La muerte, el proceso de morir, en estos tiempos es inaceptable, no para el moribundo que está haciendo su trabajo sino para los familiares y el cuerpo médico en los hospitales. Morir es un espectáculo desagradable y feo, y nos distrae de nuestra vida cotidiana, así que lo más adecuado es acelerar el proceso, igual que se aceleran los partos para ajustarlos a las jornadas laborales de los ginecólogos, comadronas y enfermeras.
Estas reflexiones me han venido por la conversación con una amiga y la muerte de su suegro. Cuando me envió un guasap diciéndome que el hombre estaba agónico, y tratado con morfina, yo pensé que qué momento más cenital en la vida de un ser humano. Un momento hermoso, a pesar del dolor que pueda haber y que es controlado por la morfina. Tiene que ser un tiempo de excepción y luminoso prepararse para lo que nos hemos debido de estar preparando toda nuestra vida. El camino al no ser, pasar al misterioso otro lado del que nadie ha vuelto.
He leído recientemente el libro Cuando el final se acerca, escrito por la doctora Kathryn Mannix, acompañante vocacional de moribundos en una unidad del dolor, que ha cambiado mi perspectiva acerca de la muerte. Kathryn Mannix reflexiona que ha acompañado a miles de personas en el proceso de morir a lo largo de más de treinta años y que considera que tiene la profesión más hermosa del mundo. Morir es un proceso en que el organismo y la mente se están preparando, y los seres humanos, según la doctora, se hacen más bellos. Morir no es traumático, es el final de un proceso en que la respiración va evolucionando y cambiando hasta que se extingue y deja de existir. Entonces, es lo normal, se ha producido la muerte. Acompañar a moribundos, enfermos de cáncer u otras enfermedades irremisibles le ha hecho tener un punto de vista filosófico acerca de la muerte como un proceso bello y necesario al que el ser humano se va acercando progresivamente. Probablemente hay muchos estados de ensoñación en que la conciencia se va diluyendo y va viajando. Puede que haya abundantes sueños eróticos, de viajes, de evocación de la propia vida en que el moribundo va preparándose.
Pero esta es la perspectiva de los que van a morir. La de los familiares es la de querer que acabe lo antes posible para no ver sufrir más al enfermo, algo que les parece inadmisible: por un lado, hay un encarnizamiento terapéutico en situaciones ya irreversibles provocando la sobrevivencia del enfermo cuando tal vez ya debería haber muerto por un proceso natural, pero por otro lado, se quiere que todo acabe rápidamente… El estado previo a la muerte resulta desagradable y feo, cuando debería ser abordado con naturalidad y paciencia, no tener ni prisa ni querer que viva a costa de lo que sea. Contemplar la muerte del modo más natural posible, viéndola como algo profundamente humano y filosófico, como algo tan normal como el nacimiento, como la vida misma, como la primavera. No tener prisa. Dejar los tiempos al enfermo, no acelerar su proceso ni ralentizarlo. Dejarlo estar. Quizás una música agradable, y tranquilidad en la habitación. Pero si todos están tensos, no soportando el espectáculo por su crueldad, inaguantable para una visión burguesa que niega la muerte como algo escandaloso, se produce una tensión que necesariamente llega al moribundo. Haría falta mucha inteligencia emocional y una preparación existencial para la muerte –y sentido del humor incluido-. Pero prepararnos para la muerte es algo que no nos gusta. Nos creemos eternos y no pensamos en eso que nos llegará, que llegará a nuestros seres queridos… Preferimos pensar en otras cosas que nos hagan eludir la realidad de esa cita ineludible que tendremos y cuando llega no estamos preparados.
Habría que hacer cursillos sobre la muerte como se hacen de preparación al parto. En otras culturas que consideramos “primitivas” hay un aprendizaje social de la muerte que no se oculta como aquí. Y morir dura el tiempo que haga falta, y se muere en casa y se vela al cadáver el tiempo que sea necesario en medio de enormes fiestas. No se llena la muerte de un componente macabro que expresa un fracaso absoluto, un sinsentido y un hecho casi bochornoso que hay que pasar en poco más de dos días, incluida esa costumbre terrible de los velatorios en los tanatorios. Hay que volver rápidamente a la vida cotidiana desembarazándonos de ese espectáculo que es por completo incomprendido y esquivado. En todo caso quedan ya en el tanatorio veinte minutos de elogios al muerto, una pieza o dos clásicas, y ya nada. Volver a la vida cotidiana tras ese paréntesis odioso que es sentirnos frágiles –pero la muerte es algo que siempre sucede a los otros, no a nosotros.
Me temo que no entendemos para nada la muerte. Es un proceso triste más que por el fallecido y su proceso por la incultura absoluta de la sociedad contemporánea ante la muerte.
¡Me dejas de piedra! Pues no sabía yo que se aceleran los partos para ajustarlos a las jornadas laborales de comadronas y enfermeras. Tiene su lógica, sí, pero nunca lo había pensado, ¡así de ingenua sigo siendo!
ResponderEliminarEn cada familia, la muerte de un ser querido llega de una manera diferente. Yo he vivido la de mis padres y no se parecían en nada. Mi padre murió en el hospital, ya sedado porque no había esperanza. Sufrió antes de la sedación y sufrimos todos al verlo así. No es como en las películas; no hay palabras finales ni despedidas pomposas. Mi experiencia es que no saben que van a morir, siempre tienen una cruel esperanza de salir de esa.
La muerte de mi madre fue más dulce. Vivía conmigo desde que murió mi padre. Desde hacía dos años era totalmente dependiente y no podía hablar. El día que murió estaba muy constipada y hacía mucho ruido al respirar. No estaba más enferma que en otras ocasiones. Yo iba y venía por la casa cuando al pasar por la puerta abierta de su habitación no oí el ruido de su respiración. Murió sentada en su sillón, creo que sin darse cuenta.
En los dos casos en el momento de la muerte no se enteraron. No es ese el instante que hay que temer, sino a la enfermedad que suele precederlo, eso sí es duro. Excepto las muertes súbitas o por derrame cerebral, casos instantáneos en los que la persona no se da cuenta, todas las demás conllevan un proceso muy doloroso para el paciente y los familiares.
Soy partidaria de no alargar sufrimientos inútiles. Siempre estoy pensando en hacer un "testamento de últimas voluntades" en el que se especifique que si no tengo solución, no alarguen mi sufrimiento con medicinas, máquinas o tratamientos paliativos.
El tema de los tanatorios es para tratarlo aparte, aquí ya estaríamos hablando de la escenificación de la muerte de cara a la galería. Toda una obra de teatro con acotaciones, actos y desenlace.
¡Que la tierra nos sea leve en su momento, Joselu, ... y la forma de morir también!
Un abrazo.
Gracias por intervenir, Temía que nadie se animara a participar en un debate a priori tan difícil porque no nos gusta hablar de la muerte. Personalmente tengo una gran atracción por el mismo y la lectura del libro que menciono -que te recomiendo: es un canto a la vida- me ha hecho evolucionar mi perspectiva. Pienso que no habría que tapar ni ocultar a los enfermos que la muerte está cercana. Sé que es un tabú y que nadie quiere hablar de ello, y que si es el enfermo quien lo hace, se le dice que no piense en eso. ¿En qué se va a pensar si no? Hay que hablar abiertamente de la muerte. No pasa nada. Pero la tenemos por la bicha. En el caso de tus padres, parece -parece- que no se enteraron de nada. Y a veces decimos esto como algo bueno y positivo. No enterarse de la muerte. ¿Cómo no va a enterarse uno de la muerte? Claro que puede haber una muerte repentina o accidental -un infarto, un choque brutal-, pero aun así creo que hay unos microsegundos en que la muerte aparece en la conciencia. Y en unos microsegundos puede pasar la vida entera. El tiempo es relativo: una décima de segundo puede expandirse y ser eterna.
EliminarHay demasiada fealdad en cómo se trata la muerte en occidente. Si yo pudiera elegir mi tipo de transición a ser puramente materia orgánica, elegiría lo que hacen o hacían los animistas: dejar el cuerpo en la naturaleza para que los elementos lo reasimilen en el ciclo de la vida. Me gustan los ritos de la muerte, pero no los de nuestra cuttura que es terriblemente temerosa de la misma. Cuando estoy en un funeral, tengo la impresión de que se va a por faena. Acabar lo antes posible. En Irlanda al menos hay el rito de que los amigos se van a emborrachar en los pubs tras la muerte de uno de ellos. Esto también me gustaría. Todo menos esta indiferencia y horror a la muerte que hay en nuestra cultura.
No sabemos si hay algo al otro lado. Cuesta lo mismo pensarlo que no. Es lo mismo. Si somos racionalistas, no tenemos ninguna evidencia que tras la muerte cerebral haya algo que quede de nosotros. Y el alma es una pura entelequia espiritualista sin ninguna base científica. Pero hay tantas cosas que no comprendemos... De la vida y el universo no sabemos ni una billonésima parte de su misterio. Cuando muera quiero que me hablen de la muerte, quiero vivirla conscientemente. En cuanto a la forma de morir, con la morfina -benditas drogas- se puede ser consciente sin dolor. A menos que los familiares insistan en que te metan una sobredosis para matarte y acabar lo antes posible. Que pasa, claro que pasa.
Un abrazo.
Te agradezco el comentario sobre el tema y también la referencia (ya lo he comprado porque no está en demasiadas bibliotecas, ni públicas ni universitarias: de verdad el tema no interesa?).
ResponderEliminarA mí el tema me interesa. Tal vez porque me acerco a los cincuenta y cada vez soy más consciente de mí misma y de mi tiempo. Para mí gestionar mi muerte (de momento hacerme consciente de ella) no es más que la consecuencia lógica de gestionar mi vida. ¿Cómo no voy a querer decidir vivirla -hasta las últimas consecuencias- si siempre he sido libre de tomar mis decisiones vitales?
No obstante, me parece paradójico que digas que la vida ha de ser una preparación a la muerte. No lo veo así. La muerte es un momento más, que deseo vivir conscientemente y con plenitud, pero el objetivo de mi vida no es prepararme para la muerte. El objetivo de la vida es simplemente, vivirla, y parte de ella está la muerte. Morimos porque estamos vivos, es la otra cara de la moneda, que acojo con alegría.
Yo lo leí en edicion digital y luego se lo compré en papel a mi hija que estudia para enfermera, pero no lo ha leído. Un libro que recomienda un padre no es demasiado bien acogido. Tal vez se lo recoendara alguien de fuera. No obstante pienso que para una enfermera es un libro muy interesante. Hace ver las cosas de otro modo, y me ha gustado esa desdramatización de la muerte.
EliminarEn cuanto a lo que dices sobre la importancia de la muerte en nuestras vidas, tal vez no estemos tan lejos. imagina que fuéramos inmortales: nuestra vida sería totalmente otra. No sé cómo pero no tendría nada que ver con la vida que tenemos. Y esta nuestra vida está marcada precisamente por su finitud. Vivimos pero sabemos que vamos a morir. Por eso ese atardecer cobra un valor increíble, o una comida o una charla con algún amigo es inapreciable en cuanto a valor. Çada día es como si estuviéramos en un reloj de arena y quedara menos en la parte superior. No sabemos cuándo sucederá pero la arena sigue cayendo. Si viviéramos la vida así, seríamos más sabios, buscaríamos menos conflictos, tal vez seríamos más felices, pero lo olvidamos -olvidamos que estamos en un reloj de arena con las horas contadas-. Esa es la maravilla. Habríamos de vivir cada momento en plenitud, pero no lo hacemos, por eso pienso que una pedagogía de la muerte es muy buena y necesaria. Cuando yo practicaba zen el maestro nos decía que nos imagináramos ya muertos, no somos sino un saco de pellejos. Pero aún estamos vivos y podemos respirar y contemplar una flor que es finita como nosotros, de ahí la belleza de la vida. El error de los hombres es creerse inmortales. Me han parecido muy bellas tus palabras. Gracias.
Toda una vida investigando sobre la muerte. Diversidad de experiencias. Conocí personalmente a los primeros investigadores norteamericanos y canadienses al respecto... y sus circunstancias. Mis ideas finalmente claras y felices. Mi actual prevención ahora se dirige hacia nuestra humana condición.
ResponderEliminarPodría montarme “el chiringuito” al respecto, pero tarde he aprendido de manera fehaciente que no existe más ciego y sordo que quien no puede o quiere ver o escuchar. Mejor paso con mis objetivos personales cumplidos y gratamente feliz sumida entre la niebla que emiten las muchedumbres vulgares, con temores repetitivos, necias y por ello inocentes. Al final lo sembrado acabará brotando y poco importara llegar o no a verlo.
Solo somos burbujitas en el magma de la vida por más que nos empeñemos en materializar al dictado de la circunstancia de turno!
Esa es mi experiencia vital persiguiendo la muerte intensamente a lomos desbocados de la vida. ...pero poco importa, al menos he conseguido que mis hijos nunca temieran a la muerte, menos es nada.
Un saludo y a seguir “tirando del carro”.
Creo que tu comentario es suficientemente expresivo como para comentarlo. Tú has trabajado sobre ello y comprendes bien su significado. Suerte que has hecho ver a tus hijos más allá de esas muchedumbres tan necias como inocentes. Muchas gracias.
EliminarCoincido contigo en la importancia de la muerte y en la necesidad de que hubiese formación para afrontarla con lucidez y dignidad. Entiendo que si no la hay es porque no interesa. El tenerla presente en nuestra vida y como un proceso fundamental de ella haría que nos replantea semos toda nuestra existencia, entiendo que de forma completamente diferente a como la vivimos ahora. Los grandes objetivos de nuestra vida serían bastante relativos. Creo que consumiríamos menos o al menos con más sentido y veríamos a los otros como compañeros del viaje que termina en el mismo sitio. Habría, entiendo, menos competencia.
ResponderEliminarSocialmente la muerte es un tema tabú. Si en una reunión social se saca el tema se genera un ambiente casi axfisiante. No queremos enfrentarnos a "nuestra" muerte.
He asistido a la muerte de mis padres y fue algo triste, pero no lo definiría con adjetivos negativos. Me evocan más sensaciones de descanso, liberación, paz...
Aunque esta poesía, que se llama curiosamente "Vida", fue escrita para su nieta recién nacida, a mi me vale como entrenamiento para la muerte, desde que un día, en la radio, se la oí recitar a Concha Velasco. Según dice, la lleva en el bolso...
Vida
Después de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo
supe que todo no era más que nada.
Grito ¡Todo!, y el eco dice ¡Nada!
Grito ¡Nada!, y el eco dice ¡Todo!
Ahora sé que la nada lo era todo.
y todo era ceniza de la nada.
No queda nada de lo que fue nada.
(Era ilusión lo que creía todo
y que, en definitiva, era la nada.)
Qué más da que la nada fuera nada
si más nada será, después de todo,
después de tanto todo para nada.
José Hierro
Estamos de acuerdo en que cabría hacer una cierta pedagogía de la muerte. Nos obstinamos en vivir como si la muerte no existiera. Por eso es tan desconcertante cuando ocurre cerca de nosotros. Y no hay lugar en que haya conversaciones más dislocadas que en un tanatorio. Mezcla de lugares comunes, afecto para el que ha perdido a alguien, y rápidamente bromas que se evaden de lo que está pasando allí, el gran misterio de la vida. Los pueblos menos occidentalizados o islamizados tienen ritos muy potentes para la muerte que adquiere una importancia cenital -lo que no quiere decir que sea macabra. Lo macabro es una invención nuestra que queremos vivir como inmortales-. Hay grandes fiestas, comidas compartidas, cremación o no, que duran varios días que no son tristes. Creen en una vida espiritual. Nosotros no creemos en nada, no tenemos valores, solo estamos de paso y vivimos frívolamente intentando olvidar el mayor misterio y hecho de nuestra vida que se concibe como un escándalo que nos sume en el silencio y el desconcierto: mejor pensar otra cosa. Pero una sociedad que teme de tal manera a la muerte es una sociedad enferma. Sin capacidad de trascendencia ni espiritualidad.
EliminarMuy bello el poema de José Hierro. Gracias.
Creo que la muerte es parte de la vida, sin una la otra no existiria y como tal hay que asumirlo. Hay muertes y muertes, ver morir a tus padres es normal, ver morir a los hijos no y ambas son muertes pero no son lo mismo, o si lo son, pero no tienen las mismas consecuencias. Para la muerte en toda la existencia de la Humanidad ha habido iluminados que dicen estar en contacto con los que están por encima de ella, yo no les creo, cuando llegue mi hora, si soy consciente lo haré, o mejor dicho, lo intentaré hacer de forma digna, lo mismo que he intentado vivir, con dignidad. Veremos lo que pasa, sobre la muerte "en general" es dificil opinar, porque cada uno tendremos la nuestra y lo mismo que no somos iguales para vivir, tampoco lo seremos para morir, digo yo...
ResponderEliminarUn saludo
La lectura de Cuando el final se acerca me ha dado una imagen más serena de la muerte, menos dramática, menos siniestra. Me gustaría encontrarme a una doctora como Kathym Mannix en mi destino. Nuestra muerte será distinta para cada uno y espero vivirla conscientemente y con dignidad, como tú. La vida es una preparación para la salida de escena. Y sí la muerte de los padres y de los hijos es totalmente diferente. Tienes toda la razón.
EliminarUn abrazo.
*Disculpa por el inciso, Joselu.
EliminarUn beso, Temu. No siempre en la memoria, pero nunca en el olvido :*
Bellísima entrada que además me ha llegado en un momento en el que tu entrada me viene de maravilla. No me ha pasado nada, pero acabo de hablar con una tía que está desde hace unos años cuidando al único abuelo que me queda y que hoy a tenido un pequeño arrechucho mental. Hace años que espero su muerto y cada vez que voy a verlo pienso en que su vida a día de hoy ya no tiene ningún sentido. Esta muy bien atendido y no le falta de nada, pero ha llegado a una edad y a una calidad de vida que bajo mi punto de vista no llega a los mínimos. Pero es lo que tu dices, hay que dejarlo hacer, cuando le llegue su momento desde luego no me sorprenderá y, hasta cierto punto, me alegraré por el porque se que a día de hoy no creo que sea feliz viviendo. Tu entrada me ha llenado de calma tras un fin de semana que, por otros motivos, ha sido muy triste para mi. Un abrazo.
ResponderEliminarTu comentario me ha alegrado el final del domingo. Algo de lo que he escrito ha tenido algon valor y que te ha producido calma. Desde que leí este libro siento la muerte de un modo mucho más sereno. No tengo ni idea cómo es el periodo -a veces años- en que se está esperando la muerte como único destino ya. Tu abuelo parece que no padece alzhéimer o demencia senil, o al menos no lo mencionas. Eso son palabras ya definitivas porque el ser humano abandona todo lo que ha sido para fundirse en la nada. No concibo nada más terrible. Ni siquiera los mayores dolores imaginables son comparables con esta desaparición del yo. Pienso que en tal caso, tu abuelo vive ahora algo así como ha sido su vida. Hay vidas muy distintas. Pienso que los alicientes intelectuales son poderosísimos. Una mente fresca y ágil para el pensamiento, con intereses artísticos o literarios, puede enfrentarse a ese periodo con mayor lucidez, pese al dolor. El dolor forma parte de la vida. Una vida debería siempre la pena de ser vivida. Llegar a ese momento en que te conviertes en moribundo con inquietud, con curiosidad, con luz, aunque sea trágicamente. Estoy leyendo la biografía de Nietzsche y me siento influido por lo que leo. El viejo topo, aunque se llegue a la locura. Todo menos vegetar. Me alegro de que mi escrito te haya servido de consuelo. Yo también he pasado en las semanas anteriores días muy amargos. Ahora estoy bien. Un abrazo.
EliminarEl tema es muy complicado. Una cosa es la teoría, efectivamente la muerte es un paso que forma parte de la vida (es lo que pienso) pero saber que no vas a volver a ver a tu padre, por ejemplo, lo hace muy doloroso sí o sí. El libro que te refieres no lo he leído, sí sé de la vida de su protagonista y autora pero me va a permitir decir que morir no siempre es fácil. Al contrario, morir a veces cuesta más que vivir. Por muchos motivos físicos y sicológicos de quien se muere. Podría escribir toda la tarde pero no seré plasta. Decir que mi comentario es el reflejo de mi experiencia, no te voy a decir de 30 años como ella, pero de muchos años sí.
ResponderEliminarMuy interesante. SAludos.
Me hubiera gustado leerte más, que te hubieras explicado más, me has dejado con ganas de saber por qué conoces el tema. No hubieras sido plasta. Sin duda, hay mucho más que decir. Si quieres escribirme por privado, en mi perfil tienes mi correo electrónico. Con mucho gusto te leeré y contestaré. Saludos.
EliminarTe dejo un enlace que resume a la perfección lo único que realmente espero cuando esté a las puertas de la muerte.
ResponderEliminarhttps://m.youtube.com/watch?v=IGkfPZHLa9E
Disculpa si no me extiendo más, Joselu. Voy realmente de cráneo. Pero me ha encantado reencontarte. Que sigas escribiendo.
Un gran beso y un abrazo de los que son capaces de cruzar el espacio y el tiempo.
Vero.
Yo espero a alguien que no tenga prisa, que me acompañe, que me dé la mano, que me quiera y disfrute ese tiempo conmigo, aunque sufra. Muchas gracias por aparecer por aquí. Me ha hecho mucha ilusión, muchísima.
EliminarHe asistido a morir a varias personas y las experiencias son tan variadas como personas hay . Lo cierto es que la cultura occidental, o como querramos llamarla, no acepta - o acepta mal - un evento tan natural como la salida del sol o como la lluvia. Negar o intentar doblegar la naturaleza, nos ha traído hasta lugares que son poco cómodos, al menos para mí, esta negación modifica sustancialmente el modo de morir y el modo de aceptar o no a la muerte. Creo que la vida es en definitiva una despedida reiterada, creo que lo que duele y entristece o desespera es la despedida. No estaría tan segura sobre si la angustia y la negación en relación a la muerte tienen tanto que ver con nuestra ignorancia de lo que viene después, de hecho ignoramos lo que sucede durante la vida, creemos que tiene un sentido, o intentamos dárselo con toda clase de artilugios, pero fallamos. Desde esa perspectiva, la muerte es un enigma más, un enigma como todos los que nos hallamos diariamente. Vivimos inmersos en una vida inauténtica (al decir de Heidegger) donde la muerte, parte de la vida es negada una y otra vez. De este modo se niega también una parte de la vida.
ResponderEliminarMe ha costado lo mío - y no lo he logrado aún - incorporar a la muerte completamente, en ocasiones, la muy bandida me juega malas pasadas: me asusta y yo respondo. Es como un caballero seductor. Es quien me seduce día tras día y me recuerda disfrutar cada momento. Un abrazo Joselu
Muchas gracias por tu comentario producto de honda reflexión. Estos días leo una biografía de Nietzsche, el pensador que proclamó con dolor que Dios había muerto. Vivimos ahora en el sinsentido e intentamos evitar pensar que la vida tiene un fin. Tenemos muchas cosas para bloquear ese pensamiento: el consumo, los viajes, la tecnología, la política, el deporte, la moda, la frivolidad, las drogas, los antidepresivos y ansiolíticos... Pero la gran ausente de todo esto es precisamente la muerte, nuestra compañera fundamental. Su ocultación es clamorosa. Nadie habla de ella. La evitamos. Pasamos de puntillas cuando ella se produce. Antes en el pasado, la muerte era una parte de la vida, era visible en muchos sentidos, ahora todo son eufemismos para soslayarla. Los tanatorios son lugares despersonalizados para quitarle dimensión a la muerte y hacerla más neutra. Tememos cualquier contacto con ella porque tememos contagiarnos de su esencia. Ciertamente es un enigma, oculto pero enigma, nunca mejor dicho. Y en cuanto a la vida, hay tantas formas de vivirla. Los seres humanos son -o somos- tan fascinantes y a la vez tan triviales. La muerte nos puede. Estaría bien morirse tras un chute de heroína, la droga más maravillosa que existe en sus efectos, según me han dicho. De ahí su terrible peligro. En fin. Muchas gracias, tu comentario ha sido un lujo. Un abrazo, Ana.
EliminarCuanto asisto a un entierro observo, no sin asombro, que quienes lo pueblan son gentes de avanzada edad que a la vez se despiden entre ellos como preparándose para el último viaje. La ausencia de niños y de jóvenes también es notoria. Lástima, porque se les priva del único aprendizaje esencial para la vida. (http://contralosestudiosos.blogspot.com/2005/03/aprendizaje.html)
ResponderEliminarDigamos que la situación actual es fruto, por un lado, de nuestra sociedad del bienestar donde todo lo que afea esa circunstancia tiende a ser marginado, y por otro, a la tradición judeo-cristiana que asume la muerte como un tránsito.
Es cierto como refieres que la muerte se ha hecho más aséptica, aislada en hospitales y en tanatorios, o expuesta en crónicas de sucesos que alimentan el morbo y nos hacen ver que los que mueren son los demás.
Recuerdo de niño la muerte y mi temor también. Recuerdo como nos dejaban ver a los muertos y como en los relatos orales y chascarrillos no dejaba de ser un tema común. Eran gentes que habían convivido con la muerte: un tío abuelo que murió de joven por la rabia después de morderle un perro rabioso; un bebé de una tía abuela que murió asfixiado en la cuna después de caerle un pan; el hermano de un amigo que murió de apendicitis; el cura de la parroquia que murió de viejo y cuyo cuerpo expusieron para que sus feligreses se despidieran de él. Así tantos y tantos ejemplos. Los muertos de la guerra también estaban en sus citas. Eran gentes que no se creían inmortales porque estaban rodeados de un hecho que les resultaba cotidiano.
Otra cosa es pensar nuestra misma muerte y para espantarla evitársela a los demás. En especial a los niños, a esos niños que queremos mantener en una burbuja para evitarles sufrimiento, como si éste no formara parte de nuestra propia naturaleza. Craso error, entiendo, porque se le aplaza un hecho inevitable que les resultará más doloroso cuanto menos lo hayan asumido.
Perdona mi silencio de los últimos días pero estaba embebido en lo que es el tema de mi siguiente post. He habido de meditar bastante para encontrar una forma que darle.
ResponderEliminarNuestra concepción elusiva de la muerte, la higienización, los tanatorios asépticos, el alejamiento de los niños de la muerte, proviene no solo del miedo a la misma, que también, sino de nuestra profunda falta de fe en la propia vida a la que desproveemos de sentido y significado considerándola absurda y banal. Si la propia vida, que apreciamos tanto -sus placeres: sus viajes, sus comidas, sus entretenimientos, la familia, etc...- acaba de un modo tan tajante, ¿cómo creer en ella? ¿acaso tiene sentido? La muerte nos expone al sinsentido y eso lo tememos. No creemos en la vida de ultratumba -pocos creen- pero lo peor es que no creemos en la vida como una dimensión eterna, con la misma textura que la vida de los dioses. Por eso esquivamos la muerte, la ocultamos como perniciosa y amenazadora para los niños, a diferencia de otras épocas en que era un espectáculo habitual para los infantes.
No me gustan ni los tanatorios ni los servicios fúnebres ni, por supuesto, morirme. Para mí la Muerte es un personaje literario de carne y hueso y con ella se convive de muchas maneras a lo largo de la vida. La última, la leíste, tú y te agradecí la discreción con que acogiste la descripción de esa situación peculiar que cada uno vive de una manera distinta (¡y no digamos en Mëjico!). Dejo aquí la entrada de mi blog donde la colgué por si algún despistado se pierde en ella: https://diariodeunartistadesencajado.blogspot.com/2018/10/uno-y-ella.html#comment-form
ResponderEliminarQue el contacto con la muerte te va modelando es un hecho incontrovertible. Nadie escapa a él. Y desde las noticias, menos. Parecen, sobre todo a las 21'00h un festival de la Parca. En fin, si se ha leído algún tratado de buen morir o las doctrinas estoicas, la convivencia con la de la guadaña es más reposada, más sosegada, no tan espectacular como la de las lloronas de los funerales. Reconozco que la lectura me ha facilitado mucho la convivencia con ella. Jamás me ha asustado, aunque he disfrutado un montón con la truculencia de su aparición en las películas de terror, por supuesto. En fin, la lástima es que no podamos regresar para contarlo, 'cachis!
A mí, en cambio me apasionan los tanatorios y los servicios fúnebres. Los veo, pese a la distorsión, como un resto desleído del misterio de la muerte. En sus limitaciones, en sus miserias, en sus condiciones pobrísimas, podemos intuir algo del misterio del morir. Es un lugar común decir que no nos gustan y por supuesto, el hecho de morir uno mismo. Pero están ahí, y nosotros como actividad inexcusable, pese al sentido del humor, hemos de morirnos. Si yo pudiera elegir, elegiría el final de La balada de Narayama, es el final que más me atrae, el puramente animista. Lo demás, pura impostura. Hemos de morir, el problema es cómo, no la concepción filosófica o menos literaria que se tenga del qué.
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