Uno de los libros que he leído más gozosamente en los últimos
meses ha sido El reino del lenguaje de Tom Wolfe,
recientemente fallecido, y que supone una a modo de historia de las
interpretaciones a lo largo de la historia del hecho insólito del lenguaje
humano.
El lenguaje humano es uno de los enigmas más irresolubles en la
historia de la humanidad, y sobre él se ha fundamentado la evolución humana,
desde las hachas de sílex al modelo del último iPhone. El ser humano,
inexplicablemente, crea un instrumento, el lenguaje articulado, a diferencia de
cualquier otra especie animal y ello le lleva a convertirse en el protagonista
indiscutible del planeta tierra y aun del cosmos.
Pero ¿qué es el lenguaje? Para muchos es el Rubicón que marca la
línea irreversible entre las especies animales y el ser humano. El lenguaje le
permite aprehender el mundo y domeñarlo a su imagen y semejanza. Charles
Darwin, en El origen del hombre y la selección en relación al sexo (1871),
lanzaba la idea de que el lenguaje era fruto de la Evolución y lo explicaba
diciendo que los hombres imitaron el sonido de los cantos de los pájaros. Sin
embargo, la teoría evolucionista del lenguaje no pudo explicar el hecho de su
aparición en el ser humano y que marcaba una capacidad suprema que ningún animal
había poseído jamás. El asunto era tan enigmático que durante más de setenta
años se dejó porque era imposible abordarlo, el lenguaje seguía siendo un
misterio.
En 1978, un paleontólogo y evolucionista de Harvard, Stephen Jay
Gould, calificó la teoría evolucionista de Darwin como Los cuentos de
así fue, sosteniendo que Darwin tenía más imaginación literaria que Rudyard
Kipling al tratar la desconcertante cuestión del lenguaje.
Sin embargo, en la década del cincuenta del siglo pasado, de 1953
a 1957, un licenciado de la Universidad de Pensilvania, se apoderó del ámbito
de estudio de la Lingüística, transformándola de arriba abajo. Se trataba de
Noam Chomksy, el creador de la llamada Gramática generativa que quiso dar una
respuesta definitiva al enigma del origen del lenguaje. Chomsky se erigió como
uno de los filósofos y científicos más relevantes de la historia en su momento
con su teoría del innatismo del lenguaje que viene a decir que la mente humana
es esencialmente sintáctica. Poseemos una estructura profunda que hace que
cualquier niño pueda aprender cualquier lengua, en base a unas sencillas reglas
generativas, y ello le permite crear frases enteras en un plazo muy corto de
vida. Existe, desde este punto de vista, un órgano del lenguaje esencialmente
humano que se ajusta a una gramática universal, que Chomsky había descubierto.
De este modo, Chomsky elevó la categoría de la lingüística a la altura de las
eternas y trascendentales categorías de Platón. Ejerció un dominio absoluto de
la ciencia lingüística durante más de cincuenta años imponiendo una especie de
secta de creyentes que lo seguían solo a él. Recordemos que en los años setenta
y ochenta, nuestros libros de lengua de la EGB y el Bachillerato se llenaron de
análisis generativos de las oraciones que se enseñaba a niños de diez y doce
años en adelante. Los profesores de aquel tiempo recordarán nuestras enseñanzas
de las “estructuras profundas” y “estructuras superficiales”, así como los
llamados “diagramas arbóreos” que obligábamos a aplicar a nuestros alumnos.
Años después todo eso desapareció de las editoriales sin que se explicara muy
bien qué había pasado, salvo que no era en absoluto útil, y así se volvió a
análisis más tradicionales de raíz estructural.
Pero Chomsky ejerció una dictadura mundial, sin haber salido de su
despacho ni saber ninguna otra lengua salvo el inglés. Él jamás hizo trabajo de
campo. Sus seguidores desdeñaban cualquier interpretación que no se ajustara a
la ortodoxia generativa.
No obstante, hubo un lingüista y misionero, Daniel L. Everett, que
fue a una de las tribus más primitivas del mundo en el Brasil, y allí, perdido
en la selva amazónica, aprendió la lengua de los piraha, una de las más
difíciles del mundo y pudo al final llegar a unas conclusiones sorprendentes
que lanzó de forma devastadora contra el Titánic chomskiano de la teoría
innatista del lenguaje: los piraha tenía la lengua más simple y difícil del
mundo. Solo piensan en presente y carecen de recursividad –elemento central en
la gramática chomskiana-, y no se ajusta a un modelo innatista. Su lengua procede
de su cultura y no de un modelo mental preexistente, el órgano del
lenguaje de Chomsky. Everett llegó a la conclusión de que la lengua para los
piraha era un artefacto de su cultura y no un producto de una programación
sintáctica de la mente. El libro en que se cuenta su vida junto a los piraha,
en medio de mil penalidades, jugándose la vida, es “No duermas, hay
serpientes”, uno de los libros más amenos jamás escritos sobre lingüística
y antropología humana. Everett niega las dos hipótesis: que el lenguaje sea
fruto de la evolución (Darwin) y que el lenguaje sea innato (Chomsky). El
lenguaje es un producto, un artefacto más de la cultura humana, como el arco y
las flechas, una suerte de herramienta cultural, la gran herramienta cultural.
Así su nuevo libro fue “The cultural Tool” (2012) en que planteaba que el gran
mecanismo del lenguaje es la mnemotecnia (que utilizamos para recordar
ingredientes o listas, fórmulas…). Las palabras son una suerte de mnemotecnia,
secuencias de sonidos, para recordar todas las cosas del mundo. Y el habla es
eso exactamente, un sistema mnemotécnico que le ha permitido al Homo Sapiens
dominar el mundo entero.
Los chomskianos se desesperaron y Chomsky, que había sido el sumo
sacerdote de la secta y que también se había erigido en conciencia ética y
política de Estados Unidos y aun del mundo, y que se consideraba a la altura de
Platón, Darwin, Freud y Marx, quedó, probablemente, en una posición muy
cuestionada en el terreno lingüístico.
El habla ha sido el primer artefacto que ha permitido que una
criatura, el hombre, tome elementos de la naturaleza, los sonidos y los
transformó en palabras formando códigos. El lenguaje es el artefacto primordial
que ha permitido al ser humano conquistar el mundo y en algún momento el
universo.