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El eterno retorno
Estos días estoy embebido en la lectura de una biografía de Nietzsche que se titula Soy Dinamita de Sue Prideaux. Tengo la intuición de que uno llega a los lugares y a los libros no solo por azar sino por alguna lógica enigmática pero necesaria. En Nietzsche hay muchas ideas de una potencia abrasadora, pero hoy quiero traer una que me ha cautivado y que me ha hecho pensar mucho en estos días. Esto que voy a escribir son unas torpes notas al respecto. La noción sobre la que voy a reflexionar es la del eterno retorno nietzscheano que no es la misma que plantea Mircea Eliade en su El mito del eterno retorno que aborda el pensamiento primitivo y su vuelta continua a los arquetipos fundacionales en el origen. No. El eterno retorno en la concepción de Nietzsche me lleva a considerar cada instante vivido como eterno, en una cadena ininterrumpida de instantes que van del pasado al futuro o del futuro al pasado, anudándose y no siendo contradictorios. El instante es la vía de entrada a la eternidad, es un punto dinámico y no estático, es puro devenir, es ser. No hay una concepción del tiempo cíclico como planteó el pensamiento del Antiguo Egipto, los pitagóricos, en parte Platón o el pensamiento oriental. El retorno que propone Nietzsche no es eterno porque se repita cíclicamente, es eterno porque siempre es el mismo. Cada instante está configurado por acontecimientos dinámicos y en ellos están implícitos el resto de acontecimientos del mundo, los pasados y los venideros.
Esta es una visión antimística y antimetafísica. El ser humano no necesita enajenarse. Es una filosofía que otorga al cotidiano devenir lo que se ha vinculado con lo divino: la eternidad, y da origen a un hombre nuevo (Übermensch) que no requiere el consuelo de religión alguna ni supedita la vida a una realidad suprasensible, pero tampoco aboca hacia el nihilismo, en una especie de camino hacia la nada. Es una suerte de mística laica expresada en un lenguaje simbólico y poético en el libro Así habló Zaratustra en su sección “De la visión y el enigma”.
Fijémonos en un instante cualquier del tiempo, sea el del presente o en un punto del pasado. Pensemos en un instante terriblemente doloroso en nuestra historia vital. Un punto abismal de nuestra infancia donde tuvo lugar el juego entre el ser y el no ser. No hay acontecimiento que nos haya hecho sufrir más. Está ahí, anudado por la cadena del tiempo al pasado y al futuro que es ahora. No se ha ido, nada se va. Es presente continuamente, como es presente todo lo que existe. Volvemos a él y nos sentimos dentro de su dinamismo que sigue existiendo anudado a la cadena del tiempo, en un fluir incesante. Aquel momento, aquellos sentimientos tuvieron una dimensión cenital, tanto que sus vibraciones siguen estando presentes en el ahora. Pero nosotros ahora lo vemos, lo revivimos, porque es un instante eterno, y lo amamos porque está anudado a nosotros, forma parte de nosotros, era necesario, es nuestro eterno retorno que nos hace concebir la vida desde una perspectiva divina, es la mirada de un dios que participa de la eternidad. Cuando tomamos conciencia de esto, es como el pastor al que se le metió una serpiente en la boca que lo devoraba por dentro, y Zaratustra le gritó que mordiera, y el pastor mordió y arrancó la cabeza a la serpiente y se liberó. Nos vamos y dejamos de ser el hombre moribundo y nos sobreponemos al miedo. Nada perece, no hay ni paraísos ni infiernos de futuro. Cada instante es perenne y retorna constantemente. El ser humano se libera del miedo y ama su vida que tiene la misma textura que la de los dioses, ama cada instante de su vida y está preparado para morir igual que para vivir.
Creo que hay muchas personas que intuyen esto y viven con dimensión profunda el devenir de los días en los que no existe la banalidad o el sinsentido. Todo ocupa su lugar en la cadena del tiempo. Es cierto el poder del ahora como defiende Eckhart Tolle: el ahora es la clave en la arquitectura del ser, pero no necesitamos liberarnos del pasado o distanciarnos de la angustia del futuro. Todo está anudado. Cada instante que sucedió desencadenó el conjunto de acontecimientos venideros. Cada instante encierra todo el pasado y todo el futuro. El instante es eterno, debe haber existido ya, y para siempre. Ha ocurrido y ocurrirá, será eternamente. Solo nos queda amar profundamente nuestra vida en todo su devenir. Asumirla heroicamente como una cadena de instantes necesarios y luminosos –u oscuros- que perviven y a los que el eterno retorno nos lleva a percibir su coherencia íntima.
No hay camino hacia la nada. El Übermensch participa de la dimensión divina y nada es casual, todo es necesario. Probablemente no habrá salvación metafísica, pero habremos ascendido la montaña que nos lleva al conocimiento y ahí tenemos nuestra salvación y nuestra asunción del ser, el nuestro, tal vez no muy alejado de los otros seres que nos observan desde la distancia. Tal vez con desconfianza, con hastío o con profunda simpatía.
(Para el que quiera profundizar en el concepto del eterno retorno le propongo un enlace a la página de filosofía de Begoña Gil Gómez, El eterno retorno, en la que en buena parte me he basado para introducirme en esta idea fascinante que he hecho mía).
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