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jueves, 13 de agosto de 2020

El imperio de lo efímero y el superhombre

 

Estoy leyendo El imperio de lo efímero de Gilles Lipovetsky y me encuentro en el prólogo una defensa argumentada de lo que significa, en las sociedades occidentales, la moda cuya frivolidad y superficialidad nos llevan al escepticismo y la tolerancia, a la defensa de los valores humanos y a vacunarnos contra el fanatismo y los proyectos antidemocráticos. Sin embargo, la moda ha recibido el desdén absoluto desde puntos de vista intelectuales que la ven como ese mundo frívolo e insustancial que nos hace insoportablemente superficiales. Es curioso este desdén intelectual respecto a algo que impone su imperio sobre todas las sociedades salvo las tradicionales y las primitivas donde no existe la moda. Y es que la moda es el signo más palpable de la modernidad frente a la tradición y el conservadurismo. La moda nos hace cambiar y transformarnos, alejados de valores densos y profundos que tan caros han resultado históricamente.

La lectura de este libro viene después de otro titulado La fractura (1918-1938) sobre la posguerra tras la Gran guerra del 1914 a la espera de una nueva conflagración bélica en 1939. Retengo un capítulo entre muchos interesantísimos. Me refiero el que aborda la idea de superhombre que triunfó a partir de la filosofía nietzscheana, y que fue tan mal entendido cuando en su origen tenía más que ver con una idea budista y no un ser superior que se erigiría sobre el resto de hombres. Curiosamente, la idea de superhombre gravitó sobre la primera parte del siglo XX y la asumieron diversas corrientes de pensamiento y políticas. Comunismo y fascismo y en especial el nazismo quisieron construir socialmente un hombre nuevo, que representaría el futuro de la humanidad depurada mediante la eugenesia de elementos débiles o deficientes, y que llevó en el nazismo –y no solo el nazismo- a la esterilización de seres considerados inferiores por su raza o sus condiciones humanas. También los nazis eliminaron físicamente a hombres y mujeres considerados indignos de vivir. Pero esta idea de la eugenesia era defendida por numerosos líderes políticos y científicos democráticos, estuvo muy en boga en los comienzos de siglo para perfeccionar la raza. Famosos pensadores la defendieron algo que hoy nos parece increíble.

Así que no es extraño que los totalitarismos quisieran construir socialmente a un hombre nuevo. De ahí la búsqueda de la pureza frente a la depravación de la república de Weimar, la defensa de la vuelta a la naturaleza frente al consumo de drogas, sexo o alcohol, el nudismo tan extendido entre comunidades que defendían la armonía del hombre con la naturaleza frente a la artificialidad de la sociedad. Este nuevo hombre, criado en el nazismo, como prototipo social y genético era el ideal colectivo de la sociedad. Debía tener unas características raciales inequívocas en cuanto a color de los ojos, del cabello, su musculatura, su armonía física. Recordemos la película El triunfo de la voluntad de Lenni Riefensthal. Pero el comunismo también quería construir un nuevo hombre soviético que encarnara física e mentalmente la nueva era; hay numerosas estatuas que representan al homo sovieticus, epítome de fuerza, coraje, sentido colectivo, sacrificio, valentía que son un modelo social y simbólico de lo que pretendían. Ambas son profecías llenas de densidad y profundidad que hacen referencia a la pureza frente a la decadencia occidental tan desdeñada por nazis y soviéticos. Así su desprecio por el arte degenerado fruto de la modernidad. El ser humano debía ser un homo social en función de un proyecto total y debía abandonar su individualidad para estar al servicio del Volk en el caso del nazismo o del pueblo en el caso del imperio soviético y el comunismo.

Estos ideales hoy nos resultan lejanos y peligrosos. Hemos abrazado el relativismo, la tolerancia, la democracia, la aceptación de diferentes tipos humanos sin que haya superiores o inferiores, no creemos en una superraza ni esperamos ya al superhombre nietzscheano.

Ahí tenemos la frivolidad de la moda, tan alejada de modelos profundos y totalitarios, absolutamente individualista, especializada en la seducción y en la superficialidad. Todo es seducción para la moda, sus modelos son asimismo dictados por mentes creadoras para realizar un tipo de mujer y de hombre adaptados a estéticas cambiantes en que no hay nada inquebrantable, todo es esencialmente efímero e impermanente, como nuestra vida. Sin embargo, la moda es despreciada por los que ansían valores fuertes, modelos humanos más consistentes, compromisos más sólidos, que buscan hombres y mujeres menos frívolos, mas solidarios... 

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