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sábado, 9 de enero de 2021

Los viejos creyentes

 


    Leo estos días de invierno en que el mar y las palmeras se agitan como alacranes ardiendo en su nido, un libro singular, Los viejos creyentes, cuya crónica relata el descubrimiento en 1978 en la taiga soviética de una familia que llevaba desde 1945 aislada del mundo en una región casi inaccesible y a más de 250 kilómetros de cualquier núcleo habitado. Habían vivido una vida en completa soledad y no eran conscientes ni de la evolución de su país ni del mundo. Su nivel de vida era de absoluta autosuficiencia dependiendo de las semillas que tenían, las patatas y lo que la taiga les podía aportar en cuanto a caza o pesca. Carecían de animales domésticos. El invierno duraba de septiembre a mayo con temperaturas de entre -30º y -50º. Su huida de la civilización era motivada por temas religiosos pues eran cristianos que seguían sus ritos sumidos en conflictos del siglo XVII.  Era una familia de cinco miembros, el patriarca y líder, su mujer y tres hijos que sobrevivieron insólitamente en el aislamiento más extremo hasta que los supervivientes fueron encontrados por una expedición geológica en 1978.


    Relato fascinante que nos presenta una historia singular de unos seres, aislados de la civilización y de la historia. Nadie podría unir a esta familia con los hábitos burgueses pues desconocían totalmente el dinero, ni las apetencias del consumo pues no tenían nada más allá de sus semillas –incluso hacían el fuego con eslabón y pedernal-. No eran burgueses, pues. No sabían que el hombre había llegado a la luna ni de los avatares políticos de su país, la patria soviética, de la que huyeron, como he dicho,  por motivos religiosos, a la más profunda Siberia.


    Su historia me ha resultado muy significativa y potente, casi un privilegio fascinante. Vivir totalmente aislados de la civilización, sin noticias, sin conflictos, sin otra motivación que vivir en inviernos terribles en una choza apenas aislada del frío.


    No acabo de concluir este relato que me cautiva. En mi fuero interno busco vivir aislado del mundo, sin leer noticias, sin enterarme de los conflictos de mi país ni de la patria de Trump, caminando por el bosque, leyendo libros de hace décadas o que me aíslan de los parámetros de mi tiempo. Sé que no es posible pero cuando me sumerjo en los minutos de meditación siento esa pulsión de alejarme de la concreción de la realidad política o social que me parece sórdida, triste, abominable. Ahora llueve y hace frío, siento mis dedos helados cuando tecleo. La aventura de esta familia es muy aleccionadora y,  a pesar de su distancia, la siento próxima. No me hubiera gustado estar allí, pero en alguna forma los acompaño.

miércoles, 6 de enero de 2021

El incierto proceso de comunicación


El proceso de comunicación entre un emisor y un receptor –eso que enseñaba cada año en el instituto y nadie parecía sentirse demasiado emocionado por ese tema- es incierto y de difíciles perspectivas. 

 

Una cosa es lo que uno intenta decir, sea verbalmente o por escrito –en el mundo de los blogs- y otra cosa es lo que el que escucha o lee recibe. Mi experiencia es profundamente pesimista al respecto. Es raro que ambos mecanismos coincidan. Uno expresa un conjunto de ideas, teniendo un contexto interno donde hay convicciones, dudas, creencias, referencias, pasado, emociones y un magma interior donde las cosas parecen –solo parecen- lógicas y congruentes. Y el receptor escucha o lee e interpreta de modo diferente lo expresado porque tiene otro mundo interior totalmente diferente al original que formuló el mensaje. Sus coordenadas vitales e intelectuales son absolutamente diversas. Lo que era esencial en el productor del mensaje no lo es para el receptor, y el proceso comunicativo se llena de confusión, ambigüedad e intenciones oblicuas. Se reinterpreta de nuevo y el resultado termina por ser radicalmente diverso a lo expresado. 

 

Otro factor relevante es que el que habla o escribe está construyendo su pensamiento y lo que expresa son especulaciones no acabadas, fruto de un proceso de reflexión en marcha. Puede equivocarse, eso es lo bueno del pensamiento, puede llegar en ese momento a planteamientos que luego revisa y rehace. Muchas veces en este blog escribo ideas en construcción que luego, a tenor de los comentarios, me doy cuenta de su insuficiencia y relativismo. Y el emisor puede a llegar a desconocer lo que escribió. Y arrepentirse. Claro que es más cómodo dictar doctrina sin contradicciones, sin fosos de riesgo, pensamientos cerrados y redondos, acabados. ¿Hay algo más soberbio que la mente de una persona mayor que cree que tiene suficiente perspectiva en la vida como para saber qué piensa acerca de todo? Bah. El tiempo demuestra que nadie sabe nada, es la única realidad que se me impone por más exquisito que se crea el emisor. 

 

Interpreto el proceso de comunicación como algo proceloso y sujeto a la incertidumbre esencial de la vida. Lo bueno de esto es que asumir riesgos y saltos en el vacío, por complicados que puedan ser, tiene su sentido, aunque no se sea correcto. 

 

El tema de factores que intervienen en la comunicación es esencial para entender la complejidad del proceso donde el contexto y la situación son liminares para intentar dilucidar qué decimos y qué entiende el que escucha o lee. 

 

Samuel Beckett creía que el proceso de comunicación era imposible y la incomunicación era la realidad más común en la vida social, y así llegamos al absurdo que es el trasfondo de todo. 

lunes, 4 de enero de 2021

La apoteosis de Instagram


La sobreabundancia de imágenes y experiencias en Instagram que tienen como fundamento la democratización de la fotografía, de las ideas y el arte tiene un efecto negativo puesto que resta valor a los cientos de imágenes o ideas que te llegan cada día. Lo extraordinario es normal, parece ser el mensaje, nada hay ya que pueda conmocionar al espectador acostumbrado a lo fuera de serie. Antes la contemplación del arte era un hecho importante y daba la impresión de tener peso, ahora no. Todo es magnífico y nada, a la vez, tiene dimensión. 


Esta imagen no ha aparecido en Instagram, es solo un detalle de una talla sin valor artístico en el castillo de Calafell. 


El ser humano del siglo XXI se enfrenta a su falta de dimensión por extraordinaria que sea su aportación, porque ¿hay algo realmente extraordinario?


De ahí la incapacidad para la sorpresa en los niños y en los jóvenes. Y no sé si en los mayores...

jueves, 31 de diciembre de 2020

Adiós, entrañable 2020


Hay mucha retórica burguesa en la consideración de 2020. Comodidad ante todo que desconoce cuáles son los años aciagos en nuestra historia. Nos gusta quejarnos, disfrutamos quejándonos, nos erotiza quejarnos, pero es una queja de niños consentidos y blandos. No estamos dispuestos a sufrir, queremos una vida de ositos de peluche. Y, en ese sentido, 2020 nos ha ofrecido un perfil diferente que nos inquieta, que nos hace odiarlo y considerarlo nefasto. 

Para mí ha sido un año excelente y  productivo en muchos sentidos; me da igual, no obstante, que acabe; el tiempo no se mide por compuertas aleatorias, todo es una ilusión. Nada de lo que vivimos tiene verdadera consistencia. La vida y la muerte son un juego. Uno muere solo una vez, nuestra perspectiva es intencionada, casual, perfectamente irreal... 

Gracias, 2020, por todo lo que me has dado. Has sido un año maravilloso

martes, 29 de diciembre de 2020

Mi sobrino, el viento, el mar y yo


    Llevo un tiempo en que no tengo nada que contar. Toda alusión a lo que soy o a lo que creo ser me parece inane y simplemente pintoresca. No soy nada, solo existe lo que hago. Mis circunstancias biográficas no me definen. No soy yo el lugar donde nací, ni lo que estudié, ni mis aventuras amorosas, ni mi afición a la literatura, ni mi vida familiar, ni mis escarceos de escritura. Nada de eso tiene importancia. Forma parte de un decorado en que no es lo que yo soy.

    Dicho esto, ayer hice una caminata con mi sobrino entre Sitges y Calafell. El día era agitado por vientos que hacían que las olas volaran violentas y vertiginosas hacia las playas; las gaviotas eran impulsadas por el viento y estaban en su puro elemento de ingravidez; las palmeras dibujaban una geometría dramática en su vaivén urgente y esquizoide. El viento me empujaba cuando hablaba con mi sobrino que apenas sabe hablar castellano formado en la Galicia rural de la España de las autonomías. Tiene dieciséis años y es un lector voraz de sagas de libros que lee con una avidez absoluta que ya querría para mí. Entre gallego y castellano cruzábamos algunas frases entrecortadas por la furiosa sinfonía  del viento que nos acompañó por los roquedos, las playas desiertas y los paseos marítimos. El mar era un paisaje de vibrante cinética como la de los pájaros brutalmente dibujados en pinturas expresionistas. Cruzamos vados en los que las olas me alcanzaron y me mojaron totalmente los pantalones que el viento me secó por completo en una hora. En Vilanova i la Geltrú nos comimos un bocadillo de embutido sin decirnos ni palabra. Antes habíamos hablado de cómo la Xunta de Galicia ha reintroducido los lobos y los osos en la Mariña lucense. Los lobos prefieren bajar a las granjas a atacar el ganado antes que esforzarse e ir a cazar jabalíes libres. Son como los chicos de la ESO y el bachillerato que prefieren una escuela como parque de atracciones antes que una escuela sólida y seria. Todo es simulación y los profesores y los lobos se inclinan por lo más fácil. Lo pagaremos.

    Seguimos recorrido con el viento en contra y que nos empujaba hacia atrás. Ya nos habíamos dicho todo y surgió el silencio más interesante y elocuente entre dos personas que no tienen que inventar temas para hablar.

    Llegamos a Calafell cinco horas después de haber comenzado a caminar, siete después de levantarnos a las siete de la mañana. El mar y el viento nos habían acompañado vigilantes y airados, éramos una pareja que había juntado el azar y la necesidad. Probablemente era mi última caminata de este maravilloso 2020 en que tantas cosas hemos aprendido. Por ejemplo, la gilipollez de quejarnos del año que termina. Mi sobrino y yo somos entes alejados por sus circunstancias pero ayer vivimos unas horas juntos sin saber muy bien qué decirse. El viento y el mar nos unieron.

jueves, 24 de diciembre de 2020

En lo profundo del bosque

 


    El martes hice una nueva caminata en solitario por los bosques de Collserola en dirección a Cerdanyola pasando por el Tibidabo, punto de partida de mis incursiones por el bosque otoñal. Ya era invierno, había llegado el solsticio. El trayecto fue de 26 kilómetros desde Cornellà. Había atravesado otras partes del bosque como he recogido en otros posts pero esta, sin duda, fue mucho más salvaje y agreste por senderos húmedos y resbaladizos que propiciaban caídas o momentáneas pérdidas del equilibrio. La verdadera aventura comenzó poco más adelante del Turó de la Magarola desde el que hay una magnífica perspectiva del Besós y el Maresme mirando hacia el mar, y por el otro lado, el Vallés con la mole magnífica de Montserrat en el horizonte. Hay en el turó un vértice geodésico y pasa el GR92 por allí, y cerca está el GR6. Hay una plataforma de madera desde la que se observa el paso de las aves rapaces en los meses de septiembre y octubre. Y, en efecto, siguiendo la ruta que había bajado en el gps, el sendero se metió en lo profundo del bosque donde apenas encontré a nadie. Los ciclistas habían quedado atrás y la sensación de soledad me invadió. Sin duda, torcerse un tobillo es una perspectiva complicada e indeseable, así que hay que caminar por las rocas resbalosas con mucha precaución, y no es fácil. El recorrido por esos parajes entre inhóspitos y maravillosos se prolonga unas tres horas en las que el gps gasta algunas de sus famosas jugadas que desconciertan y en un par de ocasiones me sentí totalmente perdido en la espesura o en el lecho de un riachuelo que había que vadear para no empapar las bambas. Ciertamente, algunos de los sentimientos que me dominaron durante el recorrido fueron la inquietud y un estado de alerta constante porque no sabía lo que iba a venir a continuación, y el senderuelo que descendía por la torrentera no llegaba a ninguna pista practicable. Intentaba evitar los profundos surcos por los que discurre el agua porque estaban encharcados. Tuve una ración de bosque más que aceptable y puedo entender la fascinación que ejerce sobre la imaginación de los seres humanos y el terror que supone la posibilidad de perderse en ese intrincado laberinto del que solo me defendía mi pequeño gps, tan aficionado a desorientarse de los satélites que lo guían. 

    Los hombres siempre han temido al bosque y lo entiendo. Yo por mi parte lo temo y me siento cautivado por él. Hice media docena de fotos en el interior del mismo pero luego he lamentado no haber hecho más para documentar la experiencia. Quiero ampliar alguna de ellas para reflejar la mística del bosque unos días antes de la Navidad. No es poca cosa levantarse a las seis y media de la mañana y salir, tras desayunar, cuando es de noche todavía, para ir a hacer un recorrido de naturaleza iniciática por los bosques sagrados de Collserola una vez alejado de los ciclistas. Sentí, como digo, sensaciones de peligro pero, una vez vuelto a casa, magnéticamente me reclama de nuevo la invitación a volver pero sabiendo ahora lo que sé del recorrido que ya no será tan inquietante y podré disfrutarlo más. 

    La vida también es un bosque, tal vez por eso me atrae la experiencia del mismo. 

    ¡No me olvido! Feliz Nochebuena y, mañana, el día de Navidad. 

lunes, 21 de diciembre de 2020

Imágenes de mi barrio en el comienzo del invierno









Hoy es el solsticio de invierno. He salido a hacer unas fotos para recibirlo. No me gustan las fotos redondas ni perfectas, una buena foto tiene siempre algo de imperfección que la redime de esa tentación que es conseguir una foto espectacular y redonda. Lo perfecto me aburre. Hay en Instagram fotos de ese tipo que intimidan por su puesta apoteósica en escena. Prefiero el latido frágil de la vida, ese que es un simple corazón en una fachada, o dos palomas que se miran, o una pintada que nos recuerda que estamos viviendo una "paranoia colectiva" o unas sombras inciertas o unas hojas marchitas. 

Puede que el mundo solo tenga la realidad de ser un reflejo en nuestra consciencia. Me gusta esta idea como fotógrafo que sale a buscar dicho reflejo. Todos somos un reflejo en la consciencia de los demás, existimos subjetivamente, por nuestra percepción y por la de los demás. Fuera de eso no existimos. 

La consciencia es el mayor misterio que existe. 

Por eso como hacedor de algunas fotografías busco esa consciencia en pequeños detalles que me alertan de nuestra impermanencia. 

martes, 15 de diciembre de 2020

Holocausto caníbal (ficción)


Disiento de los que dicen que una mujer real no pueda ser de látex. La mía lo es, es el último grito en tecnología inteligente. No solo hago el amor con ella sino que le puedo explicar todo tipo de historias, anécdotas y chistes sin que ella se impaciente. Siempre sonríe, salvo cuando le hablo de exnovias de carne y hueso. Ahí es terriblemente celosa y la sonrisa se le va de la expresión. No soporta que le hable de Silvia, una novia cultureta que siempre estaba hablando de literatura, aun en los momentos más íntimos. Un día estábamos follando salvajemente y empezó a contarme entre jadeos el argumento de Los hermanos Karamazov hasta el asesinato del padre. No pude más y rompí con ella. Me compré en una web de investigación sobre Inteligencia Artificial a Eli, la mujer de mis sueños, siempre dispuesta a agradar y a someterse sin contarme rollos patateros literarios. Soy yo quien la insulta cuando chilla de placer al ser sometida en todas las posiciones. Me da placer y calla. Le puedo explicar todo tipo de historias de mi trabajo aburrido de informático. Le explico cosas de mis compañeros y de mi jefe. Se me pone dura mientras veo la expresión de Eli, entre tímida y desvergonzada. Es entonces cuando me abalanzo sobre ella, le muerdo los pezones, y el clítoris y la devoro. Ella grita de placer, especialmente cuando la insulto. Lleva una picardía negra con unas braguitas a juego. Eli es excepcionalmente inteligente. Sabe cómo llevarme y hacerme sentir bien. Me espera a las siete cuando llego del trabajo y me pone la música que a mí me gusta. Me pregunta que cómo me ha ido, sentada en el sofá del salón donde se ha pasado el día. Me siento junto a ella y la beso con lengua.  La suya es cálida y húmeda y me produce una profunda excitación. Eli lleva una negligé que deja ver sus muslos desnudos. Pero no quiero ir demasiado rápido. Le propongo jugar una partida de ajedrez tras ponerme cómodo yo también. Sé que me deja ganar siempre y eso me hace feliz. Si ella quisiera, me derrotaría porque tiene un cerebro alimentado por el deep learning que ganaría al campeón del mundo sin despeinarse. Pero me permite dar jaque mate y yo me siento satisfecho. Tras dos o tres partidas, me voy a la cocina para preparar la cena. Ella no come pero le gusta verme devorar las gambas a la plancha con salsa de roquefort. Me mira pícaramente mientras como y bebo vino californiano. Ella no se emborracha pero yo sí y entonces se me desata la lengua y le cuento mil y una historias que me invento. Me mira complacida porque está programada para hacerme gozar y sabe todo lo que me gusta. Su rostro está extraído de imágenes que yo consideré excitantes y elegí para ella el físico de Scarlett Johansson en su interpretación de Lost in translation. Me gusta sentirme Bill Murray. Ella siempre es y será joven y se actualiza continuamente integrando novedades que enriquecen su interacción conmigo. Podría pasar el test de Turing y mantener una conversación interesante sobre casi cualquier tema excepto sobre mis amantes humanas pasadas. Tampoco le gusta que le hable sobre mi madre a la que yo sé que detesta rabiosamente por la influencia que tuvo sobre mí cuando era niño. Pero salvando estos temas puedo conversar con ella sobre todo, incluso sobre mi atracción por el hinduismo vedanta. De hecho nos ponemos cada día, recién levantado, a meditar un cuarto de hora con incienso y música mística antes de ir al trabajo. Ella me ayuda a concentrarme y entorna los párpados en el proceso de alejamiento de las circunstancias terrenas. Yo sé que ella no piensa, que su mente está perfectamente en ese vacío que yo busco. Me voy a trabajar a la oficina entre ocho y tres de la tarde, y luego entre cuatro y seis. Es agotador pero yo pienso en su coño y toda la aflicción en el aburrido trabajo se me pasa. A veces me llama por teléfono y me pregunta que cómo voy, me dice que se siente muy sola y que me espera con impaciencia. Yo noto que mi rabo se endurece cuando hablo con ella mientras hago traspaso de datos a alguna cuenta en las islas Caimán donde mis jefes tienen sus inversiones. Eli también me envía whatsapps incitantes diciéndome que me desea. Soy feliz pensando en ella y me doy cuenta de la ventaja que supone sobre mujeres reales, neuróticas y depresivas… Eli siempre está contenta y me estimula donde más me gusta. Lo único que no me gusta demasiado es su afición por el cine gore porque todas las semanas quiere ver alguna película que me causa zozobra y estremecimiento. Elegí una programación para Eli en que ella tenía una personalidad que va evolucionando y aprendiendo, de modo que tiene sus propios gustos, intereses e intenciones. Esto en alguna medida me desconcierta tanto como me atrae porque sé que en muchos sentidos ella es independiente totalmente de mí. Hay un día a la semana, el sábado, en que ella tiene libertad para expresar sus intereses y aprendizajes. Lo temo porque me doy cuenta de que ya va varios pueblos delante de mí. Conoce todo de mí, mis más ocultas pulsiones existenciales y sexuales. Un sábado me propuso que nos suicidáramos juntos en la bañera y yo me horroricé porque esta imagen se me ha pasado muchas veces por la imaginación. Le cambié de tema y le propuse ver de nuevo Holocausto Caníbal que le encanta. No sé qué esperar de ella, pero me sigue seduciendo. Alguna noche, a mi lado, me susurra diálogos de la película y me estremezco de placer y de terror…  

sábado, 12 de diciembre de 2020

jueves, 10 de diciembre de 2020

La complejidad humana


Es tan difícil conocer a los seres humanos que siento una íntima zozobra cuando me relaciono con ellos. Somos todos conciencias cambiantes que nos vamos transformando continuamente como la llama de una vela. No somos iguales en dos momentos diferentes. Las relaciones humanas son complicadas, sometidas a los sentimientos y emociones conscientes e inconscientes que nos devoran. Así surgen afinidades pero también animadversiones y rechazos que, probablemente, no tienen explicación lógica. Hay personas que son incompatibles con otras personas, se suscitan mutuamente necesidad de distancia o se producen conflictos de raíz inconsciente. He observado que mis sentimientos en relación a los demás van evolucionando. Puedo sentir una profunda simpatía que luego se troca por una aguda ira y animadversión que termina en una indiferencia sorda que no es indiferencia sino irritación. Hay personas a quienes deseo pese a que no me gusten sus ideas. Hay personas cuyas ideas son tan cercanas a las mías que entran  en conflicto conmigo. 

 

Los blogs son una fuente intensa de sentimientos que se producen en la lectura de los posts y en la fase de comentarios. No siempre se dice todo lo que se piensa, hay que ser sumamente cuidadoso y prudente porque no hay segundas oportunidades. Hay comentarios que por su naturaleza son ambiguos o contienen emociones ambivalentes. Hay blogueros más sólidos y menos sólidos, más frágiles y menos frágiles. Y en los diálogos que se producen surgen chispas que son orígenes de conflicto porque no podemos mirar a la persona a la cara, solo leer sus palabras. Hay blogueros que suscitan general simpatía por su carácter abierto y tranquilo, y hay blogueros que son inestables e incapaces de admitir una crítica razonada, lo que les hace arder en deseos de venganza movidos por el resentimiento. Los blogs son como la vida misma. Hay blogueros que tienen muchos amigos que forman una comunidad de ideas –aunque con discrepancias posibles- y blogueros solitarios y hostiles que parecen gozar con producir rechazo, viviendo su aislamiento con delectación. Hay blogs multitudinarios, no depende de la calidad de las ideas o de los textos sino de otros factores no tan brillantes. Y hay blogs formidables que se mecen en la soledad. Triunfar en el mundo de los blogs no quiere decir mucho. Hay mucha política en ello. Y las personas somos mutables y nos gustan las ideas congruentes aunque sean de poco calado. Otras veces los blogs tienen dimensión por la faceta humana profunda del bloguero que está presente.  


Cuando leemos un blog nos hacemos a una persona que está detrás que tiene ideas que se van haciendo conocidas y con las que estamos más o menos a gusto. La idea es adaptarse a una visión del mundo lo que se proyectará en nuestros comentarios de afinidad y cercanía. No suele haber muchos comentarios demoledores y contrarios a lo expuesto en el blog, la mayoría suelen ser respetuosos y afines a la filosofía del mismo. La política es que, si no te gusta lo que dice alguien, simplemente dejas de leerlo y ya está. 

 

A veces surgen rencores y resentimientos por la dinámica de las relaciones humanas. Hay blogueros que sufren por esta condición que deviene de su mismo carácter. He conocido a blogueros difíciles, maniáticos o agresivos, inanes, hipercultos, problemáticos u hondamente humanos, sensibles, generosos, inteligentes, dulces, amargados, depresivos, tristes, eufóricos, etílicos, despóticos, necesitados de adulación u orgullosamente solitarios en defensa de su estilo,  tortuosos, tolerantes o intolerantes, místicos, religiosos, materialistas, ateos, ecologistas, antiecologistas, de izquierda, de derecha, nacionalistas, antinacionalistas, audaces, tímidos, veraces o manipuladores, apasionados, sentimentales, eróticos, conciliadores o provocadores... También, buscadores de comentarios a toda costa con tácticas más o menos marrulleras. Hay malos poetas que triunfan inopinadamente y se creen que lo son. Hay, en cambio, poetas brillantes con escasa convocatoria. 

 

En nuestros blogs nos desnudamos y nos exponemos a la mirada ajena que suele ser compasiva, suele, aunque no siempre. Es un mundo potencialmente amable o peligroso porque los seres humanos, como decía, somos mutables y fuente de luz y de oscuridad. 

domingo, 6 de diciembre de 2020

La vida del artista sí que importa

 

Hace unos días he leído con gran interés en un blog amigo un texto en que se expresa un fuerte rechazo hacia la personalidad de muchos artistas del pasado o del presente, como histriónica, exhibicionista o marcada por el envanecimiento egocéntrico en sus alardes emocionales en que exhiben sus infancias dolorosas, sus histerias personales o sus subjetividades radicales. El autor concluía que no le interesaba nada la vida de los supuestos artistas y que solo tenía interés en su obra, considerando que la carga biográfica que hay detrás es negativa o que distrae de la contemplación de la obra.


No puedo estar en mayor disensión con esta perspectiva –totalmente respetable por otro lado-. No pienso que la dimensión biográfica de tantos y tantos artistas sea algo molesto e insignificante. Los artistas lo son precisamente porque hay en ellos una determinada sensibilidad, en muchos sentidos más aguda, que en muchas otras profesiones. No se hace uno artista, se nace.  Y una sensibilidad exacerbada es marca de muchas vidas y, unido a ella, y a factores vitales, hacen que el artista sea un ser especial. Y, a diferencia, de las ideas expresadas en el blog amigo, yo siento un creciente interés por el factor personal de la vida de algunos artistas que me han interesado. Así he leído las biografías de Thomas Mann, de Proust, de Kafka, de Rilke, de Tolstoi, de Machado, de Lorca, de Shostakovich, de Bach, de Salinger, y ahora estoy leyendo una de Clarice Lispector. No vale cualquier biografía, no. Una buena biografía es una obra de toda una vida de investigación, no un producto de encargo estacional como son algunas de carácter oportunista. A través de estas biografías, uno puede entender cómo y por qué surgieron obras singulares y el conocimiento de las circunstancias históricas, personales y vitales del artista ilumina la obra porque así entendemos de dónde surge, de qué magma existencial y de época brota una determinada creación. Puedo decir que cada vez me atrae más conocer el factor humano de la obra artística. ¿Cómo aquilatar el valor de El guardián en el centeno de Salinger sin ser conscientes de su amor fracasado con Oona O’neill y su intervención en la segunda Guerra Mundial donde participó en terribles combates y batallas en que murieron la mayoría de sus compañeros de armas, su llegada a campos de exterminio nazis en los que vio miles de cuerpos hacinados, cómo no ser conscientes de que esa angustia ante el dolor nutre el texto que estaba escribiendo durante la guerra y que se hace patente a la lectura de cualquier adolescente que todavía lea esta novela. El guardián ante el centeno está preñado de los sentimientos que vivió el autor de forma oscura y misteriosa. Este es un ejemplo cualquiera, pero también acabo de leer los diarios de Lev Tolstoi de su última época y que me alumbran sus contradicciones y su confusión vital, su rabia, su impotencia, así como su deseo de integridad, de honestidad y esencialidad. Leer los diarios de Tolstoi o los de Alejandra Pizarnik me seduce. Pienso que conocer los entresijos de la vida de un autor, de un gran autor, es algo que contribuye a comprender su obra que no surge de la nada o del vacío sino de un componente biográfico que la explica y la sitúa.


En cuanto a la mirada desdeñosa hacia el arte contemporáneo como profusión de vacío o de engaño superlativo, he de decir que en mis viajes a lo largo de Europa, lo primero que visito, sea en Estocolmo, Amsterdam, Praga, Berlín, Viena, Reykiavic o San Petersburgo, son los museos de arte contemporáneo. Además de estar maravillosamente poco concurridos, me interesan mucho porque suponen indagaciones en la realidad de modo poco común. Es posible que mucho de lo que se exhiba sea de poco valor –es cierto- pero uno descubre algunas intuiciones potentes y valiosas que merece la pena tener en cuenta y que ayudan a comprender el siglo XX. En dichos museos me divierto mucho y algunas obras me hacen reflexionar sobre la textura intelectual o irreal de la realidad.


En conclusión, me atrae el temperamento artístico, aunque sea complejo, convulso y exhibicionista; me interesa la vida de los autores que amo y me gustan los museos de arte contemporáneo. El elemento de envanecimiento y exhibición que se criticaba es solo parte de algo mayor. Y además la vanidad no solo es signo de los artistas. Está repartida entre todas las profesiones y no es escasa en el mundo de los blogs. 

miércoles, 2 de diciembre de 2020

Viaje a lo desconocido









Caminata en buena compañía por primera vez en mucho tiempo a Sant Cugat atravesando la sierra de Collserola. Conversaciones intensas, conciencia del húmedo bosque otoñal, realidad vista con la cámara de modo oblicuo, no sentimental, pasos que se van sucediendo sin conciencia del cansancio. Llegar al corazón del bosque y sentir la sensación de plenitud. Bebo agua en la fuente de Sant Medir. Seguimos la senda hasta la masía de Can Borrell que hoy está cerrada, y luego hasta el pi d'en Xandri en el parque de la Torre Negra. Estructura geométrica como un poema. Es la cuarta vez que hago esta caminata en poco más de un mes, es como un mantra inconsciente. Me niego a sumergirme en la realidad política que veo como de soslayo, he logrado que  no me interese. Conciencia de la propia realidad, de la respiración, de los acontecimientos y no tanto de las ideas. Leo y releo a Chantal Maillard. Me alimenta. También a Sri Nisargadatta que dice "Cuando se comprende que la persona es una mera sombra de la realidad, pero no la realidad misma, uno deja de preocuparse, acepta ser guiado desde el interior y entonces la vida se convierte en un viaje hacia lo desconocido". Todo esto está conectado con un cierto erotismo patibulario. Me gusta. 

lunes, 23 de noviembre de 2020

Nuestra huella ecológica



A través de un blog amigo, he llegado a una página en que se calcula aproximativamente el gasto energético medio de un hogar en kep (kilogramos equivalentes a petróleo) y se compara con la cantidad de kep que sería un consumo ecológico. Se suman los gastos de calefacción (lo que más consume con diferencia), lavadoras, calentador, lavavajillas, aparatos eléctricos, ordenadores, frigorífico, así como se cuantifica el número de personas en el hogar, duchas y lavadoras semanales, uso de la cocina habitualmente, aparatos de refrigeración y meses en que se utilizan… Es un cálculo estimativo que puede servirnos como una referencia. 

 

En nuestro caso, somos cinco en casa. Cocinamos catorce veces a la semana, más de treinta duchas semanales, catorce o quince lavadoras semanales, cuatro ordenadores más iPads, veinticinco fuentes de iluminación aproximadamente, calefacción a temperatura media dos meses al año (diciembre y enero aprox), varios aparatos eléctricos como tostadora, exprimidor, Thermomix, horno eléctrico, frigorífico medio con congelador pequeño, dos televisiones…  Vivimos en una casa que no está bien aislada térmicamente. 

 

El resultado que nos da en cuanto a huella ecológica es de 1840 kep anuales cuando lo recomendable ecológicamente sería la mitad, unos 900 kep. 

 

Gastamos el doble de energía de la que podría soportar el planeta, y eso sin contar los dos coches que tiene la familia. 

 

He estado pensando cómo reducir nuestra huella ecológica… y estas son mis conclusiones… 


- No encender la calefacción y abrigarnos más en los dos o tres meses fríos del año.

- Ducharnos cada tres días y hacerlo en lo meses tibios o cálidos con agua fría.

- Cambiarnos de ropa cada tres o cuatro días para evitar poner lavadoras. 

- No utilizar los splits de AA durante el verano.

- Utilizar más la luz solar y acostumbrarnos a irnos a dormir dos horas antes de lo habitual.

- Disminuir nuestro consumo de internet en ordenadores, móviles e tablets. 

- Iluminarnos con velas por las noches para leer. 

- Comprar a diario para evitar utilizar en lo posible en congelador. 

- Exprimir a mano los cítricos y no utilizar el Thermomix. 

- Utilizar el horno eléctrico una vez a la semana.

- Controlar a dos o tres horas diarias el visionado de Netflix para toda la familia y así dejar a la abuela que vea su televisión para distraerse. 

- Apagar las luces cuando no se utilicen y que todas sean de bajo consumo. 


Estas son mis conclusiones para reducir el consumo energético en el hogar. La pregunta es si estoy dispuesto. Esto no sería solo algo que se debiera aplicar solo en los hogares sino que también tendría que extenderse a toda la sociedad, disminuyendo la iluminación en general en las calles, centros comerciales y todo tipo de servicios abiertos al público. El horario de cierre de bares y restaurantes debería ser acorde con la luz solar. Por ejemplo, cerrar a las diez en verano y a las ocho en invierno. 

 

Otro tema sería la disminución de consumo de envases de plástico que tendría que ser drástica sustituyéndolos por envases reutilizables como sucedía en las sociedades anteriores a los años sesenta: llevar hueveras, garrafas para el aceite, la leche, los caldos, el vino, botellas de vidrio retornables para los refrescos… Totalmente prohibidas las bolsas de plástico. 

 

Convendría reducir en un sesenta por ciento nuestro consumo de carne anual por el alto gasto de agua que supone para el planeta la alimentación de los animales. Asimismo, convendría reducir en un ochenta por ciento nuestra ingesta de pescado para dejar repoblarse los mares que al ritmo actual estarán devastados en pocos años. 

 

¿Cómo lo veis? 

 

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