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domingo, 5 de abril de 2020

A propósito de Suecia


Mi blog no admite comentarios, como ya expliqué en su día, pero he recibido varios correos –mi Gmail está en mi perfil- para comentar aspectos de mis opiniones en los posts. Ayer escribí sobre Suecia poniéndola como ejemplo de estado liberal cuyo gobierno no ha querido erosionar las libertades de país democrático para luchar contra el Coronavirus. Pero la realidad de Suecia, según me explicó Paco Castillo, autor del blog La metáfora del viento,  en su correo, dista de ser idílica o carente de agudas contradicciones.

Empecemos por las cifras. A fecha de sábado hay en Suecia, un país de diez millones de habitantes, 6443 personas infectadas, y 373 fallecidos por el Coronavirus, la mayoría en el área de Estocolmo.

El hecho de no aplicar medidas el gobierno socialdemócrata de Stefan Löfven ha sido duramente cuestionado por parte del gremio médico y la comunidad científica. De hecho, su inacción fue establecida por el gobierno sin contar con la opinión de la oposición en el parlamento sueco –el Riskdag-. En este momento, ya se prevén, ante la realidad del progreso de la infección, medidas restrictivas y cierre de centros públicos como centros comerciales, bares, restaurantes, cines, gimnasios… según informa el periódico Aftonbladet de Estocolmo. La información sobre escuelas, todavía abiertas, es contradictoria porque se estima que los niños son escasamente víctimas de la pandemia, y permite su estancia en la escuela que sus padres que pueden ser sanitarios puedan ir a sus centros de trabajo. Este es una situación que no tengo clara sobre las medidas del país sueco. 

El sistema sanitario y algunos hospitales como el karolinska (universitario) ha elaborado un boletín interno en que informa que sus ucis están al borde de la saturación y que si sigue creciendo la curva se verían obligados a hacer cribados. De igual forma, como en España, no hay suficientes PCRs para evaluar la realidad de la dimensión de la infección. Solo se efectúan pruebas a pacientes ingresados, pero no al conjunto de la población incluso con síntomas y en riesgo.

Algunas fuentes hablan de que el número de muertos (373) pudiera ser hasta el doble por la confusión del cómputo de fallecidos. Esto se añade a la ocultación de información de alguna escuela de primaria del área de Järva de setecientos alumnos donde se detectaron que dos maestros de la escuela fueron confirmados de coronavirus, pero los padres no fueron informados para no violar la intimidad de los infectados. Es muy preocupante también el estado en las residencias de ancianos que cuentan con numerosas víctimas, y es que el virus mata especialmente a personas mayores, especialmente en la franja de edad de mayores de sesenta años, y alcanza picos estremecedores en los que superan los ochenta. En las franjas inferiores, el virus es bastante benigno.

Hay numerosas voces que empiezan a admitir que no se está actuando correctamente, como la de Anders Tegnell, epidemiólogo y jefe de la Agencia Pública de Salud Sueca. Otros países escandinavos como Noruega y Dinamarca cuestionan la política de Suecia pues está poniendo incomprensiblemente en peligro a sus países de nuevos contagios.

Termina Paco Castillo con que el estado en la opinión sueca es de tremenda confusión, unido a la fuerte controversia entre los partidos representados en el parlamento sueco.

“Nadie sabe realmente cómo actuar, nadie estaba preparado para esto” –estas son las palabras finales de mi amigo Paco.

sábado, 4 de abril de 2020

¿No hay otra forma de luchar contra el virus?

                                       Escena en Suecia esta semana

Ayer fui testigo de algo que no me gustó nada y que me hizo pensar. Eran las ocho de la tarde y habíamos salido a aplaudir en una ceremonia ya cansina y no sé si muy significativa. Mientras estábamos aplaudiendo vi en un portal de enfrente de mi casa a tres vecinos que me sonaban –dos jóvenes y uno de unos sesenta años con barba- que estaban reunidos y tomándose unas cervezas durante el aplauso al que no se unieron. La escena me resultó divertida, pero no pareció que todo el mundo pensara lo mismo porque pocos minutos después llegó una patrulla de la policía municipal en motos y de modo impositivo y coercitivo les pidieron la documentación –ahí llegué yo a ver la escena- y verificaron, como si fueran delincuentes, sus antecedentes hablando con centralita y mencionando códigos y demás vocabulario de la policía. Aquello me pareció una escena propia de 1984 de Orwell y lo que más me hizo pensar fue que en un cien por cien de posibilidades habían sido algunos de los vecinos que aplaudían los que les hubieran denunciado y llamado a las fuerzas del orden.

También leí una noticia de que un hombre en Calafell había sido detenido por bañarse en el mar en una playa totalmente desierta. Creo que era la quinta infracción que acumulaba aquel bañista y esta tendría un carácter penal.

Luego leo un artículo de The Spectator sobre el modo que están aplicando en Suecia para enfrentarse a la pandemia sin lesionar las libertades individuales y aplicando lo que ellos entienden el sentido común de mantener cierta distancia con las personas –algo que en la sociedad sueca es ya connatural-. En Suecia no han cerrado los bares y restaurantes, pero ahora no hay demasiada afluencia. El gobierno de izquierda ha querido conciliar lo que es una sociedad liberal con la lucha contra la pandemia y han querido ver que es una cuestión de libertades también y no solo de epidemiología. No han querido encerrar a la sociedad por decreto como hemos hecho el resto de países de Europa convirtiendo a los ciudadanos en delatores frente al que se salte alguna de las normas.

Hay epidemiólogos que no ven claro que la estrategia del confinamiento sea tan efectiva como se quiere hacer ver, tienen sus dudas. Pero a la vez vemos que esta versión nos convierte en un estado totalitario como nunca habíamos tenido ocasión de comprobar en nuestras propias carnes.

Ayer leí las últimas cifras de la pandemia en las que nos aproximábamos a once mil víctimas en pleno y férreo confinamiento. Pero, ello me horrorizó, un treinta por ciento de las mismas, 3600 muertos exactamente, habían sucedido en lugares en que había un confinamiento total, en las residencias de ancianos de toda España donde los residentes están totalmente inermes. Son lugares de muerte y muchas veces los internos viven situaciones escalofriantes. ¿Sería extraño que algunos de ellos se fugaran para huir de dichas condiciones que los condenan a la muerte en un estado tan preocupado por la salud pública? Por otro lado no se están haciendo PCR a la población para determinar la extensión real del virus, no hay mascarillas, no hay adecuados trajes de protección para los sanitarios que son expuestos gravísimamente al contagio. 

El virus afecta esencialmente a personas mayores de sesenta años (95 %) y especialmente varones –mueren el doble de hombres que de mujeres-, no afectando apenas a niños –que pueden ser portadores pasivos-, a jóvenes y a personas de mediana edad, y menos a mujeres –todas las noticias que trae la prensa de víctimas famosas del coronavirus son hombres.

Me inquieta que hayamos renunciado de una forma tan natural a las libertades como tomarte una cerveza con dos amigos en la calle, y que los que aplauden solidariamente sean a la vez delatores de sus vecinos.

Hemos aplicado normas estrictas de confinamiento en una especie de dogma aparentemente irrefutable –todo el mundo la ha hecho- pero a la vez tiene un precio, detener toda la producción y actividad económica de un país. Nos vamos a la ruina. El número de parados ha crecido en novecientos mil en el mes de marzo. ¿Acaso, siendo víctimas de ese dogma, habremos de hundir sin que nadie trabaje en no sé cuántos meses, la economía de un país generando una recesión que durará muchos años, mucho dolor, mucho paro, y un país totalmente desolado por la pobreza que se extenderá especialmente en las capas más populares y alcanzará de lleno a la clase media que se verá hundida?

Habría mucho más que hablar de ello. Hemos renunciado a las libertades y estamos llevando al estado a la bancarrota, pero los casos de coronavirus siguen aumentando. ¿Es esta la solución? Si no, que se lo expliquen a los ancianos ingresados en residencias…

viernes, 3 de abril de 2020

Por qué preocupa tanto la pandemia de COVID-19 en África


             
Mohsen Nabil / Shutterstock

Elena Gómez Díaz, Instituto de Parasitología y Biomedicina López-Neyra (IPBLN-CSIC) y Israel Cruz Mata, Instituto de Salud Carlos III

La pandemia de SARS-CoV-2 avanza implacable y pone en jaque a los sistemas de salud de muchos países en el hemisferio norte. Como ocurrió con el coronavirus del SARS (2002-2003) y la gripe H1N1 (2009), la COVID-19 llega a África más tarde. Este continente acumula ya casi 6 000 casos notificados en 49 países. La Oficina Regional de la OMS para África advierte de que este podría ser el mayor reto de salud pública al que se ha enfrentado la región en los últimos tiempos.

África subsahariana es la región que presenta el mayor riesgo de mortalidad por gripe estacional, seguida muy de cerca por el Mediterráneo oriental y Asia sudoriental. Si tenemos en cuenta que la infección por SARS-CoV-2 está mostrando tasas de contagio y de letalidad mayores que la gripe y que hay una posible asociación entre mortalidad por COVID-19 y la dificultad de acceso a los recursos sanitarios, podemos plantearnos que el continente africano no estaría en la mejor situación para recibir la pandemia.

Frente a la incertidumbre del impacto que tendrá el coronavirus en este continente, sabemos que se suma a otras emergencias. En África, los brotes de sarampión y crisis humanitarias conviven con las tres grandes endemias (malaria, sida y tuberculosis), enfermedades tropicales desatendidas y una plaga de langostas que pone en jaque la seguridad alimentaria en el cuerno de África. Durante la semana pasada se comunicaron 91 brotes de enfermedades distintas en esta parte del planeta, incluida la COVID-19.

Con uno de los sistemas de salud más frágiles del mundo, África soporta una cuarta parte de la carga global de enfermedad y cuenta tan solo con el 3 % de los trabajadores en salud. En cuanto a inversiones tangibles, la mayor parte del presupuesto de salud en los países africanos es destinado a productos médicos, el gasto en personal es del 14 % y en infraestructura, del 7 %. Estas cifras están lejos de las de regiones con sistemas de salud con mejor desempeño, donde la inversión es mayor tanto en la fuerza laboral (40 %) como en infraestructura (33 %).

Aunque existe variabilidad entre los países africanos, en términos globales apenas la mitad de la población tiene acceso a servicios de salud y bienestar satisfactorios. Sus sistemas de salud funcionan al 49 % de sus posibilidades, lejos de alcanzar su máximo potencial, y con un nivel de resiliencia bajo. Estos son pocos recursos, humanos y materiales, para hacer frente a un aumento explosivo de pacientes con necesidad de cuidado intensivo.

Ante este escenario, la mayoría de los países africanos se está esforzando en la detección temprana, el cierre o limitación del tráfico aéreo y en las fronteras, así como en medidas de aislamiento, cuarentena y distanciamiento social. Es un esfuerzo titánico tanto para el área rural, donde vive un 60 % de la población y es frecuente la economía de subsistencia, como para las ciudades, donde abunda el urbanismo mal planificado en la periferia, con infraestructuras deficientes y acceso inadecuado al suministro de agua, saneamiento y manejo de residuos.

Hemos oído hasta la saciedad que lavarse las manos es una de las medidas principales para frenar la transmisión de COVID-19. Afortunadamente, en el norte de África el 90 % de la población tiene acceso a agua limpia, pero esto va a ser un problema en África subsahariana, donde el 40 % de la población (aproximadamente 300 millones de personas) no lo tiene. Allí conocen bien la importancia de la higiene y el saneamiento: después de las enfermedades respiratorias y el sida, las enfermedades diarreicas son la tercera causa de morbimortalidad en África.


                


Annie Spratt/Unsplash, CC BY

Consecuencias de la COVID-19 en un continente castigado

La pirámide demográfica en países africanos es muy diferente a la nuestra, con una población mucho menos envejecida. Esto nos llevaría a pensar en una mortalidad inferior por COVID-19, pero la proporción de individuos que tienen el sistema inmune comprometido es muy superior.
El Director General de la OMS, Tedros Adhanom, resaltaba cómo esta pandemia muestra lo vulnerables que son las personas afectadas de enfermedad pulmonar o con un sistema inmune debilitado.

Esto no hace presagiar nada bueno para una región donde las infecciones del tracto respiratorio inferior y el sida son las principales causas de morbilidad y mortalidad. África es la región con mayor carga de sida, casi dos terceras partes de las nuevas infecciones por VIH ocurren en este continente. También encabeza el ranking para otras epidemias como malaria, tuberculosis y neumonía infantil, y sufre la mayor parte de la carga global de enfermedades tropicales desatendidas. Sin olvidar que el continente africano se lleva también la peor parte en cuanto a desnutrición e inseguridad alimentaria.
Además del impacto directo en las personas, hay también una gran preocupación sobre el efecto de la COVID-19 en los programas de salud y en el acceso a los cuidados médicos. Un ejemplo es la anterior epidemia de ébola y las consecuencias negativas que tuvo en las campañas de vacunación infantil (sarampión y pentavalente) en Sierra Leona.

El impacto de COVID-19 sobre la tuberculosis es especialmente preocupante, ya que en el continente se da una elevada prevalencia de VIH y en esta condición la coinfección con tuberculosis es la principal causa de mortalidad. Es por ello que, recientemente, la OMS ha alentado a los países a mantener la continuidad de los programas de tuberculosis y proporcionado guías para minimizar los efectos negativos de la pandemia de COVID-19.

La OMS envía directrices similares en el caso de la malaria, otra de “las tres grandes”, y que concentra en África el 90 % de los casos y las muertes (sobre todo en niños menores de cinco años). Si no se mantienen los esfuerzos para el control de esta enfermedad (fumigación con insecticidas, distribución de mosquiteras, diagnóstico y tratamiento temprano), se observará un repunte de la malaria después de los esfuerzos colosales realizados en los últimos años. Un mal momento, cuando el programa de implementación de la vacuna contra la malaria ya tiene lugar en tres países africanos.

Lecciones y buenas noticias

El continente africano es ya un veterano en la lucha contra epidemias de gran impacto y en la respuesta rápida en situaciones de crisis. El brote de ébola en África occidental puso de relieve la forma en que una epidemia puede proliferar rápidamente y plantear enormes problemas en ausencia de un sistema de salud sólido. Pero el enorme esfuerzo que supuso esa crisis, de integración y cooperación de organismos internacionales, entidades gubernamentales y, sobre todo la sociedad civil, es ahora un aprendizaje y una respuesta adquirida; su vacuna más eficaz.

Junto con esto, la llegada tardía de COVID-19 a África ha dado una oportunidad de preparación que no se ha perdido. Así se ha creado el Africa Joint Continental Strategy for COVID-19 OUTBREAK, una acción multilateral que coordina esfuerzos de agencias de la Unión Africana y los países miembros, la OMS y otros socios, y que pone el foco en 6 pilares: Capacidad de laboratorio, vigilancia, prevención y control en centros médicos, manejo de casos, comunicación y logística.

Desde febrero de este año, África se ha preparado y ha mejorado su capacidad para el diagnóstico de COVID-19. El Africa CDC y el Instituto Pasteur de Dakar han trabajado en coordinación para implementar las técnicas de detección del ARN de SARS-CoV-2 en más de cuarenta países del continente. Al mismo tiempo, la Oficina Regional de OMS en África, junto con Africa CDC han iniciado una campaña de orientación técnica, comunicación y concienciación.

Existe un Plan de Respuesta Humanitaria Global COVID-19 de Naciones Unidas que cuenta con dos mil millones de dólares y considera África como una región prioritaria, mientras que en las contribuciones que distintos países, organizaciones multilaterales, fundaciones y corporaciones hacen a la lucha global contra COVID-19, no se olvida el apoyo a países de media y baja renta.

Una de las cosas que nos enseña esta pandemia es que vivimos en mundo globalizado, con un flujo de personas, mercancías, y patógenos a escala mundial. Los agentes infecciosos, entre ellos este virus, no conocen fronteras. COVID-19 comenzó en China y llega ahora a África. El continente ha superado graves epidemias, cuenta con las coaliciones y planes de respuesta que hereda de pasadas emergencias sanitarias y con apoyo internacional.

Lo más importante es que cuenta con una población que conoce el poder que tiene la comunidad en la lucha contra epidemias. Una característica del pueblo africano es su resiliencia y su vivir en el presente. En su novela Ébano, Kapuscinski lo definía así: “En África, se vive al día, al momento, cada día es un obstáculo difícil de superar, la imaginación no sobrepasa las veinticuatro horas, no se hacen planes ni se acarician sueños”. Mucho nos queda aprender de ella. A la espera de ver cómo evoluciona la pandemia, nuestras esperanzas están con África.The Conversation

Elena Gómez Díaz, Investigadora Ramon y Cajal. Líder de un grupo de investigación de epigenómica en malaria, Instituto de Parasitología y Biomedicina López-Neyra (IPBLN-CSIC) y Israel Cruz Mata, , Instituto de Salud Carlos III

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

jueves, 2 de abril de 2020

Geoestrategia y coronavirus


La crisis mundial en torno al coronavirus y sus consecuencias letales para muchos miles –millones, esperemos que no- de personas, no oculta que está siendo el eje de complejos combates geoestratégicos en torno a la lucha por el poder mundial entre las superpotencias Estados Unidos y China más evidentemente, pero no solo entre ellos. Cada país se enfrenta a la pandemia como puede y organiza sus fichas estratégicas cara al interior y al exterior. Son momentos de reordenación del sistema de poder mundial. En el interior de nuestro país dependerá de cómo se lleve la situación para que dé o no un giro total en las previsiones electorales que pueden llevar a una radicalización todavía más extrema de la política. El coronavirus podría ser la debacle de la alianza en el gobierno del PSOE con Podemos si no logran liderar bien la situación. Ahora todo el mundo está en estado de shock por el confinamiento, pero llegará, no dentro de mucho, el tiempo de pedir responsabilidades por: 1) la imprevisión y desorganización de la respuesta frente a la infección masiva; 2) la situación de la sanidad en España que hace que miles y miles de sanitarios se enfrenten casi de modo suicida a la enfermedad sin trajes de protección y en condiciones heroicas que provocan que un quince por ciento de ellos terminan contagiados y en cuarentena por la enfermedad; 3) por el  estado de la sanidad,  sujeta a recortes importantísimos en los últimos años y que se piense que no ha estado a la altura de lo que se esperaba de un país europeo; 4) por la terrible recesión económica que va a venir y que nos afectará gravemente a la mayoría. No se percibe un liderazgo moral y político y esto puede ser letal para el presidente Sánchez que puede ser sobrepasado por Pablo Iglesias, o propiciar a media distancia el crecimiento de una opción más enigmática si sube el apoyo a VOX como reacción furibunda de los ciudadanos.

Las potencias mundiales aprestan sus posiciones para buscar nuevos equilibrios. No es que interese romper la baraja. A China no le interesa que Estados Unidos o Europa se hundan porque los necesita como compradores de sus productos, pero se teme o se intuye que China sobrepase a Estados Unidos como líder mundial, al haber frenado el virus de una forma tan drástica en un par de meses mientras en el país de Trump se prevén doscientos mil muertos si todo va bien. Otra cosa que va surgiendo es un montón de dudas sobre si China dijo la verdad sobre el número de víctimas reales en Wuhan. El secretismo chino hace posible cualquier elucubración como está habiendo en los últimos días en que estudios independientes creen que pudo haber más de treinta mil muertos lo que sería muy diferente de los pocos más de tres mil que China reconoció.

Rusia también es un agente en esta lucha mundial por la supremacía, Europa se desune y se disgrega volviendo cada país la mirada al interior, prescindiendo de la visión continental o de política comunitaria. Puede ser la puntilla para que termine de hundirse el sueño europeo y convertirnos en unos actores de tercera en la política mundial. El Brexit ahora se ve incluso como un detalle irrelevante.  

En España, el poder independentista catalán espera poder volver su artillería contra el estado debido al descontento social e irritación que causará la recesión económica inevitable y la gestión de la crisis. Llegará a decirse que sin España habría habido menos muertos en Cataluña. Todo es posible en la rocambolesca visión de las cosas, aunque no poco efectiva y hábil, de los independentistas que ahora elucubran cómo y cuándo darle la vuelta al estupor de su grey contra España.

Este es el sustrato de las pugnas por el poder mundial y nacional, en lugar de reflexionarse conjuntamente sobre los límites del crecimiento y de la acción depredadora de la humanidad, así como del ansia de expansión ilimitada, que han provocado esta catástrofe vírica y el no menos peligrosísimo cambio climático que debería ser el eje de todas las potencias mundiales.

miércoles, 1 de abril de 2020

¿Volver a la normalidad?


Si yo fuera un observador fuera del sistema, no implicado en la situación que vivimos, miraría la emergencia mundial por el coronavirus como un extraordinario observatorio sobre la especie humana. Plagas las ha habido a lo largo de la historia, muchas, y han determinado hechos y la historia de la humanidad. Pero la del coronavirus es la primera a escala global que vivimos en una era tecnológica en que nos creíamos a salvo de todas las historias del pasado que pensábamos que no podían pasarnos a nosotros con toda nuestra ciencia, con todos nuestros sistemas sanitarios, con todos nuestros recursos de sociedades avanzadas, con nuestros extraordinarios laboratorios, con la Inteligencia Artificial que analiza cualquier amenaza que surja en el planeta. Pero ha llegado el batacazo, el Covid-19 nos muestra que estamos tan inermes ante la amenaza vírica como lo estaban hace un siglo ante la pandemia de 1918-1919. No tenemos nada que cure la infección y estamos a año y medio para que surja una vacuna que pudiera inmunizarnos frente al agente patógeno. Y no tenemos en cuenta las muy probables mutaciones del virus..

El mundo ha optado por la solución radical que no pudo realizarse hace un siglo, un confinamiento global de toda la humanidad. Miles de millones de seres humanos viven una situación como la nuestra.

¿Qué ha fallado? ¿Qué ha pasado si esto era inconcebible en un mundo tecnológico con modernísimos laboratorios biomédicos? Lo fascinante es que surgen reflexiones y análisis multifacéticos; ideas filosóficas renovadas; vaticinios económicos sobre la recesión que va a venir; retornamos a las plagas del pasado, a los libros que hablan de ellas; se plantean meditaciones sobre el destino humano; repensamos hipótesis –cada vez más confirmadas- sobre Gaia como organismo vivo que reacciona frente a la acción humana; reconsideramos la ideología liberal  devastadora del entorno natural como causante de la infección zoogénica; nos estremecemos por la destrucción de la biosfera y el cambio climático inexorable…

¿Está todo relacionado –nos preguntamos-? ¿Cuáles son nuestros límites? ¿El crecimiento tiene límites? ¿No es acaso esta pandemia una reacción de la vida frente a la depredación de la especie humana?

Esto sucede en las mentes pensantes que ven en esta situación una oportunidad de pensarnos como especie en relación con el entorno natural.

Pero los políticos y gobernantes improvisan, atienden a lo más urgente, a intentar controlar los picos de la pandemia, a que todo vuelva a como era antes, a retornar a la normalidad, a que de nuevo la economía vuelva a funcionar, a recuperarnos de la crisis, a que los turistas y los viajes sean tan normales como antes, a seguir produciendo y emitiendo gases de efecto invernadero… A buscar soluciones populistas y nacionales frente a las instituciones internacionales sin escuchar a los científicos, a los filósofos, a los que están pensando la estructura profunda de lo que está pasando…

Pero ¿todo ha de seguir siendo igual que antes? La humanidad se enfrenta a un reto singular porque nuestro modo de vida es extremo, devastador, y nos conduce al abismo, esto es un aviso. Pero ¿cómo hacer ver a miles de millones de personas que nuestro modo de vida es insostenible, que hemos de retroceder y pensar, que hemos de perder muchos puntos en nuestro bienestar. ¿Qué político estaría dispuesto a hacerlo habida cuenta de las desigualdades sociales y económicas en el mundo, en nuestras sociedades?

El noventa y muchos por ciento solo anhelan volver a la normalidad, pero un uno por ciento nos avisa de que no es posible… solo hay que leer mucho de lo que se publica en laboratorios de pensamiento internacionales. Hay que pensar la pandemia.

domingo, 29 de marzo de 2020

¿Vendrán de nuevo los felices años veinte?

   
                                                  Pandemia de 1918-1919

No soy epidemiólogo ni científico especialista en infecciones, pero me surgen dudas sobre lo que estamos viviendo. Entiendo la necesidad de aislamiento y confinamiento para impedir la expansión masiva del virus. Personas que no tienen síntomas pueden ser portadoras y contagiarlo a otros más frágiles y propensos por sus patologías anteriores –las personas mayores, especialmente hombres-. Los infectores pueden no desarrollar más que una forma leve del virus pero su poder de infección puede ser letal. Lo entiendo. Pero también me digo que el confinamiento evita la extensión de la enfermedad, cierto, pero no hace que la sociedad se haga inmune a él como en la gripe de 1918-1919 en que murieron más de cincuenta millones de personas hasta que se superó. Aclaro que luego vinieron los felices años veinte en que la sociedad salía de una guerra terrorífica y una pandemia todavía más mortífera que la guerra.

Pienso que si no nos autoinmunizamos, que es lo que está sucediendo ahora, estaremos expuestos, hasta que se comercialice la vacuna, a nuevas reinfecciones del virus. En China parece haberse superado la fase interna de la infección, pero la población china ha desarrollado una intensa xenofobia hacia los extranjeros que son los que creen que pueden reintroducir el virus si se abren las fronteras de nuevo. Esto me da qué pensar que este proceso que estamos viviendo no durará un mes o mes y medio, no, será mucho más largo porque estaremos propensos a nuevas reinfecciones si la llegada de visitantes –turistas, viajeros, inmigrantes- sigue como antes. En China, actualmente, la xenofobia hacia los extranjeros es fortísima. ¿Estaremos condenados, hasta que se comercialice la vacuna lo que puede ser aproximadamente año y medio, a estar cerrados al exterior, si es que eso pudiera ser?

El confinamiento es un arma de doble filo, todos los países del mundo lo han adoptado para evitar la expansión del virus, incluso Boris Johnson en Reino Unido –contagiado él por el coronavirus- pero no nos inmuniza naturalmente frente a la pandemia. El problema es que en nuestras políticas preventivas –lógicas si queremos impedir una mortandad terrorífica- estamos exponiéndonos a unas situaciones en que, si queremos volver a la situación anterior de aglomeraciones humanas en fiestas, conciertos, eventos deportivos, manifestaciones políticas, bares y restaurantes, cines, teatros, etc, etc, va a ser muy difícil hacerlo si no imposible, porque elementos foráneos pueden reintroducir el virus de nuevo ante el que no estamos autoinmunizados.

¿Vendrán de nuevo los felices años veinte?

sábado, 28 de marzo de 2020

El Coronavirus amenaza con romper Europa


La crisis del COVID-19 está afectando de forma diversa a los distintos países de Europa en cuanto a afectados y a su nivel de letalidad. Los países del norte tienen menos contagios y víctimas, así como sus sistemas sanitarios parecen más eficaces que los del sur de Europa. Pero no solo es el nivel de afección lo que aquí está en juego sino cómo dar respuesta conjunta a esta crisis, la más grave de la historia de la Unión Europea, aún más que la de 2009. Hasta ahora ha habido solo enfoques nacionales al margen de las instituciones de la Unión. Cada país se ha enfrentado como ha podido a la crisis, lo que ha hecho emerger más las diferencias entre los distintos países. Puede que esto genere enfrentamientos –ya los está generando- entre países como Alemania, Holanda o Austria que rechazan solidarizarse y pagar el hundimiento de los países del sur y otros como España, Francia, Italia, Bélgica, Portugal, Irlanda, Grecia, Eslovenia y Luxemburgo que piden una acción conjunta y comunitaria frente a la crisis emitiendo Eurobonos –coronabonos- para compartir los costes.

Es la misma idea de Europa, ya gravemente resquebrajada en los últimos años, la que está en juego. Los estados del norte son los tradicionalmente partidarios de la austeridad frente a los del sur cuyas cuentas están menos saneadas. Puede que la pandemia sea el detonante final para la disolución de alguna manera de la Europa compartida.

Las recientes palabras de un ministro holandés, Wopke Hoekstra, sosteniendo que se debía investigar a España por no tener margen presupuestario para luchar contra el coronavirus, no fueron replicadas por representantes españoles sino por el ministro portugués Costa que las calificó de “repugnantes”, de absoluta inconsciencia y que “minan completamente el espíritu de la UE, siendo una amenaza para el futuro de la Unión”. Apeló a respetarnos unos a otros ante un desafío que debería ser común. Añadió que los miembros de la Unión deberían “comprender que no fue España la que creó o importó el virus”.

viernes, 20 de marzo de 2020

Las exequias en tiempos del virus


Hoy he pensado en los funerales que se estarán celebrando estos días en los tanatorios. Por un lado, de los centenares de víctimas del coronavirus (ya vamos por más de mil según creo), añadidas a las otras, las que son por cualquier otra causa. Me imagino esos funerales y esos velatorios entrando la gente de dos en dos sin poder abrazar a los que han perdido a alguien, sin poder darle la mano, a distancia de dos metros; se evitarán las aglomeraciones y se pedirá a los amigos y familiares que vayan solo los más cercanos, y en la capilla, los pocos que estén presentes con mascarillas y guantes, evitando la cercanía de otros participantes. Y todos sobrecogidos de miedo por posibles contagios, especialmente si ha sido por el Covid-19.

En China están prohibidos los funerales por coronavirus. 

Si algo tienen los funerales es la posibilidad de convertirlos en algo hermoso, unas palabras, una pieza clásica interpretada, el ritual, la proyección de fotografías si es un funeral laico, y luego el contacto humano, los abrazos sentidos, el calor que se transmite en medio del duelo a veces tan doloroso, las palabras de consuelo…

Los funerales suelen ser tristes cuando se muere alguien a destiempo. Reflexiono sobre ello porque estoy preparando uno para una amiga que quiere que en él se celebre algo hermoso cuando llegue su hora, previsiblemente pronto por la edad que tiene. Me ha contado qué piezas musicales querría, las personas que quiere que hablen en su responso, y las botellas de cava que habrá después del funeral laico celebrando la plenitud de su vida. 

Siempre es a destiempo cuando uno muere, pero en estos días, tiene que ser ominosamente triste todo lo que rodee al funeral. Es un efecto secundario en el que no había pensado.

miércoles, 18 de marzo de 2020

Esta crisis nos transformará totalmente


¿Y si la crisis del coronavirus, cuyo periodo de emergencia algunos medios norteamericanos como Time cifran entre 12 y 18 meses hasta que se consiga una vacuna, terminara representando una lucha por el poder mundial? Nada será igual cuando esto acabe, nos habremos transformado, todo el mundo será diferente. No se imaginen que esto va a acabar en dos o tres semanas, no es así. Nos esperan tiempos aciagos. Lamento fastidiar el positivismo imperante en las redes pero esto va para largo y cuando salgamos apenas nos acordaremos de cómo éramos. 

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