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sábado, 26 de noviembre de 2022

El Gran Filtro evolutivo

Reconozco que soy radicalmente pesimista sobre el futuro de la humanidad y pienso que nuestra especie no está suficientemente madura para evitar la extinción planetaria. 

 

Estos días veo las noticias que abordan múltiples temas: Irene Montero, Vox, Bolsonaro, Lula, Putin, migraciones masivas, la guerra de Ucrania, los LGTB, Trump... Pienso que la humanidad no ha estado nunca tan desunida y confrontada. Nada contribuye a pensar a que nuestra especie esté madura para superar el Gran Filtro evolutivo por el que pueden haber pasado otras civilizaciones planetarias en el universo y han acabado en su extinción masiva, que en nuestro caso puede proceder de una guerra nuclear, una pandemia, la Inteligencia artificial, un meteorito, el cambio climático... Hay muchos números para pensar que la humanidad puede no poder atravesar el Gran Filtro. 

 

Nos podemos preguntar por el vacío del universo. ¿Por qué otras civilizaciones estelares no nos son evidentes en el cosmos? Es la paradoja de Fermi: si desde el punto de vista estadístico debería haber innumerables civilizaciones en el universo, ¿dónde está todo el mundo? Las respuestas son esperables: esas civilizaciones paralelas están demasiado lejos para encontrarlas, hemos sido los primeros en la evolución cósmica, nos están observando sin que nos demos cuenta, y, por último sería la hipótesis más desconcertante: estamos solos en el universo. 

 

Otra hipótesis significativa es la que han recuperado los científicos de la NASA, formulada en 1988 por Robin Dale Hanson, investigador del Future of Humanity Institute de la Universidad de Oxford que plantea que hay una serie de barreras que impiden o dificultan el surgimiento de una civilización cósmica sostenible en el tiempo. Es a lo que llamó Hanson, El Gran Filtro. Esta teoría expresa que en un pasado hayan existido otras civilizaciones inteligentes en el universo, pero que se destruyeron por sus propias contradicciones tecnológicas antes incluso de que hubiera existido nuestra humanidad. 

 

Ese futuro puede estar esperándonos a nosotros. El hecho de que el universo parezca vacío es un mal presagio para la continuidad a largo plazo de nuestra especie. 

 

Hemos sido capaces de llegar a la luna y estamos preparando el regreso, se prevén expediciones a Marte, hemos situado un telescopio, James Webb, a 1.5 millones de kilómetros de la tierra para observar los primeros tiempos del universo pero nuestra propia dinámica interna como humanidad puede conducirnos a la extinción como especie. 

 

Cuando leí este artículo sobre el grupo de científicos del Laboratorio de propulsión a chorro de la Nasa (JPL) me quedé conmocionado porque muchas veces me había preguntado si estábamos solos en el universo y la existencia de otras civilizaciones planetarias. Nuestra especie se adentra en confrontaciones políticas, sociales e ideológicas que puede que nos lleven a la extinción masiva. No es nada tranquilizador el panorama actual. Nunca he visto, en el espacio de mi vida, más veneno acumulado de unos contra otros en un mundo en una peligrosa estela de ira de enfrentamientos de todo tipo. No nos soportamos. La guerra de Ucrania ha dividido al mundo cuando más necesaria era su unión ante tantos y tantos problemas que nos afligen. ¿Adónde nos conduce todo esto? Si hemos de superar el Gran Filtro que ha podido condenar a otras civilizaciones por sus propias contradicciones habríamos de ser capaces de dialogar introspectivamente como especie para revisar nuestras cosmovisiones colectivas y las estrategias para el futuro, pero seguimos profundamente divididos y lejos de la cooperación global que sería necesaria. 

 

Otra derivación de la paradoja de Fermi es que vista desde fuera nuestra civilización no parece nada recomendable. Podría darse el caso de que nos estuvieran observando y huyeran de nosotros. 

viernes, 18 de noviembre de 2022

La calidad del esperma

En días pasados una noticia estalló, no por menos esperada, en la prensa: la población mundial había alcanzado los ocho mil millones de habitantes, cuando en el año 2000 era de seis mil millones. El dato es alarmante, hacia 2050 se espera que sea de casi diez mil millones. 

 

Paralelamente a esto, leo en El País una noticia también alarmante en dirección contraria. El titular es: La calidad del esperma de los humanos ha bajado a la mitad en el último medio siglo. “El descenso se está acelerando, y de continuar el ritmo, en una década los hombres tendrán problemas para ser fértiles”. El artículo va firmado por Miguel Ángel Criado con fecha 15 de noviembre de 2022, y hace referencia a un macroestudio realizado en cincuenta y tres países que señala que la calidad del esperma no solo ha disminuido en países occidentales sino que también en países asiáticos, africanos y en América Latina. 

 

El autor principal del estudio es Hagai Levine, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalem. El estudio señala que el número de espermatozoides ha pasado de 101 millones por cada mililitro a 49 millones/ml desde 1973, fecha de los primeros estudios disponibles. La cantidad también ha descendido pasando de 335.7 millones por eyaculación a 126,6 millones en 2018, último año disponible. 

 

Desde 1973 la concentración espermática ha bajado a un ritmo anual del 1,16%, mientras que desde 2000 lo ha hecho a una velocidad de 2,64%. De seguir esta tendencia, en apenas una década, la cantidad de espermatozoides podría bajar del umbral mínimo en el que se pueden tener más hijos. Podríamos pasar los hombres de subfértiles a infértiles. 

 

Se desconocen las causas de este descenso dramático: todo son hipótesis como la exposición a químicos y contaminantes ambientales que pueden provocar una disrupción hormonal del eje hipotálamo-hipófisis-gonadas que interfiere en la producción espermática. Así los malos hábitos de vida, e incluso la exposición prenatal, época crítica para el desarrollo testicular. 

 

Que las parejas tienen problemas para reproducirse es evidente. En España hay más de cuatrocientos centros de reproducción asistida, de los que entre el 10 y el 20 por ciento son centros públicos. En el año 2021 el número de centros de repro en España aumentó en 40, la cantidad más elevada registrada en el país en los últimos siete años. 

 

Recuerdo una película que me impresionó. Se titula Hijos de los hombres (2006), dirigida por Alfonso Cuarón. En ella, se presenta a la humanidad al borde de la extinción pues por razones que se desconocen las mujeres han dejado de ser fértiles. Y la noticia es la muerte de un joven de dieciocho años, el ser humano más joven del mundo. La película se ambienta en 2027 en el Reino Unido donde oleadas de inmigrantes ilegales buscan refugio en el país cuyo gobierno impone severas leyes de inmigración sobre los refugiados. 

 

Este futuro distópico puede que no esté tan alejado de la realidad: una humanidad, especialmente occidental, cuya calidad espermática es cada vez menor y sus tasas de natalidad son singularmente bajas frente a una inmigración creciente con tasas de natalidad mayores, aunque también a la baja según el estudio a que he hecho mención al principio. 

 

¿Nos acabaremos extinguiendo como humanidad por una infertilidad creciente sobre todo en Occidente? ¿Acaso vamos a empezar a ver cómo desciende la tasa de natalidad mundial y no se cumplirán los pronósticos para el año 2050? La idea puede parecer interesante para controlar la población mundial, pero las perspectivas pueden ser a la vez sumamente inquietantes pues apuntaría a una población severamente envejecida sin capacidad de renovación. Un dato escalofriante es el que apunta que en el año 2050 en España habrá dieciséis millones de mayores de sesenta y cinco años, casi un cuarenta por ciento de la población. Apenas habrá niños y muy pocos jóvenes. ¿Quién pagará las pensiones? ¿Se podrán pagar? ¿Hasta cuándo habrá que trabajar si es que la robótica no ha cubierto la mayoría de los empleos disponibles? 

sábado, 9 de enero de 2021

Los viejos creyentes

 


    Leo estos días de invierno en que el mar y las palmeras se agitan como alacranes ardiendo en su nido, un libro singular, Los viejos creyentes, cuya crónica relata el descubrimiento en 1978 en la taiga soviética de una familia que llevaba desde 1945 aislada del mundo en una región casi inaccesible y a más de 250 kilómetros de cualquier núcleo habitado. Habían vivido una vida en completa soledad y no eran conscientes ni de la evolución de su país ni del mundo. Su nivel de vida era de absoluta autosuficiencia dependiendo de las semillas que tenían, las patatas y lo que la taiga les podía aportar en cuanto a caza o pesca. Carecían de animales domésticos. El invierno duraba de septiembre a mayo con temperaturas de entre -30º y -50º. Su huida de la civilización era motivada por temas religiosos pues eran cristianos que seguían sus ritos sumidos en conflictos del siglo XVII.  Era una familia de cinco miembros, el patriarca y líder, su mujer y tres hijos que sobrevivieron insólitamente en el aislamiento más extremo hasta que los supervivientes fueron encontrados por una expedición geológica en 1978.


    Relato fascinante que nos presenta una historia singular de unos seres, aislados de la civilización y de la historia. Nadie podría unir a esta familia con los hábitos burgueses pues desconocían totalmente el dinero, ni las apetencias del consumo pues no tenían nada más allá de sus semillas –incluso hacían el fuego con eslabón y pedernal-. No eran burgueses, pues. No sabían que el hombre había llegado a la luna ni de los avatares políticos de su país, la patria soviética, de la que huyeron, como he dicho,  por motivos religiosos, a la más profunda Siberia.


    Su historia me ha resultado muy significativa y potente, casi un privilegio fascinante. Vivir totalmente aislados de la civilización, sin noticias, sin conflictos, sin otra motivación que vivir en inviernos terribles en una choza apenas aislada del frío.


    No acabo de concluir este relato que me cautiva. En mi fuero interno busco vivir aislado del mundo, sin leer noticias, sin enterarme de los conflictos de mi país ni de la patria de Trump, caminando por el bosque, leyendo libros de hace décadas o que me aíslan de los parámetros de mi tiempo. Sé que no es posible pero cuando me sumerjo en los minutos de meditación siento esa pulsión de alejarme de la concreción de la realidad política o social que me parece sórdida, triste, abominable. Ahora llueve y hace frío, siento mis dedos helados cuando tecleo. La aventura de esta familia es muy aleccionadora y,  a pesar de su distancia, la siento próxima. No me hubiera gustado estar allí, pero en alguna forma los acompaño.

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