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miércoles, 29 de julio de 2020

Un título que moleste lo menos posible para no incomodar al personal


Estos días mi hija, que estudia enfermería, lee un libro que le regalé, Cuando el final se acerca, de Katryn Mannix del que hablé en mi blog hace un tiempo. Es una reflexión fascinante sobre la muerte que leí y pensé que interesaría a mi hija. La muerte es el último territorio absolutamente desconocido. Nos relacionamos con ella con tópicos, con distancia, con horror, pero siempre intentándola desencializar intentando que moleste lo mínimo, que sea un trámite lo menos latoso posible. Cuando alguien está a punto de morir se elude con él cualquier referencia a la muerte, a pesar de que sea inexorable. Hablar de la muerte es de mal gusto. El que muere, lo hace en una ficción en que no puede hablar de lo que realmente pasa por dentro de él en el momento más trascendental de su vida. Es pura hipocresía. El presente, la edad contemporánea no tiene fundamentos para enfrentarse a la muerte. Es un absurdo, doloroso y raro, ante lo que solo puede mostrarse elipsis y silencio. No hay nadie más abandonado y fastidioso que un moribundo cuando está a punto de realizar la transición más fundamental de la vida, equivalente al nacimiento. Pero en el nacimiento todos parecen alborozados de que llegue alguien al mundo; no es lo mismo cuando se va. Es el silencio, es el vacío, es el abandono absoluto.

Estos días he pensado en la posibilidad de rechazar la sedación ante mi muerte, sea cuando sea. He buscado en internet el tema “rechazo de la sedación ante la muerte” en múltiples maneras y no he encontrado nada, absolutamente nada. Puede que alguien quiera vivir el momento de la muerte con lucidez y en situación no sedada. Es algo que a nadie parece habérsele pasado por la cabeza. Se habla del derecho a una muerte digna a la no prolongación de la vida artificialmente, algo que entiendo y asumo, pero no se habla de alguien que decida no ser sedado. Esto es algo que deciden los médicos y la familia “que no quiere ver sufrir al moribundo”. La muerte es algo programable que no debe causar demasiada conmoción en la familia, debe ser algo suave dentro del dolor que supone. La muerte debe ser un proceso que no cause mayores sentimientos dolorosos que los previsibles en la familia. Todos quieren que el moribundo se muera lo antes posible sin sufrir demasiado. La agonía puede ser fuente de malestar y sentimientos encontrados. Es como el hecho de parir que se suele hacer con la inyección epidural para evitar el sufrimiento del parto natural. Pero hay países en que muchas mujeres, pudiendo elegir la epidural, escogen el parto natural. ¿Qué pasa si uno, elige vivir en primera línea su muerte natural? Es decir, vivir la agonía en estado puro. Puede parecer algo absurdo y los que me lean sientan que es una atrocidad vivir la muerte en directo con plena conciencia de ella con el dolor que supone en algunos casos.

Comenté en caso con mi mujer y vi que mostraba un gesto de horror ante la posibilidad de que manifestara mi voluntad de no ser sedado en mi muerte. Parece que el moribundo debe estar pensando más bien en el bienestar de sus familiares y los sanitarios que le atienden que en su propio proceso de cambio de dimensión. Ya digo que en internet no existe ningún resultado ante esta cuestión. La muerte se programa para que sea lo menos molesta posible y en 36 horas puede estar todo ya pasado. ¿Cómo va a afrontarse una agonía dolorosa y molesta que puede durar demasiado?

La muerte es un misterio que es sistemáticamente desacralizado y destrascendentalizado. El funeral es generalmente el medio de expresar la creencia absoluta de que no hay nada más allá de la muerte pese a la monótona voz cansina del cura que celebra un funeral tras otro, confundiendo a veces los nombres. La muerte es un rito cansino. La gente tiene claro lo del muerto al hoyo y el vivo al bollo. No hay que quebrar esa búsqueda de la tranquilidad de la propia familia ni del equipo médico. Lejos quedan los funerales africanos en que el muerto recibe durante días el homenaje de su familia y amigos, que bailan y comen en unas ceremonias coloristas y abigarradas que reconfortan al muerto en su viaje.

Hay que morir molestando lo menos posible al personal, esa es mi conclusión.

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