¿Cómo miran los blancos a los negros? Tal vez no sea algo relevante en nuestra sociedad porque no hay muchos salvo en los invernaderos del sur o en otros tipos de recogida de cosechas, así que no es muy concluyente lo que se puede opinar desde la distancia. Sí que es significativo el momento en que se encuentran en el siglo XVIII y XIX el mundo del hombre negro y el hombre blanco en África, cuando el mundo racionalista y colonialista se encuentra un universo que funciona de modo diferente y al que considera atávico, primitivo y salvaje desde una posición de superioridad absoluta.
Hay un libro maravilloso que habla de esto y que recomiendo vivamente. Es uno de los libros mejores que he leído en mi vida, y habla de la mirada del hombre blanco hacia el negro. Se trata de El ojo oscuro de África del escritor Laurens Van der Post. Sin duda es un tema de actualidad reciente en el movimiento Black Lives Matter a consecuencia de la violencia de la policía contra la población negra en Estados Unidos.
Nuestro mundo racionalista basado en lo objetivo desdeña el mundo de lo invisible y lo espiritual que es esencial para el hombre negro cuya peor tragedia es la de perder su alma. Su concepción del tiempo, en el momento del encuentro trágico, es profundamente diferente. Para nosotros, desde el cristianismo, es lineal y no tiene contenido ni naturaleza propios. Para los negros tiene un qué y un cómo, y es una vía hacia la eternidad. Para ellos hay un mundo invisible que se revela a través del tiempo, pero nosotros lo vemos con desprecio como una mera ilusión.
La destrucción del mundo espiritual e invisible en el colonialismo blanco en África o en Estados Unidos lleva aparejado un profundo malestar que despoja a los negros de su alma. El hombre negro ha vivido en armonía con la naturaleza que desarrolla un grandioso plan para el desarrollo del ser. Estaban colmados de espíritu y de alma y fueron aplastados y desarraigados con la destrucción de ese orden que se expresaba a través de ritos, estrictos códigos de comportamiento, ceremoniales de vida y de muerte. Eran infinitamente más ricos, pero la mirada despectiva del hombre blanco los quiso destruir, y lo hizo, ávidos de ganancias materiales ya que para eso habían ido a África, no a conocer otras culturas. Despreció al hombre negro, su organización social, sus bienes, su modo de agricultura, el modo de cuidar su ganado, y los jefes y curanderos, así como los antiguos rituales fueron abolidos y proscritos por decreto. Los misioneros llegaron para abolir la espiritualidad de los indígenas negros para inculcarles la noción de pecado y considerar sus prácticas religiosas como viles supersticiones para convertirlos a un dios blanco, nuevo y superior a todos los suyos.
Esta destrucción de las culturas africanas abocó a la desesperación y a la violencia, despojados los africanos de su alma. Creció el nomadismo de muchos africanos que se desplazaron a las ciudades completamente desarraigados, creció el paro, y aparecieron los disturbios y las revueltas. Esa violencia que asola tantos barrios en Estados Unidos mezclado con las bandas y el mundo de la droga.
Lo que más aterroriza al hombre negro no es el peligro físico sino el miedo a perder su alma. Nadie los tomó en consideración y se los sometió a la esclavitud y a la servidumbre que fue explotada tanto en África como en los países a los que fueron arrastrados para ser esclavos.
¿Por qué el europeo se comporta así? El ojo europeo está tan oscurecido que ya no puede ver ni a sí mismo ni a las cosas que le circundan. La luz interior se ha ido apagando progresivamente y las tinieblas se hinchan como un mar interior.
El hombre primitivo que llevamos dentro ha sido expulsado de los tribunales de la razón. Dentro de cada hombre hay dos mitades: hay algo que se puede describir como “un hijo de las tinieblas” que resulta complementario e igual en estatura al “hijo de la luz”. Todos llevamos un hombre natural e instintivo, un hermano oscuro al que estamos irrevocablemente unidos como si fuera nuestra propia sombra. Por más que nuestra razón lo rechace, ahí está para bien o para mal, exigiendo su reconocimiento.
Si el hombre occidental considera dicha faceta como enemiga, esto podría explicar nuestros prejuicios respecto al color de la piel. El prejuicio contra la piel de color negro se ahonda y se erige en símbolo peligroso, pues el hombre blanco en África –o en América- ve hoy reflejarse en el hombre negro y natural, ese aspecto oscuro de sí mismo que ha rechazado por completo. En consecuencia, confunde el reflejo exterior con la oscura realidad interior y, sin dudar, se empeña en campañas contra él.
¿Cómo miran los blancos a los negros? Tal vez no sea algo relevante en nuestra sociedad porque no hay muchos salvo en los invernaderos del sur o en otros tipos de recogida de cosechas, así que no es muy concluyente lo que se puede opinar desde la distancia. Sí que es significativo el momento en que se encuentran en el siglo XVIII y XIX el mundo del hombre negro y el hombre blanco en África, cuando el mundo racionalista y colonialista se encuentra un universo que funciona de modo diferente y al que considera atávico, primitivo y salvaje desde una posición de superioridad absoluta.
Hay un libro maravilloso que habla de esto y que recomiendo vivamente. Es uno de los libros mejores que he leído en mi vida, y habla de la mirada del hombre blanco hacia el negro. Se trata de El ojo oscuro de África del escritor Laurens Van der Post. Sin duda es un tema de actualidad reciente en el movimiento Black Lives Matter a consecuencia de la violencia de la policía contra la población negra en Estados Unidos.
Nuestro mundo racionalista basado en lo objetivo desdeña el mundo de lo invisible y lo espiritual que es esencial para el hombre negro cuya peor tragedia es la de perder su alma. Su concepción del tiempo, en el momento del encuentro trágico, es profundamente diferente. Para nosotros, desde el cristianismo, es lineal y no tiene contenido ni naturaleza propios. Para los negros tiene un qué y un cómo, y es una vía hacia la eternidad. Para ellos hay un mundo invisible que se revela a través del tiempo, pero nosotros lo vemos con desprecio como una mera ilusión.
La destrucción del mundo espiritual e invisible en el colonialismo blanco en África o en Estados Unidos lleva aparejado un profundo malestar que despoja a los negros de su alma. El hombre negro ha vivido en armonía con la naturaleza que desarrolla un grandioso plan para el desarrollo del ser. Estaban colmados de espíritu y de alma y fueron aplastados y desarraigados con la destrucción de ese orden que se expresaba a través de ritos, estrictos códigos de comportamiento, ceremoniales de vida y de muerte. Eran infinitamente más ricos, pero la mirada despectiva del hombre blanco los quiso destruir, y lo hizo, ávidos de ganancias materiales ya que para eso habían ido a África, no a conocer otras culturas. Despreció al hombre negro, su organización social, sus bienes, su modo de agricultura, el modo de cuidar su ganado, y los jefes y curanderos, así como los antiguos rituales fueron abolidos y proscritos por decreto. Los misioneros llegaron para abolir la espiritualidad de los indígenas negros para inculcarles la noción de pecado y considerar sus prácticas religiosas como viles supersticiones para convertirlos a un dios blanco, nuevo y superior a todos los suyos.
Esta destrucción de las culturas africanas abocó a la desesperación y a la violencia, despojados los africanos de su alma. Creció el nomadismo de muchos africanos que se desplazaron a las ciudades completamente desarraigados, creció el paro, y aparecieron los disturbios y las revueltas. Esa violencia que asola tantos barrios en Estados Unidos mezclado con las bandas y el mundo de la droga.
Lo que más aterroriza al hombre negro no es el peligro físico sino el miedo a perder su alma. Nadie los tomó en consideración y se los sometió a la esclavitud y a la servidumbre que fue explotada tanto en África como en los países a los que fueron arrastrados para ser esclavos.
¿Por qué el europeo se comporta así? El ojo europeo está tan oscurecido que ya no puede ver ni a sí mismo ni a las cosas que le circundan. La luz interior se ha ido apagando progresivamente y las tinieblas se hinchan como un mar interior.
El hombre primitivo que llevamos dentro ha sido expulsado de los tribunales de la razón. Dentro de cada hombre hay dos mitades: hay algo que se puede describir como “un hijo de las tinieblas” que resulta complementario e igual en estatura al “hijo de la luz”. Todos llevamos un hombre natural e instintivo, un hermano oscuro al que estamos irrevocablemente unidos como si fuera nuestra propia sombra. Por más que nuestra razón lo rechace, ahí está para bien o para mal, exigiendo su reconocimiento.
Si el hombre occidental considera dicha faceta como enemiga, esto podría explicar nuestros prejuicios respecto al color de la piel. El prejuicio contra la piel de color negro se ahonda y se erige en símbolo peligroso, pues el hombre blanco en África –o en América- ve hoy reflejarse en el hombre negro y natural, ese aspecto oscuro de sí mismo que ha rechazado por completo. En consecuencia, confunde el reflejo exterior con la oscura realidad interior y, sin dudar, se empeña en campañas contra él.