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domingo, 6 de diciembre de 2020

La vida del artista sí que importa

 

Hace unos días he leído con gran interés en un blog amigo un texto en que se expresa un fuerte rechazo hacia la personalidad de muchos artistas del pasado o del presente, como histriónica, exhibicionista o marcada por el envanecimiento egocéntrico en sus alardes emocionales en que exhiben sus infancias dolorosas, sus histerias personales o sus subjetividades radicales. El autor concluía que no le interesaba nada la vida de los supuestos artistas y que solo tenía interés en su obra, considerando que la carga biográfica que hay detrás es negativa o que distrae de la contemplación de la obra.


No puedo estar en mayor disensión con esta perspectiva –totalmente respetable por otro lado-. No pienso que la dimensión biográfica de tantos y tantos artistas sea algo molesto e insignificante. Los artistas lo son precisamente porque hay en ellos una determinada sensibilidad, en muchos sentidos más aguda, que en muchas otras profesiones. No se hace uno artista, se nace.  Y una sensibilidad exacerbada es marca de muchas vidas y, unido a ella, y a factores vitales, hacen que el artista sea un ser especial. Y, a diferencia, de las ideas expresadas en el blog amigo, yo siento un creciente interés por el factor personal de la vida de algunos artistas que me han interesado. Así he leído las biografías de Thomas Mann, de Proust, de Kafka, de Rilke, de Tolstoi, de Machado, de Lorca, de Shostakovich, de Bach, de Salinger, y ahora estoy leyendo una de Clarice Lispector. No vale cualquier biografía, no. Una buena biografía es una obra de toda una vida de investigación, no un producto de encargo estacional como son algunas de carácter oportunista. A través de estas biografías, uno puede entender cómo y por qué surgieron obras singulares y el conocimiento de las circunstancias históricas, personales y vitales del artista ilumina la obra porque así entendemos de dónde surge, de qué magma existencial y de época brota una determinada creación. Puedo decir que cada vez me atrae más conocer el factor humano de la obra artística. ¿Cómo aquilatar el valor de El guardián en el centeno de Salinger sin ser conscientes de su amor fracasado con Oona O’neill y su intervención en la segunda Guerra Mundial donde participó en terribles combates y batallas en que murieron la mayoría de sus compañeros de armas, su llegada a campos de exterminio nazis en los que vio miles de cuerpos hacinados, cómo no ser conscientes de que esa angustia ante el dolor nutre el texto que estaba escribiendo durante la guerra y que se hace patente a la lectura de cualquier adolescente que todavía lea esta novela. El guardián ante el centeno está preñado de los sentimientos que vivió el autor de forma oscura y misteriosa. Este es un ejemplo cualquiera, pero también acabo de leer los diarios de Lev Tolstoi de su última época y que me alumbran sus contradicciones y su confusión vital, su rabia, su impotencia, así como su deseo de integridad, de honestidad y esencialidad. Leer los diarios de Tolstoi o los de Alejandra Pizarnik me seduce. Pienso que conocer los entresijos de la vida de un autor, de un gran autor, es algo que contribuye a comprender su obra que no surge de la nada o del vacío sino de un componente biográfico que la explica y la sitúa.


En cuanto a la mirada desdeñosa hacia el arte contemporáneo como profusión de vacío o de engaño superlativo, he de decir que en mis viajes a lo largo de Europa, lo primero que visito, sea en Estocolmo, Amsterdam, Praga, Berlín, Viena, Reykiavic o San Petersburgo, son los museos de arte contemporáneo. Además de estar maravillosamente poco concurridos, me interesan mucho porque suponen indagaciones en la realidad de modo poco común. Es posible que mucho de lo que se exhiba sea de poco valor –es cierto- pero uno descubre algunas intuiciones potentes y valiosas que merece la pena tener en cuenta y que ayudan a comprender el siglo XX. En dichos museos me divierto mucho y algunas obras me hacen reflexionar sobre la textura intelectual o irreal de la realidad.


En conclusión, me atrae el temperamento artístico, aunque sea complejo, convulso y exhibicionista; me interesa la vida de los autores que amo y me gustan los museos de arte contemporáneo. El elemento de envanecimiento y exhibición que se criticaba es solo parte de algo mayor. Y además la vanidad no solo es signo de los artistas. Está repartida entre todas las profesiones y no es escasa en el mundo de los blogs. 

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