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martes, 17 de noviembre de 2020

La grandeza de Lev Tolstoi

A veces siente uno una llamada y es lo que me pasó hace unas semanas en un comentario algo impertinente que dejé en Instagram en una página de citas literarias, en este caso de Lev Tolstoi, el gran escritor, del que había leído sus principales obras y alguna otra sobre sus últimos días. Como contestación, recibí una coz bastante agresiva en que se me calificaba de ignorante, de “artista” –por mis fotos en mi perfil de Instagram- y me instaba perentoriamente y de modo desagradable a leer los Diarios de Tolstoi, Me sentí tocado, pero luego pensé que ciertamente no los había leído, y en pocos minutos los pedí y me los trajeron al día siguiente en un volumen que abordaba sus últimos años, los que van de 1895 a 1910. El había nacido en 1828. Este post es un resumen –demasiado sintético- de mis impresiones tras la lectura por parte de este realmente “ignorante”. 

 

Los diarios abordan simultáneamente cuestiones filosóficas, literarias, políticas y de ideas, por un lado, y situaciones familiares y domésticas –de su relación con su mujer Sofía Andreievna, sus hijos y visitantes a su finca de Yásnaia Poliana, por otro. Para él el diario era algo fundamental y un instrumento que permite la autorreflexión al que no se puede mentir. Las mentiras en un diario son claramente llamativas. Esto me interesó mucho, pues desde hace muchos años yo mantengo el hábito de escribir un diario lo que constituye un motivo de felicidad diaria cuando anoto mis impresiones acerca de cada día. 

 

Lev Tolstoi era conde y muy rico; poseía grandes extensiones de tierra y bosques con campesinos que los cultivaban y cuidaban. Esto progresivamente le fue causando un hondo malestar, pues su pensamiento se fue haciendo cada vez más partidario de la justicia social y el reparto de los propios bienes siguiendo las palabras de Cristo. Además, quiso renunciar –y renunció- a los derechos de autor de algunas de sus obras. La faceta generosa de Tolstoi no agradaba a su mujer ni a sus hijos. Sofía había sido su fiel secretaria durante muchos años y había copiado, por ejemplo, siete veces Guerra y paz para la edición de la novela. Sofía se veía totalmente desplazada por los proyectos de renuncia de su marido que era dieciséis años mayor que ella. El matrimonio no había sido por amor y las disensiones entre ellos son cada vez más agudas y llegan al límite en los últimos años, especialmente por cuestiones económicas. Sofía temía verse en la pobreza, tras la muerte de Tolstoi, si este realizaba sus idas filantrópicas de ceder todos sus derechos de autor y repartir sus tierras.  

 

Tolstoi se había convertido en una figura de rango mundial y sus artículos se publicaban en Londres y otras ciudades europeas y americanas antes que en Rusia donde eran frecuentemente censurados o prohibidos por su crítica a la autocracia, al militarismo, a la pena de muerte o a la violencia en cualquiera de sus formas. Tolstoi fue un ferviente cristiano –fue excomulgado por un sínodo ortodoxo- que criticaba duramente a la iglesia y su pompa, así como al poder en todos los sentidos. Se lo ha relacionado con una especie de anarquismo místico que toma como inspiración directamente los evangelios y no la estructura institucional de las iglesias. Fue un apóstol del pacifismo y defensor de la no violencia, ideas que compartía con Gandhi con el que se escribió en los últimos años. Varios tolstoístas fueron encarcelados en la Rusia zarista por seguir las ideas del escritor. Tolstoi escribía directamente al zar Nicolás II exponiéndole sus críticas al sistema. Nunca se atrevieron con él, aunque sí con sus seguidores. 

 

Tolstoi era un hombre que en su vejez defendía la castidad –el sexo era para él una especie de inmoralidad que alejaba al hombre de Dios-; era tremendamente misógino y son numerosos los pasajes en que critica la condición femenina con los peores comentarios; abominaba de la ciencia moderna y de la tecnología porque confundían al hombre de su verdadero motivo en la tierra que era el amor y descubrir a Dios; era contrario a la música moderna que se alejaba de la melodía, así como de los nuevos escritores –estamos en la época del Modernismo y primeras vanguardias-, y criticaba duramente todo arte no definido por la moralidad y el espíritu cristiano. 

 

Política y socialmente fue un hombre avanzado, pero eso no le llevó a coincidir con los revolucionarios de 1905 porque practicaban la violencia y esta era incompatible con su ideal de la resistencia pasiva y el pacifismo. También criticó abiertamente al zar cuando muchos revolucionarios fueron condenados a muerte. Había muchos que admiraban a Tolstoi, y también muchos que lo odiaban por su censura de la grandeza de Rusia y la autocracia zarista. Lo veían como un traidor. Otros criticaban la incongruencia de defender la justicia y la repartición de bienes entre los pobres cuando él era conde y un rico terrateniente. 

 

El conflicto con su mujer se hizo insostenible. Ella le leía el diario por más que él lo escondiera, odiaba a su mejor amigo, Chertkov,  y aducía, devorada por los celos, que era una amistad antinatural. Montaba frecuentes discusiones en casa que agotaban a Tolstoi, y alguna vez ella se arrojó a una balsa como queriéndose suicidar. Él quería sentir compasión hacia ella, pero las escenas tan frecuentes le llevaron a idear la fantasía de huir de casa tras redactar un testamento secreto que fue descubierto por su mujer. 

 

Al final huyó de Yásnaia Poliana, a los ochenta y dos años, con su hija Masha en tren, pero un par de días después, enfermó y murió en una habitación de una estación ferroviaria. Allí fueron su mujer, amigos y familiares, y Tolstoi entregó su alma –había deseado tanto la muerte- al infinito. 

 

Mi impresión de las relaciones entre Sofía y Lev Tolstoi es que ella lo amaba, pero no él a ella. Ella siempre se vio subyugada por las ideas de su marido –por generosas que fueran-, siendo admirado mundialmente, y ella, que era la que había entregado la vida por él y le había dado trece hijos –varios murieron-, se vio orillada y desdeñada. Al final, a pesar de sus ataques de histerismo, he sentido una profunda conmoción por su amor hacia Lev. La foto que publicó es la última foto de Tolstoi vivo. Es pocas semanas antes de la muerte del artista. Vean la actitud de ambos. Me da que pensar. 

 

Esta ha sido la respuesta de un real ignorante. A veces una coz es necesaria para aprender. La lectura de los Diarios de Tolstoi me ha abierto caminos nuevos por la intensidad de sus relaciones de gran valor con intelectuales y artistas de todo el mundo. Él leía con frecuencia libros hinduistas y taoístas, fascinado por su concepción de Dios y la vida. 

lunes, 8 de junio de 2020

¿Qué y cómo lo ves?


"¿En qué consistía la cojera filosófica? En ver las cosas desde una perspectiva unívoca y en ese sentido cegadora para otros aspectos, llámense puntos de vista. Esta capacidad de ver-como está presente con especial fuerza en nuestra infancia. Un niño puede ver una caja de cartón como una casa o como un camión con facilidad. Al filósofo le haría falta este tipo de juventud, un ojo infantil así. Parece que con los años, especialmente si se practica la filosofía, perdemos esa mirada imaginativa".

Carmona Escalera, Carla. Ludwig Wittgenstein: La consciencia del límite (Spanish Edition) . Shackleton Books. Edición de Kindle. 

martes, 28 de abril de 2020

Apostillas a un vídeo de Gregorio Luri


Visto el último vídeo de Gregorio Luri me he quedado con la impresión compleja de que ha mezclado muchas cuestiones diferentes dejándolas en el aire. Me ha inquietado cuando ha dividido la reacción ante la situación actual de la pandemia entre tres posiciones: la conservadora, la suya, que se ejemplifica con la profecía de José de que hay vacas gordas y vacas flacas, y que la vida es una oscilación entre periodos de las mismas. Ahora nos tocan las vacas flacas. Añade la fábula de la cigarra y la hormiga que no acabo de ver de modo concluyente. La segunda posición es la del progresismo hegeliano que se siente perplejo ante esta rebelión de lo real frente a lo posible. La tercera que es la que más sorpresa le causa es la del progresismo pesimista que ve en esta crisis no la profecía de las vacas gordas y flacas sino la venganza de la naturaleza frente a los desmanes del ser humano frente a ella. Cuando menciona esta opción, su gesto parece desdeñoso por lo absurda e incomprensible que le resulta como que no está a la altura de lo que se exige a un razonamiento riguroso. Luego habla de educación sobre cosas que no acabo de entender demasiado y que centra en que el progresismo quiere favorecer a los alumnos pobres, por su pobreza, y hacerles pasar de curso de modo general. De esto no voy a hablar porque, siendo profesor jubilado, no tengo más referencia que la que conozco por mi esposa que no piensa que se esté haciendo esto exactamente y que se toma muy en serio esta tercera evaluación y los resultados de sus alumnos. El esfuerzo del profesorado para el que no lo conozca es muy importante, lo veo todos los días, con las videoconferencias que mi mujer mantiene con sus compañeros de trabajo y sus alumnos. Ella no está por regalar nada a nadie, pero hay unos problemas reales que no podemos obviar salvo que estés jubilado y veas la situación desde la distancia y te atrevas a intervenir sin saber muy bien lo que está pasando.

Luri habla de que la escuela está educando ante el miedo al futuro, lo que enlaza con la tercera opción la del progresismo pesimista que él parece apartar de sus horizontes intelectuales que piensa que hay tiempos buenos y tiempos malos y en tal caso no habría que temer más allá de lo que nos depare lo real frente a lo posible.

Ciertamente he sido profesor muchos años en un barrio humilde de Cornellà y no he sentido esa educación en el pesimismo de que habla nuestro pensador. Yo no la he percibido. Sí que he hablado a mis alumnos de la crisis climática –no sé si Luri piensa que también es un asunto de tiempos buenos y tiempos malos, de un poco de calor ahora y un poco de frío después-; he hablado también de la realidad de la inteligencia artificial como uno de los desafíos mayores de la humanidad y que según lo enfrentemos nos estamos jugando nuestro futuro; también he hablado de la inequidad creciente en el mundo: cada vez hay menos ricos que disponen de la mayor parte del pastel. La desigualdad ha crecido exponencialmente en los últimos cuarenta años en todos los países. Ello no quiere decir que el mundo sea más atroz que hace un siglo, que no. La vida de la humanidad ha mejorado por la ciencia, la medicina y las políticas sociales. Pero es innegable que las clases medias del mundo están depreciándose a la par de la concentración de la riqueza en menores manos.

No sé si Luri estima que el mundo está bien hecho y que solo hace falta confiar en la familia y en  el sentido común. Su visión, que sigo asiduamente, me lo hace sentir como un ideólogo que apuesta por el conocimiento, en eso estoy de acuerdo con él, pero a la vez rebaja a Emilio Lledó, el pensador que más ha luchado por las humanidades en el sistema educativo. Su estilo admonitorio y sapiencial me interesa como algo exótico pero su inspiración conservadora –en que nunca revela qué partidos le representan, ¡ah, pillín!- me revela que algo no está completo. Puedo comprender que el conservadurismo es una tendencia digna, ahí tenemos a Roger Scruton, y que está siendo injustamente apartado de nuestros horizontes, lo acepto. En cierta manera pienso que en nosotros conviven tendencias conservadoras y progresistas, el ser humano necesita del pasado para alumbrar el futuro pero esquivar los peligros que nos depara el futuro como pedagogía del miedo y la urgencia ante ellos con un gesto de desdén, no me ha inspirado nada, de verdad.

domingo, 10 de marzo de 2019

El eterno retorno


Estos días estoy embebido en la lectura de una biografía de Nietzsche que se titula Soy Dinamita de Sue Prideaux. Tengo la intuición de que uno llega a los lugares y a los libros no solo por azar sino por alguna lógica enigmática pero necesaria. En Nietzsche hay muchas ideas de una potencia abrasadora, pero hoy quiero traer una que me ha cautivado y que me ha hecho pensar mucho en estos días. Esto que voy a escribir son unas torpes notas al respecto. La noción sobre la que voy a reflexionar es la del eterno retorno nietzscheano que no es la misma que plantea Mircea Eliade en su El mito del eterno retorno que aborda el pensamiento primitivo y su vuelta continua a los arquetipos fundacionales en el origen. No. El eterno retorno en la concepción de Nietzsche me lleva a considerar cada instante vivido como eterno, en una cadena ininterrumpida de instantes que van del pasado al futuro o del futuro al pasado, anudándose y no siendo contradictorios. El instante es la vía de entrada a la eternidad, es un punto dinámico y no estático, es puro devenir, es ser. No hay una concepción del tiempo cíclico como planteó el pensamiento del Antiguo Egipto, los pitagóricos, en parte Platón o el pensamiento oriental. El retorno que propone Nietzsche no es eterno porque se repita cíclicamente, es eterno porque siempre es el mismo. Cada instante está configurado por acontecimientos dinámicos y en ellos están implícitos el resto de acontecimientos del mundo, los pasados y los venideros. 

Esta es una visión antimística y antimetafísica. El ser humano no necesita enajenarse. Es una filosofía que otorga al cotidiano devenir lo que se ha vinculado con lo divino: la eternidad, y da origen a un hombre nuevo (Übermensch) que no requiere el consuelo de religión alguna ni supedita la vida a una realidad suprasensible, pero tampoco aboca hacia el nihilismo, en una especie de camino hacia la nada. Es una suerte de mística laica expresada en un lenguaje simbólico y poético en el libro Así habló Zaratustra en su sección “De la visión y el enigma”

Fijémonos en un instante cualquier del tiempo, sea el del presente o en un punto del pasado. Pensemos en un instante terriblemente doloroso en nuestra historia vital. Un punto abismal de nuestra infancia donde tuvo lugar el juego entre el ser y el no ser. No hay acontecimiento que nos haya hecho sufrir más. Está ahí, anudado por la cadena del tiempo al pasado y al futuro que es ahora. No se ha ido, nada se va. Es presente continuamente, como es presente todo lo que existe. Volvemos a él y nos sentimos dentro de su dinamismo que sigue existiendo anudado a la cadena del tiempo, en un fluir incesante. Aquel momento, aquellos sentimientos tuvieron una dimensión cenital, tanto que sus vibraciones siguen estando presentes en el ahora. Pero nosotros ahora lo vemos, lo revivimos, porque es un instante eterno, y lo amamos porque está anudado a nosotros, forma parte de nosotros, era necesario, es nuestro eterno retorno que nos hace concebir la vida desde una perspectiva divina, es la mirada de un dios que participa de la eternidad. Cuando tomamos conciencia de esto, es como el pastor al que se le metió una serpiente en la boca que lo devoraba por dentro, y Zaratustra le gritó que mordiera, y el pastor mordió y arrancó la cabeza a la serpiente y se liberó. Nos vamos y dejamos de ser el hombre moribundo y nos sobreponemos al miedo. Nada perece, no hay ni paraísos ni infiernos de futuro. Cada instante es perenne y retorna constantemente. El ser humano se libera del miedo y ama su vida que tiene la misma textura que la de los dioses, ama cada instante de su vida y está preparado para morir igual que para vivir. 

Creo que hay muchas personas que intuyen esto y viven con dimensión profunda el devenir de los días en los que no existe la banalidad o el sinsentido. Todo ocupa su lugar en la cadena del tiempo. Es cierto el poder del ahora como defiende Eckhart Tolle: el ahora es la clave en la arquitectura del ser, pero no necesitamos liberarnos del pasado o distanciarnos de la angustia del futuro. Todo está anudado. Cada instante que sucedió desencadenó el conjunto de acontecimientos venideros. Cada instante encierra todo el pasado y todo el futuro. El instante es eterno, debe haber existido ya, y para siempre. Ha ocurrido y ocurrirá, será eternamente. Solo nos queda amar profundamente nuestra vida en todo su devenir. Asumirla heroicamente como una cadena de instantes necesarios y luminosos –u oscuros- que perviven y a los que el eterno retorno nos lleva a percibir su coherencia íntima.

No hay camino hacia la nada. El Übermensch participa de la dimensión divina y nada es casual, todo es necesario. Probablemente no habrá salvación metafísica, pero habremos ascendido la montaña que nos lleva al conocimiento y ahí tenemos nuestra salvación y nuestra asunción del ser, el nuestro, tal vez no muy alejado de los otros seres que nos observan desde la distancia. Tal vez con desconfianza, con hastío o con profunda simpatía. 

(Para el que quiera profundizar en el concepto del eterno retorno le propongo un enlace a la página de filosofía de Begoña Gil Gómez, El eterno retorno, en la que en buena parte me he basado para introducirme en esta idea fascinante que he hecho mía). 

viernes, 15 de febrero de 2019

El llanto inconsolable de Fernando Savater



Fernando Savater ha sido uno de mis iconos intelectuales durante muchos años. Luego ya no, pero lo fue desde que en 1978, a sus 31 años, lo escuché en un colegio mayor jesuita de Zaragoza hablando de Nietzsche en casa de Circe. Desde entonces seguí su trayectoria y leí varios de sus libros que me marcaron como La infancia recuperada en que descubrí que Savater y yo habíamos tenido como anarquista preferido a Guillermo Brown, el genial personaje de Richmal Crompton. Yo también hubiera querido ser miembro de la banda de Los proscritos. Si no lo conocieron cuando eran niños, no se molesten ahora en leerlo. Hay que hacerlo a los trece años cuando yo tuve el privilegio inolvidable de haberlo conocido. 

Para Fernando Savater son días de luto. Su compañera, Sara Torres, murió de un tumor cerebral a los 58 años ahora hace cuatro años. Desde entonces Savater no hace sino llorar cada día, se duerme pensando en ella y se despierta pensando en ella. Era el amor de su vida, su aliciente, su inspiradora, su acicate político e intelectual, su primera lectora. De hecho, Savater reconoce que escribía para que Sara lo leyera. La vida ha dejado de tener sabor para Savater y reconoce que si fuera creyente y pensara que tras la muerte se reencontraría con ella, ya no estaría aquí. Su último libro es uno sobre ella, para que los lectores también nos enamoremos de ella, de esta mujer, diez años más joven que Savater, de origen humildísimo pero que adquirió con esfuerzo una gran cultura. 

Ni siquiera escribir mitiga su dolor que siempre está ahí, lacerante, inconsolable. Savater es el guardián del recuerdo de Sara, y solo vive para recordarla. 

Leer la entrevista que publicó recientemente ABC, con un titular oportunista y malintencionado, me sumió en una gran tristeza. No podía concebir esta suerte de enterramiento en vida, esta orfandad absoluta de un escritor, tan profundo, tan humano, como limitado en su capacidad de renovación intelectual. Esto fue una convicción que me fue invadiendo siguiendo su carrera como escritor. De Savater ya no podíamos esperar grandes hallazgos ni giros intelectuales que nos sorprendieran y nos iluminaran. Hace más de treinta años que Savater –el admirable escritor al que he amado- desapareció del panorama de ideas revulsivas y no hizo sino repetirse –con inmenso valor en el caso del País Vasco en su lucha contra el nacionalismo obligatorio y la vesania criminal de ETA-. Savater reiteraba su discurso cívico-ético, las ideas de responsabilidad, de ciudadanía, totalmente admirables, pero dejó de renovarse, había entrado en un bucle decepcionante, algo que no hizo uno de sus maestros, Cioran –filósofo del nihilismo-. Es curioso que Savater fuera un hombre esencialmente optimista, lleno de vida –imagino que feliz por estar al lado de Sara- y que, perdida esta, se haya sumido en un pesimismo radical pero que no le estimula a ir más allá. Hace más de treinta años, quizá más, que Savater, dejó de tener un pensamiento fresco e inspirador. No puedo entender que un miembro honorario de la banda de los proscritos se rindiera a una cierta y segura comodidad intelectual que no le llevó a cuestionar sus cimientos ideológicos y filosóficos. Chocó con sus límites, como hacemos todos, y nos dejó a nosotros huérfanos de un pensador del que habíamos esperado muchísimo cuando era un filósofo radical nietzscheano y anarquista. Recuerdo que Agustín García Calvo (1926-2012) siguió siendo inspirador durante toda su vida, incluso en sus años de vejez. Savater tiene ahora 71 años y está consumido, a pesar de que le quedarían quince años de madurez intelectual. 

La noticia de su último libro sobre su compañera Sara Torres, me ha producido una tristeza enorme, tal vez porque veo que Savater es un muerto viviente arrastrando su duelo y sin capacidad de salir de él a pesar de ser relativamente joven, pero más todavía porque me muestra la condición muy limitada de un hombre del que esperé mucho. Llegó un momento en que se rindió intelectualmente, o no pudo llegar más allá –esto lo temo más todavía-. Su figura me es enormemente querida pero no deja de abrirme un abismo de amargura porque tal vez en su limitación esté la mía también, salvando las distancias, claro, y de muchos otros porque llega un momento en que la mente deja de asumir riesgos, se reorienta por territorios ya transitados y no puede ir más allá. Tal vez para ir más allá, haya que ser algo o muy malvado, tal vez para ser capaz de renovarte, haya que dejar cosas atrás, ser capaz de olvidar, ser algo oportunista, o radicalmente histriónico. Temo que en la humanidad y limitación de Savater haya mucho de bondad y amor recompensado. Para mí es un fracaso que me duele, la decepción que me produce me lleva a pensar en la mía propia. 

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