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lunes, 22 de abril de 2019

Un dia de primavera


Una franja frágil bajo el cielo, el mar, plomizo, verde, turbio… Grandes olas, rompientes, llegan a este pueblo, que fue marinero, en una sinfonía monótona y gris. El paseo Marítimo, multitudes que desfilan hacia aquí o hacia allá, en un día de semana santa borrascosa como si fuera una ciudad del norte. Robin toma una cerveza en la terraza de un bar de chinos, frente al oleaje turbulento que mira una y otra vez mientras lee una novela americana de Richard Stern. De pronto, llega una familia y Robin la mira con curiosidad. Son tres, los padres y un hijo disminuido, al que antes llamaban “tonto”, que va en silla de ruedas y exhibe una risa nerviosa, turbadora, abriendo la boca y franqueando sus dientes amarillentos, a la vez que va dando lacerantes bramidos. Robin mira a sus padres, ya avanzada la sesentena, exhaustos y deteriorados. Llevan de una correa una perrita yorkshire con un ancho collar que pone Moschino. La impresión de ver a esta familia no puede ser más sorprendente para Robin, que los observa con discreción. 

El padre se ha sentado en la terraza exterior y enciende un cigarrillo y se pone a mirar obsesivamente el móvil con un gesto de absoluto abatimiento. Pide un cortado que le trae el diligente camarero chino. Pelo tupido pero totalmente encanecido, rostro cansado. Es alto y parece consumido, su envejecimiento prematuro no deja lugar a dudas de la crueldad de su vida. La perrita, tumbada, a veces se levanta y mira atentamente con negros ojos, increíblemente vivos y encendidos como tizones. La madre ha entrado dentro con el muchacho que tendrá unos treinta años. Ella está todavía más cansada y cenicienta. Se queda sentada con su hijo que aúlla, agudos lamentos que resuenan en el interior del bar. El aspecto de ella es descuidado, ni una gota de maquillaje en su arrugado rostro, ropa ajada, mal combinada… Come impúdica cacahuetes que dan con la consumición. El niño-hombre grita luego llamando  papáaaaa, papáaaaa, papáaaaa, arrastrando la última a. El hombre en la terraza hace caso omiso y sigue trasteando con el móvil y fumando su marlboro que se va consumiendo. La perrita mira al interior reconociendo a su otro amo. Imagina Robin a estos padres íntimamente destruidos pensando en el futuro de su hijo, al que no saben cuánto tiempo más podrán cuidar. La vida no puede haber sido más cruel con ellos. El hombre en un momento se levanta, paga y se va hacia la playa y mira absorto el mar, como si quisiera huir hacia algún otro horizonte. El niño aúlla papáaaaaa, papáaaaa, papáaaa… 

La madre, con los ojos semiabiertos, recuerda el sueño de madrugada en que ella, joven, poco más allá de la adolescencia, era esbelta y hermosa; evoca un día azul y luminoso en que llevaba un vestido amarillo de gasa, sin sujetador, y se le insinuaban los pezones en su piel morena. También estaba en la playa, y recuerda ese día en que su pelo oscuro ondeaba, mecido por al aire de la mañana, en aquella playa de Ibiza cuando era hippy, rabiosamente joven… y adoraba a Pink Floyd cuando tomaba LSD en la arena al atardecer. Ha soñado con ello y ha sido feliz… Son días que, transfigurados, retornan algunas noches en que sueña con el deseo y la juventud. Se sonríe y respira hondo. Vuelve aquí y mira a su hijo que es inconsciente de todo pero siente todo, incluido el cansancio atormentado y la tristeza de sus padres cuando lo visten, lo lavan o lo sacan a pasear… 

El padre vuelve, ha resistido el impulso de escapar, y va hacia su hijo y su mujer. Empuña la silla y la avanza hacia la puerta. Ambos se ponen en movimiento y se dirigen al paseo con su perrita y la silla con el muchacho que parece sonreír con una mueca grotesca, mostrando todos sus dientes glaucos. El hombre empuja la silla entre la multitud, ella pone su mano sobre la de él con ternura, y siguen adelante, en un día gris y ventoso. Poco después se pierden entre el gentío. 

martes, 16 de abril de 2019

Los Desastres de la guerra


Me gustan los bares –sostiene mi amigo-. Los bares son espacios donde se descubre la vida en estado natural. El aprendiz de cuentista puede escuchar conversaciones que lo inspiren, y lo mejor –opina Robin- es que los camareros, sean dueños o empleados son una fauna sumamente interesante a la que le gusta tejer complicidades con los clientes, algo que no se da en otras situaciones. Robin se hace amigo de los camareros cuando va a leer literatura densa mientras se toma una cerveza fresquita. Sabe que hay puritanos que nunca van a los bares, son los mismos que nunca han estado con una puta o nunca han viajado solos. Tal vez mezcla todo –le digo-. Sin embargo, él insiste en que buena parte de la historia de la literatura se ha escrito en los cafés, en las tabernas, en los bares donde se une en feliz mezcolanza una algarabía de jugadores de máquinas de azar, bebedores de vodka y proxenetas de la palabra vertida en mil y una conversaciones ociosas que tienen o no tienen interés pero representan la situación de la patria, el pueblo  o –si quieren ustedes- la sociedad más jugosa para interpretarla literariamente. Alguien que no vaya de bares tendrá que sacar todo de su magín o de otros libros y será necesariamente artificial y solipsista. Pero está Azorín -le digo a Robin- que cuando llegaba a un pueblo en lugar de ir al casino se iba a la biblioteca para interpretar la vida íntima del mismo. Bah, me contesta Robin, entre Azorín y Jack London, me quedo con el segundo.

Hoy Robin se ha tomado dos vinos blancos –malísimos, por cierto-y ha prestado atención a dos conversaciones a su alrededor mientras leía un ensayo vigoroso sobre Goya de Tzvetan Todorov que considera a Goya el pintor más revolucionario de los últimos doscientos años. Su sordera le abrió mundos interiores oscuros y nocturnos de prodigiosa violencia e intensamente visionarios. Es tan grande la altura de Goya que palidecen muchos otros artistas a su lado. El mismo Picasso es un simple diletante con su cuadro –bien cobrado a la república- que llamó oportunistamente  Guernika. La serie de los Desastres de la guerra de Goya es tan prodigiosa que el Guernika es un juego de niños. Goya ocultó su serie de los Desastres porque mostraba un mundo existencialmente poseído por la violencia fueran franceses o patriotas, igualmente sanguinarios. De los más lúcidos ideales surgen las abyecciones más oscuras. Ya lo escribió en uno de sus CaprichosEl sueño de la razón produce monstruos. La razón, el bien, cuando duerme crea monstruos que surgen irracionalmente de la mente. Goya cartografió su mundo interior, y sacó los monstruos de su mente, especialmente en sus Caprichos, en los Desastres de la guerra y en las sorprendentes Pinturas negras que pintó en las paredes de la Quinta del Sordo y que abandonó cuando se fue de la casa. Es como si Leonardo y Miguel Ángel, en la apoteosis de su obra, la hubieran pintado en los muros de una casa que posteriormente abandonaran sin darle importancia.

Robin bebe una segunda copa de vino y se embebe en el ensayo de Todorov, oyendo las conversaciones de los clientes y del mismo dueño. Hoy está solo y ha de pasar el día en plan ocioso tras las proezas de los días anteriores. Robin es víctima de las voces interiores que le recuerdan los monstruos de Goya. Nunca lo ha hablado conmigo pero yo lo sé. Su paisaje interior es un poblado de ruinas y desolación. Robin nunca escribe pero si lo hiciera sería notable, pienso yo que lo considero fríamente y solo soy un amigo lateral que lo observa tomar vino blanco malo en la terraza de un bar leyendo a Todorov.

¿Ves? No ha pasado nada y yo he escrito unas torpes líneas que hablan de Robin y de muchas otras cosas, como si estuviera dentro de su cerebro. A vuestra salud.

lunes, 8 de abril de 2019

La sierra del Garraf (Cuento metafísico)


Christian teme a la primavera, siempre le llega como un tajo traicionero que lo sume en el desconcierto y la tristeza. Solo cuando llega agosto, varios meses después, logra remontar para pasar el otoño y el invierno en un relativo bienestar anímico. Pero la primavera es también la época de sus caminatas por la sierra del Garraf, un territorio que él considera metafísico por su austeridad y su sobriedad telúrica.

A los lectores de estos cuentos urbanos les interesará saber que Christian hizo ayer una travesía por la sierra del Garraf. Probablemente sea la vigésima que hace a razón de dos o tres por año. Recupero su monólogo interior cuando estaba yendo por el corazón de la sierra por un terreno escarpado y pedregoso, vertebrado por carrascas, lentiscos, palmitos y carrizos, y oyendo los graznidos de águilas perdiceras o milanos negros y de los pájaros endémicos de este territorio como abubillas  palomas torcaces, colirrojos o urracas, frente al mar en la lejanía prodigiosamente azul como una línea trazada con exactitud. Christian entonces se encuentra consigo mismo en esa dureza y ascetismo que se comunica tan bien con su alma de hombre sometido a las contradicciones violentas de su vida interior:

“Cada paso es un paso más, miro el cielo cargado de nubes dramáticas y amenazadoras que se pegan a los riscos más altos. ¿Lloverá? Percibo la vida como árida pero aquí me siento acompañado y mis manías y obsesiones se ven alejadas por el profundo cansancio que siento en mis piernas que a veces me dan dolorosos calambres. Ando y andar es meditar. No hay nadie por este recorrido en que cada paso es necesariamente preciso. No quiero ni pensar lo que sería torcerme un tobillo en estos parajes deshabitados. Esto es auténtica poesía, desprovista de hojarasca retórica y de fácil sensualidad, aquí es todo esencial y liminar, como un prólogo a algo que me hace sentir bien. Aquí la tristeza que me es connatural se ilumina con esta luz sesgada en la sequedad de la tierra y la presencia del mar y del sol. Este es el paisaje que mejor me revela y en el que el dolor es un compañero extraordinario de travesía. Todo se ha alejado de mí, todo lo cotidiano, mis pensamientos obsesivos, y solo queda el placer de caminar pisando firmemente en los pedruscos martirizantes del camino. Me identifico con este paisaje puro e ingrávido en que no hay nada superfluo. Caminar me hace bien, caminar es el sentido de mi vida, nadie entiende por qué hago este trayecto una y otra vez en lugar de ensayar otros recorridos. Leí en Thomas Bernhard que ver un solo cuadro durante treinta años en un museo de Viena, El hombre de la barba blanca de Tintoretto, es una observación infinitamente más profunda que recorrer museos y museos con escasa detención. Cada libro, cada paisaje, cada cuadro, encierran, cuando son primordiales, todos los secretos del universo. Yo camino por un sendero hollado una y otra vez y siempre me es diferente. Yo he cambiado, me he transformado, estoy en permanente estado de mudanza, pero esta sierra a la que me aferro parece ser siempre la misma. Esto me hace amarla, es como una burbuja de misterio cósmico conocida solo por mí y que espero seguir recorriendo bastantes años. Camino y sufro de dolores y calambres, pero mis pasos son inequívocos y firmes. Encuentro exactitud, poesía elemental en estas piedras, en esta vegetación adaptada a la aridez, en los chillidos o trinos de los pájaros, en el mar, en la cruz de La Morella que queda ahí arriba y donde se ve algún grupo de personas. El camino sigue maravillosamente lírico y yo lo recorro como la piel de un cuerpo amado cuando la costumbre no te lo ha hecho demasiado conocido y es salvaje como esto. El caminante se hace uno con la senda y ningún pensamiento ordinario me aflige. Cada paso es un hito revelador de mí mismo. No puedo dejar de sentir impresiones luminosas y fuertes sensaciones, un estado no alegre pero sí ligero, apegado a mi piel como un tegumento en que está excluido lo fantástico porque aquí no hay fantasía, hay crudo realismo poético, maravillosa desnudez…

Este es el corazón de la sierra y el mío propio en una caminata que tiene un prólogo terrible por mi desentrenamiento de meses y meses, una llegada a un pueblo, cuya rambla arde en vida ciudadana, y del que me evado rápidamente para seguir camino hacia la altura, hacia la poesía. Este centro de la caminata me lleva aproximadamente una hora y media, pero es donde me hallo a mí mismo, luego hay un final de tres horas más hasta llegar a mi destino. Un total de diez horas caminando, sufriendo rampas en mis piernas para llegar a esta parte central donde mi alma se acompasa con el universo y soy desoladoramente feliz de existir y de haber llegado una vez más aquí…”

Al final de la caminata llovió intensamente y Christian se caló pese al chubasquero que se puso. Llegó a Sitges totalmente mojado y entró en un bar frente a la estación donde se bebió un par de cervezas sereno y satisfecho. Es el bienestar inenarrable que siente tras un esfuerzo físico extenuante. Un grupo de excursionistas ingleses llegan al bar y se ponen en la barra. Una de las mujeres lleva con la correa un perro negro al que Christian observa y advierte su absoluta sumisión y mansedumbre esclava mientras su ama toma algo. Christian lo mira atentamente. El camino lo hace observador y sus ojos se hacen águilas para contemplar lo que lo rodea.

En el tren, de vuelta, escucha a dos mujeres hablando de las diferencias de una con sus hermanas tras la muerte de su madre. Al parecer dos de las hermanas abandonaron a la madre, y la que se ocupó de ella le compró el ataúd más caro, más de dos mil euros por joderlas, además de informarse jurídicamente sobre si podía utilizar como administradora el importe del piso de la madre para adquirir un panteón para poner a su madre y a su padre en lugar de un nicho en el tercer o cuarto nivel.

Los acantilados afilados pasan a su derecha, entre túnel y túnel; el mar, esa criatura inverosímil, acaricia los cantiles del Garraf marino. Pronto empiezan las pintadas que invaden la zona urbana, miles de grafitis con tags y dibujos de cómic crean una atmósfera contracultural que llena paredes, túneles, fábricas, muros y arcos que dan al lecho de algún río…

Pero Christian todavía está allí, en el centro de la sierra, atado a ella por un prodigioso ensalmo que se desvanece cuando su metro llega por fin a su casa, en su barrio.

Ya tiene ganas de volver.

miércoles, 3 de abril de 2019

El Jarama y Rafael Sánchez Ferlosio



Ha muerto Rafael Sánchez Ferlosio, uno de mis autores más estimados y que más admiro, a pesar de él mismo y su evolución. Pocas novelas me han conmovido tanto como El Jarama (1955) que he leído en tres ocasiones y no descarto volver a leer. Para mí, además de ser un exponente de la narrativa neorrealista en que una serie de personajes tejen diálogos carentes de interés, cotidianos, representativos de su cultura y clase social en un día pasado en las orillas del río Jarama, es una novela que califico de obra maestra. Algún crítico ha llamado a esta escuela, “de la berza” por narrar la inanidad de un día de fin de semana y las palabras registradas a modo de magnetófono de unos muchachos a los que no sucede nada en especial. Los diálogos por lo que he leído fueron tejidos por los recuerdos de la mili de Rafael Sánchez Ferlosio en que los reclutas y soldados conversan en intercambios repletos de lugares comunes. Sin embargo, al final pasa algo que cambia totalmente el sentido del día, pero lo más relevante para mí y lo que me fascina son las escenas en el garito donde suenan aires flamencos, y algunos protagonistas, que no se han enterado de lo que ha pasado en el río, bailan sobre la mesa, totalmente poseídos por el efecto de la grifa y la narración se convierte en un ejemplo de realismo mágico paralelamente a una luna llena enorme y roja que se eleva sobre el horizonte. Realmente mágico y misterioso. 

Esta novela fue elegida para selectividad en el antiguo COU y fue un fracaso estrepitoso. Mis alumnos se rebelaron y mostraron su aversión por una novela tan aparentemente inane como esta, en que parecía no pasar nada. Por más que yo me esforcé en intentarles convencer que en la novela se pasa del neorrealismo al realismo mágico, algo que no he visto nunca comentado por ningún crítico, fue inútil. 

Pero Ferlosio rechazó esta novela como infame y renunció a ella. Y está claro que renunció al estilo de la misma, leído treinta años después El testimonio de Yarfoz que ambientado en un mundo ucrónico a mí me dejó totalmente descolocado y no me llegué a sentir cómodo dentro de la narración. Las historias fantásticas en mundos totalmente alejados de la cotidianidad me gustan cuando me las cuenta Tolkien o Ursula K. Leguin, pero ese español exquisito, ya totalmente transformado por un trabajo de estilo tendente al barroco y la hipotaxis, me resultó todo lo contrario que El Jarama, carente de interés. Pero muchos críticos alabaron como una obra singular y distinguida esta novela de proyectos hidráulicos que poco tenía que ver con la realidad histórica. 

Leo mucho después su Campo de retamas donde aparecen sus famosos pecios, artefactos reflexivos, articulados mediante largas frases subordinadas que ostentan un uso preciosista y oscuro del lenguaje. Lo he intentado leer en dos ocasiones y lo he dejado. Reconozco que hay un trabajo reflexivo a contracorriente, basado en una cosmovisión realmente original y única –Ferlosio es único, es cierto-. Pero sus pecios, una vez traspasado el ejercicio de estilo oscuro y enrevesado, no me parecen más que expresión de manías personales sobre la cultura, el poder, los lugares comunes, la españolidad, etc. Algo así como si alguien se dedica a elaborar un pensamiento complicado e ingenioso para expresar algo que se puede decir de un modo mucho más sencillo. Muchos me parecen ya anticuados respecto a nuestra realidad. Me divierte su anarquismo militante respecto al poder y su crítica acerada a los valores castizos de lo español, sus puntos de vista singulares sobre la literatura y algunos autores. Admiro el personaje que está detrás, ese hombre de gesto adusto, que parece que a nivel personal era encantador, su elaboración reflexiva hecha a cincel mediante el estilo, depurado de cualquier tono popular o tópico. Lo interesante, en tal caso, es el ejercicio estilístico debelador de los lugares comunes y la topicidad mediante un ejercicio de minería oscuro y brillante que extrae del lenguaje sus tensiones subterráneas. Lo entiendo, pero me aburre. Ahora soy yo quien se aburre con sus pecios. Hay alguno que me hace gracia, tras la traslación de un estilo fusco a una revelación más explícita, pero la mayor parte de las veces lo que encuentro detrás me produce la impresión ¿y todo era esto? Está claro que lo esencial de este autor no son tanto las ideas, muy particulares eso sí, sino el tratamiento estilístico que las construye. 

No obstante, mi admiración por él es inequívoca. Me atrae su personaje de carácter sombrío y malhumorado, oscuro y a contracorriente. Creo que era el personaje lo que más me gustaba, siento profundamente su ausencia, pero yo volveré a leer El Jarama las veces que me dé la gana. Parece que su historia literaria está hecha contra esta obra de la que no quería ni hablar, como si no fuera suya. 

miércoles, 27 de marzo de 2019

Los peligros de Europa



En los dos últimos años he viajado por Europa visitando ciudades que no conocía siguiendo la interpretación de Georges Steiner de Europa como casa común en su libro Europa que había leído hace años. Ha sido mi descubrimiento, todavía parcial, de la idea de Europa. Para Steiner, Europa es un café donde se escribe poesía, se conspira y filosofa; el paisaje es caminable, es una geografía hecha a medida de los pies; sus plazas llevan nombres de grandes estadistas, científicos y escritores del pasado, algo que no es común en América; desciende simultáneamente de Atenas y Jerusalem, de la razón y la fe, que desembocó en la democracia y la sociedad laica y la que produjo los místicos y la espiritualidad, pero también la censura y el dogma; por último, lo más inquietante es la pervivencia de los odios étnicos, el chovinismo nacionalista, y la resurrección del antisemitismo. Y como elemento común, actualmente, es la uniformización como consecuencia de la globalización. 

Mi conciencia de viajero europeo en solitario me ha permitido constatar dicha uniformización que hace que Cracovia o Praga, que Viena o Lisboa, que Budapest o Berlín, que Dublín o Rennes, que Estocolmo o Amsterdam, que Reykiavik o Vilnius, que San Petersburgo o Madrid, por poner unos pocos ejemplos, tiendan a asimilarse en sus tiendas, en sus paisajes humanos caracterizados por el turismo masivo, las mismas franquicias en todos los sitios, el estilo de la moda, el modo de comportarse las personas cada vez más similar, la prisa… Pero maravilla de maravillas, Europa es un continente de plazas, de cafés, de mercados, de fiestas ciudadanas, de barrios antiguos de estructura medieval o neoclásica, de ríos… que producen, una vez traspasada la evidente homogeneización, una visión más profunda de cada ciudad o país. Me he sentido a gusto, superada la realidad de ser un turista más dentro de una avalancha masiva. En casi todos los países en que estado he necesitado ayuda, y siempre ha surgido alguien que se ha interesado por mí y me ha ayudado, apoyo humano que he agradecido profundamente y que me ha hecho sentir una mayor sintonía con el país que visitaba.

Un tema insoslayable en toda Europa es la cuestión judía. Europa era un continente en que convivían millones de judíos desde siglos atrás. El antisemitismo, desatado por el nazismo y las complicidades en cada país llevaron casi a la desaparición de la población judía. En España nos hemos olvidado de este tema pues los judíos fueron expulsados a finales del siglo XV. En muchas ciudades quedan juderías medievales cuyos restos nos evocan a una Sepharad que dejó de existir para nuestra desgracia. Pero en Europa la presencia judía era significativa o muy importante. En casi cada país que he visitado, salvo Irlanda, el tema judío ha sido esencial. Recuerdo mi paseo por Budapest por las orillas del Danubio cuando descubrí el muelle de los zapatos desde que dos decenas de miles de judíos fueron tiroteados y arrojados al caudal del Danubio. O mi visita en Paneriae, a las afueras de Vilnius (Lituaniai), el bosque donde fueron asesinados casi cien mil judíos con la complicidad de nacionalistas lituanos. O en el gueto de Cracovia o el cementerio judío de Praga y ya no decir Berlín. Europa antes de la segunda guerra Mundial acogía a grandes poblaciones judías que se habían asimilado a las culturas nacionales, hasta que se desató el pogromo mayor de la historia. Esto me produce una gran desolación porque veo que el antisemitismo, sea en Francia o en Polonia, en Hungría o Lituania –o en España-, sigue vivo pese a las palabras oficiales. Mis viajes por Europa me han llevado a descubrir ,como dice Steiner, que los viejos odios antisemitas han tomado de nuevo auge en la cultura europea, igual que los nacionalismos xenófobos y supremacistas adquieren carta de naturaleza disfrazándose de lenguajes progresistas. Nadie dice que “soy nacionalista xenófobo” o “soy antisemita” pero lo son en formulaciones más ajustadas políticamente.

Viajen por Europa, inténtenla descubrir como territorio compartido, como cultura de raíces cristianas comunes (y semitas y musulmanas también). Cuanto más conozco Europa más me siento ciudadano europeo y siento el desdén que desde los distintos nacionalismos se lanza contra la idea europea.

Estoy seguro de que viajar no hace necesariamente a las personas más abiertas, ni tengo nada claro que el leer haga más generosos a los lectores, ni creo que el deporte una a la gente de los distintos países… pero son elementos que pueden ser una ayuda para que los europeos nos sintamos en un continente compartido, de Atenas a Estocolmo, de Dublín a Sofía –mi próximo destino viajero-, de San Petersburgo a Lisboa… Soy europeo, y siento orgullo de que mis hijas se educaran en una escuela que lleva por lema “escuela europea”. No escuela española o catalana, no, “escuela europea”. Esa es mi identidad junto a ciudadano del mundo. 

viernes, 22 de marzo de 2019

La experiencia del viaje




He viajado bastante en los dos últimos años con el llamado turismo "low cost" que permite que en cualquier época del año verdaderos aluviones de turistas lleguen casi a cualquier parte del mundo, especialmente si son ciudades o lugares considerados “in”. Las ciudades europeas están llenas de turistas, sea Praga, Budapest, Madrid, Cracovia, Estocolmo, Lisboa, Dublín, Amsterdam, Viena o Berlín, y da igual que sea invierno –menos, claro- que en primavera o verano que es el acabose. Y los turistas hacen fotos, claro, en cualquier circunstancia y en cualquier lugar, sea de la comida, sea de cualquier vista o perspectiva típica. Es lo normal, pero no lo es tanto cuando ves a jóvenes y no tan jóvenes hacerse fotos divertidas, provocativas, en lugares que merecerían un profundo respeto. Vi a turistas hacerse fotos chachis en el memorial de las víctimas del Holocausto en Berlín, o en el mismísimo campo de exterminio de Auschwitz posando como si se estuviera en una situación muy apta para ser comunicada por las redes sociales, porque, claro, luego estas fotos se difunden en redes sociales sin lugar a dudas. “Fíjate dónde estoy” y añado que haciendo el ganso. Un viaje se retransmite por Instagram donde se cuelgan fotos en actitudes entre el buen humor y el regocijo. “Fíjate qué bien me lo estoy pasando”.  

La experiencia del viaje se trivializa en virtud del turismo masivo. Cualquier lugar que tenga fama es invadido por masas y masas de turistas que harán interminables selfies en cualquier circunstancia y todos sus amigos verán la crónica del viaje en Instagram recibiendo entusiastas likes y comentarios que ofenderían a cualquiera preocupado por la inteligencia colectiva.

Cabría reflexionar sobre la idea misma del viaje, del viajar, que en un tiempo se consideró como una experiencia con atisbos de profundidad. Si Lord Byron volviera... 

viernes, 15 de marzo de 2019

Mi padre y yo


Mi padre a veces me llevaba en coche. Él prefería los Renault y tuvo primero un 4-4 y posteriormente un gordini. Yo me subía pacientemente con él y me sometía a su monólogo que versaba muchas veces sobre el funcionamiento del motor de explosión de dos o cuatro cilindros. Él era un enamorado de la técnica, de la aeronáutica y de la historia de la segunda guerra mundial, libros que leía en largas noches de soledad con la luz encendida. Desde entonces yo detesto dormir con luz de un modo casi patológico. El caso es que el discurso de mi padre me aburría profundamente. Su delectación en el motor de explosión recibía mi más absoluta indiferencia. Nunca me interesó lo más mínimo. Él opinaba además que la literatura era anacrónica. 

Yo estudié literatura. He dedicado mi vida a la literatura, no como creador porque no he tenido la capacidad necesaria pero sí a su enseñanza y a mi experiencia como lector. Puedo decir que la literatura que mi padre entendía como anacrónica ha dado sentido a mi vida. Yo soy esencialmente literatura, a pesar de que mi padre cuando me veía leer, intentaba disuadirme y me decía que lo que tenía que hacer era irme a la discoteca. 

Ahora muchos años después recuerdo que llevaba a mi hija en el coche a los entrenamientos de básquet y le hablaba con pasión de libros como los que habían escrito Kafka o J.D. Salinger pensando que podrían ser relevantes en su experiencia. Mi hija me aguantaba y parecía seguirme la corriente, pero hacía como yo como cuando mi padre me hablaba de los motores de explosión. No le interesaba para nada. No es lectora en absoluto. En casa hay miles y miles de libros que ella desconoce. Nada de lo que soy yo le interesa lo más mínimo. 

Puedo entender la desolación de mi padre en su monólogo sobre el motor de explosión y mi indiferencia. Siempre fui refractario a todo aquello que él me dijera.

Muchos años después sigo enfermo de literatura, pero cada vez me encuentro más similar a mi padre en muchos aspectos. No me interesa el tema de la técnica o el terrible motor de explosión pero sí la historia cuyos libros de los que nunca él me habló, ocupan un lugar muy importante en mis intereses. 

Sé que tener hijos es asumir un conflicto decisivo. No envidio a los que deciden no tenerlos. Su vida es menos arriesgada, más cómoda. 

¿Habrá algo que quede en mi hija con el paso del tiempo?

domingo, 10 de marzo de 2019

El eterno retorno


Estos días estoy embebido en la lectura de una biografía de Nietzsche que se titula Soy Dinamita de Sue Prideaux. Tengo la intuición de que uno llega a los lugares y a los libros no solo por azar sino por alguna lógica enigmática pero necesaria. En Nietzsche hay muchas ideas de una potencia abrasadora, pero hoy quiero traer una que me ha cautivado y que me ha hecho pensar mucho en estos días. Esto que voy a escribir son unas torpes notas al respecto. La noción sobre la que voy a reflexionar es la del eterno retorno nietzscheano que no es la misma que plantea Mircea Eliade en su El mito del eterno retorno que aborda el pensamiento primitivo y su vuelta continua a los arquetipos fundacionales en el origen. No. El eterno retorno en la concepción de Nietzsche me lleva a considerar cada instante vivido como eterno, en una cadena ininterrumpida de instantes que van del pasado al futuro o del futuro al pasado, anudándose y no siendo contradictorios. El instante es la vía de entrada a la eternidad, es un punto dinámico y no estático, es puro devenir, es ser. No hay una concepción del tiempo cíclico como planteó el pensamiento del Antiguo Egipto, los pitagóricos, en parte Platón o el pensamiento oriental. El retorno que propone Nietzsche no es eterno porque se repita cíclicamente, es eterno porque siempre es el mismo. Cada instante está configurado por acontecimientos dinámicos y en ellos están implícitos el resto de acontecimientos del mundo, los pasados y los venideros. 

Esta es una visión antimística y antimetafísica. El ser humano no necesita enajenarse. Es una filosofía que otorga al cotidiano devenir lo que se ha vinculado con lo divino: la eternidad, y da origen a un hombre nuevo (Übermensch) que no requiere el consuelo de religión alguna ni supedita la vida a una realidad suprasensible, pero tampoco aboca hacia el nihilismo, en una especie de camino hacia la nada. Es una suerte de mística laica expresada en un lenguaje simbólico y poético en el libro Así habló Zaratustra en su sección “De la visión y el enigma”

Fijémonos en un instante cualquier del tiempo, sea el del presente o en un punto del pasado. Pensemos en un instante terriblemente doloroso en nuestra historia vital. Un punto abismal de nuestra infancia donde tuvo lugar el juego entre el ser y el no ser. No hay acontecimiento que nos haya hecho sufrir más. Está ahí, anudado por la cadena del tiempo al pasado y al futuro que es ahora. No se ha ido, nada se va. Es presente continuamente, como es presente todo lo que existe. Volvemos a él y nos sentimos dentro de su dinamismo que sigue existiendo anudado a la cadena del tiempo, en un fluir incesante. Aquel momento, aquellos sentimientos tuvieron una dimensión cenital, tanto que sus vibraciones siguen estando presentes en el ahora. Pero nosotros ahora lo vemos, lo revivimos, porque es un instante eterno, y lo amamos porque está anudado a nosotros, forma parte de nosotros, era necesario, es nuestro eterno retorno que nos hace concebir la vida desde una perspectiva divina, es la mirada de un dios que participa de la eternidad. Cuando tomamos conciencia de esto, es como el pastor al que se le metió una serpiente en la boca que lo devoraba por dentro, y Zaratustra le gritó que mordiera, y el pastor mordió y arrancó la cabeza a la serpiente y se liberó. Nos vamos y dejamos de ser el hombre moribundo y nos sobreponemos al miedo. Nada perece, no hay ni paraísos ni infiernos de futuro. Cada instante es perenne y retorna constantemente. El ser humano se libera del miedo y ama su vida que tiene la misma textura que la de los dioses, ama cada instante de su vida y está preparado para morir igual que para vivir. 

Creo que hay muchas personas que intuyen esto y viven con dimensión profunda el devenir de los días en los que no existe la banalidad o el sinsentido. Todo ocupa su lugar en la cadena del tiempo. Es cierto el poder del ahora como defiende Eckhart Tolle: el ahora es la clave en la arquitectura del ser, pero no necesitamos liberarnos del pasado o distanciarnos de la angustia del futuro. Todo está anudado. Cada instante que sucedió desencadenó el conjunto de acontecimientos venideros. Cada instante encierra todo el pasado y todo el futuro. El instante es eterno, debe haber existido ya, y para siempre. Ha ocurrido y ocurrirá, será eternamente. Solo nos queda amar profundamente nuestra vida en todo su devenir. Asumirla heroicamente como una cadena de instantes necesarios y luminosos –u oscuros- que perviven y a los que el eterno retorno nos lleva a percibir su coherencia íntima.

No hay camino hacia la nada. El Übermensch participa de la dimensión divina y nada es casual, todo es necesario. Probablemente no habrá salvación metafísica, pero habremos ascendido la montaña que nos lleva al conocimiento y ahí tenemos nuestra salvación y nuestra asunción del ser, el nuestro, tal vez no muy alejado de los otros seres que nos observan desde la distancia. Tal vez con desconfianza, con hastío o con profunda simpatía. 

(Para el que quiera profundizar en el concepto del eterno retorno le propongo un enlace a la página de filosofía de Begoña Gil Gómez, El eterno retorno, en la que en buena parte me he basado para introducirme en esta idea fascinante que he hecho mía). 

viernes, 1 de marzo de 2019

El hermoso espectáculo de morir


La muerte, el proceso de morir, en estos tiempos es inaceptable, no para el moribundo que está haciendo su trabajo sino para los familiares y el cuerpo médico en los hospitales. Morir es un espectáculo desagradable y feo, y nos distrae de nuestra vida cotidiana, así que lo más adecuado es acelerar el proceso, igual que se aceleran los partos para ajustarlos a las jornadas laborales de los ginecólogos, comadronas y enfermeras. 

Estas reflexiones me han venido por la conversación con una amiga y la muerte de su suegro. Cuando me envió un guasap diciéndome que el hombre estaba agónico, y tratado con morfina, yo pensé que qué momento más cenital en la vida de un ser humano. Un momento hermoso, a pesar del dolor que pueda haber y que es controlado por la morfina. Tiene que ser un tiempo de excepción y luminoso prepararse para lo que nos hemos debido de estar preparando toda nuestra vida. El camino al no ser, pasar al misterioso otro lado del que nadie ha vuelto. 

He leído recientemente el libro Cuando el final se acerca, escrito por la doctora Kathryn Mannix, acompañante vocacional de moribundos en una unidad del dolor, que ha cambiado mi perspectiva acerca de la muerte. Kathryn Mannix reflexiona que ha acompañado a miles de personas en el proceso de morir a lo largo de más de treinta años y que considera que tiene la profesión más hermosa del mundo. Morir es un proceso en que el organismo y la mente se están preparando, y los seres humanos, según la doctora, se hacen más bellos. Morir no es traumático, es el final de un proceso en que la respiración va evolucionando y cambiando hasta que se extingue y deja de existir. Entonces, es lo normal, se ha producido la muerte. Acompañar a moribundos, enfermos de cáncer u otras enfermedades irremisibles le ha hecho tener un punto de vista filosófico acerca de la muerte como un proceso bello y necesario al que el ser humano se va acercando progresivamente. Probablemente hay muchos estados de ensoñación en que la conciencia se va diluyendo y va viajando. Puede que haya abundantes sueños eróticos, de viajes, de evocación de la propia vida en que el moribundo va preparándose. 

Pero esta es la perspectiva de los que van a morir. La de los familiares es la de querer que acabe lo antes posible para no ver sufrir más al enfermo, algo que les parece inadmisible: por un lado, hay un encarnizamiento terapéutico en situaciones ya irreversibles provocando la sobrevivencia del enfermo cuando tal vez ya debería haber muerto por un proceso natural, pero por otro lado, se quiere que todo acabe rápidamente… El estado previo a la muerte resulta desagradable y feo, cuando debería ser abordado con naturalidad y paciencia, no tener ni prisa ni querer que viva a costa de lo que sea. Contemplar la muerte del modo más natural posible, viéndola como algo profundamente humano y filosófico, como algo tan normal como el nacimiento, como la vida misma, como la primavera. No tener prisa. Dejar los tiempos al enfermo, no acelerar su proceso ni ralentizarlo. Dejarlo estar. Quizás una música agradable, y tranquilidad en la habitación. Pero si todos están tensos, no soportando el espectáculo por su crueldad, inaguantable para una visión burguesa que niega la muerte como algo escandaloso, se produce una tensión que necesariamente llega al moribundo. Haría falta mucha inteligencia emocional y una preparación existencial para la muerte –y sentido del humor incluido-. Pero prepararnos para la muerte es algo que no nos gusta. Nos creemos eternos y no pensamos en eso que nos llegará, que llegará a nuestros seres queridos… Preferimos pensar en otras cosas que nos hagan eludir la realidad de esa cita ineludible que tendremos y cuando llega no estamos preparados. 

Habría que hacer cursillos sobre la muerte como se hacen de preparación al parto. En otras culturas que consideramos “primitivas” hay un aprendizaje social de la muerte que no se oculta como aquí. Y morir dura el tiempo que haga falta, y se muere en casa y se vela al cadáver el tiempo que sea necesario en medio de enormes fiestas. No se llena la muerte de un componente macabro que expresa un fracaso absoluto, un sinsentido y un hecho casi bochornoso que hay que pasar en poco más de dos días, incluida esa costumbre terrible de los velatorios en los tanatorios. Hay que volver rápidamente a la vida cotidiana desembarazándonos de ese espectáculo que es por completo incomprendido y esquivado. En todo caso quedan ya en el tanatorio veinte minutos de elogios al muerto, una pieza o dos clásicas, y ya nada. Volver a la vida cotidiana tras ese paréntesis odioso que es sentirnos frágiles –pero la muerte es algo que siempre sucede a los otros, no a nosotros.  

Me temo que no entendemos para nada la muerte. Es un proceso triste más que por el fallecido y su proceso por la incultura absoluta de la sociedad contemporánea ante la muerte. 

sábado, 23 de febrero de 2019

El intercambio (Antonio y Manuel)


Soy consciente de la fecha que es hoy –ochenta aniversario de la muerte de Antonio Machado en Collioure en el exilio tras la guerra civil- y soy un admirador rendido de su primera poesía, la que constituyen los libros Soledades, galerías y otros poemas y Campos de Castilla. He visitado Collioure en tres ocasiones y en una de ellas mis hijas recitaron versos de su Retrato ante su tumba, y en otra ocasión mis alumnos leyeron también poemas suyos con una bandera republicana que llevé y puse sobre su lápida. No tendría que justificarme pero comienzo haciéndolo porque lo que voy a decir es, por lo menos, sorprendente. Voy a hablar de dos almas gemelas, Antonio y Manuel Machado, que se llevaban un año aproximadamente. Manuel nació en 1874 y Antonio un año más tarde. Ambos vivieron en el palacio de las Dueñas en Sevilla y se educaron en la progresista Institución Libre de la Enseñanza en Madrid, dirigida por Francisco Giner de lor Ríos. Ambos fueron a París a final de siglo y conocieron a Rubén Darío. Manuel estudió Filosofía y Letras, algo que Antonio haría posteriormente ayudado por Miguel de Unamuno. Ambos escribieron poesía simbolista. Manuel publicó su espléndido Alma en 1907, el mismo año que Antonio Machado publicó Soledades, galerías y otros poemas.  Les dividió en cierta manera la vida al casarse Antonio con Leonor y morir esta en 1912. Antonio fue destinado a Baeza tras la muerte de Leonor para huir de la terrible tristeza que sentía. Allí comenzó a estudiar Filosofía y Letras. Manuel y Antonio colaboraron en varias obras dramáticas como coautores con cierto éxito. Antonio, ya en Madrid, tras su destino en Segovia, se entusiasmó con la República y participó en las Misiones pedagógicas, igual que su hermano Manuel que colaboró con la Asociación de amigos de la Unión Soviética. En la obra, La Lola se va a los puertos (1929), José Antonio Primo de Rivera, futuro fundador de Falange, elogió a ambos poetas el día de su estreno en Madrid. Manuel y Antonio eran uña y carne, íntimamente unidos en el terreno personal y literario.

Sin embargo, hubo algo que, por obra del azar, les separó. El Alzamiento Nacional les sorprendió en ciudades distintas. A Antonio en Madrid y a Manuel en Burgos donde estaba el 18 de julio de 1936. Antonio fue erigido como ejemplo de poeta cívico republicano comprometido con el pueblo y Manuel elogió a José Antonio Primo de Rivera y escribió poemas como El sable del Caudillo dedicado a Franco cuando la toma de Madrid por las tropas nacionales. Antonio Machado vivió en Madrid, y  posteriormente en Valencia en la retaguardia como emblema de la literatura al servicio de la república. Antonio escribió en sus Escritos de guerra (1937) loas entusiastas sobre la URSS, el modelo soviético y el marxismo de puño abierto. 1937 y 1938 son los años que en la URSS tienen lugar los procesos de Moscú en que centenares de miles de comunistas fueron fusilados por ser supuestamente traidores o simpatizantes del troskismo. Antonio no sabía nada de esto ni de la represión en la retaguardia republicana ni de la realidad de las chekas, como centros de tortura generalizada. Antonio era un hombre bueno, melancólico, extraordinariamente ingenuo en la vida y en su relación con las mujeres –véase su relación con aquella mujer a la que llamó Guiomar y que se aprovechó de él y luego lo abandonó-, y muy asustadizo. Sus escritos Juan de Mairena y sus Escritos de guerra muestran a un hombre lúcido y comprometido con la causa republicana. La derrota lo llevó primero a Barcelona y luego a Collioure donde murió hace ochenta años. La leyenda sitúa a su hermano Manuel acudiendo a su improvisada tumba en la ciudad francesa pocos días después de su muerte, aunque este hecho no se ha acreditado.

Ahora piensen por un momento en la posibilidad de que la guerra hubiera encontrado a Antonio en Burgos y a Manuel en Madrid. ¿Envenenada propuesta? Yo le he dado vueltas muchos años desde que en la Universidad Autónoma en un curso sobre Antonio Machado, una de las mejores especialistas sobre su figura y obra me contestó con un espeso silencio ante esta hipótesis. ¿Qué hubiera pasado si Antonio hubiera estado en la capital de la España Nacional en julio de 1936? Antonio no era un héroe y sí un hombre ingenuo y medroso. Su hermano Manuel era mucho más decidido y resolutivo. ¿Acaso hubiera terminado Antonio escribiendo sonetos al Caudillo y Manuel, su alma gemela, escribiendo loas a Stalin y a la URSS? El destino crítico de ambos hubiera sido muy diferente. Mientras Antonio ha recibido el reconocimiento crítico más entusiasta como poeta cívico, al servicio del pueblo, y su obra ha sido ampliamente estudiada en cientos de tesis doctorales y la oposición hizo de él su símbolo contra el franquismo, Manuel, su hermano, casi gemelo, ha recibido el  olvido más clamoroso. No hay biografías de la dimensión que las que tiene su hermano y su obra ha sido prácticamente olvidada. ¿Qué hubiera pasado si hubieran intercambiado su destino por obra de un azar inexplicable?

¿Qué esto es hablar por hablar? Claro, la historia es irrepetible y Antonio no fue a Burgos en esa fecha y sí su hermano, igual que Federico García Lorca fue a Granada en lugar de quedarse en Madrid o viajar a Mexico como le habían propuesto. No obstante, uno no deja de plantearse ciertas preguntas que podían haber tenido respuesta muy diferente si no hubiera sido por el azar. Porque Antonio Machado no era un Unamuno, incapaz de callarse  estuviera donde estuviera. ¿Acaso la historia podría haber llevado a Collioure a Manuel en lugar de a Antonio? ¿Estaríamos recordando ahora a Manuel Machado en vez de a Antonio?

martes, 19 de febrero de 2019

El tedio y la literatura


Hoy estaba totalmente absorbido por un relato de Ficciones de Jorge Luis Borges en la terraza de un bar con una copa de cerveza fresquita. De pronto en el cuento Examen de la obra de Herbert Quain, leo algo que produce mi asombro. Borges lo escribe mucho mejor, pero viene a decir que una obra literaria es un juego, y como tal juego ha de poseer simetría, leyes arbitrarias y tedio. Me he quedado pensando cautivado por esta idea, la de que la obra literaria en alguna medida contiene como ingrediente casi necesario el tedio. Ello concuerda perfectamente con la impresión que tengo de mis lecturas de buena literatura. En la lectura hay momentos tediosos en los que posiblemente hasta bostezo, o dejo la lectura y me voy a mirar el correo o miro la prensa… 

Que Borges reconozca el carácter de juego de la obra literaria revela que es un mecanismo que funciona de acuerdo a unas reglas arbitrarias en las que debe entrar el lector porque cada obra es un mundo particular y único en que existe además la simetría. Y el tedio, que no se nos olvide. Leer tiene algo de tedioso, hablamos de gran literatura, no de libros de entretenimiento en que todo es gaseoso y divertido, dramático, libros pensados para crear grandes pasiones y sentimientos que arrastran al lector y que son leídos como el agua, sin ninguna violencia y la sensación que percibe el lector es la de que son agradables y amenos. 

Cuando fui profesor de literatura recomendaba libros a mis alumnos cuyo argumento les podía interesar pero que también les hiciera ir más allá de lo que se puede acceder en la vida cotidiana. En alguna manera tenían algo de trascendentes por el nivel de experiencias humanas e intelectuales a que daban lugar. Y eso era lo que les interesaba especialmente: la experiencia intelectual que les habían deparado, lo que habían aprendido, todo lo lejos que habían podido llegar gracias a la obra literaria. Todo se vino abajo cuando se impusieron los libros  políticamente correctos y moralistas, pensados para crear valores, como si este fuera el papel de la literatura. La buena literatura no tiene como función la de crear buenos ciudadanos, ni hacer a la gente moderna, tolerante y progresista. No, radicalmente no. La literatura es veneno de primera magnitud en vena, y no es moral ni deja de serlo porque muchas veces su función es ir más allá de la moral para transgredirla, crear universos puramente literarios absolutamente disruptivos. Y en estos necesariamente hay algo de tedio. El tedio fue muy apreciado por los poetas románticos y los simbolistas. Tiene algo de pose ante la vida. El artista dominado por el tedium vitae se refugia en su universo personal ante una sociedad enferma, inmoral o simplemente fea. Que una obra artística sea algo tediosa es signo de que refleja la vida: el lector asiste, como en mi caso, leyendo Ficciones de Borges, a un juego prodigioso –intelectual, literario y metafísico- que cuesta seguir, y que hay que releer porque no se capta fácilmente a la primera –o a veces ni a la tercera-. Hay, como en un paisaje lunar, deslumbramientos, sensación de belleza absoluta, formal y temática, tanto que como a Stendhal le surge de pronto la necesidad de huir de tanta belleza por no ser posible soportarla y el lector se aleja mentalmente de la cadena de ideas o de imágenes y de pronto se ve invadido por el tedio abrumador. Es como un descenso estético. No se puede estar continuamente, como propone Borges, en la altura de un juego intelectual deslumbrante por su inteligencia y su sutileza. Salgo huyendo, necesito distanciarme, para luego volver con más concentración al fragmento que he dejado atrás. Como experiencia estética el tedio es necesario para enfrentarse a la obra literaria. A veces en un museo pictórico me descubro, tras mucha concentración, bostezando repetidamente, puede que sea simplemente signo de cansancio por el esfuerzo invertido… 

Hoy me tomaba una cerveza en una terraza y he tenido la suerte de que nadie se haya puesto a hablar por el móvil. Cuando he ido a pagar a la barra, el camarero ha querido decirme algo amable y me ha dicho algo así como ¿relajándose un rato? Yo me le he quedado mirando de hito en hito y le he dicho que estaba leyendo antes de comer. Y él, ¿pasando un ratito, no? Y yo, tremendamente apasionado –no me he podido reprimir- le he contestado ¿pasando el rato con un libro como este? -Y le enseño Ficciones de Borges-. Pasando el rato no. Es reto, juego, desafío, aventura, no estoy pasando el rato, no. El camarero se ha quedado mirándome y ha puesto gesto de estar pensando, y ha dicho sinceramente: ¡Qué bonito! ¡Qué interesante! Y me ha mirado a los ojos profundamente. No había la más mínima ironía o enojo en él ante mis palabras que le han conmovido. Probablemente sea la conversación menos esperable en un bar en que a los clientes se les dice cosas normales para entablar conversación. No sé si he sido terriblemente pedante, pero lo que sí es cierto es que me ha salido del alma, y me he sentido muy unido al camarero. ¿Cómo expresar lo que es la literatura sin pasión? ¿Entretenimiento? ¿Diversión? Eso dicen para halagarnos, pero la literatura de verdad es peligrosa. Una lástima que nuestros jóvenes hayan perdido ya el contacto con ella, los lectores apasionados, que integran incluso el tedio en sus lecturas, son personas de mediana edad. Hay algún joven inadaptado, pero pocos que prueben el veneno en estado puro. Tienen Instagram. 

viernes, 15 de febrero de 2019

El llanto inconsolable de Fernando Savater



Fernando Savater ha sido uno de mis iconos intelectuales durante muchos años. Luego ya no, pero lo fue desde que en 1978, a sus 31 años, lo escuché en un colegio mayor jesuita de Zaragoza hablando de Nietzsche en casa de Circe. Desde entonces seguí su trayectoria y leí varios de sus libros que me marcaron como La infancia recuperada en que descubrí que Savater y yo habíamos tenido como anarquista preferido a Guillermo Brown, el genial personaje de Richmal Crompton. Yo también hubiera querido ser miembro de la banda de Los proscritos. Si no lo conocieron cuando eran niños, no se molesten ahora en leerlo. Hay que hacerlo a los trece años cuando yo tuve el privilegio inolvidable de haberlo conocido. 

Para Fernando Savater son días de luto. Su compañera, Sara Torres, murió de un tumor cerebral a los 58 años ahora hace cuatro años. Desde entonces Savater no hace sino llorar cada día, se duerme pensando en ella y se despierta pensando en ella. Era el amor de su vida, su aliciente, su inspiradora, su acicate político e intelectual, su primera lectora. De hecho, Savater reconoce que escribía para que Sara lo leyera. La vida ha dejado de tener sabor para Savater y reconoce que si fuera creyente y pensara que tras la muerte se reencontraría con ella, ya no estaría aquí. Su último libro es uno sobre ella, para que los lectores también nos enamoremos de ella, de esta mujer, diez años más joven que Savater, de origen humildísimo pero que adquirió con esfuerzo una gran cultura. 

Ni siquiera escribir mitiga su dolor que siempre está ahí, lacerante, inconsolable. Savater es el guardián del recuerdo de Sara, y solo vive para recordarla. 

Leer la entrevista que publicó recientemente ABC, con un titular oportunista y malintencionado, me sumió en una gran tristeza. No podía concebir esta suerte de enterramiento en vida, esta orfandad absoluta de un escritor, tan profundo, tan humano, como limitado en su capacidad de renovación intelectual. Esto fue una convicción que me fue invadiendo siguiendo su carrera como escritor. De Savater ya no podíamos esperar grandes hallazgos ni giros intelectuales que nos sorprendieran y nos iluminaran. Hace más de treinta años que Savater –el admirable escritor al que he amado- desapareció del panorama de ideas revulsivas y no hizo sino repetirse –con inmenso valor en el caso del País Vasco en su lucha contra el nacionalismo obligatorio y la vesania criminal de ETA-. Savater reiteraba su discurso cívico-ético, las ideas de responsabilidad, de ciudadanía, totalmente admirables, pero dejó de renovarse, había entrado en un bucle decepcionante, algo que no hizo uno de sus maestros, Cioran –filósofo del nihilismo-. Es curioso que Savater fuera un hombre esencialmente optimista, lleno de vida –imagino que feliz por estar al lado de Sara- y que, perdida esta, se haya sumido en un pesimismo radical pero que no le estimula a ir más allá. Hace más de treinta años, quizá más, que Savater, dejó de tener un pensamiento fresco e inspirador. No puedo entender que un miembro honorario de la banda de los proscritos se rindiera a una cierta y segura comodidad intelectual que no le llevó a cuestionar sus cimientos ideológicos y filosóficos. Chocó con sus límites, como hacemos todos, y nos dejó a nosotros huérfanos de un pensador del que habíamos esperado muchísimo cuando era un filósofo radical nietzscheano y anarquista. Recuerdo que Agustín García Calvo (1926-2012) siguió siendo inspirador durante toda su vida, incluso en sus años de vejez. Savater tiene ahora 71 años y está consumido, a pesar de que le quedarían quince años de madurez intelectual. 

La noticia de su último libro sobre su compañera Sara Torres, me ha producido una tristeza enorme, tal vez porque veo que Savater es un muerto viviente arrastrando su duelo y sin capacidad de salir de él a pesar de ser relativamente joven, pero más todavía porque me muestra la condición muy limitada de un hombre del que esperé mucho. Llegó un momento en que se rindió intelectualmente, o no pudo llegar más allá –esto lo temo más todavía-. Su figura me es enormemente querida pero no deja de abrirme un abismo de amargura porque tal vez en su limitación esté la mía también, salvando las distancias, claro, y de muchos otros porque llega un momento en que la mente deja de asumir riesgos, se reorienta por territorios ya transitados y no puede ir más allá. Tal vez para ir más allá, haya que ser algo o muy malvado, tal vez para ser capaz de renovarte, haya que dejar cosas atrás, ser capaz de olvidar, ser algo oportunista, o radicalmente histriónico. Temo que en la humanidad y limitación de Savater haya mucho de bondad y amor recompensado. Para mí es un fracaso que me duele, la decepción que me produce me lleva a pensar en la mía propia. 

lunes, 11 de febrero de 2019

¿Acaso modernidad rima con soledad?



Recientemente, un blog amigo realizó una reflexión sobre algunas figuras significativas en la delimitación de un racismo teórico que planteaba que las razas eran esencialmente desiguales y que había algunas, las arias, superiores a otras, y estas, lo eran respecto a otras para llegar a las razas más inferiores que serían los primitivos, los aborígenes, los africanos que habrían nacido para ser dominados y esclavizados. 

Hoy nadie se atreve a hacer una manifestación de tal calibre y ya intelectualmente no se alude a la raza como un concepto que divida a los seres humanos en superiores o inferiores. Los resultados del racismo científico fueron tan aberrantes y criminales que quedó totalmente desprestigiado, así que no vamos a darle mayor relieve. 

No obstante, actualmente no hablamos de razas pero sí de culturas. El mundo está compuesto de culturas diferentes en sus manifestaciones materiales e inmateriales. El término “cultura” nos parece mucho más aceptable porque no hace alusión a características físicas mensurables (color, forma del cráneo, nariz, estatura, conformación ósea…). La diferenciación cultural es mucho menos agresiva y más acorde con nuestro modo de ver el mundo. Hay culturas distintas con aportaciones distintas todas igualmente valiosas. Esta es la fundamentación oficial. Pero, saliéndome del guion políticamente correcto, comenté a mi amigo que por qué había culturas propias de países ricos y otras propias de países subdesarrollados. ¿Por qué Haití es el país más pobre de América? ¿Por qué la América Latina padece problemas de desarrollo endémico y corrupción que no tienen otros países de América del Norte que son un polo de riqueza hacia el que muchísimos quieren emigrar? ¿Por qué los países africanos están entre los más pobres del mundo? ¿Por qué los países asiáticos como Japón, Corea del Sur, Singapur, China están en las escalas de desarrollo más destacadas de nuestro tiempo? ¿Por qué sus índices educativos son de los más altos del mundo? ¿Por qué los países de Escandinavia figuran entre los más desarrollados, socialmente progresistas –a pesar de ser monarquías, excepto Islandia- y con mayor nivel de satisfacción política colectiva y menor corrupción? ¿Por qué los países mediterráneos tenemos colgado el calificativo de poco confiables respecto a nuestros socios de la Unión Europea? ¿Por qué el mundo islámico se caracteriza por su atraso a nivel general y su falta de aportación a la cultura universal a nivel cultural y científico? ¿Por qué los judíos reúnen en su escaso número, las mayores realizaciones intelectuales, artísticas y científicas del mundo? 

Yo planteé estas dudas razonables pero políticamente incorrectas. Ya veo el pelotón de arqueros dispuestos a ajusticiarme. Mi amigo, sinceramente, intentó contestar con sensatez, porque podría haber llegado a la conclusión inadmisible de que hay culturas superiores y culturas inferiores. En el caso de España, curiosamente, siempre nos emulamos con países del norte de Europa y no con otros más al sur. Esto lo hacemos inconscientemente y espontáneamente. Todas las culturas son equivalentes en su valor pero nosotros nos miramos en unas y no en otras. ¿Por qué? ¿Por qué tomamos a Finlandia como referencia en el terreno educativo y no a Nigeria cuyos logros pueden ser ciertamente interesantes si los conociéramos? ¿Por qué nos comparamos con los salarios de Alemania, Francia, Holanda, Suiza o Dinamarca, por poner un ejemplo? ¿Es una especie de racismo involuntario, es una suerte de creencia subliminal de que hay culturas y países más confiables, mejores y más desarrollados? ¿Por qué son los que marcan los modelos de nuestro país y no los del norte de África por ejemplo? ¿O los del este de Europa por no salirnos del ámbito europeo? ¿Por qué no pensamos en Polonia, Hungría, Bulgaria o Rumanía para compararnos? 

Sé que estoy metiendo la mano en un avispero al que no se puede dar una respuesta sincera y clara, pero quiero alentar una posible interpretación. En el mundo hay culturas –sí, culturas- que se adaptan mejor o peor a la modernidad, modernidad definida históricamente por el desarrollo de los países anglosajones en el siglo XIX y XX y cuyo origen viene determinado por los pensadores ilustrados y el racionalismo que estableció países e ideologías más avanzadas que otras. Así La Enciclopedia francesa censuraba el oscurantismo y la superstición de la cultura española a la que veía como retrógrada y reaccionaria. Francia, Inglaterra, Alemania eran claramente ejemplos de países avanzados y España y otros países lo eran de países reaccionarios, en manos de los curas y de las creencias mágicas. De allí, nuestro intento de modernización con los Borbones en el siglo XVIII. Podíamos haber reivindicado nuestra propia visión de la realidad y de la historia, nuestra y peculiar, pero nos apuntamos al llamado tren del progreso y quisimos ser también modernos. Pues esa modernidad es la que divide esencialmente al mundo. Los países que se adaptan a una mentalidad abierta, emprendedora, dinámica, progresista, económicamente liberal, culturalmente sin tabúes, y que tienen un mayor nivel de moralidad pública (¿protestante?) son los más destacados del mundo en la escala de valores del desarrollo económico. Los que viven en las rémoras de la tradición, del tribalismo político y cultural, los que no piensan en términos de futuro y siguen viviendo en mentalidades del pasado como la religión, las creencias mágicas, los ligámenes familiares, con natalidad desenfrenada, con sistemas que propenden a la corrupción sistémica, o están en terrenos intermedios como los países latinos, europeos pero peculiares culturalmente, no acaban de lanzarse claramente al grupo de cabeza de desarrollo liberal del mundo. 

Sin embargo, vi una película “La teoría sueca del amor” en que se mostraba la sociedad sueca como amputada emocionalmente, solitaria, con vejeces tristes, donde el estado ha sustituido a la familia, en la que muchas veces se muere en el anonimato, y un médico sueco, harto de su modelo individualista de vida, se fue a trabajar a Etiopía que representa un modelo que no tiene nada que ver con el sueco pero cada ser humano está protegido por la familia desde que nace hasta que muere, y en el que nadie está solo nunca. Allí encontró nuestro médico el valor a su profesión y al término solidaridad emocional. Allí se sintió acompañado y querido. 

¿Acaso modernidad rima con soledad?

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