Ha muerto Rafael Sánchez Ferlosio, uno de mis autores más estimados y que más admiro, a pesar de él mismo y su evolución. Pocas novelas me han conmovido tanto como El Jarama (1955) que he leído en tres ocasiones y no descarto volver a leer. Para mí, además de ser un exponente de la narrativa neorrealista en que una serie de personajes tejen diálogos carentes de interés, cotidianos, representativos de su cultura y clase social en un día pasado en las orillas del río Jarama, es una novela que califico de obra maestra. Algún crítico ha llamado a esta escuela, “de la berza” por narrar la inanidad de un día de fin de semana y las palabras registradas a modo de magnetófono de unos muchachos a los que no sucede nada en especial. Los diálogos por lo que he leído fueron tejidos por los recuerdos de la mili de Rafael Sánchez Ferlosio en que los reclutas y soldados conversan en intercambios repletos de lugares comunes. Sin embargo, al final pasa algo que cambia totalmente el sentido del día, pero lo más relevante para mí y lo que me fascina son las escenas en el garito donde suenan aires flamencos, y algunos protagonistas, que no se han enterado de lo que ha pasado en el río, bailan sobre la mesa, totalmente poseídos por el efecto de la grifa y la narración se convierte en un ejemplo de realismo mágico paralelamente a una luna llena enorme y roja que se eleva sobre el horizonte. Realmente mágico y misterioso.
Esta novela fue elegida para selectividad en el antiguo COU y fue un fracaso estrepitoso. Mis alumnos se rebelaron y mostraron su aversión por una novela tan aparentemente inane como esta, en que parecía no pasar nada. Por más que yo me esforcé en intentarles convencer que en la novela se pasa del neorrealismo al realismo mágico, algo que no he visto nunca comentado por ningún crítico, fue inútil.
Pero Ferlosio rechazó esta novela como infame y renunció a ella. Y está claro que renunció al estilo de la misma, leído treinta años después El testimonio de Yarfoz que ambientado en un mundo ucrónico a mí me dejó totalmente descolocado y no me llegué a sentir cómodo dentro de la narración. Las historias fantásticas en mundos totalmente alejados de la cotidianidad me gustan cuando me las cuenta Tolkien o Ursula K. Leguin, pero ese español exquisito, ya totalmente transformado por un trabajo de estilo tendente al barroco y la hipotaxis, me resultó todo lo contrario que El Jarama, carente de interés. Pero muchos críticos alabaron como una obra singular y distinguida esta novela de proyectos hidráulicos que poco tenía que ver con la realidad histórica.
Leo mucho después su Campo de retamas donde aparecen sus famosos pecios, artefactos reflexivos, articulados mediante largas frases subordinadas que ostentan un uso preciosista y oscuro del lenguaje. Lo he intentado leer en dos ocasiones y lo he dejado. Reconozco que hay un trabajo reflexivo a contracorriente, basado en una cosmovisión realmente original y única –Ferlosio es único, es cierto-. Pero sus pecios, una vez traspasado el ejercicio de estilo oscuro y enrevesado, no me parecen más que expresión de manías personales sobre la cultura, el poder, los lugares comunes, la españolidad, etc. Algo así como si alguien se dedica a elaborar un pensamiento complicado e ingenioso para expresar algo que se puede decir de un modo mucho más sencillo. Muchos me parecen ya anticuados respecto a nuestra realidad. Me divierte su anarquismo militante respecto al poder y su crítica acerada a los valores castizos de lo español, sus puntos de vista singulares sobre la literatura y algunos autores. Admiro el personaje que está detrás, ese hombre de gesto adusto, que parece que a nivel personal era encantador, su elaboración reflexiva hecha a cincel mediante el estilo, depurado de cualquier tono popular o tópico. Lo interesante, en tal caso, es el ejercicio estilístico debelador de los lugares comunes y la topicidad mediante un ejercicio de minería oscuro y brillante que extrae del lenguaje sus tensiones subterráneas. Lo entiendo, pero me aburre. Ahora soy yo quien se aburre con sus pecios. Hay alguno que me hace gracia, tras la traslación de un estilo fusco a una revelación más explícita, pero la mayor parte de las veces lo que encuentro detrás me produce la impresión ¿y todo era esto? Está claro que lo esencial de este autor no son tanto las ideas, muy particulares eso sí, sino el tratamiento estilístico que las construye.
No obstante, mi admiración por él es inequívoca. Me atrae su personaje de carácter sombrío y malhumorado, oscuro y a contracorriente. Creo que era el personaje lo que más me gustaba, siento profundamente su ausencia, pero yo volveré a leer El Jarama las veces que me dé la gana. Parece que su historia literaria está hecha contra esta obra de la que no quería ni hablar, como si no fuera suya.