"Los malos
tiempos crean hombres fuertes. Los hombres fuertes crean buenos tiempos. Los
buenos tiempos crean hombres débiles. Y los hombres débiles crean malos
tiempos"
He encontrado esta
cita de Ibn Jaldún, filósofo musulmán del s.XIV y me ha parecido meridianamente
cierta, viendo en retrospectiva la historia de la democracia española en los
últimos cuarenta años. La reflexión me
vino durante la excelente película de Amenábar, Mientras dure la guerra,
centrada en la figura del pensador y escritor Miguel de Unamuno y su posición
ante el alzamiento nacional por parte de un sector del ejército contra la
república en la que vemos la profunda división de la sociedad española, que se
enfrentó a sangre y fuego en una cruenta guerra civil.
Pensé que el
resultado de la guerra fue una dictadura personal de 39 años de un militar
sinuoso y hábil que se impuso con astucia al resto de generales y demás
opciones políticas. Una terrible guerra y una dictadura fueron el resultado de
nuestras discordias republicanas.
Sin embargo, esa
oscura y cruel dictadura, los malos tiempos, creó hombres fuertes como
resistencia ante ella. Los movimientos políticos de lucha se extendieron por
todo el país, la solidaridad obrera se impuso en las diferentes regiones, los
intelectuales lideraron un fuerte movimiento de insurrección de ideas e
intuiciones artísticas, la poesía brilló y la dictadura no pudo impedir que fuera
creciendo la oposición a la misma en consonancia con las ideas democráticas que
dominaban en el resto de Europa occidental. Algunos sufrieron represión y pagaron con la
cárcel o con detenciones su implicación política. Nunca la prensa y los
semanarios de información han sido más populares y han servido como vehículo de
referencia a tantos lectores. Los grupos teatrales concienciados crearon
compañías independientes sin subvenciones y llevaron el teatro por todas partes
de España. Los años sesenta y setenta fueron años de florecimiento de
iniciativas, además de un despertar cultural y político. Se forjó una
generación de líderes políticos posibilistas que alcanzaron un alto nivel de inteligencia y sensatez
frente a la dictadura. Recuerdo aquellos nombres que me evocaban solidez y era claro el grado de unidad de las
distintas regiones de España frente al enemigo común. Cataluña y el País Vasco
lideraban esta resistencia activa y de ideas. Cataluña era profundamente
admirada por las conciencias más activas y por los jóvenes de los distintos
sitios de España. Nuestro país nunca ha brillado tanto como en estos años
anteriores a la muerte de Franco en cuanto a determinación y sensatez, además
de posibilismo para salir de la dictadura. Hasta el Partido Comunista apostó
por un pacto nacional entre los supervivientes del Régimen y la izquierda. Fue
una generación de hombres fuertes.
Se puede decir que
vinieron los buenos tiempos tras la fenomenal transformación que experimentó
España tras la Transición. España fue admirada en todo el mundo y sirvió de
referente a Nelson Mandela en su transición en Sudáfrica.
Los hombres
fuertes crearon buenos tiempos, pero los buenos tiempos crean hombres débiles,
como escribió Ibn Jaldún. Y hoy vemos una sociedad puerilizada y débil, una
clase política patética y minúscula a la hora de enfrentarse a grandes desafíos
políticos que tendrían solución con la presencia de estadistas fuertes y con
ideas. El Congreso parece la extensión de una guardería en que líderes adulescentes
juegan a la política de un modo suicida, sin cultura personal ni histórica, sin
experiencia política, expertos en demagogia y de una pobreza intelectual que
abruma. Por otra parte, estamos todos enfrentados unos con otros. Los líderes
catalanes juegan a aprendices de brujo ante una parte de su sociedad que más parece un parvulario
narcisista. Y el conjunto de la sociedad española adolece de una pobreza y una
debilidad que estremece. No somos capaces de encontrar soluciones políticas
porque no hay hombres (ni mujeres) fuertes, todos nos hemos hecho débiles y
lábiles. Además de tener pulsiones puramente caprichosas en que queremos todo
aquí y ahora. Nunca una sociedad ha estado tan inerme ante tan difíciles
desafíos ni tan falta de liderazgo. Solo han faltado las redes sociales para
terminar de enfrentarnos y dividirnos, además de puerilizarnos.
La dictadura fue
una experiencia terrible pero tuvo consecuencias positivas a la hora de crear
una sociedad civil fuerte y a unos líderes con carisma. La democracia,
paradójicamente, ha sacado lo peor de nosotros y ha forjado nuestra debilidad,
nuestras dudas, nuestros peores instintos y estamos todos enfrentados, sin
reconocer lo bueno de lo que tenemos porque nos parece miserable. Y así jugamos
a romper el invento, a nuevamente odiarnos y combatirnos unos a otros.
Auguro que estos
malos tiempos en manos de hombres débiles terminarán estallando. Y,
probablemente, nos vayamos al garete. Pero luego ¿qué pasará? No lo sé. No sé
si el ciclo vuelve a repetirse.