La muerte, el proceso de morir, en estos tiempos es inaceptable, no para el moribundo que está haciendo su trabajo sino para los familiares y el cuerpo médico en los hospitales. Morir es un espectáculo desagradable y feo, y nos distrae de nuestra vida cotidiana, así que lo más adecuado es acelerar el proceso, igual que se aceleran los partos para ajustarlos a las jornadas laborales de los ginecólogos, comadronas y enfermeras.
Estas reflexiones me han venido por la conversación con una amiga y la muerte de su suegro. Cuando me envió un guasap diciéndome que el hombre estaba agónico, y tratado con morfina, yo pensé que qué momento más cenital en la vida de un ser humano. Un momento hermoso, a pesar del dolor que pueda haber y que es controlado por la morfina. Tiene que ser un tiempo de excepción y luminoso prepararse para lo que nos hemos debido de estar preparando toda nuestra vida. El camino al no ser, pasar al misterioso otro lado del que nadie ha vuelto.
He leído recientemente el libro Cuando el final se acerca, escrito por la doctora Kathryn Mannix, acompañante vocacional de moribundos en una unidad del dolor, que ha cambiado mi perspectiva acerca de la muerte. Kathryn Mannix reflexiona que ha acompañado a miles de personas en el proceso de morir a lo largo de más de treinta años y que considera que tiene la profesión más hermosa del mundo. Morir es un proceso en que el organismo y la mente se están preparando, y los seres humanos, según la doctora, se hacen más bellos. Morir no es traumático, es el final de un proceso en que la respiración va evolucionando y cambiando hasta que se extingue y deja de existir. Entonces, es lo normal, se ha producido la muerte. Acompañar a moribundos, enfermos de cáncer u otras enfermedades irremisibles le ha hecho tener un punto de vista filosófico acerca de la muerte como un proceso bello y necesario al que el ser humano se va acercando progresivamente. Probablemente hay muchos estados de ensoñación en que la conciencia se va diluyendo y va viajando. Puede que haya abundantes sueños eróticos, de viajes, de evocación de la propia vida en que el moribundo va preparándose.
Pero esta es la perspectiva de los que van a morir. La de los familiares es la de querer que acabe lo antes posible para no ver sufrir más al enfermo, algo que les parece inadmisible: por un lado, hay un encarnizamiento terapéutico en situaciones ya irreversibles provocando la sobrevivencia del enfermo cuando tal vez ya debería haber muerto por un proceso natural, pero por otro lado, se quiere que todo acabe rápidamente… El estado previo a la muerte resulta desagradable y feo, cuando debería ser abordado con naturalidad y paciencia, no tener ni prisa ni querer que viva a costa de lo que sea. Contemplar la muerte del modo más natural posible, viéndola como algo profundamente humano y filosófico, como algo tan normal como el nacimiento, como la vida misma, como la primavera. No tener prisa. Dejar los tiempos al enfermo, no acelerar su proceso ni ralentizarlo. Dejarlo estar. Quizás una música agradable, y tranquilidad en la habitación. Pero si todos están tensos, no soportando el espectáculo por su crueldad, inaguantable para una visión burguesa que niega la muerte como algo escandaloso, se produce una tensión que necesariamente llega al moribundo. Haría falta mucha inteligencia emocional y una preparación existencial para la muerte –y sentido del humor incluido-. Pero prepararnos para la muerte es algo que no nos gusta. Nos creemos eternos y no pensamos en eso que nos llegará, que llegará a nuestros seres queridos… Preferimos pensar en otras cosas que nos hagan eludir la realidad de esa cita ineludible que tendremos y cuando llega no estamos preparados.
Habría que hacer cursillos sobre la muerte como se hacen de preparación al parto. En otras culturas que consideramos “primitivas” hay un aprendizaje social de la muerte que no se oculta como aquí. Y morir dura el tiempo que haga falta, y se muere en casa y se vela al cadáver el tiempo que sea necesario en medio de enormes fiestas. No se llena la muerte de un componente macabro que expresa un fracaso absoluto, un sinsentido y un hecho casi bochornoso que hay que pasar en poco más de dos días, incluida esa costumbre terrible de los velatorios en los tanatorios. Hay que volver rápidamente a la vida cotidiana desembarazándonos de ese espectáculo que es por completo incomprendido y esquivado. En todo caso quedan ya en el tanatorio veinte minutos de elogios al muerto, una pieza o dos clásicas, y ya nada. Volver a la vida cotidiana tras ese paréntesis odioso que es sentirnos frágiles –pero la muerte es algo que siempre sucede a los otros, no a nosotros.
Me temo que no entendemos para nada la muerte. Es un proceso triste más que por el fallecido y su proceso por la incultura absoluta de la sociedad contemporánea ante la muerte.