Escena en Suecia esta semana
Ayer fui testigo de algo que no me gustó nada y que me hizo pensar. Eran las ocho de la tarde y habíamos salido a aplaudir en una ceremonia ya cansina y no sé si muy significativa. Mientras estábamos aplaudiendo vi en un portal de enfrente de mi casa a tres vecinos que me sonaban –dos jóvenes y uno de unos sesenta años con barba- que estaban reunidos y tomándose unas cervezas durante el aplauso al que no se unieron. La escena me resultó divertida, pero no pareció que todo el mundo pensara lo mismo porque pocos minutos después llegó una patrulla de la policía municipal en motos y de modo impositivo y coercitivo les pidieron la documentación –ahí llegué yo a ver la escena- y verificaron, como si fueran delincuentes, sus antecedentes hablando con centralita y mencionando códigos y demás vocabulario de la policía. Aquello me pareció una escena propia de 1984 de Orwell y lo que más me hizo pensar fue que en un cien por cien de posibilidades habían sido algunos de los vecinos que aplaudían los que les hubieran denunciado y llamado a las fuerzas del orden.
También leí una noticia de que un hombre en Calafell había sido detenido por bañarse en el mar en una playa totalmente desierta. Creo que era la quinta infracción que acumulaba aquel bañista y esta tendría un carácter penal.
Luego leo un artículo de The Spectator sobre el modo que están aplicando en Suecia para enfrentarse a la pandemia sin lesionar las libertades individuales y aplicando lo que ellos entienden el sentido común de mantener cierta distancia con las personas –algo que en la sociedad sueca es ya connatural-. En Suecia no han cerrado los bares y restaurantes, pero ahora no hay demasiada afluencia. El gobierno de izquierda ha querido conciliar lo que es una sociedad liberal con la lucha contra la pandemia y han querido ver que es una cuestión de libertades también y no solo de epidemiología. No han querido encerrar a la sociedad por decreto como hemos hecho el resto de países de Europa convirtiendo a los ciudadanos en delatores frente al que se salte alguna de las normas.
Hay epidemiólogos que no ven claro que la estrategia del confinamiento sea tan efectiva como se quiere hacer ver, tienen sus dudas. Pero a la vez vemos que esta versión nos convierte en un estado totalitario como nunca habíamos tenido ocasión de comprobar en nuestras propias carnes.
Ayer leí las últimas cifras de la pandemia en las que nos aproximábamos a once mil víctimas en pleno y férreo confinamiento. Pero, ello me horrorizó, un treinta por ciento de las mismas, 3600 muertos exactamente, habían sucedido en lugares en que había un confinamiento total, en las residencias de ancianos de toda España donde los residentes están totalmente inermes. Son lugares de muerte y muchas veces los internos viven situaciones escalofriantes. ¿Sería extraño que algunos de ellos se fugaran para huir de dichas condiciones que los condenan a la muerte en un estado tan preocupado por la salud pública? Por otro lado no se están haciendo PCR a la población para determinar la extensión real del virus, no hay mascarillas, no hay adecuados trajes de protección para los sanitarios que son expuestos gravísimamente al contagio.
El virus afecta esencialmente a personas mayores de sesenta años (95 %) y especialmente varones –mueren el doble de hombres que de mujeres-, no afectando apenas a niños –que pueden ser portadores pasivos-, a jóvenes y a personas de mediana edad, y menos a mujeres –todas las noticias que trae la prensa de víctimas famosas del coronavirus son hombres.
Me inquieta que hayamos renunciado de una forma tan natural a las libertades como tomarte una cerveza con dos amigos en la calle, y que los que aplauden solidariamente sean a la vez delatores de sus vecinos.
Hemos aplicado normas estrictas de confinamiento en una especie de dogma aparentemente irrefutable –todo el mundo la ha hecho- pero a la vez tiene un precio, detener toda la producción y actividad económica de un país. Nos vamos a la ruina. El número de parados ha crecido en novecientos mil en el mes de marzo. ¿Acaso, siendo víctimas de ese dogma, habremos de hundir sin que nadie trabaje en no sé cuántos meses, la economía de un país generando una recesión que durará muchos años, mucho dolor, mucho paro, y un país totalmente desolado por la pobreza que se extenderá especialmente en las capas más populares y alcanzará de lleno a la clase media que se verá hundida?
Habría mucho más que hablar de ello. Hemos renunciado a las libertades y estamos llevando al estado a la bancarrota, pero los casos de coronavirus siguen aumentando. ¿Es esta la solución? Si no, que se lo expliquen a los ancianos ingresados en residencias…