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martes, 16 de agosto de 2022

Arne Naess y la ecología profunda


Recientemente me he hecho socio de Greenpeace, motivado por la gran inquietud que me produce el estado de la salud del planeta, como he expresado en los dos últimos posts. Ello me ha llevado a intentar conocer el ecologismo y leer libros e información que me aclare qué es exactamente. He leído Seis grados de Mark Lynas y, a partir de este, llegué a la figura de James Lovelock del que estoy leyendo un segundo libro titulado Novaceno, concepto del que hablaremos en otro momento. 

 

El ecologismo -son impresiones rápidas todavía- es un movimiento plural en el que caben interpretaciones muy diferentes e incluso antitéticas. Hay implícitas filosofías -ecosofías- muy distantes, algo que me ha sorprendido. 

 

El punto central es el papel otorgado a la naturaleza en relación con el ser humano. Hay conservacionistas basados en una visión antropocéntrica que defienden que la naturaleza debe ser usada y protegida al mismo tiempo para servir a los intereses humanos. Otros incluso, además de luchar contra la contaminación y la crisis del planeta, lo hacen desde un enfoque pragmático y llegan a ver incluso como una oportunidad de mercado para el capitalismo. Valoran las oportunidades estatales y financieras del sistema, aunque las critiquen, para llevar adelante sus propuestas ecológicas de protección de la naturaleza. 

 

Sin embargo, hay otra corriente llamada “ecología profunda”, término creado por el filósofo noruego Arne Naess (1912-2009) en 1973 que es sensiblemente diferente porque no es antropocéntrica ni pragmática, no pone a la naturaleza al servicio de los seres humanos sino que defiende que el ser humano tiene que estar en armonía con ella, ni por encima, sobre o fuera de esta. Defiende la igualdad de todas las cosas naturales, los ecosistemas y la vida -los animales, por supuesto-, que tienen derecho a existir. El ser humano es un elemento más dentro de una red de relaciones en que no tiene el papel central. Nuestro deber es pensar a largo plazo, trascender enfoques superficiales hacia los problemas ecológicos y sociales que vivimos. Sin duda, es un planteamiento espiritual en que el ser humano se hace consciente de su lugar en la tierra así como de su responsabilidad ante ello. Arne Naess se vio influido en su pensamiento por el estilo de vida de pueblos amerindios y animistas. No somos simplemente individuos sino que formamos parte de una red de seres vivos y formas de expresión de la naturaleza. 

 

La ecología profunda plantea la integración total del ser humano en la naturaleza, lo que le lleva a cuestionar el capitalismo y su afán depredador que revela el ansia humana por dominar, conquistar, someter, aprovechar, explotar… El mundo no está para ser libremente explotado por los seres humanos sino para servir a su desarrollo. El ser humano es parte de la biosfera y depende de los sistemas que le dan soporte. Cabría volver a conectar a los ciudadanos que viven en ciudades con esa naturaleza de la que forman parte. Estamos unidos al destino de la biosfera, al ser parte de ella. Es una concepción monista y holística que conecta al ser humano con la conciencia ecológica y dirigida a la autorrealización. Arne Naess propugna el valor propio de cada ser, de cada paisaje y de cada ecosistema, al margen de su utilidad. Todo está interconectado. Los límites ontológicos entre los seres vivos son ilusorios, así que los intereses de la biosfera son los nuestros, formamos parte de algo más grande que nosotros. 

 

La ecología profunda conecta con el pensamiento de Baruch Spinoza -siglo XVII- y su igualitarismo biocéntrico, así como su visión panteísta, con Rousseau, Aldous Huxley, Lev Tolstoi, Henry Thoreau y John Muir, Alain Gisberg, Gandhi, el budismo, el taoísmo, los místicos cristianos y los sufíes. 

 

Naess criticó el neoliberalismo, así como las soluciones comunistas para aumentar la producción y el consumo, así como su centralismo. Era anarquista y pacifista, y partidario de la desobediencia civil. 

 

Las ideas de la ecología profunda han penetrado en el pensamiento verde de alguna manera aunque conviven con planteamientos más pragmáticos y antropocéntricos. 

 

Un defensor y admirador de Naess era James Lovelock del que hemos hablado en posts anteriores. Lovelock, creador de la hipótesis de Gaia, conforma y reúne todos los planteamientos de la ecología profunda al considerar al planeta como una unidad compleja de interdependencias, que se autorregula, en las que el ser humano es un eslabón más. 

 

Ignoro los planteamientos de Naess respecto a los grandes debates de nuestro tiempo sobre la devastación de la naturaleza por el cambio climático, sobre la indiferencia de los seres humanos en general por el estado de esta -la inmensa mayoría viven en ciudades y no la conocen-, sobre la crisis de las fuentes de energía, el tema de las renovables, la energía nuclear… Parece que Naess creó un marco ético profundo y holístico para comprender la relación de los seres humanos con la biosfera, pero no acabo de ver de qué modo, sin ese cambio sustancial que debería operarse en nosotros, podríamos encarar la crisis formidable en que nos hallamos. En alguna manera los “ecologistas profundos”, de origen humanista, desprecian la tecnología porque prefieren una tecnología y medicina alternativas y dejarían que la Naturaleza siguiera su curso porque, según ellos, los males iatrogénicos, causados por el tratamiento de la enfermedad son muy comunes. 

 

Hay negacionistas que sostienen que no pasa nada, que son ciclos de la tierra, y, en alguna manera coinciden con los ambientalistas profundos, aunque con visiones totalmente contrarias, en dejar que la naturaleza siga su curso. 

 

¿Qué hacer? 

martes, 9 de agosto de 2022

Gaia: de la mitología a la ciencia


El pasado 26 de julio moría James Lovelock, médico, investigador y científico, a los 103 años. Es popularmente conocido por haber formulado una teoría hacia finales de los años sesenta que se encontró con el rechazo de la ciencia oficial pero a medida que ha pasado el tiempo y se ha confirmado, se puede decir que la hipótesis de Gaia es aceptada en sus líneas generales por la ciencia. Gaia era la diosa de la Tierra en la mitología griega. ¿Qué es Gaia? Es el sistema complejo de todos los ecosistemas de la Tierra que funcionan interrelacionados física-química-biológicamente como una unidad y dan lugar a un organismo, Gaia, que es un ser vivoque se autorregula para mantener la vida en un estado frío y bajo en CO2 porque es el más adecuado para el florecimiento de esta. Gaia tiene identidad y es una metáfora. Los científicos rechazaron esta personalización de Gaia como ser vivo porque eran herederos de la idea de un planeta inerte donde surge la vida, entre ella la humana. El cristianismo tuvo la concepción de que Dios había creado la tierra para disfrute del hombre pero un pecado original rompió este pacto. En todo caso, se pensaba que el hombre era el rey de la creación y tenía el planeta a su servicio, algo que coincidía con la concepción humanista que hacía al hombre el centro del universo. 

 

Para la teoría de Gaia y el ambientalismo profundo el ser humano solo es un elemento más, desde las células más simples a cualquier elemento sea físico, químico o biológico. Todo forma parte del ecosistema de Gaia que mantiene unas constantes para dar lugar a la vida y mantenerla. La concepción del ser humano solo puede ser vista desde la humildad por formar parte de la cadena de la vida. 

 

Gaia es un planeta viejo, ha pasado en sus cuatro mil quinientos millones de años de historia por diversas etapas de calentamientos -de elevado CO2 y metano-, y glaciales en que estos han disminuido. La diferencia de esta interglacial con otras etapas de hace millones de años es que uno de los elementos de su ecosistema, el ser humano, está calentando peligrosamente la biosfera con emisión de gases tipo invernadero, fruto de la quema de combustibles fósiles, para mantener su civilización. La temperatura media del planeta se está elevando rapidísimamente. Lo que antes era producto de ciclos de cientos de miles o millones de años, ahora se ha producido en menos de doscientos años con la economía de la carbonización y Gaia, un ser vivo, se resiente y entra en fase crítica lo que puede llevar a que la vida humana, si sigue el proceso, sea eliminada en su mayor parte. Sería la venganza de Gaia, una madre amorosa pero severa. Estamos alterando el ciclo de Gaia en un contexto en que seremos pronto ocho mil millones de habitantes en el mundo. Estamos arrasando la naturaleza -bosques, mares, formaciones de coral, glaciares...- para alimentar y mantener un nivel de vida, fuera de toda medida para la supervivencia de todas las especies. Seguimos emitiendo CO2 y metano a la atmósfera en cantidades colosales y puede que el ecosistema entre en retroalimentación automática y multiplique dichas emisiones. El ecologismo y el sentido común nos están reclamando un cambio radical del sistema y una filosofía diferente de vida, pero no tenemos fuentes de energía alternativas que sean viables. Faltan décadas para que sea posible utilizar la energía de la fusión del átomo. Las energías llamadas renovables son un pequeño parche que no cubre ni de lejos la energía necesaria para mantener el planeta. La misma eólica es agresiva porque supone cubrir todo el mundo de aerogeneradores, que dependen del viento, y que afean los paisajes más hermosos. La energía fotovoltaica está en fase de expansión muy tímidamente, pero no podrá cubrir a este ritmo el peligro de cortocircuito del sistema de Gaia. 


En cuanto a filosofía diferente de vida, todo intento por generoso que sea es arrumbado por una práctica depredadora y consumista a la que no son ajenos los jóvenes que serán quienes hereden un planeta en estado de shock. 

 

Gaia se autorregula y puede terminar expulsando la vida humana de su ecosistema. Solo es cuestión de tiempo. Ya hablé el otro día de los cambios profundos que están ocurriendo y ocurrirán en breve en el planeta, si seguimos quemando hidrocarburos sin límite. 

 

Hay quien concibe Gaia como una especie de religión pues una mirada serena tiene que considerar que el mantenimiento de Gaia está por encima de la conservación de la vida humana porque si Gaia quiere, desapareceremos como especie. 

 

De esto no se habla en las escuelas. 

viernes, 5 de agosto de 2022

Un verano muy caliente


Estamos viviendo un verano terriblemente caluroso que siguió a una primavera igualmente que acogió olas de calor sorprendentes. La gente ha oído hablar del cambio climático pero vive en general sin indagar demasiado en lo que esto significa y sobrevive a las olas de calor a base de aire acondicionado y baños en la playa o en las pozas de los ríos. Claro que sabemos que hace calor pero no se va más allá. No he oído en las conversaciones a mi alcance mayores inquisiciones al respecto. Lejos quedan los discursos airados de Greta Thunberg. Nosotros seguimos como si no fuera con nosotros el problema y apenas nos damos cuenta de que tengamos un problema. El nivel de inconsciencia de la humanidad es tan sorprendente que uno se queda estupefacto. 

 

Estoy en el transcurso de lectura de dos libros relevantes: Seis grados de Mark Lynas y La venganza de Gaia de James Lovelock donde se explicitan las claves del llamado cambio climático como un proceso analizado por enormes ordenadores que predicen modelos matemáticos de desarrollo del planeta en las próximas décadas, además de haber sistemas de medición ubicuos: mares y océanos, corales, glaciares, el Ártico y el Antártico, desiertos, ríos, etc, etc. Hay un consenso prácticamente universal por parte de los climatólogos de que la temperatura media de la Tierra está subiendo imparablemente. Ya hemos sobrepasado un grado de temperatura media respecto a épocas anteriores y el proceso sigue en ascenso por las enormes cantidades de dióxido de carbono y metano que estamos emitiendo la humanidad a la atmósfera que hace que el calor se quede en nuestro planeta en ese efecto terrible que es el invernadero que todos sabemos en qué consiste. Cuando lleguemos a dos grados, algo que puede pasar en muy poco tiempo, la península ibérica se convertirá en un desierto parecido a Marruecos aquejado de insuperables sequías. Se prevé incluso que toda la cuenca mediterránea ya no será acogedora de turistas por las tórridas temperaturas que habrá y estos se irán a latitudes más nórdicas para tener algo de tiempo más fresco. Paralelamente los glaciares de todo el mundo se irán fundiendo, desaparecerá progresivamente el Ártico, el nivel de los océanos subirá, el permafrost se descongelará y desencadenará un nuevo proceso de emisión de dióxido de carbono, igual que los mares recalentados serán emisores de ello y metano, lo que supondrá una retroalimentación que no podrá ser frenada y que escapará a los medios humanos que ya serán ineficaces. Se irán alcanzando progresivamente dos grados de ascenso, tres, cuatro, lo que supondrá que las selvas tropicales como la Amazonía se conviertan en un desierto calcinado por el sol -cada vez más caliente- y ello será para llevar a la atmósfera más y más dióxido de carbono y metano. Es un proceso imparable. Además, estos procesos de desertificación de continentes como el norte de África y Centroamérica llevarán a millones de personas a emigrar hacia el norte, algo que ya está pasando. Hoy leía que en Libia hay seiscientos mil africanos desesperados por llegar a Europa, y eso solo es el comienzo. Son los migrantes climáticos que irán subiendo geométricamente en número imparable y no vendrán sumisos sino que vendrán con un resentimiento trágico por haber sido nosotros quienes hemos destruido el planeta. La civilización occidental se ha enriquecido y creado el progreso pero hemos arrasado el equilibrio de Gaia, la Tierra, que se autorregula climáticamente para hacernos desaparecer como especie. 

 

¿Y qué estamos haciendo para intentar revertir en parte este proceso? Prácticamente nada, nadie quiere renunciar a una parte de bienestar, al nivel de vida que tenemos. No lo quieren los países desarrollados ni lo quieren otros de gigantescas poblaciones que quieren desarrollarse -China, India, Brasil…-. Seguimos emitiendo cantidades gigantescas de CO2 y metano activando una progresión en la retroalimentación porque los mares y los bosques llegados a una determinada temperatura no absorben el dióxido de carbono sino que lo emiten. El futuro de la humanidad es más bien incierto. No sé si saldremos del presente siglo si la temperatura media del planeta alcanza los tres, cuatro o cinco grados. La vida será destruida en medio de conflictos bélicos de alcance terrorífico en pugna por las zonas más frías del planeta. 

 

Ahora por ejemplo tenemos una guerra absurda y estúpida, la de Ucrania, en que nadie es inocente. La UE, la OTAN, Rusia y los propios ucranianos han cometido errores de dimensiones gigantescas lo que hace que el mundo se divida en bloques enemigos cuando todos tendríamos que unirnos porque el cambio climático que estamos experimentando es casi irreversible. Hacia 2005 se decía que teníamos una década para intentar revertir en lo posible dicho cambio y no hemos hecho nada, aunque es difícil saber qué hacer si no queremos colapsar el desarrollo económico de nuestras sociedades. No basta con parques eólicos y placas solares ni con el reciclado voluntarioso, ni con el supuesto coche eléctrico, eso supondría poner tiritas en la herida que es mucho más grande. James Lovelock, el creador de la cada vez más aceptada teoría de Gaia, propuso que se construyeran cientos y cientos de centrales nucleares como única solución para seguir produciendo energía sin emisiones de CO2. Los ecologistas lo rechazan totalmente por varias razones, pero no hay alternativa porque con buena voluntad y acciones bienintencionadas no pararemos la puesta en marcha de la Sexta extinción. El planeta Tierra es ya viejo, ha pasado por diversas eras glaciales, bajas en dióxido de carbono, y eras cálidas de elevados índices de dicho elemento. Pero desde hace dos siglos en un tiempo minúsculo el ser humano ha emitido cantidades ingentes de dióxido de carbono para crear sociedades prósperas y ricas en derechos humanos. Ahora estamos en una era interglaciar, pero las predicciones matemáticas e informáticas nos alertan de que ya no tenemos tiempo para revertir lo que está pasando. 

jueves, 2 de abril de 2020

Geoestrategia y coronavirus


La crisis mundial en torno al coronavirus y sus consecuencias letales para muchos miles –millones, esperemos que no- de personas, no oculta que está siendo el eje de complejos combates geoestratégicos en torno a la lucha por el poder mundial entre las superpotencias Estados Unidos y China más evidentemente, pero no solo entre ellos. Cada país se enfrenta a la pandemia como puede y organiza sus fichas estratégicas cara al interior y al exterior. Son momentos de reordenación del sistema de poder mundial. En el interior de nuestro país dependerá de cómo se lleve la situación para que dé o no un giro total en las previsiones electorales que pueden llevar a una radicalización todavía más extrema de la política. El coronavirus podría ser la debacle de la alianza en el gobierno del PSOE con Podemos si no logran liderar bien la situación. Ahora todo el mundo está en estado de shock por el confinamiento, pero llegará, no dentro de mucho, el tiempo de pedir responsabilidades por: 1) la imprevisión y desorganización de la respuesta frente a la infección masiva; 2) la situación de la sanidad en España que hace que miles y miles de sanitarios se enfrenten casi de modo suicida a la enfermedad sin trajes de protección y en condiciones heroicas que provocan que un quince por ciento de ellos terminan contagiados y en cuarentena por la enfermedad; 3) por el  estado de la sanidad,  sujeta a recortes importantísimos en los últimos años y que se piense que no ha estado a la altura de lo que se esperaba de un país europeo; 4) por la terrible recesión económica que va a venir y que nos afectará gravemente a la mayoría. No se percibe un liderazgo moral y político y esto puede ser letal para el presidente Sánchez que puede ser sobrepasado por Pablo Iglesias, o propiciar a media distancia el crecimiento de una opción más enigmática si sube el apoyo a VOX como reacción furibunda de los ciudadanos.

Las potencias mundiales aprestan sus posiciones para buscar nuevos equilibrios. No es que interese romper la baraja. A China no le interesa que Estados Unidos o Europa se hundan porque los necesita como compradores de sus productos, pero se teme o se intuye que China sobrepase a Estados Unidos como líder mundial, al haber frenado el virus de una forma tan drástica en un par de meses mientras en el país de Trump se prevén doscientos mil muertos si todo va bien. Otra cosa que va surgiendo es un montón de dudas sobre si China dijo la verdad sobre el número de víctimas reales en Wuhan. El secretismo chino hace posible cualquier elucubración como está habiendo en los últimos días en que estudios independientes creen que pudo haber más de treinta mil muertos lo que sería muy diferente de los pocos más de tres mil que China reconoció.

Rusia también es un agente en esta lucha mundial por la supremacía, Europa se desune y se disgrega volviendo cada país la mirada al interior, prescindiendo de la visión continental o de política comunitaria. Puede ser la puntilla para que termine de hundirse el sueño europeo y convertirnos en unos actores de tercera en la política mundial. El Brexit ahora se ve incluso como un detalle irrelevante.  

En España, el poder independentista catalán espera poder volver su artillería contra el estado debido al descontento social e irritación que causará la recesión económica inevitable y la gestión de la crisis. Llegará a decirse que sin España habría habido menos muertos en Cataluña. Todo es posible en la rocambolesca visión de las cosas, aunque no poco efectiva y hábil, de los independentistas que ahora elucubran cómo y cuándo darle la vuelta al estupor de su grey contra España.

Este es el sustrato de las pugnas por el poder mundial y nacional, en lugar de reflexionarse conjuntamente sobre los límites del crecimiento y de la acción depredadora de la humanidad, así como del ansia de expansión ilimitada, que han provocado esta catástrofe vírica y el no menos peligrosísimo cambio climático que debería ser el eje de todas las potencias mundiales.

sábado, 14 de marzo de 2020

Sobre lo que estamos de acuerdo en no pensar

                                         Edward Snowden

"Como ocurre con el cambio climático, la vigilancia masiva ha resultado ser una idea demasiado inabarcable y desestabilizadora como para que la sociedad tome realmente conciencia de ella; al igual que las conversaciones incómodas, medio jocosas y medio aterrorizadas, sobre el clima, se ha convertido en otro quejumbroso rumor paranoico que se oye de fondo en todas nuestras vidas cotidianas. Pensar en el cambio climático echa a perder el tiempo, al convertirlo en una amenaza existencial incluso cuando hace bueno. Pensar en la vigilancia masiva echa a perder las llamadas telefónicas, los correos electrónicos, las cámaras y las conversaciones de dormitorio. Su icor negro cubre los objetos que tocamos a diario y sus consecuencias penetran tan profundamente en nuestras vidas cotidianas que lo más fácil es añadirla a la larga lista de cosas sobre las que simplemente estamos de acuerdo en no pensar".

Bridle, James. La nueva edad oscura (Spanish Edition) . Penguin Random House Grupo Editorial España. Edición de Kindle.

viernes, 13 de marzo de 2020

Cambio climático y COVID-19


La crisis del COVID-19 está transformando nuestro modo de vida a medida de que empezamos a tomar conciencia de la seriedad de lo que está pasando. Llevamos un par de semanas o tres de retraso sobre la concienciación que tuvo lugar en el norte de Italia donde la orden de confinamiento en los domicilios es taxativa. Por aquí empieza a notarse que la gente camina de modo diferente, mantenemos distancia de seguridad cuando hablamos, suspendemos encuentros sociales… esto unido al cierre de centros educativos e instituciones culturales. Empieza a tomarse en serio la amenaza pero falta mucho para que lleguemos a la situación de Italia o, ya no digamos, de China.

Es una crisis que advertimos que nos afecta y sentimos el miedo de modo incipiente. Sin embargo, he pensado que la sociedad mundial no toma conciencia de las amenazas sin algo que se cierna peligrosamente sobre nuestras vidas. Pienso en el cambio climático, una amenaza mucho más seria que el Coronavirus, por la trascendencia que tiene para la Tierra. Pero en este caso, permanecemos indiferentes, sin hacer caso a los que nos dicen que la situación es de alerta máxima ante cambios radicalmente irreversibles. El Ártico tiene temperaturas en estos momentos de veinte grados y los polos se están derritiendo de un modo imparable, las transformaciones climáticas con fenómenos imprevistos como lluvias torrenciales, gotas frías, sequías devastadoras, incendios pavorosos, son constantes; migraciones que tememos por razón de este cambio climático que empezaron a llegar a Europa… Devastación de los mares, destrucción de los bosques, contaminación del medio ambiente… Todo es producto de nuestro estilo de vida sin ningún control derrochando energía y agotando los recursos del planeta. Muchos de vosotros lo sabéis. Sin embargo, vemos la amenaza lejana, como si no fuera con nosotros, como si fuera una cantinela de unos histéricos ecologistas que quisieran aguar la fiesta.

Este miedo, esta concienciación ante el Coronavirus que empezamos a tomarnos en serio, sería la misma que deberíamos tener ante el cambio climático, solo que la lucha no es de dos o tres semanas de confinamiento en casa, no, sería una actitud de cambio de nuestro modo de vida en todos los sentidos, lo que podría afectar a la economía mundial por la deceleración que supondría en cuanto al crecimiento económico. No es un problema fácil y está claro que no nos gustaría nada limitar nuestro consumo energético incluso de uso de internet. Cada vídeo que reproducimos es un gasto considerable de energía, cada vuelo low cost que tomamos devasta la atmósfera, cada acto común de nuestra vida supone un derroche de energía que afecta directamente al planeta.

Pero este estado de amenaza y de conciencia nos puede orientar sobre lo que sería necesario para transformar las bases de la conducta social. No me creo que sea posible. No lo soportaríamos y no nos dejarían los poderes económicos. Todos llevamos dentro un consumidor compulsivo e insaciable. El planeta está jodido.

sábado, 28 de septiembre de 2019

Nuestro sagrado estilo de vida



Hace trece años abordé en mi blog el tema del cambio climático. Era profesor y quería llevar a mis alumnos a ver la película Una verdad incómoda basada en la interpretación de Al Gore –expresidente de los Estados Unidos- que nos alertaba dramáticamente sobre las consecuencias ya irreparables de las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera y que iban a producir la transformación de la vida humana en el planeta con los resultados que hoy ya todos conocemos y que no vale la pena volver a enumerar porque lo constatamos diariamente en nuestras propias vidas con el ascenso gradual imparable de la temperatura. No quiero ponerme pesado sobre ello porque es inútil. El que quiera saber puede hacerlo fácilmente buscando en la Wikipedia el término Cambio climático. No voy a insistir.

En 2006 se daba el plazo de diez años para revertir parcialmente los efectos del cambio climático. Han pasado trece y no se ha hecho nada. Los últimos años la jovencísima activista sueca Greta Thunberg se ha convertido en un símbolo mundial entre los jóvenes para luchar contra el cambio climático. Promovió los Viernes por el futuro que se celebran en multitud de países del mundo reuniendo a jóvenes que protestan ante la inacción de los gobiernos de todo el planeta, en especial los de los países más ricos.

Greta Thunberg ha sido objeto por su protagonismo en diferentes cumbres mundiales de feroces ataques por parte de los que la caracterizan como enferma mental y desequilibrada por padecer el síndrome de Asperger. Personalmente, he visto varios vídeos de ella hablando y me he sentido conmocionado por su valor y su desgaste personal al encabezar un movimiento de los jóvenes contra lo que va a suponer el futuro, en el presente siglo.

Mi primera reacción hace trece años fue la rabia ante esta inacción climática de los gobiernos del planeta. Hoy soy consciente de que la clave no está en los gobiernos –aunque sí, claro- sino en nosotros mismos como ciudadanos del mundo. Cada uno de nosotros gastamos recursos de modo inconsciente que contribuyen al calentamiento del planeta. Consumimos demasiada carne, viajamos en avión demasiado, utilizamos el aire acondicionado demasiado, utilizamos demasiado la calefacción innecesariamente, consumimos demasiada tecnología, utilizamos demasiado los vehículos individuales o familiares, reciclamos mal y de modo chapucero, estamos conectados continuamente y eso también hace crecer las emisiones de dióxido de carbono, nuestro modo de estar en el mundo es el consumo, de tecnología, de ropa, de alimentos… Nuestro estilo de vida es la causa esencial de dicho crecimiento, y no estamos dispuestos a cambiarlo. Para hacer algo habría que modificar esencialmente nuestro modo de vida y ya nos hemos acostumbrado a una sociedad que consume y gasta de modo frenético. Como consumidores individuales somos insaciables, nada nos colma. Moda, imágenes, comida, viajes, artefactos tecnológicos, gasto de energía… No hay ningún gobierno que se atreva a decirnos la verdad porque no la aceptaríamos…

Así que en nuestra pasividad y nuestra pasión por el consumo tenemos nuestra falta fundamental, no quiero llamarlo pecado. Admiro a Greta Thunberg y a todos los activistas que luchan por conseguir un decrecimiento global. No quiero ponerme siquiera como ejemplo porque yo también estoy contribuyendo al desastre creciente en nuestro mundo. De hecho, me he rendido hace tiempo tras mi estallido de ira inicial. Rendición y resignación a un mundo que vivirán mis hijas en que se fundirán los polos, aumentará el nivel mundial de los mares, se desertificará el planeta, aumentarán las catástrofes climáticas en forma de inundaciones, ciclones, gotas frías, crecerán las migraciones humanas hacia el norte de modo imparable porque buena parte del planeta se está convirtiendo en inhabitable, se modificarán los ciclos de la naturaleza, desaparecerán especies animales y de toda la biosfera, se extinguirá la vida en los mares, desaparecerán los corales, las selvas tropicales…  

No sigo, todo esto es evidente, pero yo en mi círculo cercano no veo a nadie concienciado a pesar de que tal vez cientos de miles de jóvenes están despiertos y alertas por su futuro, pero es como querer mover una pesada máquina de millones de toneladas y poner a tirar de ella a una pareja de burros. No le veo solución. Solo hay que ver las tonterías que se dirimen en las campañas políticas que eluden totalmente el tema climático, las tonterías y banalidades que centran nuestras pasiones colectivas, nuestra evasión continua en nuestros móviles, las series, todo nuestro inercial y trivial modo de vida. Admiro a estos activistas que luchan contra el cambio climático, a las organizaciones que también lo hacen, a Greta Thunberg la respeto profundamente, pero me temo que no estamos maduros. La humanidad está ciega y solo quiere crecer, moverse rápidamente, consumir –los que pueden, claro-, comer carne… a pesar de que nuestros pequeños actos son la clave de que no puedan cambiar las cosas. Personalmente me siento avergonzado de mí mismo y mi modo de vida, pero es tan difícil cambiar y luchar contra las pulsiones consumistas…



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