Charly,
se llamaba así, ¿por qué esforzarnos en buscar un nombre más original para un
hombre tan del montón? Charly, digo, era un hombre común, un hombre vulgar,
sin atributos aunque no había leído a Robert Musil. Charly era un ser al que
una antigua novia había enjuiciado como un hombre-veleta, que giraba y daba
vueltas según le diera el viento. Un día, Charly leyó que los hombres que se
hacían preguntas eran más fuertes que los que no se las hacían, y esto le hizo
pensar porque él se hacía preguntas constantemente, pero no concordaba con la
imagen de supuesta fortaleza que se atribuía a los hombres dubitativos. Ya le
hubiera gustado a él tener algo de consistencia para resistir la vida. Era un
milagro que Charly sobreviviera y la explicación plausible es que se vive a
pesar de todo, no en función de los valores o aciertos del sujeto. La vida para
Charly era confusa y oscura, turbia y dolorosa, pero ni siquiera en esto era
original. Ya Pío Baroja había retratado a un antihéroe existencial en su novela
El árbol de la ciencia. Andrés
Hurtado era un antecedente suyo, mucho más sofisticado e inteligente, pero
también él consideraba la vida como esencialmente dolorosa.
Charly se levantaba cada mañana con el temor de iniciar un nuevo día. Hasta que no
hacía la cama parecía no quedarse tranquilo. Luego escribía en el ordenador sus
preguntas e incertezas en forma de diario, aunque no sabía para qué. Su vida
era afortunada en el aspecto económico pero en el lado vivencial era un fantasma,
un ser insano y maligno. Así se veía él. No solo era frágil y evanescente sino
que se veía como un personaje dañino para la vida y tantas veces había anhelado
la muerte… Y no era un problema de ir a un psiquiatra para que lo medicara, Ya
había ido y no había obtenido ningún resultado. Él era oscuro y siniestro de
raíz, en su propia conformación original. Estaba mal hecho.
Alguna
vez se soñó en un campo de exterminio nazi en un barracón de Auschwitz-Birkenau,
durmiendo sobre el suelo, devorado por las ratas. Y llegaba el día en que se
hacía una selección y él era
destinado a las duchas. Como esto lo imaginaba, no le sorprendía e incluso lo
veía como algo producto de la justicia poética. No lo lamentaba y además sería algo
breve. Solo tendría que quitarse sus harapos a rayas, quedarse desnudo, y pasar
a una sala con supuestas duchas. Él sabía que no eran duchas, pero sus
compañeros no. Creían que era una medida de higiene. Pero él no, sabía. Dejó su
último libro en las perchas en una bolsa de papel y entró en la sala. Sabía que luego lo incinerarían
en un horno crematorio. No lo consideraba impropio sino muy adecuado. Era una
forma rápida de morir. Charly entraba hasta con un gesto de orgullo y de
altivez, esa que no se permitía en su vida cotidiana. Asumía su destino
libremente, eso era algo mucho más de lo que podían hacer los pobres desdichados que habían
sido conducidos a Auschwitz sin saber adónde iban… Así que entraba desnudo y
contento. Solo serían unos minutos hasta que el Ziklon B hiciera efecto. Sufriría
ahogándose pero ¿acaso no era su sino de cada uno de los días? Entró y se
cerraron las puertas, todos estaban desnudos. Charlie pensó que había llegado
al final de su recorrido absurdo como langosta humana… Entonces sintió por
primera vez la idea de aquí y ahora. Este era el momento presente, no tenía ya
ninguna pregunta, solo aceptación de su destino, un amor fati, pese a todo.
Pero
Charly despertó un nuevo día, se vio en su cama, miró la hora y se dio cuenta
de que era un día más… Se levantó a escribir este sueño… No recordaba el libro
que había dejado antes de entrar en las duchas…