Fernando Savater ha sido uno de mis iconos intelectuales durante muchos años. Luego ya no, pero lo fue desde que en 1978, a sus 31 años, lo escuché en un colegio mayor jesuita de Zaragoza hablando de Nietzsche en casa de Circe. Desde entonces seguí su trayectoria y leí varios de sus libros que me marcaron como La infancia recuperada en que descubrí que Savater y yo habíamos tenido como anarquista preferido a Guillermo Brown, el genial personaje de Richmal Crompton. Yo también hubiera querido ser miembro de la banda de Los proscritos. Si no lo conocieron cuando eran niños, no se molesten ahora en leerlo. Hay que hacerlo a los trece años cuando yo tuve el privilegio inolvidable de haberlo conocido.
Para Fernando Savater son días de luto. Su compañera, Sara Torres, murió de un tumor cerebral a los 58 años ahora hace cuatro años. Desde entonces Savater no hace sino llorar cada día, se duerme pensando en ella y se despierta pensando en ella. Era el amor de su vida, su aliciente, su inspiradora, su acicate político e intelectual, su primera lectora. De hecho, Savater reconoce que escribía para que Sara lo leyera. La vida ha dejado de tener sabor para Savater y reconoce que si fuera creyente y pensara que tras la muerte se reencontraría con ella, ya no estaría aquí. Su último libro es uno sobre ella, para que los lectores también nos enamoremos de ella, de esta mujer, diez años más joven que Savater, de origen humildísimo pero que adquirió con esfuerzo una gran cultura.
Ni siquiera escribir mitiga su dolor que siempre está ahí, lacerante, inconsolable. Savater es el guardián del recuerdo de Sara, y solo vive para recordarla.
Leer la entrevista que publicó recientemente ABC, con un titular oportunista y malintencionado, me sumió en una gran tristeza. No podía concebir esta suerte de enterramiento en vida, esta orfandad absoluta de un escritor, tan profundo, tan humano, como limitado en su capacidad de renovación intelectual. Esto fue una convicción que me fue invadiendo siguiendo su carrera como escritor. De Savater ya no podíamos esperar grandes hallazgos ni giros intelectuales que nos sorprendieran y nos iluminaran. Hace más de treinta años que Savater –el admirable escritor al que he amado- desapareció del panorama de ideas revulsivas y no hizo sino repetirse –con inmenso valor en el caso del País Vasco en su lucha contra el nacionalismo obligatorio y la vesania criminal de ETA-. Savater reiteraba su discurso cívico-ético, las ideas de responsabilidad, de ciudadanía, totalmente admirables, pero dejó de renovarse, había entrado en un bucle decepcionante, algo que no hizo uno de sus maestros, Cioran –filósofo del nihilismo-. Es curioso que Savater fuera un hombre esencialmente optimista, lleno de vida –imagino que feliz por estar al lado de Sara- y que, perdida esta, se haya sumido en un pesimismo radical pero que no le estimula a ir más allá. Hace más de treinta años, quizá más, que Savater, dejó de tener un pensamiento fresco e inspirador. No puedo entender que un miembro honorario de la banda de los proscritos se rindiera a una cierta y segura comodidad intelectual que no le llevó a cuestionar sus cimientos ideológicos y filosóficos. Chocó con sus límites, como hacemos todos, y nos dejó a nosotros huérfanos de un pensador del que habíamos esperado muchísimo cuando era un filósofo radical nietzscheano y anarquista. Recuerdo que Agustín García Calvo (1926-2012) siguió siendo inspirador durante toda su vida, incluso en sus años de vejez. Savater tiene ahora 71 años y está consumido, a pesar de que le quedarían quince años de madurez intelectual.
La noticia de su último libro sobre su compañera Sara Torres, me ha producido una tristeza enorme, tal vez porque veo que Savater es un muerto viviente arrastrando su duelo y sin capacidad de salir de él a pesar de ser relativamente joven, pero más todavía porque me muestra la condición muy limitada de un hombre del que esperé mucho. Llegó un momento en que se rindió intelectualmente, o no pudo llegar más allá –esto lo temo más todavía-. Su figura me es enormemente querida pero no deja de abrirme un abismo de amargura porque tal vez en su limitación esté la mía también, salvando las distancias, claro, y de muchos otros porque llega un momento en que la mente deja de asumir riesgos, se reorienta por territorios ya transitados y no puede ir más allá. Tal vez para ir más allá, haya que ser algo o muy malvado, tal vez para ser capaz de renovarte, haya que dejar cosas atrás, ser capaz de olvidar, ser algo oportunista, o radicalmente histriónico. Temo que en la humanidad y limitación de Savater haya mucho de bondad y amor recompensado. Para mí es un fracaso que me duele, la decepción que me produce me lleva a pensar en la mía propia.