Estoy leyendo El imperio de lo efímero de Gilles
Lipovetsky y me encuentro en el prólogo una defensa argumentada de lo que
significa, en las sociedades occidentales, la moda cuya frivolidad y
superficialidad nos llevan al escepticismo y la tolerancia, a la defensa de los
valores humanos y a vacunarnos contra el fanatismo y los proyectos
antidemocráticos. Sin embargo, la moda ha recibido el desdén absoluto desde
puntos de vista intelectuales que la ven como ese mundo frívolo e insustancial
que nos hace insoportablemente superficiales. Es curioso este desdén
intelectual respecto a algo que impone su imperio sobre todas las sociedades
salvo las tradicionales y las primitivas donde no existe la moda. Y es que la
moda es el signo más palpable de la modernidad frente a la tradición y el
conservadurismo. La moda nos hace cambiar y transformarnos, alejados de valores
densos y profundos que tan caros han resultado históricamente.
La lectura de este libro
viene después de otro titulado La fractura (1918-1938) sobre la posguerra tras
la Gran guerra del 1914 a la espera de una nueva conflagración bélica en 1939.
Retengo un capítulo entre muchos interesantísimos. Me refiero el que aborda la
idea de superhombre que triunfó a partir de la filosofía nietzscheana, y que
fue tan mal entendido cuando en su origen tenía más que ver con una idea
budista y no un ser superior que se erigiría sobre el resto de hombres.
Curiosamente, la idea de superhombre gravitó sobre la primera parte del siglo
XX y la asumieron diversas corrientes de pensamiento y políticas. Comunismo y
fascismo y en especial el nazismo quisieron construir socialmente un hombre nuevo, que representaría el
futuro de la humanidad depurada mediante la eugenesia de elementos débiles o
deficientes, y que llevó en el nazismo –y no solo el nazismo- a la
esterilización de seres considerados inferiores por su raza o sus condiciones humanas.
También los nazis eliminaron físicamente a hombres y mujeres considerados
indignos de vivir. Pero esta idea de la eugenesia era defendida por numerosos
líderes políticos y científicos democráticos, estuvo muy en boga en los
comienzos de siglo para perfeccionar la raza. Famosos pensadores la defendieron
algo que hoy nos parece increíble.
Así que no es extraño que
los totalitarismos quisieran construir socialmente a un hombre nuevo. De ahí la
búsqueda de la pureza frente a la depravación de la república de Weimar, la
defensa de la vuelta a la naturaleza frente al consumo de drogas, sexo o alcohol, el
nudismo tan extendido entre comunidades que defendían la armonía del hombre con
la naturaleza frente a la artificialidad de la sociedad. Este nuevo hombre,
criado en el nazismo, como prototipo social y genético era el ideal colectivo
de la sociedad. Debía tener unas características raciales inequívocas en cuanto
a color de los ojos, del cabello, su musculatura, su armonía física. Recordemos
la película El triunfo de la voluntad de Lenni Riefensthal. Pero el comunismo
también quería construir un nuevo hombre soviético que encarnara física e
mentalmente la nueva era; hay numerosas estatuas que representan al homo
sovieticus, epítome de fuerza, coraje, sentido colectivo, sacrificio, valentía que son un
modelo social y simbólico de lo que pretendían. Ambas son profecías llenas de
densidad y profundidad que hacen referencia a la pureza frente a la decadencia
occidental tan desdeñada por nazis y soviéticos. Así su desprecio por el arte degenerado
fruto de la modernidad. El ser humano debía ser un homo social en función de un
proyecto total y debía abandonar su individualidad para estar al servicio del
Volk en el caso del nazismo o del pueblo en el caso del imperio soviético y el comunismo.
Estos ideales hoy nos
resultan lejanos y peligrosos. Hemos abrazado el relativismo, la tolerancia, la
democracia, la aceptación de diferentes tipos humanos sin que haya superiores o
inferiores, no creemos en una superraza ni esperamos ya al superhombre
nietzscheano.
Ahí tenemos la frivolidad
de la moda, tan alejada de modelos profundos y totalitarios, absolutamente
individualista, especializada en la seducción y en la superficialidad. Todo es
seducción para la moda, sus modelos son asimismo dictados por mentes creadoras
para realizar un tipo de mujer y de hombre adaptados a estéticas cambiantes en
que no hay nada inquebrantable, todo es esencialmente efímero e impermanente,
como nuestra vida. Sin embargo, la moda es despreciada por los que ansían
valores fuertes, modelos humanos más consistentes, compromisos más sólidos, que
buscan hombres y mujeres menos frívolos, mas solidarios...