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miércoles, 31 de agosto de 2022

Fes a prueba de bombas nucleares


¿Los seres humanos son de una sola pieza, monolíticos, con nítidas convicciones, que no cambian a través del tiempo o los seres humanos son complejos y contradictorios, y evolucionan profundamente con el discurrir de los años? Me refiero a posiciones sociales, políticas, humanas…, además de las sagradas del club de fútbol al que uno venera. Hay quien las fija de una vez para siempre y se queda tan pancho.  He conocido a algunos entre mis alumnos que me afirmaron mirándome sin pestañear a mis ojos parpadeantes que desde los dieciséis años hasta los cuarenta y pico, no había variado un milímetro en sus parámetros políticos, que era esencialmente igual al joven radical, comunista y antifascista que había sido y lo seguía siendo como abogado. Un día hablando con este abnegado creyente, poseedor de una fe a prueba de bombas, le miré a los ojos y le vi un brillo que me desconcertó y a la vez me intimidó. Me dieron ganas de salir corriendo para ver una película de anime japonés. 

 

Fernando Savater, uno de mis mitos en mi juventud por libros como La infancia recuperada y otros, sostiene, con sentido del humor, en cambio que la vida transforma profundamente en todos los terrenos, como si pasara un bulldozer sobre nuestras vértebras mentales ¿Cómo va a ser igual uno a los sesenta años a como fue en sus años anarquistas iniciales? ¿Adónde habrían ido si no, todas las lecturas que han extendido el mundo mental de cada uno y que han puesto en cuestión todo el entramado que con tanta voluntad erguimos? ¿Quién sería Guillermo, el líder de los Proscritos, peinando canas?

 

La vida y las lecturas, la experiencia, los contactos humanos, la historia, la evolución del mundo... para Savater nos van erosionando y transformando sutilmente. Cuando uno es joven -añado- todo se ve de perfil, se aman ciertas utopías -pienso- que parecen salidas de un mundo lineal donde los hombres fueran reconocibles y esquemáticos. La vida va ofreciendo nuevas perspectivas que muestran a los hombres -y mujeres- como seres en tránsito, que van cambiando permanentemente, a la vez que se nos evidencian como turbios, contradictorios y confusos en los que entran en conflicto los supuestos ideales con la realidad personal. La vida como terremoto existencial. 

 

Quiero hacer hincapié asimismo en el nivel de lecturas. Uno a los veinte años, si uno es lector -se supone-, ha leído equis libros, y a los cuarenta muchos más, tal vez cuatro veces más, y ya no digo en etapas posteriores. Su percepción del mundo a través de las palabras de la literatura, de la historia, de la filosofía, de la poesía, han dinamitado todo lo que uno creía saber sin lugar a duda, salvo que uno se haya blindado  y solo lea libros que refuerzan lo que uno cree y haya eludido totalmente todo lo que lo cuestione. Es posible leer solo cosas unidireccionales, estética, política y socialmente homogéneas. Personalmente, cuando era marxista leninista a mis veintipocos años, militaba en un partido de férreas convicciones, pero yo en la sombra, clandestinamente, sin que se enteraran mis ásperos responsables políticos, leía libros de historia troskista y cristianos, los que eran nuestros enemigos más encarnizados a batir. Leer fuera de mis lindes ha sido una de mis vocaciones. Pero eso no es universal. 

 

Y por otra parte, no sé si esto es muy conocido, uno puede sentir como plausibles tesis aparentemente contradictorias. Uno puede estar con el corazón en un lado y con la cabeza en el otro. Como el “corazón loco” de la canción. Uno puede amparar dentro de su arco mental posiciones divergentes que para otros serían motivo de una guerra civil a garrotazos goyescos.  Uno puede estar simultáneamente en los dos lados de las barricadas, y esto ha dejado de ser un problema para mí. A veces me dan ganas de bailar un tango con mis fantasmas enemigos. Políticamente se puede estar con A, pero también con B, y a la vez con C, en parte, y a la vez no estar con ninguno. Y eso bloquea el voto que lo convierte en blanco. Por otro lado, los núcleos inflexibles que se exponen a través de la palabra me llevan a desconfiar profundamente. Creo que me gustan las personas que pueden estar en varios sitios a la vez, se los siente más divertidos, como gatos, animal que nunca aburre. Se pueden comprender los motivos de A y simultáneamente, entender que B es lo mejor aunque no sea popular. Pero ser incapaz de decidir, como la princesa del cuento. 


No puedo hablar más claro y a la vez creo que he oscurecido el debate. 

miércoles, 5 de agosto de 2020

El vacío moral de la posguerra (1914-1918)


Suelo leer bastante sobre la crisis de fin de siglo en la transición del XIX al XX y el impacto de la Gran Guerra del 1914-1918 sobre las conciencias occidentales, pero hasta ahora no había sido consciente del estremecedor vacío moral que se abrió tras la contienda especialmente terrible en que millones de hombres murieron absurdamente hundidos en trincheras pudriéndose e infectándoseles los pies, en medio de hedor, cadáveres descuartizados y excrementos. Nada de lo que había tenido sentido antes de la guerra, lo tuvo después. Todas las certezas sociales, espirituales, científicas, filosóficas y morales se hundieron. Los llamados felices años veinte fueron una etapa de transición llena de angustia y a la vez de euforia, tras la guerra y una terrorífica gripe en la que murieron de cincuenta a cien millones de personas. Europa estaba llena de tullidos e inválidos que, tras la guerra, se vieron sumidos en la mendicidad y nadie estaba dispuesto a escuchar sus historias. Molestaban recordando lo que nadie quería recordar. 

En el mundo anterior a la guerra había un orden social y moral, cuestionado por la modernidad, pero parecía ser un mundo estable y seguro, próspero. Tras la guerra, se disolvió esa estabilidad y se cuestionó la racionalidad que había hecho que millones y millones de hombres murieran sin sentido alguno. Nietzsche, el filósofo antirracional, iluminaba ese mundo desolado, y el historiador Oswald Spengler con su archifamosa La decadencia de occidente interpretaba que occidente estaba en una fase de agonía como civilización, y que era necesario un cesarismo que insuflara algo de sentido a los hombres infectados por la democracia americana y británica. Pugnaban un ansia de orden y moralidad con la sensación embriagadora de libertad racial, sexual, moral y humana. El fascismo y el comunismo eran ideas de orden que rechazaban la degeneración en que estaba sumida la civilización. Pronto chocarían dramáticamente.

Y la música de esa debacle moral fue el jazz, un ritmo negro que se adueñó del mundo expandiéndose desde los Estados Unidos y las comunidades negras. Se bailaban bailes sensuales en los antros donde se bebía alcohol, en plena Ley seca de los años veinte. Ese impulso de moralidad que supuso la prohibición del alcohol consiguió totalmente lo contrario. La sociedad americana bailaba y bebía contraviniendo la ley, nunca el orden había sido tan cuestionado.

El arte de este tiempo es el DADÁ que es el antiarte como grito absurdo contra la civilización racional y el arte tradicional. Surgió en Zurich en Suiza, en plena conflagración bélica. Y se extendió tras la guerra a otros países como Francia y Estados Unidos. Por todo occidente.

Cuatro imperios habían caído: la Rusia zarista, el imperio Austrohúngaro, el Otomano y Alemania. Surgieron nuevas nacionalidades y nuevos países que crearon un nuevo equilibrio sumamente inestable en Europa. Hay historiadores que piensan que la primera y la segunda guerra mundial es la misma guerra en dos fases con un espacio de tiempo entre ellas.

Las ondas de la guerra y sus consecuencias derribaron cualquier tipo de certeza, los hombres de este tiempo perdieron sus coordenadas. Incluso a nivel científico, surgió la física cuántica con Heisenberg y su principio de indeterminación en el mundo subatómico que contraviene totalmente la física newtoniana. Y claro, Einstein y su teoría de la relatividad. Hubble, el astrónomo, descubre que la Vía Láctea no es la única galaxia en el universo, y confirma que es una más entre millones de otras galaxias. El ser humano se queda sin asideros científicos para considerarse una especie singular en el universo.

Kafka, que muere en 1924, dio vida a universos inquietantes y absurdos en que el hombre es víctima de una atroz falta de sentido. Las máquinas parecen dominar el mundo y el ser humano es un simple pelele frente a ellas.

Pienso que nosotros, hijos de la Segunda Guerra mundial y sus consecuencias, hemos vivido un mundo bastante estable en Europa durante setenta años. Para entender lo que significó a nivel humano, político y social la Gran Guerra, habría que imaginarse que viviéramos ahora un conflicto bélico terrorífico en Europa en que murieran decenas de millones de personas, que nos golpearan pandemias devastadoras, que la Unión Europea saltara por los aires y desapareciera, que los nuevos nacionalismos estallasen violentamente, y que el dinero y los ahorros dejaran de tener valor, devorados por la inflación y una crisis económica brutal en una Europa en ruinas. Algo así vivieron pero peor nuestros ancestros tras una guerra que empezó festivamente en un agosto de 1914 de euforia en que se pensaba que la guerra sería una fiesta para resaltar la dimensión masculina y heroica de los combatientes frente a una civilización débil y acomodada.

domingo, 26 de abril de 2020

La polarización política


Estoy leyendo el interesantísimo ensayo de Jared Diamond, Crisis, que analiza el comportamiento de una serie de países ante terribles crisis que les han sucedido en su historia. Estoy aprendiendo mucho con los análisis de Jared Diamond, pero quería centrarme en un solo aspecto que él comenta sobre Estados Unidos y que apunta a la creciente polarización política que divide y enfrenta a los norteamericanos de modo que se han convertido en bloques políticos entre los que no puede haber ya ningún contacto ni pacto, crucialmente necesarios para la vida política. Así desde la presidencia de Obama la confrontación entre los demócratas y republicanos ha sido total y sin matices y esto ha permeado a la sociedad, o la sociedad ha fomentado tal choque brutal entre perspectivas que se han hecho ferozmente antitéticas. Leía también en un extraordinario ensayo, Blanco, de Bret Easton Ellis que en los últimos años es imposible cualquier tipo de encuentro entre votantes de Trump y sus enemigos liberales que lo odian visceralmente como alguien absolutamente despreciable. Él contravenía esta forma de ver las cosas y tenía amigos pro Trump y otros que lo detestaban. Bret daba cuenta de esta incompatibilidad que tenía que ver más con el odio furioso al que piensa diferente. Y cada ciudadano se informa mediante medios afines y las redes sociales como Facebook o Twitter donde se excluye a cualquiera que no piense igual. Es un fenómeno universal que ha venido junto al declive absoluto de la prensa generalista escrita y el auge de medios de información totalmente sesgados favorables a las propias opiniones. Así uno se informa estrictamente en voces que dicen lo que se quiere oír y leer. Y que, de paso, fomentan una confrontación radical con otros puntos de vista que se excluyen y se bloquean, de modo que el conocimiento de otras sensibilidades es totalmente imposible.  

En España vivimos también esta confrontación, no sé si como reflejo de la norteamericana o formando parte de los nuevos tiempos. En la última década se han desarrollado polos de ideología política que han venido a quebrar la tendencia al pacto y al diálogo constitucional aun entre puntos de vista divergentes. Se ha denostado ferozmente la Transición, un periodo en que posturas muy diferentes fueron capaces de llegar al pacto y al diálogo en la idea de que en España cabían todos los españoles y esto quería decir que cabían los franquistas también en la nueva conformación política, que aceptaban la democracia y asumían convivir con el resto y la pluralidad de opciones políticas. En los pactos de la Transición no se excluyó a nadie, fueron eso, pactos y de ahí la grandeza de un Suárez. Sin embargo, ahora las diferentes opciones políticas abren abismos entre sus concepciones y las de los demás. Lo vemos en la política pueril y denigrante de gallos encrespados en el Congreso, en el día a día en la prensa digital brutalmente sectaria. Se reprochó, tal vez con razón, el bipartidismo del PPSOE, pero ahora ha surgido un pentapartido, al que se añaden los nacionalistas excluyentes, incapaces de dialogar y que hablan con voces tan radicales y tajantes que es imposible cualquier visión compartida de un país que tiene problemas que deberían ser enfrentados comunitariamente. De la crisis de 2008 surgió un volcán político que abrió el camino al independentismo catalán en su vertiente más incompatible con el resto de España a la que virtualmente se odia de un modo africano. También surgió Podemos como versión que negaba todo nuestro pasado político reciente, y el otro más alejado, como profundamente corrupto y sucio. Se declaraba incompatible con buena parte de lo que es España mediante un enfoque que contradecía la idea de que en España cabemos todos. Y frente al nacionalismo catalán excluyente y al revolucionarismo anticonstitucional de Podemos, ha surgido VOX, que dinamita en sus presupuestos también nuestro entramado constitucional y el estado de las autonomías. Es significativo que los extremos se alimentan mutuamente y llevan la vida política a un estado de crispación y odio que se extiende a muchísimos ciudadanos que odian, sí, odian, lo que es fruto de su propia acción política como reacción.

Lejos queda un camino de Santiago en 1993 en que pasé diez días caminando con un peregrino veinte años mayor que yo que era del PP. Yo entonces era votante socialista. Fueron días entrañables en que estuvimos riéndonos con gracia de muchas cosas que surgían ante nosotros en el Camino por tierras de Castilla y León, pero también de la política y nuestras propias percepciones. Hoy sería imposible porque todo lleva a la citada polarización y odio que hacen incompatibles las diferencias políticas. Y el resultado de dicha falta de empatía lleva a conclusiones que en nuestra historia no han sido muy afortunadas ni edificantes.

Y hago una predicción sombría sobre nuestro futuro inmediato, tras la crisis del coronavirus, que abrirá una crisis económica más terrible que la de 2008. Si de aquella surgió un agudo conflicto entre visiones diferentes, acompañado de mucho sufrimiento social y humano, esta vez va a ser peor, mucho peor, porque las piezas de la confrontación política amenazan con dinamitar todo lo que nos queda de edificio constitucional, y eso es muy peligroso. Tenemos experiencia sobrada. 

viernes, 17 de abril de 2020

La actitud española frente a las crisis


Si algo distingue la historia española frente a sus crisis es una falta de inteligencia práctica y política inconmensurable. Se ha dicho que somos pasionales y en una tesitura que requiere sangre fría saltamos henchidos de sangre para arremeter con el garrote al otro, sin darnos cuenta que eso significa nuestra destrucción también. Hace tres días fue el aniversario de la república de 1931, pensé en escribir algo, pero no me decidí. Dicha república fue un fracaso colectivo de la clase política y del temperamento del pueblo español. No se supieron resolver los conflictos agudísimos con inteligencia y sensatez. Y el resultado fue el que fue. El franquismo fue una forma oprobiosa de resolución de dichos conflictos. Todos lamentamos que nuestra inteligencia colectiva, especialmente la de la izquierda, no pudiera ofrecer nada más. La república pone de manifiesto el fracaso de la izquierda por más que ahora se escandalice ante esta idea con mohínes de monja novicia y se proclame inocente. ¿Se imaginan habernos ahorrado el franquismo y tener una república sensata y moderada que hubiera sabido reconciliarse con su historia? Con espanto, veo que todo conduce otra vez al mismo planteamiento. Lucha a muerte con garrotes. El pueblo español o su sociedad o su clase política (y en ella incluyo a la catalana y a la vasca, profundamente irracionales y viscerales en sus modos de actuar) son tan destructivos que nos abocan siempre a lo mismo: a volver a empezar para repetir inexorablemente siempre los mismos argumentos. Debe ser una cuestión de carácter. Pienso que no tiene solución. Somos un pueblo absolutamente estúpido. 

miércoles, 15 de abril de 2020

España y los españoles


La actual crisis sanitaria y la que ya está a la puerta, la económica, que será mucho más dura que la de 2008 y nos dejará con más de cinco millones de parados como estimaciones bajas, no está sirviendo para que nos unamos ante la desdicha y reaccionar frente a ella. No. Está sirviendo para que nos odiemos unos a otros con más saña de la habitual. Hunos contra Hotros, como habría escrito Unamuno. La profesión de español lleva implícita en gran parte el odio al otro. En la tuitosfera, en las discusiones y arengas políticas abundan los razonamientos miserables. Hubiera sido difícil reaccionar mejor ante la pandemia sin levantar una marea incontenible de animadversión popular y política. Y los recortes en la sanidad, tal vez inevitables por la terrible crisis que nos golpeó –cualquier gobierno hubiera hecho lo mismo porque no quedaba otro remedio-, no han sido la causa de que no hubiera miles y miles de respiradores o más UCIS, o más tests útiles para determinar la enfermedad. Pienso que los que gobiernan hacen lo que pueden dentro de unos dificilísimos parámetros. No envidio a Pedro Sánchez, aunque no sienta simpatía por él. Luego está la bilis negra española que es autodestructiva como la historia de los dos envidiosos y Júpiter. Mejor quedarse tuerto para que el otro se quede ciego. País.

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