Páginas vistas desde Diciembre de 2005




miércoles, 5 de agosto de 2020

El vacío moral de la posguerra (1914-1918)


Suelo leer bastante sobre la crisis de fin de siglo en la transición del XIX al XX y el impacto de la Gran Guerra del 1914-1918 sobre las conciencias occidentales, pero hasta ahora no había sido consciente del estremecedor vacío moral que se abrió tras la contienda especialmente terrible en que millones de hombres murieron absurdamente hundidos en trincheras pudriéndose e infectándoseles los pies, en medio de hedor, cadáveres descuartizados y excrementos. Nada de lo que había tenido sentido antes de la guerra, lo tuvo después. Todas las certezas sociales, espirituales, científicas, filosóficas y morales se hundieron. Los llamados felices años veinte fueron una etapa de transición llena de angustia y a la vez de euforia, tras la guerra y una terrorífica gripe en la que murieron de cincuenta a cien millones de personas. Europa estaba llena de tullidos e inválidos que, tras la guerra, se vieron sumidos en la mendicidad y nadie estaba dispuesto a escuchar sus historias. Molestaban recordando lo que nadie quería recordar. 

En el mundo anterior a la guerra había un orden social y moral, cuestionado por la modernidad, pero parecía ser un mundo estable y seguro, próspero. Tras la guerra, se disolvió esa estabilidad y se cuestionó la racionalidad que había hecho que millones y millones de hombres murieran sin sentido alguno. Nietzsche, el filósofo antirracional, iluminaba ese mundo desolado, y el historiador Oswald Spengler con su archifamosa La decadencia de occidente interpretaba que occidente estaba en una fase de agonía como civilización, y que era necesario un cesarismo que insuflara algo de sentido a los hombres infectados por la democracia americana y británica. Pugnaban un ansia de orden y moralidad con la sensación embriagadora de libertad racial, sexual, moral y humana. El fascismo y el comunismo eran ideas de orden que rechazaban la degeneración en que estaba sumida la civilización. Pronto chocarían dramáticamente.

Y la música de esa debacle moral fue el jazz, un ritmo negro que se adueñó del mundo expandiéndose desde los Estados Unidos y las comunidades negras. Se bailaban bailes sensuales en los antros donde se bebía alcohol, en plena Ley seca de los años veinte. Ese impulso de moralidad que supuso la prohibición del alcohol consiguió totalmente lo contrario. La sociedad americana bailaba y bebía contraviniendo la ley, nunca el orden había sido tan cuestionado.

El arte de este tiempo es el DADÁ que es el antiarte como grito absurdo contra la civilización racional y el arte tradicional. Surgió en Zurich en Suiza, en plena conflagración bélica. Y se extendió tras la guerra a otros países como Francia y Estados Unidos. Por todo occidente.

Cuatro imperios habían caído: la Rusia zarista, el imperio Austrohúngaro, el Otomano y Alemania. Surgieron nuevas nacionalidades y nuevos países que crearon un nuevo equilibrio sumamente inestable en Europa. Hay historiadores que piensan que la primera y la segunda guerra mundial es la misma guerra en dos fases con un espacio de tiempo entre ellas.

Las ondas de la guerra y sus consecuencias derribaron cualquier tipo de certeza, los hombres de este tiempo perdieron sus coordenadas. Incluso a nivel científico, surgió la física cuántica con Heisenberg y su principio de indeterminación en el mundo subatómico que contraviene totalmente la física newtoniana. Y claro, Einstein y su teoría de la relatividad. Hubble, el astrónomo, descubre que la Vía Láctea no es la única galaxia en el universo, y confirma que es una más entre millones de otras galaxias. El ser humano se queda sin asideros científicos para considerarse una especie singular en el universo.

Kafka, que muere en 1924, dio vida a universos inquietantes y absurdos en que el hombre es víctima de una atroz falta de sentido. Las máquinas parecen dominar el mundo y el ser humano es un simple pelele frente a ellas.

Pienso que nosotros, hijos de la Segunda Guerra mundial y sus consecuencias, hemos vivido un mundo bastante estable en Europa durante setenta años. Para entender lo que significó a nivel humano, político y social la Gran Guerra, habría que imaginarse que viviéramos ahora un conflicto bélico terrorífico en Europa en que murieran decenas de millones de personas, que nos golpearan pandemias devastadoras, que la Unión Europea saltara por los aires y desapareciera, que los nuevos nacionalismos estallasen violentamente, y que el dinero y los ahorros dejaran de tener valor, devorados por la inflación y una crisis económica brutal en una Europa en ruinas. Algo así vivieron pero peor nuestros ancestros tras una guerra que empezó festivamente en un agosto de 1914 de euforia en que se pensaba que la guerra sería una fiesta para resaltar la dimensión masculina y heroica de los combatientes frente a una civilización débil y acomodada.

sábado, 1 de agosto de 2020

La felicidad interior bruta

He visto un programa de TV2, que un blog amigo ha enlazado, sobre Bhutan, el país que mide su grado de desarrollo por su Felicidad interior bruta en lugar del Producto interior bruto. Me ha parecido un prodigio la realidad interna de este pequeño país aislado en el Himalaya, aunque no deja de estar expuesto a graves peligros por la política de modernización de sus dos últimos reyes que abrieron el país a la televisión y a internet, y actualmente se está redactando una constitución a la medida del país inspirándose en cincuenta constituciones del mundo, para crear un sistema democrático con partidos. La modernización está suponiendo la entrada de imágenes e ideas a través de los cuarenta y cinco canales de televisión que tiene este país de setecientos cincuenta mil habitantes. Y con la televisión e internet penetran ideas, pulsiones e imágenes como el consumismo y un determinado tipo de erotismo y de perfil de lo que es una mujer deseable que no es la tradicional madre fuerte del mundo rural. Bhutan está apostando por el camino de en medio entrando en la globalización y pretendiendo conservar su filosofía de vida enraizada en la naturaleza y en la esencia del budismo mahayana en que es esencial dominar el deseo como fuente de insatisfacción y dolor.

El deseo y las emociones negativas son la causa de la infelicidad humana y no tanto las relativas carencias materiales. El mayor bienestar económico no se traduce en un crecimiento de la felicidad. Lo vemos en los países más desarrollados y ricos. Cuando hay suficiente y exceso entonces se tiene miedo a perder. Ciertamente, la pobreza tampoco engendra felicidad, pero la filosofía de vida de occidente gravita sobre la insatisfacción, en estimular el deseo de lo que no tenemos –recibo continuamente llamadas y mensajes insistentes para concederme créditos para mis proyectos personales-. Vivimos programados para la insatisfacción con la propia vida, con el propio cuerpo, con nuestra realidad. Todo nos estimula a querer ir más allá, el deseo no cesa, es inherente a nuestro modo de vida ambicioso e insatisfecho.

Sin embargo, nos dicen, sin deseo no hay progreso económico, disminuye el consumo, las empresas cierran, millones y millones de puestos de trabajo peligran. No se fabrican coches,  no hay turismo, cierran hoteles y restaurantes y tiendas de moda.

Nuestro mundo está montado a partir del deseo que es incentivado para que no nos quedemos con lo que tenemos. No hay nada que me produzca más tristeza que el comercio de la carne en Instagram donde centenares de miles de jovencitas imitan poses sexys para ser deseables y recibir miles y miles de likes y piropos, en una sociedad donde se han condenado los piropos por parte de los albañiles en las calles. El deseo de agradar es el más humillante de los pecados modernos. Deseo de poseer y de agradar son nuestros males contemporáneos. Nuestro mundo funciona así y cuando hablamos de decrecimiento, nadie sabe exactamente en qué consiste, pues si no hay crecimiento, aumenta el paro y se paraliza la economía como hemos podido ver durante el confinamiento del Covid 19.

Siento una profunda simpatía por Bhutan y espero que logre transitar ese camino de en medio tan difícil. Espero que no caigan en nuestros modelos y logren seguir siendo una sociedad rural que, una vez resueltas sus necesidades materiales en un grado sencillo, no anhelen otros modelos de vida no basados en la felicidad interior bruta. Para ello, deberían controlar totalmente el turismo: el turismo masivo a un país que puede ponerse de moda por el mito que supone llegaría a destruir la esencia de ese equilibrio tan precario entre la felicidad interior y la globalización.

miércoles, 29 de julio de 2020

Un título que moleste lo menos posible para no incomodar al personal


Estos días mi hija, que estudia enfermería, lee un libro que le regalé, Cuando el final se acerca, de Katryn Mannix del que hablé en mi blog hace un tiempo. Es una reflexión fascinante sobre la muerte que leí y pensé que interesaría a mi hija. La muerte es el último territorio absolutamente desconocido. Nos relacionamos con ella con tópicos, con distancia, con horror, pero siempre intentándola desencializar intentando que moleste lo mínimo, que sea un trámite lo menos latoso posible. Cuando alguien está a punto de morir se elude con él cualquier referencia a la muerte, a pesar de que sea inexorable. Hablar de la muerte es de mal gusto. El que muere, lo hace en una ficción en que no puede hablar de lo que realmente pasa por dentro de él en el momento más trascendental de su vida. Es pura hipocresía. El presente, la edad contemporánea no tiene fundamentos para enfrentarse a la muerte. Es un absurdo, doloroso y raro, ante lo que solo puede mostrarse elipsis y silencio. No hay nadie más abandonado y fastidioso que un moribundo cuando está a punto de realizar la transición más fundamental de la vida, equivalente al nacimiento. Pero en el nacimiento todos parecen alborozados de que llegue alguien al mundo; no es lo mismo cuando se va. Es el silencio, es el vacío, es el abandono absoluto.

Estos días he pensado en la posibilidad de rechazar la sedación ante mi muerte, sea cuando sea. He buscado en internet el tema “rechazo de la sedación ante la muerte” en múltiples maneras y no he encontrado nada, absolutamente nada. Puede que alguien quiera vivir el momento de la muerte con lucidez y en situación no sedada. Es algo que a nadie parece habérsele pasado por la cabeza. Se habla del derecho a una muerte digna a la no prolongación de la vida artificialmente, algo que entiendo y asumo, pero no se habla de alguien que decida no ser sedado. Esto es algo que deciden los médicos y la familia “que no quiere ver sufrir al moribundo”. La muerte es algo programable que no debe causar demasiada conmoción en la familia, debe ser algo suave dentro del dolor que supone. La muerte debe ser un proceso que no cause mayores sentimientos dolorosos que los previsibles en la familia. Todos quieren que el moribundo se muera lo antes posible sin sufrir demasiado. La agonía puede ser fuente de malestar y sentimientos encontrados. Es como el hecho de parir que se suele hacer con la inyección epidural para evitar el sufrimiento del parto natural. Pero hay países en que muchas mujeres, pudiendo elegir la epidural, escogen el parto natural. ¿Qué pasa si uno, elige vivir en primera línea su muerte natural? Es decir, vivir la agonía en estado puro. Puede parecer algo absurdo y los que me lean sientan que es una atrocidad vivir la muerte en directo con plena conciencia de ella con el dolor que supone en algunos casos.

Comenté en caso con mi mujer y vi que mostraba un gesto de horror ante la posibilidad de que manifestara mi voluntad de no ser sedado en mi muerte. Parece que el moribundo debe estar pensando más bien en el bienestar de sus familiares y los sanitarios que le atienden que en su propio proceso de cambio de dimensión. Ya digo que en internet no existe ningún resultado ante esta cuestión. La muerte se programa para que sea lo menos molesta posible y en 36 horas puede estar todo ya pasado. ¿Cómo va a afrontarse una agonía dolorosa y molesta que puede durar demasiado?

La muerte es un misterio que es sistemáticamente desacralizado y destrascendentalizado. El funeral es generalmente el medio de expresar la creencia absoluta de que no hay nada más allá de la muerte pese a la monótona voz cansina del cura que celebra un funeral tras otro, confundiendo a veces los nombres. La muerte es un rito cansino. La gente tiene claro lo del muerto al hoyo y el vivo al bollo. No hay que quebrar esa búsqueda de la tranquilidad de la propia familia ni del equipo médico. Lejos quedan los funerales africanos en que el muerto recibe durante días el homenaje de su familia y amigos, que bailan y comen en unas ceremonias coloristas y abigarradas que reconfortan al muerto en su viaje.

Hay que morir molestando lo menos posible al personal, esa es mi conclusión.

Selección de entradas en el blog