesto que el año que viene haremos una de cuarenta kilómetros atravesando la sierra del Garraf, y él se siente orgulloso por hoy y tal vez por la del año que viene, pues viene siempre en navidades. 

 

Mis hijas no me acompañan a caminar, no tienen esta afición, pero hoy he estado contento de caminar con Jerom aunque no hayamos hablado demasiado pero tampoco ha hecho falta. Los bosques de Collserola bien merecen el silencio. 

martes, 11 de octubre de 2022

Canto a la libertad


Mañana haré una caminata en solitario. Será el día de la virgen del Pilar, la patrona de mi tierra, cuyo himno más extendido es el Canto a la Libertad de José Antonio Labordeta. No estoy en Aragón así que no habrá festividad celebrada, pero sí una excursión considerable de casi cuarenta kilómetros a través de la sierra del Garraf. Esta vez iré con bordón, a modo de peregrino e iré pensando en mi adentramiento en el territorio de los haikus como modo de observación estética y vital del mundo. Caminar es sencillo, solo hay que poner un pie detrás de otro y mantenerte así en las subidas y bajadas. Cuando uno camina, solo hay que pensar en caminar, cuando uno compone haikus solo hay que estar en ello, aunque tal vez con una libreta uno pueda realizar ambas cosas a la vez. Para escribir un haiku, principalmente hace falta inocencia y descartar la idea de sentido, de objetivos, de finalidades, de metafísica. Una flor es una flor, una montaña es una montaña, el cansancio es el cansancio, las botas son las botas. No hay un mundo simbólico más allá de nuestras sensaciones o visiones. Iré caminando, componiendo haikus verbales y fotográficos pues iré con mi cámara Sony. 

 

Caminar solo es una experiencia netamente distinta que caminar acompañado. Uno tiene tiempo para observarse con relación al esfuerzo realizado y sentir más profundamente el espacio recorrido. La conversación es más amena pero distrae de sí mismo y del paisaje. Siempre he definido la sierra del Garraf como territorio metafísico, pero mañana quiero retirarle esta etiqueta. La sierra no es metafísica, no me lleva a un sentido trascendente, más allá de aquí. No. La sierra es real, física, concreta, corpórea. Y caminar por ella me produce una sensación de realidad, de inmersión en la tierra, en las rocas, en el camino, en las nubes, en el mar en la lejanía… 

 

El haiku y el caminar como métodos de conocimiento para expresar una vida sencilla pero plena. Plena para un caminante avezado que pone un pie detrás de otro sin otro intento de explicación que el real, el de este instante y aquí. Más allá de la metafísica y la mística occidental, que me atraen igualmente, está la llamada del misterio de lo real. No hay nada más enigmático que lo que tenemos delante de nuestros ojos o de nuestros sentidos. Yo estoy aquí. Y esa es la constatación más clarificadora de nuestra existencia. Mañana caminaré en solitario y miraré los palmitos, el cielo, las nubes, y el mar en la lejanía. Me henchiré de gozo de estar allí, cansado y pleno. Apoyaré mis pies en la tierra, en el terreno agreste y escarpado, e iré equilibrando mi cuerpo paso a paso en el día de la fiesta de Aragón, lejos de la plaza del Pilar. Lejos la política, lejos la guerra de Ucrania, lejos la injusticia del mundo, su oscuridad y sus tinieblas… Uno vive lo que le toca, no hay que hacer nada especial sino andar, seguir caminando, respirando, siendo. 

jueves, 13 de mayo de 2021

Fragmentos en carne viva de una caminata en solitario


Vuelvo a hacer la caminata del jueves pasado o, por lo menos, parte de ella pues he salido de Santa Coloma y no de Vallvidrera lo que es sustancialmente la mitad. He visto en el plano del metro que la estación a que yo quería ir, Esglèsia Major, no estaba en la línea 1 sino en la L9 que va de La Sagrera a Cam Zam. He bajado en Sagrera y he tenido que descender cinco tramos de escaleras mecánicas para llegar al nivel donde está en metro. Ha sido inútil porque en vez de bajar en la estación de Esglèsia Major, bajo en Fondo que es común con la L1. No hubiera hecho falta el trasbordo pero he querido ver el ambiente de Santa Coloma para hacer alguna foto. Solo he hecho una del centro, solo había reatas de niños de colegios que iban a alguna parte, era la hora escolar por lo que veo. Luego hago una foto del poema de Maria Mercé Marçal, tan de lo que hoy llamaríamos postureo aludiendo a su triple rebeldía por ser mujer, por ser de clase baja y por ser de una nación oprimida. Me gustaría saber qué entendía esta poeta por eso de ser de clase baja. Tal vez escribió cuando miles y miles de inmigrantes se hacinaban en las barracas de Montjuich o el Somorrostro. Probablemente habría que explicarle lo que era ser de clase baja. Y en cuanto a ser de una nación oprimida, habría mucho que hablar cuando la dictadura nos oprimía a todos pero ella, sin duda, debería sentirse especialmente oprimida por ser catalana cuando la burguesía de este campante país estaba encantadísima con el Régimen porque todas las inversiones venían para aquí en lugar de ir hacia Andalucía, Murcia, Extremadura o Aragón. Pero uno puede identificarse con el mito que quiera y si lo expresa poéticamente, por demagógico que sea, puede ser incluso pintado en los muros como ejemplo de triple rebeldía. Bah. 

 

Sigo el trayecto del otro día pero hoy con agua abundante y con el cuerpo fresco y no castigado además de ser más temprano y el sol ser menos inclemente. He pasado por el monasterio de Sant Jeroni de la Murtra del que he hecho fotos. Me hubiera gustado visitar el claustro. Varias instituciones tienen su sede en el monasterio. He dejado Can Ruti, también la he fotografiado desde la distancia con la perspectiva del mar, y he seguido hacia arriba con menos cansancio. He llegado junto a unos ciclistas que subían asfixiados a lo más alto y he comenzado el descenso hasta Sant Fost donde una panda de perros me ha empezado a ladrar. He entrado en la fundación Pere Tarrés para ver desde arriba el monasterio de Montalegre pero las ramas y los alambres no me han permitido una buena perspectiva. Me gustaría pasear también por el claustro y ver a los monjes cartujos en su vida sombría pensando solo en la muerte por lo que yo creo. Luego investigo someramente en el estilo de vida de los cartujos y me sorprende que vistan de blanco y que en las festividades hacen vida comunitaria y charlan entre ellos. El resto del tiempo están en su celda trabajando y tienen un huerto. Participan comunitariamente en los oficios.  

 

Durante el trayecto, la mente se me iba a Oriente Medio que estos días está ardiendo por los choques entre israelíes y palestinos. Creo que ha comenzado en Jerusalem por el rigor israelí en el Ramadán con los palestinos lo que ha provocado graves disturbios. Desde Gaza se han lanzado cientos de cohetes contra ciudades israelíes e Israel ha respondido bombardeando objetivos militares en Gaza lo que ha provocado decenas de muertos incluidos algunos niños. Mis simpatías están con Israel y veo que rápidamente hay una marea de solidaridad con los palestinos en contra de la brutalidad judía. Pero no se dice que los palestinos están bombardeando ciudades israelíes. Es la misma historia de siempre, esa pulsión del suicidio heroico contra el poderoso. Las almas sensibles del mundo se posicionan siempre en contra de Israel con una virulencia extraordinaria cuando en otros muchos conflictos mantienen algo parecido a la indiferencia y es que no hay algo tan jugoso como un protagonista judío. Eso tiene morbo y ya se sabe que los judíos son siempre culpables hagan lo que hagan. En la historia se los acusaba de envenenar pozos, beberse la sangre de los niños que raptaban y eso era suficiente para que la multitud ebria de venganza saliera a asesinarlos a sus barrios. 

 

Luego hay casi diez kilómetros hasta la estación de Montgat Nord dando un gran rodeo por la serralada de la Marina. Yo esperaba que comenzara la bajada pero el camino se alargaba en solitario hasta que he llegado a una especie de mirador donde se ve Alella a la izquierda. He pensado en la casa de Toni y me hubiera gustado saber dónde se ubica. Y allí empieza un largo descenso pues estamos a más de trescientos y pico metros y hemos de bajar al nivel del mar. Se hace largo, ciertamente acompañado es más suave porque te vas distrayendo con la conversación maliciosa. He dado vueltas bajando por cuestas pedregosas hasta llegar a la entrada de Tiana entre la iglesia y un recoleto cementerio que el otro día no vi siendo muy atractivos sus muros y su interior con pisos de nichos. Vueltas y vueltas por Tiana, largas avenidas por las que voy ya con mascarilla, callejuelas del pueblo antiguo, tiendecitas, más avenidas, hasta que llego a Montgat, no sé exactamente dónde empieza el pueblo. Sigo hasta llegar y pasar por debajo de la autopista o carretera. 

 

Allí cerca de la playa me he tomado una cerveza Estrella Galicia. En la mesa del al lado había dos mujeres. Una morena de ojos negros, muy hermosa, que tendría veintitantos años, cerca de los treinta, y una mujer de unos sesenta que no paraba de hablar comiendo a la vez boquerones en vinagre. La mujer mayor se llamaba Lola y se tenía por muy joven, moderna y próxima a la juventud por sus relaciones y carácter. Era pesada e ininteresante pero tenía un ego descomunal. La joven solo podía hacer comentarios admirativos de lo que la vieja le decía. Es un caso típico de persona avasalladora imbuida de una ficción, la de ser juvenil y divertida, que resultaba realmente cargante. Es un tipo de personas que piensan que lo que dicen es muy interesante y no paran nunca de hablar de sí mismas. 

 

He llegado a la estación y he tomado el primer tren que ha pasado a Molins de Rey que para en Hospitalet como he podido comprobar. Enfrente de mí dos mujeres musulmanas, una con chilaba fucsia con flores y encajes, gordísima, y otra joven que pudiera ser la hija, también gorda, pero sin pañuelo y más encajada en esta sociedad y que no hacía ni caso a la supuesta madre. 

 

sábado, 12 de diciembre de 2020

miércoles, 2 de diciembre de 2020

Viaje a lo desconocido









Caminata en buena compañía por primera vez en mucho tiempo a Sant Cugat atravesando la sierra de Collserola. Conversaciones intensas, conciencia del húmedo bosque otoñal, realidad vista con la cámara de modo oblicuo, no sentimental, pasos que se van sucediendo sin conciencia del cansancio. Llegar al corazón del bosque y sentir la sensación de plenitud. Bebo agua en la fuente de Sant Medir. Seguimos la senda hasta la masía de Can Borrell que hoy está cerrada, y luego hasta el pi d'en Xandri en el parque de la Torre Negra. Estructura geométrica como un poema. Es la cuarta vez que hago esta caminata en poco más de un mes, es como un mantra inconsciente. Me niego a sumergirme en la realidad política que veo como de soslayo, he logrado que  no me interese. Conciencia de la propia realidad, de la respiración, de los acontecimientos y no tanto de las ideas. Leo y releo a Chantal Maillard. Me alimenta. También a Sri Nisargadatta que dice "Cuando se comprende que la persona es una mera sombra de la realidad, pero no la realidad misma, uno deja de preocuparse, acepta ser guiado desde el interior y entonces la vida se convierte en un viaje hacia lo desconocido". Todo esto está conectado con un cierto erotismo patibulario. Me gusta. 

lunes, 9 de noviembre de 2020

Crónica de una caminata otoñal


Tras un buen comienzo, el día se ha ido complicando. Quería ir andando de Cornellà a Sabadell cruzando la sierra de Collserola y pasando por Sant Cugat. Somnoliento, he salido de casa a las siete y cuarto y he visto la esplendorosa salida del sol por encima de los edificios de Hospitalet y la ronda. Parecía buen augurio y me sentía muy bien y hasta diría que feliz.  Y todo ha ido a pedir de boca: la subida hasta Sant Pere Màrtir y la bajada inicial que continúa en dirección al Tibidabo. Me han entristecido los troncos de grandes pinos amontonados que han sido talados. Son docenas y docenas de pinos que han cortado sin estar enfermos. 

 

Llego a Vallvidrera y compro unas ricas mandarinas con hojas. Sigo con fuerza y animado, a pesar del fuerte ascenso, a la torre de Collserola, diseñada por Norman Foster, y de allí hasta la entrada del camino del Tronxo donde me como con hambre, sentado en un banco, el delicioso bocata de chorizo y queso con la cocacola. La vida es hermosa y entonces recuerdo la cita de William Faulkner: “Jamás renunciaría al loco mundo que conocemos, a pesar de su infinita tristeza”. Continúo alegre por la espesura otoñal del bosque –veo caer las hojas mustias, agitadas por el viento como en una danza sincopada- hasta la carretera de  la Rabassada, pero después mi ruta en lugar de ir por Sant Medir va por un sendero lateral que sigo durante media hora hasta que termina perdiéndose y acabo descolgándome por una peligrosa y estrecha torrentera. Sin duda no hay ningún camino por ahí. O el autor de la ruta es un cabrón o el gps me ha orientado mal. Todo son piedras resbaladizas y largos espinos que me arañarán la cabeza, las manos y las piernas hincándoseme en la piel como colmillos de alimañas hambrientas. Descendía muy lentamente con los espinos que cruzaban el cauce pedregoso y que había de desenredar de mis piernas con cuidado para que no me hirieran.  Era como un descenso al tártaro y cada pequeño avance era más peliagudo y angustioso que el anterior. Me costaba mantener el equilibrio pues la bajada era criminal y mis pies “relliscaban” inseguros. Rojos madroños, como labios, colgaban de los arbustos. He podido abandonar el descenso en un tramo pero la ruta seguía marcando hacia abajo y, estúpidamente, he seguido como hechizado por el navegador Garmin. Ladridos y jadeos cercanos de perros me indicaban que había algo vivo cerca pero los he sentido malsanos. Ha sido un cuarto de hora en pleno aquí y ahora, en estado de plena alerta.  Cuando he llegado hasta el angosto y cerrado fondo del barranco, quedaban todavía más contratiempos porque inundaba el terreno una gran charca de agua profunda y sucia a mi izquierda que me impedía el paso de modo que he tenido que gatear y trepar por entre la maleza y más rocas fangosas, sin que se vislumbrara ningún paso. Me he aferrado como he podido durante unos minutos y, por fin, en un estado de máxima concentración sin ocasión de sentir miedo, he logrado emerger con alivio a un camino de grava, tras superar un escabroso talud que ascendía. He salido a la superficie con la conciencia de una prueba superada.  El gps no me precisaba la dirección y he tenido que retroceder y preguntar en una casa de una urbanización, en la que han sido muy amables –una mujer y un hombre más joven- y se han ofrecido incluso a limpiarme con alcohol las heridas sangrantes de la cabeza, algo que, agradecido, he rechazado. La sudadera tiene manchas de sangre también. Me han indicado la dirección para seguir hasta el pantano de Can Borrell en dirección a Sant Cugat pasando por el gran pino d’en Xandri en el parque de la Torre Negra.


Pero no se había acabado el trance porque al adentrarme en esa dirección unos cientos de metros, un hombre, apostado y en espera, me ha advertido que no continuara porque más de veinte cazadores y perros estaban desplegados batiendo el bosque y no podía pasar. Que me podían pegar un tiro, algo que sin duda sería lamentable, observación que he apreciado sinceramente. Le he pedido que me diera una alternativa porque no podía volver por donde había venido.  Me ha sugerido que subiera kilómetro y medio hasta la carretera de la Rabassada y que fuera por ella a Sant Cugat, aunque abandonando el bosque. Perdido en el monte, era la única opción válida. Resignado, he subido sudando el trecho hasta la carretera. La he alcanzado tras haberme limpiado la cabeza con agua. Y así me he dirigido a Sant Cugat por el inclemente asfalto y el intenso tráfico de coches, bicicletas y motos que subían y bajaban a gran velocidad. Tiene fama de ser la carretera más peligrosa de Cataluña. 

 

Algo relevante es que, en un lado de la carretera, a mi lado, he visto un pino y un letrero que explicaba que aquel era un lugar donde tenían lugar impunes ejecuciones perpetradas por los milicianos antifascistas contra presuntos sospechosos antirrepublicanos durante la guerra civil. Da varios nombres de los allí asesinados, entre ellos algún mosén, pero fueron cientos los que en esa carretera fueron liquidados con un tiro en la nuca y abandonados allí junto al pino de la muerte o en las tapias del Gran Casino de Barcelona, especialmente durante los primeros ocho meses en los que tuvo lugar la represión incontrolada más salvaje y arbitraria en los dos bandos.  El padre de la protagonista de Luciérnagas, de Ana María Matute, es asesinado en esa carretera siniestra y llena de enigmas que va a Sant Cugat... Me quedaban unos cuatro kilómetros hasta allí por el pavimento. La mañana no ha ido bien y ya tengo claro que no seguiré hasta Sabadell porque he perdido mucho tiempo. Volveré a casa desde Sant Cugat. Voy bajando por las fuertes pendientes de la Rabassada y me pongo la mascarilla cuando entro, tras una rotonda, en el perímetro urbano. Llego poco después a las calles céntricas de la rica y emprendedora ciudad donde me tomo un cortado en una “pastisseria” en que me atiende una dependienta encantadora. Pido una nube de coco que me como sentado en un escalón de una casa cercana. Descanso unos momentos. El centro de Sant Cugat es muy atractivo. 

 

Hoy el día es gris y opaco. Espero un tren a plaza Cataluña. Miro mi cuenta de Flickr en el trayecto para pasar el rato. En plaza Cataluña –en la placeta subterránea - paso por un puestecillo de venta de libros y discos en el que veo un ejemplar que quiero releer de Javier Marías - Mañana en la batalla piensa en mí- entre muchos otros. También un vinilo de Miles Davis que me hizo pensar en Francesc Cornadó. Recuerdo la desaparecida y mítica Avda de la luz -que cantó Loquillo- y que fue sustituida por banales franquicias y tiendas insulsas como Sephora. Voy en la línea verde hasta España y tomo los ferros hasta la Almeda en Cornellà. No estoy muy cansado. Rosa Mari llega al poco rato. Me ducho y miro mi cabeza magullada de lo que no se da cuenta nadie. No quiero hablar de los momentos de peligro que he vivido para no preocupar a mi familia con mis caminatas. Comemos la rica empanada de atún y cebolla que ha hecho Clara. Repito como si quisiera aprovechar los más de veinticuatro kilómetros que he caminado hoy según Fit. No me han quedado arrestos para llegarme a Sabadell. Cuando me levanto de la siesta, me comunico con José Antonio para explicarle lo que me ha pasado. Cacería de jabalíes en Collserola. Pero él no lamenta la suerte de los jabalíes que se multiplican sin cesar y ocupan todo el monte y las urbanizaciones. Hoy no era un buen día para ser jabalí. Nadie los comprende. 

 

Este es un fragmento de mi diario correspondiente al jueves, 5 de noviembre. 


Selección de entradas en el blog