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viernes, 25 de septiembre de 2020

La mirada blanca hacia el hombre negro


¿Cómo miran los blancos a los negros? Tal vez no sea algo relevante en nuestra sociedad porque no hay muchos salvo en los invernaderos del sur o en otros tipos de recogida de cosechas, así que no es muy concluyente lo que se puede opinar desde la distancia. Sí que es significativo el momento en que se encuentran en el siglo XVIII y XIX el mundo del hombre negro y el hombre blanco en África, cuando el mundo racionalista y colonialista se encuentra un universo que funciona de modo diferente y al que considera atávico, primitivo y salvaje desde una posición de superioridad absoluta. 

 

Hay un libro maravilloso que habla de esto y que recomiendo vivamente. Es uno de los libros mejores que he leído en mi vida, y habla de la mirada del hombre blanco hacia el negro. Se trata de El ojo oscuro de África del escritor Laurens Van der Post. Sin duda es un tema de actualidad reciente en el movimiento Black Lives Matter a consecuencia de la violencia de la policía contra la población negra en Estados Unidos. 

 

Nuestro mundo racionalista basado en lo objetivo desdeña el mundo de lo invisible y lo espiritual que es esencial para el hombre negro cuya peor tragedia es la de perder su alma. Su concepción del tiempo, en el momento del encuentro trágico, es profundamente diferente. Para nosotros, desde el cristianismo, es lineal y no tiene contenido ni naturaleza propios. Para los negros tiene un qué y un cómo, y es una vía hacia la eternidad. Para ellos hay un mundo invisible que se revela a través del tiempo, pero nosotros lo vemos con desprecio como una mera ilusión. 

 

La destrucción del mundo espiritual e invisible en el colonialismo blanco en África o en Estados Unidos lleva aparejado un profundo malestar que despoja a los negros de su alma. El hombre negro ha vivido en armonía con la naturaleza que desarrolla un grandioso plan para el desarrollo del ser. Estaban colmados de espíritu y de alma y fueron aplastados y desarraigados con la destrucción de ese orden que se expresaba a través de ritos, estrictos códigos de comportamiento, ceremoniales de vida y de muerte. Eran infinitamente más ricos, pero la mirada despectiva del hombre blanco los quiso destruir, y lo hizo, ávidos de ganancias materiales ya que para eso habían ido a África, no a conocer otras culturas. Despreció al hombre negro, su organización social, sus bienes, su modo de agricultura, el modo de cuidar su ganado, y los jefes y curanderos, así como los antiguos rituales fueron abolidos y proscritos por decreto. Los misioneros llegaron para abolir la espiritualidad de los indígenas negros para inculcarles la noción de pecado y considerar sus prácticas religiosas como viles supersticiones para convertirlos a un dios blanco, nuevo y superior a todos los suyos. 

 

Esta destrucción de las culturas africanas abocó a la desesperación y a la violencia, despojados los africanos de su alma. Creció el nomadismo de muchos africanos que se desplazaron a las ciudades completamente desarraigados, creció el paro, y aparecieron los disturbios y las revueltas. Esa violencia que asola tantos barrios en Estados Unidos mezclado con las bandas y el mundo de la droga. 

 

Lo que más aterroriza al hombre negro no es el peligro físico sino el miedo a perder su alma. Nadie los tomó en consideración y se los sometió a la esclavitud y a la servidumbre que fue explotada tanto en África como en los países a los que fueron arrastrados para ser esclavos. 

 

¿Por qué el europeo se comporta así? El ojo europeo está tan oscurecido que ya no puede ver ni a sí mismo ni a las cosas que le circundan. La luz interior se ha ido apagando progresivamente y las tinieblas se hinchan como un mar interior. 

 

El hombre primitivo que llevamos dentro ha sido expulsado de los tribunales de la razón. Dentro de cada hombre hay dos mitades: hay algo que se puede describir como “un hijo de las tinieblas” que resulta complementario e igual en estatura al “hijo de la luz”. Todos llevamos un hombre natural e instintivo, un hermano oscuro al que estamos irrevocablemente unidos como si fuera nuestra propia sombra. Por más que nuestra razón lo rechace, ahí está para bien o para mal, exigiendo su reconocimiento. 

 

Si el hombre occidental considera dicha faceta como enemiga, esto podría explicar nuestros prejuicios respecto al color de la piel. El prejuicio contra la piel de color negro se ahonda y se erige en símbolo peligroso, pues el hombre blanco en África –o en América- ve hoy reflejarse en el hombre negro y natural, ese aspecto oscuro de sí mismo que ha rechazado por completo. En consecuencia, confunde el reflejo exterior con la oscura realidad interior y, sin dudar, se empeña en campañas contra él. 

viernes, 3 de abril de 2020

Por qué preocupa tanto la pandemia de COVID-19 en África


             
Mohsen Nabil / Shutterstock

Elena Gómez Díaz, Instituto de Parasitología y Biomedicina López-Neyra (IPBLN-CSIC) y Israel Cruz Mata, Instituto de Salud Carlos III

La pandemia de SARS-CoV-2 avanza implacable y pone en jaque a los sistemas de salud de muchos países en el hemisferio norte. Como ocurrió con el coronavirus del SARS (2002-2003) y la gripe H1N1 (2009), la COVID-19 llega a África más tarde. Este continente acumula ya casi 6 000 casos notificados en 49 países. La Oficina Regional de la OMS para África advierte de que este podría ser el mayor reto de salud pública al que se ha enfrentado la región en los últimos tiempos.

África subsahariana es la región que presenta el mayor riesgo de mortalidad por gripe estacional, seguida muy de cerca por el Mediterráneo oriental y Asia sudoriental. Si tenemos en cuenta que la infección por SARS-CoV-2 está mostrando tasas de contagio y de letalidad mayores que la gripe y que hay una posible asociación entre mortalidad por COVID-19 y la dificultad de acceso a los recursos sanitarios, podemos plantearnos que el continente africano no estaría en la mejor situación para recibir la pandemia.

Frente a la incertidumbre del impacto que tendrá el coronavirus en este continente, sabemos que se suma a otras emergencias. En África, los brotes de sarampión y crisis humanitarias conviven con las tres grandes endemias (malaria, sida y tuberculosis), enfermedades tropicales desatendidas y una plaga de langostas que pone en jaque la seguridad alimentaria en el cuerno de África. Durante la semana pasada se comunicaron 91 brotes de enfermedades distintas en esta parte del planeta, incluida la COVID-19.

Con uno de los sistemas de salud más frágiles del mundo, África soporta una cuarta parte de la carga global de enfermedad y cuenta tan solo con el 3 % de los trabajadores en salud. En cuanto a inversiones tangibles, la mayor parte del presupuesto de salud en los países africanos es destinado a productos médicos, el gasto en personal es del 14 % y en infraestructura, del 7 %. Estas cifras están lejos de las de regiones con sistemas de salud con mejor desempeño, donde la inversión es mayor tanto en la fuerza laboral (40 %) como en infraestructura (33 %).

Aunque existe variabilidad entre los países africanos, en términos globales apenas la mitad de la población tiene acceso a servicios de salud y bienestar satisfactorios. Sus sistemas de salud funcionan al 49 % de sus posibilidades, lejos de alcanzar su máximo potencial, y con un nivel de resiliencia bajo. Estos son pocos recursos, humanos y materiales, para hacer frente a un aumento explosivo de pacientes con necesidad de cuidado intensivo.

Ante este escenario, la mayoría de los países africanos se está esforzando en la detección temprana, el cierre o limitación del tráfico aéreo y en las fronteras, así como en medidas de aislamiento, cuarentena y distanciamiento social. Es un esfuerzo titánico tanto para el área rural, donde vive un 60 % de la población y es frecuente la economía de subsistencia, como para las ciudades, donde abunda el urbanismo mal planificado en la periferia, con infraestructuras deficientes y acceso inadecuado al suministro de agua, saneamiento y manejo de residuos.

Hemos oído hasta la saciedad que lavarse las manos es una de las medidas principales para frenar la transmisión de COVID-19. Afortunadamente, en el norte de África el 90 % de la población tiene acceso a agua limpia, pero esto va a ser un problema en África subsahariana, donde el 40 % de la población (aproximadamente 300 millones de personas) no lo tiene. Allí conocen bien la importancia de la higiene y el saneamiento: después de las enfermedades respiratorias y el sida, las enfermedades diarreicas son la tercera causa de morbimortalidad en África.


                


Annie Spratt/Unsplash, CC BY

Consecuencias de la COVID-19 en un continente castigado

La pirámide demográfica en países africanos es muy diferente a la nuestra, con una población mucho menos envejecida. Esto nos llevaría a pensar en una mortalidad inferior por COVID-19, pero la proporción de individuos que tienen el sistema inmune comprometido es muy superior.
El Director General de la OMS, Tedros Adhanom, resaltaba cómo esta pandemia muestra lo vulnerables que son las personas afectadas de enfermedad pulmonar o con un sistema inmune debilitado.

Esto no hace presagiar nada bueno para una región donde las infecciones del tracto respiratorio inferior y el sida son las principales causas de morbilidad y mortalidad. África es la región con mayor carga de sida, casi dos terceras partes de las nuevas infecciones por VIH ocurren en este continente. También encabeza el ranking para otras epidemias como malaria, tuberculosis y neumonía infantil, y sufre la mayor parte de la carga global de enfermedades tropicales desatendidas. Sin olvidar que el continente africano se lleva también la peor parte en cuanto a desnutrición e inseguridad alimentaria.
Además del impacto directo en las personas, hay también una gran preocupación sobre el efecto de la COVID-19 en los programas de salud y en el acceso a los cuidados médicos. Un ejemplo es la anterior epidemia de ébola y las consecuencias negativas que tuvo en las campañas de vacunación infantil (sarampión y pentavalente) en Sierra Leona.

El impacto de COVID-19 sobre la tuberculosis es especialmente preocupante, ya que en el continente se da una elevada prevalencia de VIH y en esta condición la coinfección con tuberculosis es la principal causa de mortalidad. Es por ello que, recientemente, la OMS ha alentado a los países a mantener la continuidad de los programas de tuberculosis y proporcionado guías para minimizar los efectos negativos de la pandemia de COVID-19.

La OMS envía directrices similares en el caso de la malaria, otra de “las tres grandes”, y que concentra en África el 90 % de los casos y las muertes (sobre todo en niños menores de cinco años). Si no se mantienen los esfuerzos para el control de esta enfermedad (fumigación con insecticidas, distribución de mosquiteras, diagnóstico y tratamiento temprano), se observará un repunte de la malaria después de los esfuerzos colosales realizados en los últimos años. Un mal momento, cuando el programa de implementación de la vacuna contra la malaria ya tiene lugar en tres países africanos.

Lecciones y buenas noticias

El continente africano es ya un veterano en la lucha contra epidemias de gran impacto y en la respuesta rápida en situaciones de crisis. El brote de ébola en África occidental puso de relieve la forma en que una epidemia puede proliferar rápidamente y plantear enormes problemas en ausencia de un sistema de salud sólido. Pero el enorme esfuerzo que supuso esa crisis, de integración y cooperación de organismos internacionales, entidades gubernamentales y, sobre todo la sociedad civil, es ahora un aprendizaje y una respuesta adquirida; su vacuna más eficaz.

Junto con esto, la llegada tardía de COVID-19 a África ha dado una oportunidad de preparación que no se ha perdido. Así se ha creado el Africa Joint Continental Strategy for COVID-19 OUTBREAK, una acción multilateral que coordina esfuerzos de agencias de la Unión Africana y los países miembros, la OMS y otros socios, y que pone el foco en 6 pilares: Capacidad de laboratorio, vigilancia, prevención y control en centros médicos, manejo de casos, comunicación y logística.

Desde febrero de este año, África se ha preparado y ha mejorado su capacidad para el diagnóstico de COVID-19. El Africa CDC y el Instituto Pasteur de Dakar han trabajado en coordinación para implementar las técnicas de detección del ARN de SARS-CoV-2 en más de cuarenta países del continente. Al mismo tiempo, la Oficina Regional de OMS en África, junto con Africa CDC han iniciado una campaña de orientación técnica, comunicación y concienciación.

Existe un Plan de Respuesta Humanitaria Global COVID-19 de Naciones Unidas que cuenta con dos mil millones de dólares y considera África como una región prioritaria, mientras que en las contribuciones que distintos países, organizaciones multilaterales, fundaciones y corporaciones hacen a la lucha global contra COVID-19, no se olvida el apoyo a países de media y baja renta.

Una de las cosas que nos enseña esta pandemia es que vivimos en mundo globalizado, con un flujo de personas, mercancías, y patógenos a escala mundial. Los agentes infecciosos, entre ellos este virus, no conocen fronteras. COVID-19 comenzó en China y llega ahora a África. El continente ha superado graves epidemias, cuenta con las coaliciones y planes de respuesta que hereda de pasadas emergencias sanitarias y con apoyo internacional.

Lo más importante es que cuenta con una población que conoce el poder que tiene la comunidad en la lucha contra epidemias. Una característica del pueblo africano es su resiliencia y su vivir en el presente. En su novela Ébano, Kapuscinski lo definía así: “En África, se vive al día, al momento, cada día es un obstáculo difícil de superar, la imaginación no sobrepasa las veinticuatro horas, no se hacen planes ni se acarician sueños”. Mucho nos queda aprender de ella. A la espera de ver cómo evoluciona la pandemia, nuestras esperanzas están con África.The Conversation

Elena Gómez Díaz, Investigadora Ramon y Cajal. Líder de un grupo de investigación de epigenómica en malaria, Instituto de Parasitología y Biomedicina López-Neyra (IPBLN-CSIC) y Israel Cruz Mata, , Instituto de Salud Carlos III

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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