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viernes, 15 de mayo de 2020
jueves, 30 de abril de 2020
La facultad de la memoria en nuestro tiempo
Leo un libro fascinante –el calificativo aun me es insuficiente- de Oliver Sacks, titulado Un antropólogo en Marte en que el científico revisa casos clínicos sorprendentes que él ha conocido y que nos describe y analiza conectándolos con la historia de la ciencia… Así el pintor que por un accidente pierde la capacidad de ver los colores, el ciego desde su infancia que a los cincuenta años recupera la visión, el del cirujano aquejado del síndrome de Tourette –tics y movimientos compulsivos-, el hippy que, aquejado de un tumor, pierde cualquier memoria que vaya más allá del presente inmediato, el caso de autistas que son geniales en alguna parcela del arte o la memoria, el emigrante italiano a los Estados Unidos que a los treinta años de haber abandonado su pueblito, Pontito, comienza a dibujarlo y pintarlo hasta los mínimos detalles de cada pared y de cada calle en miles de cuadros con una exactitud que conmociona… Todos los relatos de Oliver Sacks son apasionantes pero el que tiene que ver con la memoria eidética de Franco, el pintor que se va de su pueblo y que recupera décadas después para reconstruirlo mediante la memoria me resulta sumamente sugerente.
Alguna vez he escrito sobre el papel de la memoria en el aprendizaje frente a teorías pedagógicas que la devalúan y que la consideran inútil como almacenamiento de datos en la era de google. La devaluación de la memoria es una de las tragedias de los sistemas educativos modernos. La memoria es la más plástica de nuestras capacidades. Vivimos conscientemente mientras tenemos memoria. Perderla es una de las peores tragedias. La memoria es una facultad activa y que conecta con la imaginación, no es esa potencia pasiva de mera repetición de datos. Recordar, almacenar en nuestra psique unidades de memoria que pasan de la memoria a corto plazo (uno o dos minutos) para retenerlas y que pasen a la memoria a largo plazo es un ejercicio prodigioso y que se debería alentar en la escuela intensamente frente a las banalidades pedagógicas que eluden el almacenamiento de datos frente a otras cualidades más plásticas. Vivir es recordar lo que aprendemos para que no caiga en el pozo del vacío, y recordar nos ayuda a establecer relaciones entre las cosas, relaciones de igualdad, de jerarquía u otras operaciones lógicas. La diferencia esencial entre las personas en algún aspecto estriba en el tipo de memoria que poseemos puesto que esta es selectiva y depende de nuestros intereses y la voluntad.
Recuerdo, cuando hice teatro hace décadas, que entré en una escuela dramática y me propusieron un viernes un papel muy interesante. Tenía que memorizar para el lunes un monólogo de nueve páginas. ¿Cómo hacerlo si yo tenía una memoria malísima, suponía yo? No sé cómo lo hice pero el lunes me había aprendido el monólogo entero sin ningún error. Lo quise y lo hice. La memoria es dinámica y se puede educar pero nuestra civilización estimula la memoria de pez, quiere que todo lo busquemos en google y que nos olvidemos de las cosas. Es la teoría nefasta que impera en la escuela cuando se tendría que fomentar con frecuencia la memorización de poemas, de textos, de esquemas conceptuales… Pocas veces he visto disfrutar a mis alumnos como cuando se aprendían un poema de memoria y luego lo recitaban delante de sus compañeros. Todo el mundo podía, solo había que quererlo y ahí se dividían los estudiantes. Los que lo aprendían disfrutaban intensamente del placer de recitar algo que se había retenido. Yo procuro ejercitar cada día la memoria. Me doy cuenta de que muchos conocimientos que adquiero no se quedan grabados –es inevitable- y lo siento porque en un momento me han sido importantes. Leo muchos libros y recuerdo poco de ellos. Unas escenas intensas, unos relatos formidables se superponen unos sobre otros y los ocultan en la memoria. Para ello, tomo notas de lo que leo, para poderlo evocar y volver a tener presente. La memoria es una de las cualidades más fascinantes que existe, hay que forzarla cuando todo lleva a que la distendamos y no la utilicemos. La nemotecnia nos ayuda a recordar y a establecer relaciones.
Alguna vez he escrito sobre el papel de la memoria en el aprendizaje frente a teorías pedagógicas que la devalúan y que la consideran inútil como almacenamiento de datos en la era de google. La devaluación de la memoria es una de las tragedias de los sistemas educativos modernos. La memoria es la más plástica de nuestras capacidades. Vivimos conscientemente mientras tenemos memoria. Perderla es una de las peores tragedias. La memoria es una facultad activa y que conecta con la imaginación, no es esa potencia pasiva de mera repetición de datos. Recordar, almacenar en nuestra psique unidades de memoria que pasan de la memoria a corto plazo (uno o dos minutos) para retenerlas y que pasen a la memoria a largo plazo es un ejercicio prodigioso y que se debería alentar en la escuela intensamente frente a las banalidades pedagógicas que eluden el almacenamiento de datos frente a otras cualidades más plásticas. Vivir es recordar lo que aprendemos para que no caiga en el pozo del vacío, y recordar nos ayuda a establecer relaciones entre las cosas, relaciones de igualdad, de jerarquía u otras operaciones lógicas. La diferencia esencial entre las personas en algún aspecto estriba en el tipo de memoria que poseemos puesto que esta es selectiva y depende de nuestros intereses y la voluntad.
Recuerdo, cuando hice teatro hace décadas, que entré en una escuela dramática y me propusieron un viernes un papel muy interesante. Tenía que memorizar para el lunes un monólogo de nueve páginas. ¿Cómo hacerlo si yo tenía una memoria malísima, suponía yo? No sé cómo lo hice pero el lunes me había aprendido el monólogo entero sin ningún error. Lo quise y lo hice. La memoria es dinámica y se puede educar pero nuestra civilización estimula la memoria de pez, quiere que todo lo busquemos en google y que nos olvidemos de las cosas. Es la teoría nefasta que impera en la escuela cuando se tendría que fomentar con frecuencia la memorización de poemas, de textos, de esquemas conceptuales… Pocas veces he visto disfrutar a mis alumnos como cuando se aprendían un poema de memoria y luego lo recitaban delante de sus compañeros. Todo el mundo podía, solo había que quererlo y ahí se dividían los estudiantes. Los que lo aprendían disfrutaban intensamente del placer de recitar algo que se había retenido. Yo procuro ejercitar cada día la memoria. Me doy cuenta de que muchos conocimientos que adquiero no se quedan grabados –es inevitable- y lo siento porque en un momento me han sido importantes. Leo muchos libros y recuerdo poco de ellos. Unas escenas intensas, unos relatos formidables se superponen unos sobre otros y los ocultan en la memoria. Para ello, tomo notas de lo que leo, para poderlo evocar y volver a tener presente. La memoria es una de las cualidades más fascinantes que existe, hay que forzarla cuando todo lleva a que la distendamos y no la utilicemos. La nemotecnia nos ayuda a recordar y a establecer relaciones.
Pienso en el pueblo del Libro, los hebreos, que fueron expulsados de Israel en el siglo I y tuvieron que vagar dispersos por el mundo. Lo único que los unificaba en sus distintos países y los hacía únicos era la memorización del libro, la Torá, que hizo que vagaran dos milenios por el mundo, siendo perseguidos, diezmados y masacrados, pero la fidelidad al libro, su memoria activa, hizo que fueran uno de los pueblos que más genios ha dado a la humanidad en todos los ámbitos a pesar de su número muy reducido. La memoria guardó vivamente su origen y sus principios que no se disolvieron, y la memoria trabajada hizo de acicate intelectual para abordar cualquier parcela del conocimiento cuando se liberaron de un excesivo enclaustramiento mental, y los judíos ya en el siglo XIX y XX destacan abiertamente en todo terreno intelectual o científico.
Una educación sin ejercicio de la memoria tiene malas perspectivas, como estamos viendo. Nuestras vidas sin ese ácido que es la vigorización del recuerdo, de los nombres, de los datos, de las ideas para llevarlos a la memoria son cada vez más pobres. Vivir es recordar, y recordar también es imaginar.
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