Estoy leyendo Decadencia. Vida y muerte de occidente de Michel Onfray. Su lectura es sumamente interesante a pesar del perfil controvertido y polémico de su autor, metido en todas las disputas ideológicas y políticas en Francia. En principio es una historia del surgimiento, desarrollo y apogeo del judeocristianismo en occidente a partir de la figura, para Onfray inexistente, de Jesús de Nazaret. Pero no es de esto de lo que quería hablar sino del nacimiento de una secta en torno a un profeta que se decía dios cuyos seguidores fueron perseguidos tras la muerte –real o simbólica- de su fundador al que arrojaron a la muerte los judíos cuando gritaron ante la indecisión de Pilatos que su sangre recayera sobre ellos y sobre sus hijos.
Pablo de Tarso es el gran difusor del cristianismo, judío él como Jesús, pero que se enfrentó a la ortodoxia judía rechazando ritos esenciales para los judíos como la circuncisión. El protocristianismo surge en conflicto con el judaísmo que rechazó la figura de Jesucristo como el Mesías. Y así los judíos fueron de los principales obstáculos que encontró Pablo en su difusión del cristianismo. Esta controversia fue desarrollada a lo largo de un milenio por los padres de la iglesia que acusaron a los judíos de pueblo deicida depravado y miserable. El cristianismo se constituye como teórica religión del amor pero expresa un irrefrenable antisemitismo, de hecho es su fuerza constitutiva que pasa a ser religión de estado cuando el emperador Constantino se convierte al cristianismo y con él a todo el imperio romano. Y un concilio de este tiempo, el de Elvira, en España, separa definitivamente a los judíos de modo que ya no se pueden casar con un cristiano, y les prohíbe gestionar los bienes de los cristianos, ni estos pueden invitar a judíos a su mesa. Posteriormente se les impondrán pesadas cargas sociales, les quitarán sus tribunales especiales, les prohibirán ejercer la función pública, recitar sus plegarias, tendrán vedado enseñar bajo pena de muerte, se burlarán del Sabbat ridiculizándolo. Bajo el reinado de Teodosio se queman sinagogas.
Uno de los padres de la Iglesia, Juan Crisóstomo, escribe en sus Homilías “la sinagoga es un mal lugar donde afluye todo lo más depravado; es un lugar de cita para las prostitutas y para los afeminados. Los demonios habitan allí, y las almas mismas de los judíos y los lugares en los que ellos se reúnen”. Juan Crisóstomo fue popular predicador, santo para las religiones católica, copta y ortodoxa. En otro momento escribe que los judíos solo sirven “para ser masacrados”; afirma que el deber de todo cristiano consiste en odiar a los judíos. Pero esto no es una postura casual ni anecdótica porque el antisemitismo permea toda la historia de la iglesia en cientos de voces que llaman al odio contra los judíos. Solo en el Concilio Vaticano II se retiró la definición del pueblo judío como deicida. A lo largo de la historia de Europa los judíos han sido los chivos expiatorios y se los ha perseguido y masacrado en continuos pogromos a lo largo y ancho de nuestro continente. En España fueron expulsados en 1492 y los que se quedaron convertidos eran insultados, vejados y espiados por si conservaban ritos de raíz judaica. Y muchos en España fueron llevados a la hoguera. Esta corriente antisemita del cristianismo fertiliza el triunfo de la Iglesia sobre la sinagoga y llega hasta el Tercer Reich que aprovecha textos de los padres de la Iglesia para condenar a los judíos, y en Mi lucha de Hitler aparecen acusaciones que recuerdan poderosamente a textos cristianos. El mismo papa Pío XII evidenció cierta simpatía por el nazismo y no movió un dedo por los judíos que estaban siendo llevados a las cámaras de gas en Polonia. A esto sus defensores lo han llamado prudencia, pero puede que merezca otro nombre no alejado de la complicidad.
Recuerdo en mi niñez en las procesiones de semana santa que había una que era la de los judíos y era costumbre escupir a su paso. Fiestas tradicionales de España como las fiestas de Pero Palo en Extremadura queman en efigie un muñeco cuyo origen es fácil de rastrear en la figura de los judíos.
El cristianismo es la principal fuente de antisemitismo en el mundo y ha permeado toda la concepción sobre los judíos en cientos y cientos de escritos que expresan su odio hacia ellos en forma de sátiras y ataques terribles.
La izquierda europea es profundamente antisemita aunque lo enmascara con el concepto de antisionismo. Los judíos en la Europa del siglo XXI no están a salvo, sus barrios están protegidos por la policía y en muchos países, incluida España, el nivel de antisemitismo es muy alto. Se les acusa de todo, porque ya se sabe, los judíos gobiernan el mundo…